Asombrosa navidad
![[Img #56754]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2021/5135_aidan-escanear0049.jpg)
Un hombre y una mujer pasan un ratito juntos en un lugar cómodo (en una cama, por ejemplo, que sigue siendo bastante popular, pero ya entienden por qué los ingleses tienen cuartos de baño con moqueta) y nueve meses después sale una réplica en el sentido biológico (más o menos): brazos, piernas, cuello, cabeza etc., y en absoluto una réplica: el bebé va a tener su propia personalidad, temperamento etc. Digo etc. porque podríamos hablar del ADN, del carácter, de la individualidad… hasta de ese término tan problemático que es el alma, vocablo cargado de muchos matices según el pensador/a.
El nacimiento de un niño es casi increíble pero totalmente normal. Ahora, el nacimiento del hijo de Dios -si ya crees en Dios -es casi creíble pero totalmente lleno de dificultades científicas, por no hablar de cuestiones pragmáticas como solicitar un pasaporte o averiguar si has heredado tus destrezas oratorias de tu madre.
La Navidad nos recuerda que estamos rodeados de cosas que no controlamos. La religión nace en aras de marcar nuestra consciencia sobre lo raro, lo extraño, lo milagroso de la vida, y sus textos (no entiendo las palabras sagrado o adoración) contienen historias hermosísimamente fantásticas, como los sueños que produce la mente del ser humano.
Es teológicamente divertido contrastar lo humilde de un Belén al lado de una catedral, una historia sencilla a lado de las instituciones eclesiásticas.
En Navidad hablamos de la familia, de los niños, y a mí me gusta pensar que los regalos simbolizan la generosidad necesaria de la comunidad. Es una celebración pública de lo más íntimo, de lo más misterioso. No hace falta ser creyente para comprender lo asombroso de estar vivo, y la Navidad es un buen momento para recordar la naturaleza, desde esos dedos frágiles y esos ojos radiantes hasta los volcanes y las tormentas que forman parte del majestuoso conjunto, de un esplendor tan poderoso que dar por descontado el desarrollo de la existencia humana a lo largo de las épocas es perder la vista de lo maravilloso que es existir. El niño simboliza el amor, ese amor humano tan digno como delicado.
Entendemos las cosas, pero entender es casi nada al lado de un universo tan complejo y diverso que casi se ríe de nosotros cuando hablamos de creatividad.
Cuando pensamos en nuestros conflictos y nuestras diferencias desde un foco existencial, la Navidad nos recuerda que lo más precioso está delante de nuestras narices. En estas fechas siempre me acuerdo de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la tierra de nadie que separaba los ejércitos, en la cual jugaban al fútbol los soldados de ambas maquinas bélicas el día de la Navidad en vez de matarse.
Os deseo paz y convenios laborales un poco más decentes a todos los lectores.
Un hombre y una mujer pasan un ratito juntos en un lugar cómodo (en una cama, por ejemplo, que sigue siendo bastante popular, pero ya entienden por qué los ingleses tienen cuartos de baño con moqueta) y nueve meses después sale una réplica en el sentido biológico (más o menos): brazos, piernas, cuello, cabeza etc., y en absoluto una réplica: el bebé va a tener su propia personalidad, temperamento etc. Digo etc. porque podríamos hablar del ADN, del carácter, de la individualidad… hasta de ese término tan problemático que es el alma, vocablo cargado de muchos matices según el pensador/a.
El nacimiento de un niño es casi increíble pero totalmente normal. Ahora, el nacimiento del hijo de Dios -si ya crees en Dios -es casi creíble pero totalmente lleno de dificultades científicas, por no hablar de cuestiones pragmáticas como solicitar un pasaporte o averiguar si has heredado tus destrezas oratorias de tu madre.
La Navidad nos recuerda que estamos rodeados de cosas que no controlamos. La religión nace en aras de marcar nuestra consciencia sobre lo raro, lo extraño, lo milagroso de la vida, y sus textos (no entiendo las palabras sagrado o adoración) contienen historias hermosísimamente fantásticas, como los sueños que produce la mente del ser humano.
Es teológicamente divertido contrastar lo humilde de un Belén al lado de una catedral, una historia sencilla a lado de las instituciones eclesiásticas.
En Navidad hablamos de la familia, de los niños, y a mí me gusta pensar que los regalos simbolizan la generosidad necesaria de la comunidad. Es una celebración pública de lo más íntimo, de lo más misterioso. No hace falta ser creyente para comprender lo asombroso de estar vivo, y la Navidad es un buen momento para recordar la naturaleza, desde esos dedos frágiles y esos ojos radiantes hasta los volcanes y las tormentas que forman parte del majestuoso conjunto, de un esplendor tan poderoso que dar por descontado el desarrollo de la existencia humana a lo largo de las épocas es perder la vista de lo maravilloso que es existir. El niño simboliza el amor, ese amor humano tan digno como delicado.
Entendemos las cosas, pero entender es casi nada al lado de un universo tan complejo y diverso que casi se ríe de nosotros cuando hablamos de creatividad.
Cuando pensamos en nuestros conflictos y nuestras diferencias desde un foco existencial, la Navidad nos recuerda que lo más precioso está delante de nuestras narices. En estas fechas siempre me acuerdo de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la tierra de nadie que separaba los ejércitos, en la cual jugaban al fútbol los soldados de ambas maquinas bélicas el día de la Navidad en vez de matarse.
Os deseo paz y convenios laborales un poco más decentes a todos los lectores.