Florida
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“Si no hubiera existido España hace cuatrocientos años, no existirían hoy los Estados Unidos” (Fletcher Lummis)
El año 2021 fue el aniversario de algunos acontecimientos notables de España, como el desastre de Annual y la muerte de Galdós, y los españoles los recordamos. Los medios de comunicación, si bien no todo cuanto en justicia merecían, algo al menos dijeron de ellos. Sin embargo, hay un hecho, menos reciente, pero del que también fue el aniversario, que pasó inadvertido, o casi inadvertido. Me refiero a la cesión que hizo España de la Florida a Estados Unidos. Es posible que muchos españoles no sepan –ni tampoco la mayoría de los norteamericanos– que la Florida fue parte de España durante trescientos años, más tiempo del que lleva perteneciendo a Estados Unidos. Por eso, aunque tarde, porque ya estamos en el 2022, pero más vale tarde que nunca, conviene recordarlo, aunque solo sea someramente, una vez más, o acaso por primera vez.
La Florida fue el primer territorio de los Estados Unidos que se descubrió para Europa, y eso lo hizo un español, un vallisoletano, Juan Ponce de León y Figueroa el día de la Pascua Florida. A este territorio, porque se descubrió el día de la Pascua Florida, se le puso el nombre de la Florida, pues la costumbre era dar a la tierra descubierta el nombre del santo del día en que se había descubierto. Además, Ponce de León exploró esta tierra y describió sus paisajes, su flora, su fauna y los indígenas –los seminolas– que la habitaban. Posteriormente, en 1521, partió en una expedición hacia Bimini –posiblemente alguna de las islas Bahamas– en busca de la Fuente de la Eterna Juventud, y allí, combatiendo con los aborígenes, murió poco después. En esta misma tierra, Florida, Pedro Menéndez de Avilés, otro español, de Avilés, naturalmente, tras reconquistarla y destruir los asentamientos de los hugonotes franceses que la ocupaban, fundó en 1565 San Agustín, la primera ciudad de Estados Unidos.
Pero la Florida se perdió en la segunda mitad del siglo XVIII, en la guerra de los Siete Años (1756-1763), considerada por algunos historiadores como la “primera guerra verdaderamente mundial”, porque, si bien comenzó en Europa, con el intento de Federico el Grande de Prusia por apropiarse de Silesia, el escenario de la contienda fue prácticamente todo el mundo y en ella acabaron involucrándose los principales países europeos, como Inglaterra, Francia, Portugal, España y la mencionada Prusia. En 1761, Carlos III, para defender el imperio de la amenaza inglesa, abandonó la política pacifista de su hermano Fernando VI y firmó el tercer pacto de familia. Este pactó metió a España en esta guerra contra Inglaterra y a favor de Francia. Tanto España como Francia salieron mal paradas. Por el Tratado de Paz de París de 1763, con el que se ponía fin a la guerra, Francia, la gran perdedora, tuvo que cederle a Inglaterra, además de casi todas las posesiones de Asia, los territorios del norte de América, y España, como era su aliada, también se vio obligada a entregarle a Inglaterra la Florida a cambio de recuperar la ciudad de Manila y el puerto de La Habana que durante la guerra habían sido ocupadas por los ingleses. No obstante, España, después de todo, recibió de Francia la Luisiana, incluida su capital Nueva Orleans, cuya cesión se habían pactado ya entre Luis XV y Carlos III en el Tratado Fontainebleau, firmado en noviembre de 1762, para compensarle la pérdida de la Florida. El resultado de todo esto no pudo ser peor para ambos países: Francia fue sustituida por Inglaterra como primera potencia del mundo, y España se quedó sola en la defensa de su imperio colonial, amenazado sobre todo por Inglaterra.
Al cabo de veinte años España recupera la Florida. Cuando en 1776 estalló la guerra entre Gran Bretaña y Las Trece Colonias inglesas de América del Norte, tras declararse estas independientes, Francia y España vieron la ocasión de resarcirse de la derrota de la guerra de los Siete Años y apoyaron desde el primer momento a los rebeldes. No obstante, España no le declaró la guerra a Inglaterra hasta 1779. La decisión de participar activamente en este conflicto fue del conde de Aranda, embajador en Francia, que tuvo que vencer las reticencias de Grimaldi y del conde de Floridablanca, dos de los ministros de Carlos III. El apoyo de España a las Trece Colonias fue decisivo. Sin su ayuda, reconoció George Washington, comandante supremo de la fuerza rebelde, los Estados Unidos no habrían podido independizarse de Inglaterra. Ayudó con dinero, armas y vestuario, y finalmente con apoyo militar directo. Los soldados del ejército rebelde que en 1777 vencieron en la batalla de Saratoga, una de las más decisivas de la contienda, iban equipados íntegramente con material español. La intervención militar directa llegó con Bernardo de Gálvez por tierra y con Luis de Córdova por mar. Gálvez en la batalla de Pensacola venció a los ingleses y los expulsó de la Florida y Luis de Córdoba propició algunas victorias navales de los rebeldes frente a los británicos. La guerra terminó en 1783 con otro Tratado de Paz de París. Este nuevo tratado obligaba a Inglaterra a devolverle a España la Florida. Además, durante la guerra España había recuperado también Menorca, que, junto a Gibraltar, en 1713, por el Tratado de Utrecht, había tenido que ceder a Inglaterra.
Estados Unidos no solo está en deuda con España por esta ayuda, sino también por algo más. El mismo nombre de Estados Unidos de América fue obra de un malagueño, Luis de Unzaga, gobernador entonces de la Luisiana. En 1776, año de la declaración de la independencia de las trece colonias, Unzaga le escribe una carta a George Washington y en ella lo menciona en español como General de los Estados Unidos de América. A Washington le gustó tanto el nombre que a partir de entonces se comenzó a usar en lugar de los trece estados. Además, su moneda, el dólar, creado en 1792 por Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro de la Unión, está inspirado, como las monedas de China, Japón y de otros muchos países, en la moneda española, el real de a ocho, que era la más utilizada en todo el mundo en aquella época. Su símbolo, tan universalmente conocido, no es otra cosa que las columnas de Hércules y la banda donde está escrita la leyenda “Plus Ultra”, que Carlos I incorporó en la moneda española.
Es cierto que los Estados Unidos reconocieron –lo hizo el mismo George Washington, como ya se ha señalado– y agradecieron la ayuda que España les prestó para lograr su independencia de Inglaterra. Como muestra de agradecimiento, en la parada militar del cuatro de julio, George Washington permitió que el embajador de España, Diego de Gardoqui, desfilara a su derecha. Además, en Estados Unidos Bernardo de Gálvez es considerado uno de los héroes fundadores y en el Capitolio hay un retrato suyo expuesto con honor. Pero, por si este agradecimiento no hubiera sido suficiente, no hace tanto, en el 2014, Obama le concedió a este hombre la ciudadanía honorífica de los Estados Unidos, y en el 2020, todavía más reciente, el embajador norteamericano Duke Buchan III en una entrevista, entre otras cosas, dijo: “Estados Unidos es un país hispano y valoramos nuestro legado español. España desempeñó un papel crucial en el nacimiento de Estados Unidos”.
Pero esto fueron palabras, gestos. Los hechos resultaron ser muy distintos. Pronto, Estados Unidos se manifestó como un país voraz. Nada más comenzar el siglo XIX, se hizo con la Luisiana. Napoleón, que por el segundo Tratado de San Ildefonso, firmado en 1800, había conseguido secretamente y con el asentimiento de Godoy que retornara a Francia, se la vendió en 1803 por quince millones de dólares, incumpliendo la cláusula de no venderla a terceros, aunque España siguió administrándola hasta 1804.
Después, en 1821, le tocará a la Florida. A principios del siglo XIX, España ya tenía poco poder sobre este territorio, cuyas fronteras se veían amenazadas por los estadounidenses que a lo largo de ellas merodeaban con el fin de capturar a los indios seminolas. Entonces, viendo que, por una parte, le costaba defenderlo y, por otra, que necesitaba dinero, pues tras la guerra de la independencia su economía había quedado muy precaria, resolvió venderlo a los Estados Unidos. El embajador español en Washington, Luis de Onís, y el secretario de Estado norteamericano, Quincy Adams, futuro presidente de los Estados Unidos, firmaron un tratado en 1819, que no se ratificó por ambas partes hasta el 22 de febrero de 1821, ya durante el trienio liberal, y de esta manera España cedía la Florida a Estados Unidos por cinco millones de dólares, que nunca llegó a cobrar, haciendo así más grande aún su vergüenza.
Por este Tratado de Adams-Onís, España perdió definitivamente la Florida, pero también Oregón y la Luisiana, y, si bien, ganó la soberanía de territorio de Texas, de nada le sirvió, porque ese mismo año México se independizó y se quedó con él. Pero México, aunque ratificó en 1832 este tratado con Estados Unidos, en 1848, tras la guerra mexicano-estadounidense, no solo perdió Texas sino también otros muchos territorios que había heredado de España, más de lo que es hoy. Y todo se lo quedó Estados Unidos. Con lo cual, mientras este país ganaba territorios y se iba convirtiendo en una gran potencia, España perdía casi todo su imperio colonial y pasaba a ser un país no solo de segunda sino de tercera fila.
Pero lo peor de la pérdida de la Florida fue para sus habitantes indígenas, los indios seminolas, que fueron perseguidos y prácticamente exterminados, cuando con España eran considerados como cualquier súbdito español, lo que les daba de alguna manera cierto grado de ciudadanía.
Esto también es memoria, y no se debería olvidar. Puesto que la memoria nos constituye, forma parte de nuestro ser, recordar lo que fuimos, lo que hicimos, tanto lo bueno como lo malo, dónde estuvimos, hasta dónde llegamos, de qué fuimos capaces, nos ayuda a conocernos, a saber quiénes somos, y eso no es ir contra nadie, y nadie tampoco debería sentirse ofendido por ello. Nosotros hemos sido esto, qué le vamos a hacer. Ante lo cual, solo cabe perseverar en lo bueno y corregir lo malo.
“Si no hubiera existido España hace cuatrocientos años, no existirían hoy los Estados Unidos” (Fletcher Lummis)
El año 2021 fue el aniversario de algunos acontecimientos notables de España, como el desastre de Annual y la muerte de Galdós, y los españoles los recordamos. Los medios de comunicación, si bien no todo cuanto en justicia merecían, algo al menos dijeron de ellos. Sin embargo, hay un hecho, menos reciente, pero del que también fue el aniversario, que pasó inadvertido, o casi inadvertido. Me refiero a la cesión que hizo España de la Florida a Estados Unidos. Es posible que muchos españoles no sepan –ni tampoco la mayoría de los norteamericanos– que la Florida fue parte de España durante trescientos años, más tiempo del que lleva perteneciendo a Estados Unidos. Por eso, aunque tarde, porque ya estamos en el 2022, pero más vale tarde que nunca, conviene recordarlo, aunque solo sea someramente, una vez más, o acaso por primera vez.
La Florida fue el primer territorio de los Estados Unidos que se descubrió para Europa, y eso lo hizo un español, un vallisoletano, Juan Ponce de León y Figueroa el día de la Pascua Florida. A este territorio, porque se descubrió el día de la Pascua Florida, se le puso el nombre de la Florida, pues la costumbre era dar a la tierra descubierta el nombre del santo del día en que se había descubierto. Además, Ponce de León exploró esta tierra y describió sus paisajes, su flora, su fauna y los indígenas –los seminolas– que la habitaban. Posteriormente, en 1521, partió en una expedición hacia Bimini –posiblemente alguna de las islas Bahamas– en busca de la Fuente de la Eterna Juventud, y allí, combatiendo con los aborígenes, murió poco después. En esta misma tierra, Florida, Pedro Menéndez de Avilés, otro español, de Avilés, naturalmente, tras reconquistarla y destruir los asentamientos de los hugonotes franceses que la ocupaban, fundó en 1565 San Agustín, la primera ciudad de Estados Unidos.
Pero la Florida se perdió en la segunda mitad del siglo XVIII, en la guerra de los Siete Años (1756-1763), considerada por algunos historiadores como la “primera guerra verdaderamente mundial”, porque, si bien comenzó en Europa, con el intento de Federico el Grande de Prusia por apropiarse de Silesia, el escenario de la contienda fue prácticamente todo el mundo y en ella acabaron involucrándose los principales países europeos, como Inglaterra, Francia, Portugal, España y la mencionada Prusia. En 1761, Carlos III, para defender el imperio de la amenaza inglesa, abandonó la política pacifista de su hermano Fernando VI y firmó el tercer pacto de familia. Este pactó metió a España en esta guerra contra Inglaterra y a favor de Francia. Tanto España como Francia salieron mal paradas. Por el Tratado de Paz de París de 1763, con el que se ponía fin a la guerra, Francia, la gran perdedora, tuvo que cederle a Inglaterra, además de casi todas las posesiones de Asia, los territorios del norte de América, y España, como era su aliada, también se vio obligada a entregarle a Inglaterra la Florida a cambio de recuperar la ciudad de Manila y el puerto de La Habana que durante la guerra habían sido ocupadas por los ingleses. No obstante, España, después de todo, recibió de Francia la Luisiana, incluida su capital Nueva Orleans, cuya cesión se habían pactado ya entre Luis XV y Carlos III en el Tratado Fontainebleau, firmado en noviembre de 1762, para compensarle la pérdida de la Florida. El resultado de todo esto no pudo ser peor para ambos países: Francia fue sustituida por Inglaterra como primera potencia del mundo, y España se quedó sola en la defensa de su imperio colonial, amenazado sobre todo por Inglaterra.
Al cabo de veinte años España recupera la Florida. Cuando en 1776 estalló la guerra entre Gran Bretaña y Las Trece Colonias inglesas de América del Norte, tras declararse estas independientes, Francia y España vieron la ocasión de resarcirse de la derrota de la guerra de los Siete Años y apoyaron desde el primer momento a los rebeldes. No obstante, España no le declaró la guerra a Inglaterra hasta 1779. La decisión de participar activamente en este conflicto fue del conde de Aranda, embajador en Francia, que tuvo que vencer las reticencias de Grimaldi y del conde de Floridablanca, dos de los ministros de Carlos III. El apoyo de España a las Trece Colonias fue decisivo. Sin su ayuda, reconoció George Washington, comandante supremo de la fuerza rebelde, los Estados Unidos no habrían podido independizarse de Inglaterra. Ayudó con dinero, armas y vestuario, y finalmente con apoyo militar directo. Los soldados del ejército rebelde que en 1777 vencieron en la batalla de Saratoga, una de las más decisivas de la contienda, iban equipados íntegramente con material español. La intervención militar directa llegó con Bernardo de Gálvez por tierra y con Luis de Córdova por mar. Gálvez en la batalla de Pensacola venció a los ingleses y los expulsó de la Florida y Luis de Córdoba propició algunas victorias navales de los rebeldes frente a los británicos. La guerra terminó en 1783 con otro Tratado de Paz de París. Este nuevo tratado obligaba a Inglaterra a devolverle a España la Florida. Además, durante la guerra España había recuperado también Menorca, que, junto a Gibraltar, en 1713, por el Tratado de Utrecht, había tenido que ceder a Inglaterra.
Estados Unidos no solo está en deuda con España por esta ayuda, sino también por algo más. El mismo nombre de Estados Unidos de América fue obra de un malagueño, Luis de Unzaga, gobernador entonces de la Luisiana. En 1776, año de la declaración de la independencia de las trece colonias, Unzaga le escribe una carta a George Washington y en ella lo menciona en español como General de los Estados Unidos de América. A Washington le gustó tanto el nombre que a partir de entonces se comenzó a usar en lugar de los trece estados. Además, su moneda, el dólar, creado en 1792 por Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro de la Unión, está inspirado, como las monedas de China, Japón y de otros muchos países, en la moneda española, el real de a ocho, que era la más utilizada en todo el mundo en aquella época. Su símbolo, tan universalmente conocido, no es otra cosa que las columnas de Hércules y la banda donde está escrita la leyenda “Plus Ultra”, que Carlos I incorporó en la moneda española.
Es cierto que los Estados Unidos reconocieron –lo hizo el mismo George Washington, como ya se ha señalado– y agradecieron la ayuda que España les prestó para lograr su independencia de Inglaterra. Como muestra de agradecimiento, en la parada militar del cuatro de julio, George Washington permitió que el embajador de España, Diego de Gardoqui, desfilara a su derecha. Además, en Estados Unidos Bernardo de Gálvez es considerado uno de los héroes fundadores y en el Capitolio hay un retrato suyo expuesto con honor. Pero, por si este agradecimiento no hubiera sido suficiente, no hace tanto, en el 2014, Obama le concedió a este hombre la ciudadanía honorífica de los Estados Unidos, y en el 2020, todavía más reciente, el embajador norteamericano Duke Buchan III en una entrevista, entre otras cosas, dijo: “Estados Unidos es un país hispano y valoramos nuestro legado español. España desempeñó un papel crucial en el nacimiento de Estados Unidos”.
Pero esto fueron palabras, gestos. Los hechos resultaron ser muy distintos. Pronto, Estados Unidos se manifestó como un país voraz. Nada más comenzar el siglo XIX, se hizo con la Luisiana. Napoleón, que por el segundo Tratado de San Ildefonso, firmado en 1800, había conseguido secretamente y con el asentimiento de Godoy que retornara a Francia, se la vendió en 1803 por quince millones de dólares, incumpliendo la cláusula de no venderla a terceros, aunque España siguió administrándola hasta 1804.
Después, en 1821, le tocará a la Florida. A principios del siglo XIX, España ya tenía poco poder sobre este territorio, cuyas fronteras se veían amenazadas por los estadounidenses que a lo largo de ellas merodeaban con el fin de capturar a los indios seminolas. Entonces, viendo que, por una parte, le costaba defenderlo y, por otra, que necesitaba dinero, pues tras la guerra de la independencia su economía había quedado muy precaria, resolvió venderlo a los Estados Unidos. El embajador español en Washington, Luis de Onís, y el secretario de Estado norteamericano, Quincy Adams, futuro presidente de los Estados Unidos, firmaron un tratado en 1819, que no se ratificó por ambas partes hasta el 22 de febrero de 1821, ya durante el trienio liberal, y de esta manera España cedía la Florida a Estados Unidos por cinco millones de dólares, que nunca llegó a cobrar, haciendo así más grande aún su vergüenza.
Por este Tratado de Adams-Onís, España perdió definitivamente la Florida, pero también Oregón y la Luisiana, y, si bien, ganó la soberanía de territorio de Texas, de nada le sirvió, porque ese mismo año México se independizó y se quedó con él. Pero México, aunque ratificó en 1832 este tratado con Estados Unidos, en 1848, tras la guerra mexicano-estadounidense, no solo perdió Texas sino también otros muchos territorios que había heredado de España, más de lo que es hoy. Y todo se lo quedó Estados Unidos. Con lo cual, mientras este país ganaba territorios y se iba convirtiendo en una gran potencia, España perdía casi todo su imperio colonial y pasaba a ser un país no solo de segunda sino de tercera fila.
Pero lo peor de la pérdida de la Florida fue para sus habitantes indígenas, los indios seminolas, que fueron perseguidos y prácticamente exterminados, cuando con España eran considerados como cualquier súbdito español, lo que les daba de alguna manera cierto grado de ciudadanía.
Esto también es memoria, y no se debería olvidar. Puesto que la memoria nos constituye, forma parte de nuestro ser, recordar lo que fuimos, lo que hicimos, tanto lo bueno como lo malo, dónde estuvimos, hasta dónde llegamos, de qué fuimos capaces, nos ayuda a conocernos, a saber quiénes somos, y eso no es ir contra nadie, y nadie tampoco debería sentirse ofendido por ello. Nosotros hemos sido esto, qué le vamos a hacer. Ante lo cual, solo cabe perseverar en lo bueno y corregir lo malo.