Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 26 de Febrero de 2022

El embrujo de Madrid

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Por mucho que intentemos descentralizar, una fuerza centrípeta invisible atrae lo mejor y lo peor de la historia, lo mejor y lo peor de la política, a ese epicentro geográfico con propiedades de poderoso imán que es Madrid. Todo lo que queda fuera de sus lindes de foro, en esta España es, o parece, periferia. Quizá por eso, nuestro Estado, llamado de las autonomías e incubado en la Constitución, no termina de redondear su modelo. Es cierto que hay varias Españas, pero Madrid, Madrid solo es uno, y parece envolver toda la piel de toro bajo su manto de glorias y podredumbres.

 

Madrid es lo mismo la rebeldía de navajas cachicuernas del mayo del ochocientos ocho, que la determinación por la resistencia a las tiranías del trienio treinta y seis-treinta y nueve. Madrid es a ratos el ¡¡vivan las caenas!!, y a otros una marea de manos blancas contra la infamia de los tiros en la nuca. Madrid fue la confluencia de la España amordazada, solo locuaz cuando los contubernios imponían jornadas de afirmación nacional camufladas en baños de masas a gloria del dictador, y fue la explosión de solidaridad de un pueblo sin calificativos en marzo de 2004, cuando la maldición del terrorismo se cobró un récord europeo de matanza ciega y demoníaca. Madrid es el olor a ajo, que olfateó una hortera global con delirios de pija, o de una freiduría de gallinejas y calamares, y, al tiempo, el aroma de una inmortalidad atesorada en sus museos y monumentos.  Madrid es la fuente de Cibeles y la fuente de Neptuno, separadas unos centenares de metros, como alegoría de rivalidades que necesitan de la cercanía, casi del contacto, para retroalimentarse y existir a base de contradicciones.

 

Demasiadas caras y cruces en la misma moneda, como para que esta villa, poblachón, corte o mentidero, quizá todo a la vez, porque ni en su dimensión urbana concita el acuerdo, pueda asumir un modelo de país que tampoco tiene excesivamente claro que es nación, comunidad autónoma, región o provincia. Ese laberinto de emociones es su embrujo desde la analítica de la fascinación o de la repulsión.

 

Es posible, así lo intento, que esta introducción explique porque este territorio es constante producción de tribulaciones en los dos partidos políticos que han capitaneado la democracia: el  PSOE y el PP. En este ahora mismo toca al segundo con ribetes de harakiri colectivo. Pero el primero cargó con la cruz de las disensiones por calles, plazas y avenidas. Y no precisamente en tiempos de vacas flacas. Los socialistas madrileños son china en el zapato desde hace varias décadas, incluida la del control del aparato de partido por una mano de hierro como la de Alfonso Guerra, un Gran Hermano del Estado y un bisoño por los aledaños del Manzanares.

 

Los del PP madrileño no andan sobrados de antecedentes. Nombres como Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón han dejado en testamento desplantes memorables de rivalidad con el tufo de egos inconmensurables de detentación de poder, que dejarían en modestia de cartujo las ostentaciones napoleónicas. Aparte de un rastro todavía fresco de corruptelas.

 

Madrid es, para los aprendices de brujo que han demostrado ser los actuales líderes de este partido en ciudad, comunidad y país, la llave que abre las puertas de la gobernabilidad nacional con la sola pronunciación de su nombre. Se han instalado en la visión de un espejismo. Un triunfo electoral hace unos meses en unas elecciones autonómicas adelantadas, se identificó como el ábrete sésamo de la cueva española. Al socaire de ese precedente se ha necesitado el embarazo de nueve meses para parir en Castilla y León unos resultados de victoria sin posible renta. Han quedado por debajo de las expectativas, y gobernar ahí, será hipotecando la vitola de una derecha moderada embridada por otra extrema y populista. Una marca de Caín con todas las secuelas de presente y futuro. Mucha alforja para tan corto viaje; al fin y al cabo no han hecho más que vencer donde estaban instalados. No han conquistado nada. Conquista si es un valor al alza. ¿Les suena Andalucía y cómo fue posible? Desde luego lo fue con todo lo contrario a la estrategia de tierra quemada que adoptan ahora como revelación divina algunos de sus cachorros.

 

Bases del PP ha creído a pies juntillas que, con solo el nombre de una lideresa y un territorio, iba a ser coser y cantar. Madrid, le guste o no, a la presidenta de la autonomía, en permanente estado de  victimismo, es todavía un nombre que despierta sospechas en muchos puntos de España, País Vasco y Cataluña, aparte. Es la influencia, en lo bueno y en lo malo, que tiene Madrid por el peso de una capitalidad, centrípeta, y no centrífuga, demasiadas veces. Díaz Ayuso, castiza al modo de su admirada Esperanza Aguirre, es patrimonio de uso doméstico, pero el tipismo de las manolas es un costumbrismo local sin atisbo de cosmopolitismo.

 

Sí, Pablo Casado es fruta podrida a caer no pronto, ya, del laberíntico ramaje del árbol de la política. Pero si el PP quiere crecer y salir de ésta no puede encumbrar a Díaz Ayuso como triunfadora de una guerra fratricida. No solo en Madrid, en toda España, la historia ha enseñado a dónde llevan los caudillos victoriosos y aniquiladores.                                                                                                           

 

       

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