María José Cordero
Sábado, 29 de Enero de 2022

Cartas telénicas: La maldición

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Recuerdo, padre, que estando de visita por Andalucía y llegando a la mágica ciudad de Granada, contemplando desde su Albaicín la ruidosa belleza de la Alhambra, pensaba en ti, en vosotros. Aquellas fotos de los años 40, ya de color sepia, en donde mamá y tú visitasteis la ciudad mora y cristiana; el sepulcro de los Reyes; los Jardines del Generalife; El Patio de los Arrayanes; el despertar de lo insólito en un lugar inimaginable.

           

Quién vuelve a Granada recuerda los versos del poeta y es, entonces, cuando del Romancero Gitano escuchas la voz que te templa el oído diciendo: La luna llegó a la fragua con su polisón de nardos… ¡Cómo huele la Alhambra! A nardos, jazmines, mirtos y rosas incendiadas.

           

Por el barrio de los gitanos paseaba buscando uno de los tablaos más famosos de la zona. Estaba impaciente por sentir el cante, ese que llaman jondo, porque nace del fondo de las tripas, desde la oscuridad del alma para dar luz de pronto. Ese cante que arranca la piel, en un desvarío tan racial, que uno siente raíces en los pies, y eres árbol, cadena, estrella y cascabeles de pasión y alegría. Todo fue tan emocionante, tan sentido, con tanta calidad que supe que mi viaje ya había merecido la pena.

           

Después de aquella velada musical, con el alma satisfecha por la experiencia y bajando por la cuesta de San Nicolás hasta las márgenes del Darro, se me acercaron dos gitanas, entradas en carnes y de unos cincuenta años o más, que querían leerme la mano. Llevaban, ambas, una ramita de romero, la planta de la suerte, según ellas.

 

- Mire usted, no se moleste porque no creo en esas cosas. –Les dije.

 

- Venga, señorita, que tiene usted cara de buena, ya verá como le decimos cosas bonitas p’a usté y su familia.

 

- No, no. No pierdan el tiempo conmigo. Déjenme que tengo prisa. -Contesté con cara ya de poca broma-.

           

A partir de ahí, en mi huída, todo fue una especie de persecución, malas palabras, mentar a mi familia, madre, padre, hijos…hasta la maldición final: ¡Entre arbañileh te veah! –Profirió la más joven, alejándose las dos con el diccionario de insultos bajo el brazo.

           

Diez años después de aquello doy fe de que la maldición gitana se cumple al pie de la letra. Tratar con los del mentado gremio es como para tener un Master en Paciencia, en Palabra de Leonor y apelativos varios. Nunca se sabe cuándo van, cuándo no están, cuándo se han ido. Donde dije digo, digo Diego y demás jaculatorias.

           

He ido al monte a por una rama grande y hermosa de romero, esté como esté. Creo que la voy a necesitar…

           

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