Paz Martínez
Sábado, 25 de Diciembre de 2021

Días felices

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Es casi imposible no hacer un repaso de cómo han sido estos últimos doce meses, en los que probablemente no hayamos completado parte de los propósitos que teníamos anotados a principios de año.

 

A pesar de las circunstancias y de que es imposible huir de los momentos de dolor y sufrimiento propios de la existencia, he de confesar que he cumplido el mayor reto que me impuse. A principios de enero y después de varios años de incertidumbre ante lo que por temporadas parecía acercar el final de mi camino, este año decidí no volver a pensar más en ello, dejarme fluir y razonar el hecho de que de no escuchar de mi médico una sentencia final clara realizaría mis tratamientos y mis pruebas de seguimiento sin un solo gesto de angustia ni de desespero. 

 

Así que este año que termina lo he vivido hasta quedarme sin aliento. He disfrutado cada día; incluso los malos días tenían una ventanita por la que sacar la cabeza y respirar. He retado a mi cuerpo a impulsarme por encima de sus fuerzas hasta destrozarme los pies por el deseo de ver un paisaje y una nueva perspectiva. He reído por la cosa más estúpida hasta dolerme la tripa y por la misma cosa estúpida he llorado hasta hipar. He vagabundeado por ciudades en silencio y soledad, y también con los mejores compañeros de viaje. Y con todo he reaprendido algo que ya sabía, a estar viva mientras se respira y dejar los finales para cuando el telón baje, que no hay necesidad de dejar la obra a medias y mucho menos sin ni siquiera haber ensayado el último acto.

 

Por eso, estos días en que todo se baña de luces, de felicitaciones navideñas y de la obligación de inmediata felicidad y alegría para no desarmonizar con el entorno, yo me siento un bicho raro que sabe que ya no puede ser más feliz de lo que ha sido estos meses, a menos que me haya tocado la lotería y no me haya enterado, cosa probable pues ni me he molestado en comprobarlo. Pero vamos que esto de la dicha es más que nada una declaración de intenciones a las que le vienen sobrando las luces titilantes de los árboles y de las calles.

 

Sin embargo, no está de más, aunque sea con el pretexto del ‘Happy Christmas’, sentarse a la mesa para compartir con la familia, los amigos o los compañeros del trabajo. La importancia de la mesa es mayúscula porque nos congrega y nos pone frente a otros. Es un altar donde ofrecemos y recibimos sustento. Y por eso creo que en estas fechas que todo resulta tan artificial e impostado a mí me gusta estar entre platos y fogones, pensando en ofrecer a los demás cuanto preparo y sintiéndome verdaderamente generosa. Es hora de encender el fuego, aunque sea para recordar que existimos para algo más que para ocuparnos solo de nosotros mismos.

 

Creo que fue Corneille, el dramaturgo francés, el que escribió que la felicidad está hecha para ser compartida. Pues yo les deseo días felices, no sin ausencia de retos, sino días que engendren días, días llenos de vida que no terminen en el trastero cuando guarden de nuevo su árbol de Navidad.

 

 

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