Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 25 de Diciembre de 2021

El Papa y la comunista

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Buena polvareda se ha levantado con la audiencia del Papa Francisco a la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, declarada y orgullosa comunista. Los corifeos de la España del todo o nada han puesto el grito en el cielo por un conciliábulo entre opuestos a priori. Su talante sociopolítico es incapaz de liberar más allá las visiones de lo que entienden ridículas mezcolanzas. Son renuentes a salir del esquema básico del agua y el aceite. Ha vuelto este país por do solía, bien enmarcado en la queja de un gigante de su crónica como Benito Pérez Galdós que, en uno de sus Episodios Nacionales, sacude con este pensamiento: sí, hijo mío, el fanatismo tiene aquí tanta fuerza que, aunque parezca vencido, pronto se rehace y vuelve a fastidiarnos a todos. La sentencia se creyó superada en la escenificación de reconciliación que propuso la Transición, pero ha bastado un relevo generacional para reabrir las trincheras.

 

Las dos Españas, ahincadas en la fase de enfriamiento de corazones, han visto en este encuentro múltiples ópticas en su incesante labor de arrimar ascuas a su sardina. No ceja ese totalitarismo de renacidos nostálgicos apoyado en la anacrónica visión de una iglesia de teja y sotana, pontífices infalibles y leña y fuego al hereje que si no hay autos de fe, bien están las redes sociales. Un comunista no se ha desprendido de su  morfología de cuernos, rabo y olor a azufre en su cortedad y estrechez de miras;  lo mismo que un religioso es una generalidad de codicias, riquezas y bajas pasiones. El obispo de Roma en estas mentalidades es propiedad exclusiva de creyentes a machamartillo, imposibilitadas para superar el diálogo o debate entre opuestos como enriquecimiento de acervos. Genera tristeza constatar que con  lemas electorales de indeseable disyuntiva disgregadora, se arrasa en las urnas.

 

En todo este batiburrillo de clichés intemporales, la clase política se une al sindiós de los mensajes a exclusivo interés de parte. La audiencia o entrevista (que cada uno la califique como quiera) entre el Papa y la comunista ha sido en bastantes cerebros de exigua movilidad neuronal una maniobra electoralista sin más objetivo que meter mano en el granero de votantes. Eso, cuando no deslegitiman la reunión con la disparatada excusa de que una dignidad papal no puede rebajarse a recibir a otra que no sea de Estado. Una vicepresidenta de gobierno no está a esa altura protocolaria, pero sobre todo, y es lo que chirría, es comunista y ministra de Trabajo, una cartera social que en manos de semejante ideología enciende las alarmas de los que siempre han tenido, o creído tener, la nomenclatura religiosa de su parte por los siglos de los siglos.

 

Si supieran ver más allá de sus congestionadas narices, sería posible interpretar a los personajes por encima de rangos. Francisco es la otra cara de un doble papado en simbiosis entre la intelectualidad de Benedicto y el evangelio a pie de obra de Bergoglio. Configura una especie de cura párroco de barriada pobre que ha vivido en sus carnes las necesidades materiales y urgentes de la gente, mucho más que pontífices anteriores, alguno canonizado por el procedimiento de urgencia, que antepusieron la geopolítica a la solidaridad. Este es un Papa beligerante en los retos que hoy traen de cabeza a la humanidad: el medio ambiente, la migración, las desigualdades, los beneficios empresariales ilegítimos…. El ajuste de cuentas con desajustes sangrantes es el núcleo de este apostolado. Enseñó bien a las claras la patita de su pontificado cuando eligió el nombre, una alusión directa al santo de Asís, del que un gigante intelectual como Gilbert K. Chesterton dice: San Francisco se anticipó en todo lo que el talante moderno tiene de más liberal y atractivo: el amor a la naturaleza, el amor a los animales; la sensibilidad social; el sentido de los peligros espirituales de la prosperidad y aun de la propiedad. Sobran pistas en este esbozo. Este Papa hablará con todo el arco ideológico si en ese empeño atisba el bien común. La iglesia, si quiere sobrevivir, necesita más certezas humanas y menos especulaciones teológicas; más cercanía de misionero y menos lejanía de curias sectarias. Creo que el tándem Benedicto-Francisco ha olfateado el rastro.

 

La interlocutora no parece una comunista en el sentido estalinista, rancio, del término. Es mujer que ha dado un toque dialogante, debidamente acreditado, en pactos y contactos entre agentes sociales, objetivo imposible en la orilla política, tal como se desarrolla la verborrea en el patio de corrala que se ha convertido el Parlamento. Con su sensibilidad, no puede permanecer como un ‘tancredo’ ante lacras como el paro juvenil, la huida de talento, el menosprecio al factor trabajo en la ecuación económica, la brecha salarial. De acuerdo, se adscribe a un partido con más oscuros que claros, con la huella fresca todavía de un liderazgo gamberro e incoherente, pero el discurso tiene matices que son reconocidos incluso en ámbitos empresariales.

 

El mundo padece un exceso de ruido. Democracias formales sucumben a la dictadura férrea del electoralismo. Quizá por ahí empiece el urgente examen de conciencia frente al auge de los populismos. Un Papa y una comunista hablando cuarenta minutos cara a cara, da para pensar en clave optimista que las ideas contrapuestas no cierran, sino abren, el futuro.

                                                                                 

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