Las mariposas del instante
Carlos Iglesias Díez, EL PESO DEL SILENCIO (Poemas reunidos, 2004-2019) Gijón, BajAmar Editores, 2021, 122 pp.
![[Img #57225]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2022/9215_captura-de-pantalla.jpg)
Carlos Iglesias Díez (Oviedo, 1983) reúne en El peso del silencio su obra poética hasta la fecha, compuesta por El niño de arena (2012) y Pájaro herido (2018), con el que obtuvo el Premio de la Crítica de Asturias 2019. A ellos se añaden tres composiciones recientes aún inéditas en libro. El volumen va precedido de un interesante prólogo (pp. 7-11) en el que el autor da cuenta de las lecturas que despertaron su vocación poética y de las que marcaron su evolución posterior, explica su concepto de la poesía, cercana a la “estética del silencio” (p. 11), y ofrece, de manera breve y precisa, algunas de las claves temáticas y formales de los poemarios aquí reunidos. No puede dejar de destacarse, entre otros detalles, su reivindicación (p. 11) de los poetas garcilasistas (García Nieto) y arraigados (Panero, Rosales, y Vivanco) de la generación del 36, buena muestra de una visión poética que no quiere limitarse solo a los nombres más afines a su propia línea.
Su primera entrega, El niño de arena, consta de cuarenta y seis poemas escritos entre 2004-2011, que se ordenan en tres secciones. La primera, ‘Los restos de la noche’, integrada por catorce textos, toma su título de un verso del tercer poema, ‘Luna llena’: “Y con los restos de la noche / me afilo, / una vez más, / las garras” (p. 21). Un verso del segundo, ‘Un oasis’, por su parte, da título a todo el volumen: “El peso del silencio / cabe en un copo de nieve” (p. 20). La infancia, el paso del tiempo, el amor o los recuerdos son los motivos centrales de esta primera sección. Asimismo, se aprecia cierto simbolismo en la presencia recurrente de imágenes como la de la luna, significativamente primer sustantivo del libro: “La luna sembró su duda sobre los cristales” (p. 19). No faltan tampoco homenajes culturales implícitos —‘Sueño del alba’ (p. 25), guiño a Julio Llamazares— o explícitos, como en ‘Nacho Vega’, donde el recuerdo nostálgico de una canción sirve para recrear el tempus fugit: “sumergido en la mirada de la chica de ayer, intentas atrapar el tiempo / que se escapa” (p. 31).
La segunda sección, ‘Briznas’, consta de veinte breves composiciones en las que cobra más relevancia el sentimiento amoroso. En el primer verso de ‘Chocolate’ (p. 38) se puede encontrar una buena definición —“dulce amargor”—, con reminiscencias Safo, de su ambivalencia. Porque —según rezan algunos títulos— el amor es también herida, soledad, vacío. Y su recuerdo un motivo más de desolación: “estalactitas de la memoria; / el amor —Ícaro— de alas rotas” (p.55). Por ello se trata de capturar el instante: “cuando la luna / despliega sus alas / en tus párpados capturo mariposas” (p.46). Por otra parte, encontramos nuevamente composiciones de resonancias culturales más o menos explícitas como ‘Leonard Cohen’ (p. 44) o ‘Lolita’ (p. 45). Por su factura un tanto distinta hay que destacar ‘Final’ (p. 56), que juega con el paralelismo y anáfora para resaltar los versos finales, al modo de un epigrama.
La última parte, ‘Puntos suspensivos’, incluye doce poemas en los que sigue predominando el asunto amoroso, casi siempre desde una perspectiva más bien desolada, pues hace más perceptible el paso del tiempo y dolorosos los recuerdos: “pienso en días desaparecidos / que tus labios expulsan como bocanadas de humo (…). Ahora solo soy una sombra que se niega a vender sus recuerdos” (p. 67). La palabra, según sugieren varios rótulos, se convierte entonces en testimonio de este doloroso sentir: “Sin palabras”, “Mensaje de texto”, “Cuando una palabra…”, “Palabras para una ausencia” (pp. 67-69).
La segunda obra, ‘Pájaro herido’ —sintagma cuyo sentido se explica en ‘Dedicatoria’: “y la ternura solo es / ese pájaro herido / que tiembla / entre tus manos” (p. 79) — incluye treinta dos poemas escritos entre 2012 y 2017. Sin embargo, se trata en realidad, en palabras del autor, de “un único poema dividido en fragmentos, que, una vez unidos entre sí, vertebran un discurso amoroso y erótico” (p. 9). Este discurso amoroso adopta diversos tonos, unas veces más jovial —“Mi dedo recorre / tu espalda desnuda. / La luna se ruboriza” (p. 94 )— y a otras más grave, como cuando va unido a la conciencia del devenir temporal —“Para ti invento / días sin calendario / donde vuelan las horas / como / calladas sinfonías” (p. 75); “Las horas crecen a la velocidad de las pequeñas llagas” (p. 88)—, línea a la que también apuntan varios epígrafes: ‘Instante’ (p. 88), ‘Hoy’ (p. 92)…
En otras ocasiones, se incorporan variadas referencias cultas, tanto de la mitología clásica —‘Leda’ (p. 100), ‘Dafne’ (p. 106), ‘Diana’ (p. 110)—, como de la literatura contemporánea —‘El sueño del jinete’ (p. 85), guiño intertextual a Muñoz Molina—. Tampoco faltan las referencias internas. Así, los tres versos de ‘Navío’ —“El rumor de tus palabras / se parece al de esos barcos / zarpando hacia el silencio” (p. 105) — reproducen la segunda estrofa de ‘Horizonte’, de El niño de arena, con un mínimo cambio, el del demostrativo ‘esos’ por el artículo ‘los’. Asimismo, continúa presente el universo simbólico del libro anterior, de modo que luna, por ejemplo, sigue siendo una imagen recurrente.
En cuanto a la forma, ya señalaba Carlos Iglesias en el prólogo, su entronque con la tradición oriental (y con diversos autores minimalistas de la tradición hispánica). Y, en efecto, si en El niño de arena predominaba la composición breve, el verso corto y la tendencia a la desnudez expresiva, ahora el despojamiento se hace más acentuado y adopta una estructura próxima al haiku. De hecho, aunque el cómputo silábico no se atiene a la estricta métrica canónica de la estrofa oriental, la mitad de los poemas del libro constan únicamente de tres versos.
Se cierra el volumen con ‘Tres poemas’ (2018-2019), compuesto por ‘Segundo aniversario’, de tono elegiaco, y por el díptico ‘Dos instantes’, de significativo título. Se trata quizás de un mínimo adelanto de un poemario futuro, que continúa la línea temática y formal de los anteriores. No en vano, el último texto, ‘Circe’, con su forma de haiku y su epígrafe mitológico, remite a Pájaro herido. En definitiva, El peso del silencio reúne una obra lírica que, en la línea que proclamó Tablada, aspira a clavar con alfileres en el papel las mariposas del instante.
Carlos Iglesias Díez, EL PESO DEL SILENCIO (Poemas reunidos, 2004-2019) Gijón, BajAmar Editores, 2021, 122 pp.
![[Img #57225]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2022/9215_captura-de-pantalla.jpg)
Carlos Iglesias Díez (Oviedo, 1983) reúne en El peso del silencio su obra poética hasta la fecha, compuesta por El niño de arena (2012) y Pájaro herido (2018), con el que obtuvo el Premio de la Crítica de Asturias 2019. A ellos se añaden tres composiciones recientes aún inéditas en libro. El volumen va precedido de un interesante prólogo (pp. 7-11) en el que el autor da cuenta de las lecturas que despertaron su vocación poética y de las que marcaron su evolución posterior, explica su concepto de la poesía, cercana a la “estética del silencio” (p. 11), y ofrece, de manera breve y precisa, algunas de las claves temáticas y formales de los poemarios aquí reunidos. No puede dejar de destacarse, entre otros detalles, su reivindicación (p. 11) de los poetas garcilasistas (García Nieto) y arraigados (Panero, Rosales, y Vivanco) de la generación del 36, buena muestra de una visión poética que no quiere limitarse solo a los nombres más afines a su propia línea.
Su primera entrega, El niño de arena, consta de cuarenta y seis poemas escritos entre 2004-2011, que se ordenan en tres secciones. La primera, ‘Los restos de la noche’, integrada por catorce textos, toma su título de un verso del tercer poema, ‘Luna llena’: “Y con los restos de la noche / me afilo, / una vez más, / las garras” (p. 21). Un verso del segundo, ‘Un oasis’, por su parte, da título a todo el volumen: “El peso del silencio / cabe en un copo de nieve” (p. 20). La infancia, el paso del tiempo, el amor o los recuerdos son los motivos centrales de esta primera sección. Asimismo, se aprecia cierto simbolismo en la presencia recurrente de imágenes como la de la luna, significativamente primer sustantivo del libro: “La luna sembró su duda sobre los cristales” (p. 19). No faltan tampoco homenajes culturales implícitos —‘Sueño del alba’ (p. 25), guiño a Julio Llamazares— o explícitos, como en ‘Nacho Vega’, donde el recuerdo nostálgico de una canción sirve para recrear el tempus fugit: “sumergido en la mirada de la chica de ayer, intentas atrapar el tiempo / que se escapa” (p. 31).
La segunda sección, ‘Briznas’, consta de veinte breves composiciones en las que cobra más relevancia el sentimiento amoroso. En el primer verso de ‘Chocolate’ (p. 38) se puede encontrar una buena definición —“dulce amargor”—, con reminiscencias Safo, de su ambivalencia. Porque —según rezan algunos títulos— el amor es también herida, soledad, vacío. Y su recuerdo un motivo más de desolación: “estalactitas de la memoria; / el amor —Ícaro— de alas rotas” (p.55). Por ello se trata de capturar el instante: “cuando la luna / despliega sus alas / en tus párpados capturo mariposas” (p.46). Por otra parte, encontramos nuevamente composiciones de resonancias culturales más o menos explícitas como ‘Leonard Cohen’ (p. 44) o ‘Lolita’ (p. 45). Por su factura un tanto distinta hay que destacar ‘Final’ (p. 56), que juega con el paralelismo y anáfora para resaltar los versos finales, al modo de un epigrama.
La última parte, ‘Puntos suspensivos’, incluye doce poemas en los que sigue predominando el asunto amoroso, casi siempre desde una perspectiva más bien desolada, pues hace más perceptible el paso del tiempo y dolorosos los recuerdos: “pienso en días desaparecidos / que tus labios expulsan como bocanadas de humo (…). Ahora solo soy una sombra que se niega a vender sus recuerdos” (p. 67). La palabra, según sugieren varios rótulos, se convierte entonces en testimonio de este doloroso sentir: “Sin palabras”, “Mensaje de texto”, “Cuando una palabra…”, “Palabras para una ausencia” (pp. 67-69).
La segunda obra, ‘Pájaro herido’ —sintagma cuyo sentido se explica en ‘Dedicatoria’: “y la ternura solo es / ese pájaro herido / que tiembla / entre tus manos” (p. 79) — incluye treinta dos poemas escritos entre 2012 y 2017. Sin embargo, se trata en realidad, en palabras del autor, de “un único poema dividido en fragmentos, que, una vez unidos entre sí, vertebran un discurso amoroso y erótico” (p. 9). Este discurso amoroso adopta diversos tonos, unas veces más jovial —“Mi dedo recorre / tu espalda desnuda. / La luna se ruboriza” (p. 94 )— y a otras más grave, como cuando va unido a la conciencia del devenir temporal —“Para ti invento / días sin calendario / donde vuelan las horas / como / calladas sinfonías” (p. 75); “Las horas crecen a la velocidad de las pequeñas llagas” (p. 88)—, línea a la que también apuntan varios epígrafes: ‘Instante’ (p. 88), ‘Hoy’ (p. 92)…
En otras ocasiones, se incorporan variadas referencias cultas, tanto de la mitología clásica —‘Leda’ (p. 100), ‘Dafne’ (p. 106), ‘Diana’ (p. 110)—, como de la literatura contemporánea —‘El sueño del jinete’ (p. 85), guiño intertextual a Muñoz Molina—. Tampoco faltan las referencias internas. Así, los tres versos de ‘Navío’ —“El rumor de tus palabras / se parece al de esos barcos / zarpando hacia el silencio” (p. 105) — reproducen la segunda estrofa de ‘Horizonte’, de El niño de arena, con un mínimo cambio, el del demostrativo ‘esos’ por el artículo ‘los’. Asimismo, continúa presente el universo simbólico del libro anterior, de modo que luna, por ejemplo, sigue siendo una imagen recurrente.
En cuanto a la forma, ya señalaba Carlos Iglesias en el prólogo, su entronque con la tradición oriental (y con diversos autores minimalistas de la tradición hispánica). Y, en efecto, si en El niño de arena predominaba la composición breve, el verso corto y la tendencia a la desnudez expresiva, ahora el despojamiento se hace más acentuado y adopta una estructura próxima al haiku. De hecho, aunque el cómputo silábico no se atiene a la estricta métrica canónica de la estrofa oriental, la mitad de los poemas del libro constan únicamente de tres versos.
Se cierra el volumen con ‘Tres poemas’ (2018-2019), compuesto por ‘Segundo aniversario’, de tono elegiaco, y por el díptico ‘Dos instantes’, de significativo título. Se trata quizás de un mínimo adelanto de un poemario futuro, que continúa la línea temática y formal de los anteriores. No en vano, el último texto, ‘Circe’, con su forma de haiku y su epígrafe mitológico, remite a Pájaro herido. En definitiva, El peso del silencio reúne una obra lírica que, en la línea que proclamó Tablada, aspira a clavar con alfileres en el papel las mariposas del instante.






