Unas colas no son como otras
![[Img #56839]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2022/427_img-20211230-wa0012.jpg)
Puestos en la disyuntiva de si se trata de una calle histórica o con historia, dejémosla correr para que opinen las futuras generaciones, si es que para entonces siguen pemitiéndose opiniones. Lo que parece evidente es que es una vía en el caso histórico de una ciudad con miles de historias, e histórica. Sólo el nombre, rotulado no desde hace muchos años, ya identifica esos metros que transcurren a modo de travesía entre Postas y Los Sitios. Representa al fundador y siguientes homónimos, grandes del periodismo local. Al segundo de la saga y el más emblemático, que ya es decir, parece que estoy viendo pasear por ese espacio, con su figura menuda y carácter emprendedor, con sus lentes inamovibles, también al compás de su mecer cogido del brazo de su esposa.
No hace muchos días (perdón por el alocado salto de siglos), en esa calle de nombre Magín García Revillo, una docena de personas (o más, que dirían los “Sacapuntas”), hacían cola para ocupar casi la mitad del vial (estrecho, pero no tanto, corto, pero no tan poco). Curiosamente, el penúltimo de la fila, y no era Manolo García, llegaba hasta las primeras mesas de terraza de un bar, pero no era eso en lo que pensé después de verla. Superaba la puerta y las ventanas de ese bajo entrañable y culturalmente altísimo, en el que ilustres de la cultura astorgana residieron hasta su muerte o hasta su emancipación (ahora se llama independizarse o abandonar el hogar paterno). La cola llegaba hasta el que fuera domicilio de Florentino Francisco y esposa, y de sus hijos “Castorina” (Castora Fe), Mario, “Sarita”, “Tinita”, “Cholis”... En esas estancias, donde la humedad se mezclaba con el carboncillo y el difuminado, aprendieron alumnos la técnica de pintar un ojo humano (lo primero que enseñaban en esa casa-academia), bajo la atenta mirada de Mario y Sarita, que precisamente con eso, solo con la mirada, ya sabían el que estaba llamado por el camino de la pintura y el que ni tanto ni nada de ello.
En aquella casa, por entonces, seguro que ahora no, un cenicero no era cualquier cosa sino un recuerdo entrañable creado con arcilla; y un presunto garabato en papel amarillento por el paso del tiempo, la expresión de unas manos de artista como las de Mario, con gafas muy similares a las de don Magín, y a las de su propio padre, don Florentino, que siempre dijo a sus allegados, en cualquier broma en el bar de Santos Alija, que uno de sus vástagos era “un poco feílla”.
La cola de este final de 2021, en ese contexto seguro mal contado pero vivido, se dirigía hacia un panadería de mucho éxito y que ya hacía “reposar” a sus inmediatos clientes esperando en la calle mucho antes de estos tiempos de pandemia.
No era la cola del hambre, ni del racionamiento por las que hemos pasado como país y en distintas épocas. Ni por la realidad actual; ni porque muchos de los participantes, en lo que pudo ser origen de la idea del famoso e histórico anuncio del cupón de la ONCE, sucumbieron luego a los bares cercanos; ni por el dinero que había en sus monederos; ni por el transcurso de los años; ni porque el pan que se vende, si es de centeno, no es causa de que no lo haya de trigo como Dios manda y entonces no lo mandaba.
Una cola, como la de otros establecimientos, ahora sí en pandemia, que recuerda a las que en otras tantas calles de tantas ciudades, aguardaban y hacían muchos antepasados buscando lo que poco o nada tenían, para poder medio disfrutar de lo que carecían.
Una cola en la calle que está dedicada a la saga de periodistas que tantas veces contaron esas penurias o esas mejoras. Y al pie de la casa de los artistas que pintaron o esculpieron la realidad en piedra, en una servilleta, en una tela de lienzo o en un papel de periódico o estraza. Una cola que conduce a la memoria a pensar qué escribirían y qué dibujarían hoy esos personajes de contextura enjuta y gafas de mucho aumento que eran el placebo de ojos cansados y fatigados por la escritura, por el detalle, por la lectura... Dicen que don Florentino Francisco, el padre de la saga, no dejaba su encuadernada y brillante “Historia de España” a nadie. Y menos a quienes le advertían cuidado en el pasar de las páginas acompañado con un leve humedecer de los dedos en saliva.
Casi nada la cola y era por pan y empanadas, bollos y magdalenas... de un día de Nochebuena para buenas comidas de Navidad. Por cierto, fechas que integran los dos únicos días al año (25 y 1) que cierran los panaderos y los periodistas...
Puestos en la disyuntiva de si se trata de una calle histórica o con historia, dejémosla correr para que opinen las futuras generaciones, si es que para entonces siguen pemitiéndose opiniones. Lo que parece evidente es que es una vía en el caso histórico de una ciudad con miles de historias, e histórica. Sólo el nombre, rotulado no desde hace muchos años, ya identifica esos metros que transcurren a modo de travesía entre Postas y Los Sitios. Representa al fundador y siguientes homónimos, grandes del periodismo local. Al segundo de la saga y el más emblemático, que ya es decir, parece que estoy viendo pasear por ese espacio, con su figura menuda y carácter emprendedor, con sus lentes inamovibles, también al compás de su mecer cogido del brazo de su esposa.
No hace muchos días (perdón por el alocado salto de siglos), en esa calle de nombre Magín García Revillo, una docena de personas (o más, que dirían los “Sacapuntas”), hacían cola para ocupar casi la mitad del vial (estrecho, pero no tanto, corto, pero no tan poco). Curiosamente, el penúltimo de la fila, y no era Manolo García, llegaba hasta las primeras mesas de terraza de un bar, pero no era eso en lo que pensé después de verla. Superaba la puerta y las ventanas de ese bajo entrañable y culturalmente altísimo, en el que ilustres de la cultura astorgana residieron hasta su muerte o hasta su emancipación (ahora se llama independizarse o abandonar el hogar paterno). La cola llegaba hasta el que fuera domicilio de Florentino Francisco y esposa, y de sus hijos “Castorina” (Castora Fe), Mario, “Sarita”, “Tinita”, “Cholis”... En esas estancias, donde la humedad se mezclaba con el carboncillo y el difuminado, aprendieron alumnos la técnica de pintar un ojo humano (lo primero que enseñaban en esa casa-academia), bajo la atenta mirada de Mario y Sarita, que precisamente con eso, solo con la mirada, ya sabían el que estaba llamado por el camino de la pintura y el que ni tanto ni nada de ello.
En aquella casa, por entonces, seguro que ahora no, un cenicero no era cualquier cosa sino un recuerdo entrañable creado con arcilla; y un presunto garabato en papel amarillento por el paso del tiempo, la expresión de unas manos de artista como las de Mario, con gafas muy similares a las de don Magín, y a las de su propio padre, don Florentino, que siempre dijo a sus allegados, en cualquier broma en el bar de Santos Alija, que uno de sus vástagos era “un poco feílla”.
La cola de este final de 2021, en ese contexto seguro mal contado pero vivido, se dirigía hacia un panadería de mucho éxito y que ya hacía “reposar” a sus inmediatos clientes esperando en la calle mucho antes de estos tiempos de pandemia.
No era la cola del hambre, ni del racionamiento por las que hemos pasado como país y en distintas épocas. Ni por la realidad actual; ni porque muchos de los participantes, en lo que pudo ser origen de la idea del famoso e histórico anuncio del cupón de la ONCE, sucumbieron luego a los bares cercanos; ni por el dinero que había en sus monederos; ni por el transcurso de los años; ni porque el pan que se vende, si es de centeno, no es causa de que no lo haya de trigo como Dios manda y entonces no lo mandaba.
Una cola, como la de otros establecimientos, ahora sí en pandemia, que recuerda a las que en otras tantas calles de tantas ciudades, aguardaban y hacían muchos antepasados buscando lo que poco o nada tenían, para poder medio disfrutar de lo que carecían.
Una cola en la calle que está dedicada a la saga de periodistas que tantas veces contaron esas penurias o esas mejoras. Y al pie de la casa de los artistas que pintaron o esculpieron la realidad en piedra, en una servilleta, en una tela de lienzo o en un papel de periódico o estraza. Una cola que conduce a la memoria a pensar qué escribirían y qué dibujarían hoy esos personajes de contextura enjuta y gafas de mucho aumento que eran el placebo de ojos cansados y fatigados por la escritura, por el detalle, por la lectura... Dicen que don Florentino Francisco, el padre de la saga, no dejaba su encuadernada y brillante “Historia de España” a nadie. Y menos a quienes le advertían cuidado en el pasar de las páginas acompañado con un leve humedecer de los dedos en saliva.
Casi nada la cola y era por pan y empanadas, bollos y magdalenas... de un día de Nochebuena para buenas comidas de Navidad. Por cierto, fechas que integran los dos únicos días al año (25 y 1) que cierran los panaderos y los periodistas...