Adrián García Caínzos
Martes, 05 de Noviembre de 2013

Es un velador

Hace un par de puñados de años, no sé exactamente cuándo ni creo que importe, se decidió que el futuro económico de Astorga girase en torno a la industria turística. Es algo con lo que he crecido y que veo cada vez que vuelvo a ella, a mi ciudad, tras haber vivido en otros continentes y solo de visita, ya que las limitadas opciones económicas que dicha decisión ofrece no permite a muchos de mi generación optar por otra cosa. Pero no voy a cuestionar eso ahora. Turismo, bien. Patrimonio y cultura. Es lo que da de comer a mis familiares y amigos.

Con esta premisa quiero comentar el asunto de la instalación de un velador en la Plaza Mayor por parte de un establecimiento hostelero. Una instalación que este medio ha tildado de polémica, al parecer con cierta razón, y sobre la cual ha perdido una oportunidad única de demostrar su imparcialidad al no haber publicado la opinión de una de las partes interesadas y solamente reproducir las diatribas de los políticos locales.

Comprendo las reacciones y opiniones de los vecinos, al menos las que he podido leer en las redes sociales. Sin embargo, desde mi punto de vista no puedo sino ver un punto de hipocresía maniquea sobre el asunto. Si los únicos argumentos en contra de la instalación son los estéticos y operativos (queda feo y estorba), podemos aducir los mismos contra las terrazas en verano. Solo hay que comparar dos fotografías para darse cuenta que el impacto sobre el paisaje urbano y la reducción del espacio público disponible es similar, y las terrazas no han supuesto ningún problema durante todos los veranos que recuerdo, es más, suponen un acicate económico para la ciudad. No veo por qué no puede reproducirse esa situación en invierno. Así y todo esto es lo de menos, no pretendo crear debate en este sentido: las opiniones personales deben ser siempre libres, y por tanto subjetivas. Por eso no deben erigirse en normas. Para eso nos dotamos de instrumentos democráticos que desembocan en la representación política, a nivel municipal el ayuntamiento, que es quien debe disponer el criterio objetivo que se debe seguir como directriz de convivencia en base a lo que vote la mayoría. Bien, en este caso particular no hay directriz. No hay normativa. No hay reglas que seguir si un empresario de la ciudad quiere dar un paso adelante como este, o posiblemente cualquier otra innovación parecida, que pueda conciliar la explotación económica sostenible del potencial turístico de Astorga y la exploración de nuevas técnicas y opciones económicas. Precisamente por eso no podemos argumentar ventajismos, ni que este establecimiento en particular ha roto las reglas del juego. No las hay. No hay camino, ni facilidades. Se obstaculizan las nuevas iniciativas y se crean tensiones innecesarias entre empresarios cuando uno de ellos emprende una como esta.

En respuesta a la pregunta indignada de mi estimado Xavier Mayans, que encabezaba su carta, esto es un velador. O cenador, toldo, carpa, invernadero o estaribel [sic.] como he leído recientemente que lo llaman. Es una terraza con sombrillas más cuatro paredes (por cierto, transparentes) que me protegen del frío y la lluvia si decido tomarme un café en la plaza en diciembre. Llámenlo como quieran. Es solo semántica. Lo más importante para mí es que en este caso subyace un concepto, la idea de la burocracia y el conflicto partidista en contra del dinamismo, del afán de competitividad, de la creatividad empresarial. La lamentable gestión y adjudicación de licencias públicas de apertura, en una localidad de 12.000 habitantes, que pueden llegar a tardar tres y cuatro años, es sangrante. Es este un problema que deberían tomarse en serio nuestros políticos, y que aprovechan únicamente para dirimir sus batallas arrojándose acusaciones los unos a los otros, sin pensar en las consecuencias para los ciudadanos (el empresario, en particular, y el pueblo, en general). En cambio me encuentro únicamente con las falsarias críticas expiatorias de la Sra. Alonso y el cinismo iracundo y bravucón del Sr. Bardal. Al menos el Sr. Peyuca ha puesto algo de sentido común en el asunto, ha dejado de lado el caso concreto y se ha centrado en lo importante: dotarnos de instrumentos políticos para que esto no tenga que volver a ocurrir, para que decisiones importantes como esta no se tomen a posteriori, con las consecuencias económicas y operativas que potencialmente tienen para los empresarios astorganos, y para que la industria turística de la ciudad, la única que hay, por cierto, no se nos ahogue en la indolencia, la inmovilidad y el estancamiento que sufre desde finales de los 90. Para que vecinos y visitantes puedan aprovechar mejor lo que el patrimonio nos ofrece. Para que, en definitiva, la gallina de los huevos de oro no se nos quede clueca pasado mañana.

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