Barreras tecnológicas
![[Img #57157]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2022/8905_dsc_0034.jpg)
El otro día fui al banco. Me han puesto una multa por circular por una calle peatonal en el centro de León que antes estaba abierta al tráfico. Me cuesta adaptarme a este tipo cambios y cuando quise darme cuenta, después de años utilizando esa calle para llegar a la plaza de Santo Domingo, ya la había cruzado sin posibilidad de dar marcha atrás. Pensé que un despiste así no tendría mayor consecuencia que salir de allí y dejar la vía libre, pero al llegar casi a la desembocadura vi un cartel que advertía de que se grababa con cámaras ese trayecto. Así que un mes después recibo la multa con una fehaciente foto de mi coche en mitad de la vía. Lo esperado.
El caso es que decidí pagar la multa a través de la aplicación del banco y por algún motivo no pude o no supe hacerlo, así que fui al banco para dejar zanjado el tema in situ. Me encontré con que el escueto horario para pagar recibos y demás transacciones ya había terminado y solo podía hacerlo a través del cajero siguiendo, supongo, los mismos pasos que me impidieron pagar sin salir de casa.
Asumo en esta historia que tengo muchos problemas de concentración y de asimilación que se derivan del continuo tratamiento oncológico que recibo desde hace años. Pero me sentí indefensa y desamparada como seguramente se sienten muchas personas que no se adaptan a la tecnología, a los métodos on line, a la falta de atención humana en las administraciones, oficinas y todo tipo de delegaciones.
No necesito un gran detonador para tener un cuadro de ansiedad que me bloquee el entendimiento y me dificulte la percepción. Hay muchos días en los que mi estado natural convulsiona por las arenas movedizas de mi cerebro medicamentoso. A veces, me doy cuenta de que no estoy fluida en el momento justo en el que soy incapaz de reconocer a alguien o lo confundo con otra persona, o sufro unos instantes de desorientación: digamos que no sé de dónde vengo ni a dónde voy. Entonces, respiro hondo, dejo que pasen esos momentos, apaciguo el latido apurado del corazón y todo vuelve en sí.
Me quedé allí, perdida, mirando el recibo de la multa un rato hasta que se hizo la luz y vislumbré el modo de resolver la situación. Me senté en un sillón como esperando el turno de ser atendida y me puse a manipular la ‘app’ en el teléfono móvil. ¡Conseguido! (No se puede decir que no se resuelvan problemas en el banco).
El empleado que había en la caja me miró con extrañeza. Para él seguramente yo había entrado allí, había pedido cita a través de esa estúpida pantalla a la que le tienes que escribir contándole quién eres, qué quieres y por quién quieres ser atendido; me había sentado a mirar el teléfono y me había largado dejándolo colgado. ¡Qué manera de venir a perder el tiempo en su oficina!
Pero la realidad es que he ido a un lugar donde disponen de mis dos duros a su antojo y me cobran por permitirles hacer uso de ellos, a que me solventaran un problema que no podían resolver porque no estaba dentro del horario de sus competencias. Y da igual que haya tres o cuatro empleados y dos clientes porque ya no es hora de andar pagando multas, vuelva usted mañana. Pero más sangrante es la situación en que mi madre fue a la caja de su banco a que le dieran dinero para hacer la compra y le dijeron que solo se podía sacar dinero con tarjeta en el cajero. Ella, apocadamente, les explicó que no sabía usar su tarjeta porque eran sus hijas las que la acompañan en esa operación que a ella se le hacía enormemente complicada. A lo que la persona que la atendió le dijo: “Pues vuelva usted con sus hijas”.
El otro día fui al banco. Me han puesto una multa por circular por una calle peatonal en el centro de León que antes estaba abierta al tráfico. Me cuesta adaptarme a este tipo cambios y cuando quise darme cuenta, después de años utilizando esa calle para llegar a la plaza de Santo Domingo, ya la había cruzado sin posibilidad de dar marcha atrás. Pensé que un despiste así no tendría mayor consecuencia que salir de allí y dejar la vía libre, pero al llegar casi a la desembocadura vi un cartel que advertía de que se grababa con cámaras ese trayecto. Así que un mes después recibo la multa con una fehaciente foto de mi coche en mitad de la vía. Lo esperado.
El caso es que decidí pagar la multa a través de la aplicación del banco y por algún motivo no pude o no supe hacerlo, así que fui al banco para dejar zanjado el tema in situ. Me encontré con que el escueto horario para pagar recibos y demás transacciones ya había terminado y solo podía hacerlo a través del cajero siguiendo, supongo, los mismos pasos que me impidieron pagar sin salir de casa.
Asumo en esta historia que tengo muchos problemas de concentración y de asimilación que se derivan del continuo tratamiento oncológico que recibo desde hace años. Pero me sentí indefensa y desamparada como seguramente se sienten muchas personas que no se adaptan a la tecnología, a los métodos on line, a la falta de atención humana en las administraciones, oficinas y todo tipo de delegaciones.
No necesito un gran detonador para tener un cuadro de ansiedad que me bloquee el entendimiento y me dificulte la percepción. Hay muchos días en los que mi estado natural convulsiona por las arenas movedizas de mi cerebro medicamentoso. A veces, me doy cuenta de que no estoy fluida en el momento justo en el que soy incapaz de reconocer a alguien o lo confundo con otra persona, o sufro unos instantes de desorientación: digamos que no sé de dónde vengo ni a dónde voy. Entonces, respiro hondo, dejo que pasen esos momentos, apaciguo el latido apurado del corazón y todo vuelve en sí.
Me quedé allí, perdida, mirando el recibo de la multa un rato hasta que se hizo la luz y vislumbré el modo de resolver la situación. Me senté en un sillón como esperando el turno de ser atendida y me puse a manipular la ‘app’ en el teléfono móvil. ¡Conseguido! (No se puede decir que no se resuelvan problemas en el banco).
El empleado que había en la caja me miró con extrañeza. Para él seguramente yo había entrado allí, había pedido cita a través de esa estúpida pantalla a la que le tienes que escribir contándole quién eres, qué quieres y por quién quieres ser atendido; me había sentado a mirar el teléfono y me había largado dejándolo colgado. ¡Qué manera de venir a perder el tiempo en su oficina!
Pero la realidad es que he ido a un lugar donde disponen de mis dos duros a su antojo y me cobran por permitirles hacer uso de ellos, a que me solventaran un problema que no podían resolver porque no estaba dentro del horario de sus competencias. Y da igual que haya tres o cuatro empleados y dos clientes porque ya no es hora de andar pagando multas, vuelva usted mañana. Pero más sangrante es la situación en que mi madre fue a la caja de su banco a que le dieran dinero para hacer la compra y le dijeron que solo se podía sacar dinero con tarjeta en el cajero. Ella, apocadamente, les explicó que no sabía usar su tarjeta porque eran sus hijas las que la acompañan en esa operación que a ella se le hacía enormemente complicada. A lo que la persona que la atendió le dijo: “Pues vuelva usted con sus hijas”.