Aidan Mcnamara
Sábado, 26 de Febrero de 2022

La guerra y los bebés

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2001-2022 y luego la mili

 

Niños colgados de tanques,

atrapados en la nieve fangosa

y la ansiedad,

una estampa tan primitiva como un crucifijo,

tan atávica como la crueldad.

Mira las uñas de tu recién nacido,

tan perfectas y limpias

como las lágrimas de una paloma

bajo los escombros de aquellas torres

o cualquier lápida anónima,

como las miles del Somme.

 

Vladolfo Hitlerín

 

Es viernes (ayer) y estoy sentado delante del ordenador. Mi pareja y la madre de nuestro hijo está triste. Hemos quedado con nuestra amiga rusa (afincada en Francia) para la Semana Santa en Madrid. Nos quiere presentar a su hijo. España, hoy, es un lugar donde, cuando abres la puerta de una casa de comidas, el personal saluda a los pequeños. Yo también estoy triste: ¿qué virus es más potente que el odio?

 

Lo primero que me viene a la cabeza (el corazón ha llegado antes, pero pasa de las palabras) es el recuerdo del mes de setiembre de 2001. Un niño de cinco meses está sentado conmigo delante de la CNN. No se entera de nada, naturalmente [sic]. Luego, en el año 2003 (marzo), estoy sentado delante de la tele otra vez. Admiro a los taxistas que ayudan en medio del caos del atentado. Me siento vago aquí, en este párrafo: si tuviera que dar más detalles sobre estos acontecimientos, acabaría con un sabor de desprecio hacia mis lectores. No estoy aquí para copiar y pegar la historia de nuestros tiempos. Gracias por su paciencia.

 

Primo Levi dijo: lo peligroso es entender. Se refería al Holocausto.

 

Se pueden entender muchas cosas, hasta el Partido Popular o incluso los Gal. Levi nos enseña que entender no es aceptar emocionalmente. Me estoy explicando mal. Y casi orgulloso de ello. Podría escribir sobre los libros de Antony Beevor o los de Martin Gilbert en referencia a La Segunda Guerra Mundial. (Y específicamente, en el caso del primer autor, sobre la caída de Berlín y las bajas soviéticas). Podría citar versos de los poetas muertos caídos en las trincheras de La Primera. Podría volver a leer la autobiografía de Robert Graves, en la que nos describe al dedillo las distintas bebidas alcohólicas administradas a los soldados rasos y a los oficiales antes de salir de sus pozos a atacar al enemigo.

 

La gran asignatura pendiente de la humanidad es la violencia. La segunda es distinguir entre el uso metafórico de tal término (el fracking contra el planeta, por ejemplo) y las lágrimas tardías de los padres que nos dirán: bueno, por lo menos es un curro.

 

Un relato para dejar al lector con un atisbo de esperanza.

 

Ahora sí me explico con más claridad: mi padre me hablaba de los puestos de trabajo que iban a crearse con la instalación de una central nuclear en Irlanda. El pueblo dijo no al gobierno. El pueblo no habló tan sólo de Hiroshima, sino también de los desechos radioactivos. Además, había habido accidentes en tales centrales a lo largo de décadas, pero con poca publicidad -la democracia es un proceso muy recién nacido en términos históricos- y, cuando ocurrió lo de Chernóbil (1986), ocho años después de las protestas en las que participé con 14 años, mi padre me dijo: ahora te entiendo, hijo mío.

 

Pero no fue así. Acabo de narrar la versión de Hollywood/Netflix.

 

Lo que de verdad pasó fue que, a los treinta años de la ineptitud/desastre, me dijo (más que preguntar): ¿tú sabes que España tiene un sistema público de salud fenomenal? (Cosa de viejos con mucho tiempo libre ¡y hacen bien!)  Sí, papá. Vivo aquí. Es que hay muchos tipos de inversión y algunos también crean miles de puestos de trabajo. Mi padre soltó una carcajada y desde entonces nos entendemos.

 

(Voz en off) Todavía no hay centrales nucleares en Irlanda.

 

 

 

 

 

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