Aidan Mcnamara
Sábado, 22 de Enero de 2022

Turismo alternativo de barrio

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La ventaja de ser turista es que si no te gusta lo que te cuentan sobre el lugar te puedes marchar.

 

En tu barrio esto no es tan fácil. El buen periodista local es un permanente turista rebelde de la cotidianidad. Hay menos glamur, por no hablar de cero dietas (que es el caso de muchos medio, gracias a la paciencia de los becarios).

 

Sin embargo, la curiosidad y el interés son más fuertes que el lastre de la posible decepción. Introduzco la analogía (inestable) entre turismo y periodismo porque, aunque no soy periodista, nunca he dejado de ser turista de la vida de mi hábitat.

 

Tiendo a autodenominarme invitado permanente -no soy español- pero, a la vez, esta etiqueta (‘sabelotodoesca’, cuando no pretenciosa) me conduce a pensar que la metáfora es apta para la vida en general, a pesar de la exageración hallada en la palabra permanente.

 

Vayamos por partes (cada uno a su ritmo): no entiendo el turismo de autocares. En mi barrio hay todo tipo de turismo, desde las parejas enamoradas de paso por la ciudad con sus libros (o el móvil) y sus planos (o el móvil) hasta los grupos de jubilados acompañados por guías con micrófonos inalámbricos. Eso sí, entender es un verbo sobrevalorado. La vida es más una experiencia que un puzle epistemológico.

 

Los guías (de manera inocente, por supuesto) se parecen a los políticos que gobiernan. Los turistas de autocar escuchan pacientemente bajo la llovizna la charla que pretende explicarles la historia de la catedral, por ejemplo.

 

Naturalmente, el guía va a pintar un cuadro positivo y favorable sobre el templo, y sus oyentes (medio dormidos) se lo van a tragar todo porque están de vacaciones y saben que después de la vueltecita por el casco antiguo les espera un buen cocido (o lo que te apetezca, Martínez) en un local típico de la región. No me estoy metiendo con los ancianos de IMSERSO, sólo describo lo que veo.

 

Porque a veces me disfrazo de jubilado (me cuesta cada vez menos) y me cuelo en sus aventuras… ¡Vaya narrativas más porosas que tienen que sufrir! Luego, desaparezco para buscarme un menú del día en un mesón humilde pedáneo y me pregunto si los demás comensales pasarán por las pinacotecas de su ciudad antes de cobrar la pensión.

 

Es verdad aquel tópico tan viejo como Homero de que uno tiene que viajar para saber y valorar lo que tiene en casa, y soy consciente de que los obreros a mi alrededor en la tasca están condenados, por cuestiones económicas y periodos de tiempo libre limitados, a elegir entre ser viajeros o veraneantes. Comprendo la diferencia entre el ocio y los llamados viajes culturales.

 

Propongo pues que, en época de elecciones -parece que pasan cada ocho segundos-, los partidos políticos organicen visitas guiadas alternativas por todos los pueblos de la región. (Me da igual que sean elecciones autonómicas o municipales porque para las cosas importantes hace falta comunicación entre ambas administraciones). Estas giras podrían aclararnos los temas que no salen en los discursos turísticos oficiales dirigidos a los más inocentes (visitantes) como, por ejemplo, por qué en mi barrio hay parcelas y solares abandonados durante décadas a cien metros de la catedral…

 

La paradoja de la democracia es que los que están en el gobierno nos sueltan de cara a las urnas que sus promesas han sido las más cumplidas, pero, a la vez, la alternancia es sana. A menudo, el cambio de mando significa tan sólo otro estilo de decorar (y demorar) los asuntos pendientes… macros o micros. Así que animo a todos los lectores a coleccionar ejemplos de las chapuzas de su entorno, cosas que siguen siendo desastres o adefesios tras décadas. Además, podríamos clasificar tal actividad como turismo hogareño, y ¡sería más ecológico!

 

 

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