Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 12 de Febrero de 2022

Ínfima memoria

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El dicho todo tiempo pasado fue mejor, como buen refrán, responde más a la descripción que al axioma. Tiene, no hay duda, un fuerte componente de veracidad vinculado a la edad. Los que, como yo, frisamos en la vejez, la cita golpea con exactitud el frágil mentón de la melancolía, porque ese tiempo pretérito se aposenta en la juventud, etapa de vida plena de ilusiones y proyectos, un itinerario largo y rebosante de guiños al porvenir. Nada más lógico que, cuando toca su declinación en remoto, un presente apellidado en el corto futuro apenas le pueda resistir dos asaltos ante el empuje de las añoranzas. Innegable que los recuerdos son materia dúctil y maleable con la que fabricar sueños o borrar pesadillas.

 

Sin embargo, entiendo que la nostalgia no es homología de pesadumbre o pesimismo. Las modas actuales casan mal con valores de pasado. Probablemente, porque hoy el gran canal de comunicación universal, las redes sociales, son de manipulación exclusiva, no solo de jóvenes, sino de adolescentes, necesitados ambos de los hervores a fuego lento de la experiencia. La bisoñez es atrevida, descarada, ambiciosa, inteligente también, pero es alumna de la escuela de la existencia, no profesora. Queda lejos todavía del doctorado a obtener en la universidad de la vida que es el paso de los años. Esta sociedad moderna, como en otras épocas fueron otros sucesos, encumbra juventudes y abate veteranías con la complicidad de su rotunda superioridad en las capacitaciones para determinadas tecnologías, la robustez del conocimiento de lenguas, así como un afán viajero y cosmopolita que expande las mentes.

 

Cambian los mecanismos, pero no el mensaje que, creo, es idéntico desde la noche de los tiempos. No me entendí con mi padre por indisciplina hacia postulados ideológicos sin fisuras. Mi padre no se avendría a los designios del abuelo, quién sabe la razón, pero la habría, Y así ha sido y así será relevo generacional tras relevo generacional. Imposible escaparnos a la primera fase de sana desobediencia en la juventud, ni  a la segunda, de cascarrabias, en la que damos por cerrada la carpeta de los aprendizajes y nos instalamos en verdades irrefutables que, no siempre, aunque sí frecuente, son mezcla de sabiduría de viejo y astucia de diablo.

 

No puedo ser objetivo. Tampoco lo pretendo. Me pesa como una losa mi pasado. Idealizado sin rendijas por las que entre el soplo de lo pragmático. Sí, soy un melancólico incorregible, si bien afronto el presente y futuro con inmensas ganas de seguir bebiendo de las fuentes del saber. Oigo el toque de retirada. De la vanguardia a la retaguardia, pero queda claro que sin voluntad de capitulación. Hay que dejar paso a los jóvenes, por recurrir al tópico, sin que eso sirva, de ninguna manera, para enterrarme vivo.

 

Pero percibo que la transición que me toca deambula por vericuetos que no concitan optimismo. Mi pasado vivió la grandeza de una sociedad unida contra un tirano. Mi presente se traga el sapo todos los días de padecer unos dirigentes, (auto)calificados de demócratas que desprecian, con manifiesta sordera, al cuerpo social que los elige. Mi pasado se alborozó en la reconciliación de antagonismos atávicos y en la conquista de libertades que este país nunca conoció. Mi presente teme por el renacer de los absolutismos y el retorno a los palenques de las peleas de gallos. Mi pasado celebró la dignidad de palabras como respeto, celebridad, diálogo, empatía…Mi presente las tergiversa en el hediondo espectáculo de determinados programas de televisión, cuando no en la crónica diaria de lo que debe ser el ágora de la voluntad popular, ni más ni menos, que el Parlamento, sede del poder clave en cualquier país que presuma de libertades: el Legislativo. Mi pasado se formó en una erudición, quizás un tanto esnob y con rasgos indisimulados de militancia, pero selecta, formativa, capaz de poner en movimiento las neuronas. Mi presente patrocina la contracultura de la alienación, del rebaño, de la masa amorfa. Mi pasado hizo del humor y de la sátira un  ejercicio de inteligencia y una forma de vida, porque había que esquivar el latigazo de la censura escrita en letra grande y la tristeza de un régimen que hizo de las cárceles escarmiento sistemático contra desafectos. Mi presente es el gesto en continua adustez promocionado por la nueva inquisición del vocabulario.

 

Palabras escritas con plena conciencia de lo efímero. En un par de décadas, tres, todo lo más, un adolescente o un joven de hoy, empezarán a reescribir estas ínfimas memorias, con la inevitable comparativa de su pasado y su presente. Y así seguirá por los siglos de los siglos. Nada tendrá que ver su conjugación con la de de mis coetáneos, o sí, lo cual no sé que es peor. Todos queremos dejar a nuestros hijos y descendientes la plataforma desde la que lanzar utopías hechas realidad de nuevos tiempos, siempre mejores.

 

¿Y el futuro? Mejor dejar dormir en paz los arcanos.   

                                                                                                                       

 

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