Alegría
“No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.”
(Mario Benedetti)
![[Img #57291]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2022/2423_barcelona-segundo-y-tercer-dia-157.jpg)
Hay libros que, por alguna razón, se te meten dentro, descienden hasta el fondo, más allá de las entrañas, y ya no hay manera de sacarlos. De deshacerse de ellos. Y ahí se quedan, tiempo y tiempo, agitándose, retorciéndose, dando manotazos, descomponiéndolo todo, sin dejar ninguna cosa en su sitio. En fin, haciendo estragos en tu ser.
Alegría es uno de estos libros. Alegría es triste. Mientras lo leía, me hizo llorar algunas veces. Después de leerlo, aún me hace llorar. Alegría me ha roto algo dentro, y ya no soy el mismo. Tengo a Alegría, esa chavala, dentro de mí, va conmigo. Circula por mis venas. Se ha hecho sangre de mi sangre. Llega a todas las partes de mi cuerpo. La siento en el cabello más minúsculo. En mi aliento.
Alegría vive al pie del abismo, está a punto de despeñarse, y lo sabe. Pero no quiere caer, como han caído otros, su padre, su madre. Esta chavala quiere salvarse, y para salvarse se agarra a la maroma de los estudios y el trabajo. Pero tiene la mala suerte de que se le cruza Mario, otro chaval que se mueve también por el borde del barranco. Mario y Alegría se abrazan, pero Mario puede más, y Alegría, aunque cree que puede salvarse, que puede salvar también a Mario, a Mario, acaba, como este, arrastrada por él, cayendo al vacío, en el infierno. A Alegría todo le sale mal. Es como si estuviera ya condenada de antemano. Como si a algunos la alegría les estuviera vedada, y de nada sirviera empeñarse, seguir luchando, insistir, persistir. Alegría es guapa, y tiene arrojo; tampoco es tonta, aunque a veces no esté muy segura de ello, pero le falta estrella, y sin estrella, de nada, o de poco, sirve todo lo demás. Por eso, pese a su coraje, es una perdedora, una desgraciada. Por eso, amo a Alegría. A las mujeres, a los hombres, que son como ella.
Por eso, desde que leí el libro, me cuesta olvidar a Alegría. Y a cada rato me viene a la cabeza su pundonor, su rabia, sus desengaños. La recuerdo, primero, temblando de miedo, y después, ovillada en el suelo, o recostada sobre la pared, soportando insultos, empujones, golpes. Sufriendo. Recuerdo también sus atisbos de ilusión, que no duran nada, porque enseguida se desvanecen, como el humo, como la niebla. Y otra vez al dolor, a la rabia, al desengaño. A “el mundo es un asco, una mierda”. La recuerdo sola contra el mundo. Sola contra todo.
Cuando terminé de leer el libro, Alegría quedaba sola, atrapada en el fango, medio hundida, desnortada. Con el corazón roto. Triste. Pero me gusta imaginar que pronto su suerte cambiará, que va a tener mejor estrella. Entonces, la veo estudiando de nuevo, trabajando en lo que le gusta, paseando con su amiga Selene, abrazando a su madre, a su hermano, leyéndoles un cuento a sus hijos en la cama antes de dormir. La veo con los ojos cerrados, escuchando. Escuchando palabras dulces que le dice un hombre. Sintiendo las caricias que a la vez le hace este mismo hombre. La veo confiada, serena, en paz, sin miedos. Veo a Alegría alegre. Otra vez soñando.
“No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.”
(Mario Benedetti)
Hay libros que, por alguna razón, se te meten dentro, descienden hasta el fondo, más allá de las entrañas, y ya no hay manera de sacarlos. De deshacerse de ellos. Y ahí se quedan, tiempo y tiempo, agitándose, retorciéndose, dando manotazos, descomponiéndolo todo, sin dejar ninguna cosa en su sitio. En fin, haciendo estragos en tu ser.
Alegría es uno de estos libros. Alegría es triste. Mientras lo leía, me hizo llorar algunas veces. Después de leerlo, aún me hace llorar. Alegría me ha roto algo dentro, y ya no soy el mismo. Tengo a Alegría, esa chavala, dentro de mí, va conmigo. Circula por mis venas. Se ha hecho sangre de mi sangre. Llega a todas las partes de mi cuerpo. La siento en el cabello más minúsculo. En mi aliento.
Alegría vive al pie del abismo, está a punto de despeñarse, y lo sabe. Pero no quiere caer, como han caído otros, su padre, su madre. Esta chavala quiere salvarse, y para salvarse se agarra a la maroma de los estudios y el trabajo. Pero tiene la mala suerte de que se le cruza Mario, otro chaval que se mueve también por el borde del barranco. Mario y Alegría se abrazan, pero Mario puede más, y Alegría, aunque cree que puede salvarse, que puede salvar también a Mario, a Mario, acaba, como este, arrastrada por él, cayendo al vacío, en el infierno. A Alegría todo le sale mal. Es como si estuviera ya condenada de antemano. Como si a algunos la alegría les estuviera vedada, y de nada sirviera empeñarse, seguir luchando, insistir, persistir. Alegría es guapa, y tiene arrojo; tampoco es tonta, aunque a veces no esté muy segura de ello, pero le falta estrella, y sin estrella, de nada, o de poco, sirve todo lo demás. Por eso, pese a su coraje, es una perdedora, una desgraciada. Por eso, amo a Alegría. A las mujeres, a los hombres, que son como ella.
Por eso, desde que leí el libro, me cuesta olvidar a Alegría. Y a cada rato me viene a la cabeza su pundonor, su rabia, sus desengaños. La recuerdo, primero, temblando de miedo, y después, ovillada en el suelo, o recostada sobre la pared, soportando insultos, empujones, golpes. Sufriendo. Recuerdo también sus atisbos de ilusión, que no duran nada, porque enseguida se desvanecen, como el humo, como la niebla. Y otra vez al dolor, a la rabia, al desengaño. A “el mundo es un asco, una mierda”. La recuerdo sola contra el mundo. Sola contra todo.
Cuando terminé de leer el libro, Alegría quedaba sola, atrapada en el fango, medio hundida, desnortada. Con el corazón roto. Triste. Pero me gusta imaginar que pronto su suerte cambiará, que va a tener mejor estrella. Entonces, la veo estudiando de nuevo, trabajando en lo que le gusta, paseando con su amiga Selene, abrazando a su madre, a su hermano, leyéndoles un cuento a sus hijos en la cama antes de dormir. La veo con los ojos cerrados, escuchando. Escuchando palabras dulces que le dice un hombre. Sintiendo las caricias que a la vez le hace este mismo hombre. La veo confiada, serena, en paz, sin miedos. Veo a Alegría alegre. Otra vez soñando.