Miguel García Bañales (*)
Domingo, 10 de Noviembre de 2013

Esos mitos de la Guerra Civil (III)


Azaña: “España ha dejado de ser católica”

El tema es muy complejo. Al entrar la República, la Iglesia había tomado la visión 'accidentalista' plasmada ya en la encíclica de 1885 de León XIII, es decir respetar cualquier forma de gobierno, aunque el cardenal Segura, Primado de España, se posicionará en contra de la República pocos días después. Por el momento, el Gobierno Republicano y la Iglesia acuerdan mantener el Concordato de 1851 hasta que se apruebe la Constitución. El 13 mayo de 1931 se exiliará (expulsará) el cardenal Segura de España, después de una durísima pastoral del 1 de mayo (Fiesta del Trabajo), se hace eco la prensa el día 7, defendiendo la monarquía y clamando contra la República, y, después también, de la quema de conventos en el país: seguramente se verá causa-efecto entre ambas cosas, pero Azaña lo achacará más a la puesta en libertad del general Berenguer, ya vimos en un artículo anterior que era lo que se clamaba antes de que sucedieran estos hechos, aunque la coincidencia en el tiempo de la expulsión de Segura y de la nueva detención de Berenguer parece indicar que pesaron mucho ambas cosas. En junio el cardenal volverá, pero como parece, presuntamente, implicado en la orden de venta de bienes eclesiásticos y  la probable evasión, al extranjero, del dinero de la venta de los mismos: será detenido y expulsado otra vez. Segura le echará la culpa de su situación al nuncio y a la parte de la Iglesia que seguía esa postura 'accidentalista', y que  esta defendía con su periódico El Debate.

Si bien en épocas anteriores (ya viene de muy lejos el anticlericalismo) la agresividad contra la Iglesia se manifestaba por estar considerada como patrono por las propiedades que tenía, y por su función de  represor social: estas consideraciones debían de haber desaparecido con la Desamortización y la disolución de la Inquisición en el siglo XIX. Parece que, en época republicana, ese 'odio' proviene más de la proximidad de la Iglesia con el poder, del discurso de la resignación ante la injusticia social y del excesivo control social de la Iglesia, en particular los párrocos en las parroquias: el “odio” de la Iglesia hacia el socialismo, también, será evidente. La frase que más cala será: “el pueblo no abandonó a la Iglesia, si no que la Iglesia abandonó al pueblo”. 

La nueva situación de los párrocos es muy compleja. Al párroco, normalmente, aislado, poderoso en el control religioso, social e incluso psicológico, le costará adaptarse a la nueva situación. Los ritos parecen de una estructura 'cuasi miltar' en el cual desde el poderoso hasta el más débil obedece en el cumplimiento de sentarse, de pie, de rodillas…: parece una instrucción disciplinante militar. La nueva situación, la libertad religiosa, el hecho de apartarse el pueblo en el plano del cumplimiento religioso, necesitaba una evolución, quizás, más lenta de lo que se pidió, pero, también, hay que reconocer que la nueva situación laica del Estado y la modernización de la sociedad demandaba otras cosas. La relación de los párrocos con las nuevas  autoridades civiles, con el nuevo comportamiento de parte del pueblo y otras causas les llevará a unas situaciones, en algún caso, muy difíciles, y en algún caso, también,  muy injustas: no es de extrañar que algunos fueran armados, aunque no parece muy acorde a su condición. Algunos extremistas les cantarán: “Si  los curas y frailes (monjas) supieran, la paliza que les vamos a dar, subirían al púlpito gritando: ¡libertad! ¡libertad! ¡libertad!”. Este canto tendrá mucho de retórica, pero la Iglesia se lo tomará como una amenaza.

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En el caso de los sucesos de la quema de conventos, en particular los de mayo de 1931, parece más una actitud espontánea en Madrid, pero no así en el resto de España. El espíritu  de la frase, que adjudican a Azaña (parece ser que fue otro ministro), de esas fechas, que decía “todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”, que en cierto modo indicaba una nueva política de orden publico de respeto hacia la persona, para evitar lo que ya vimos en el artículo anterior, es decir la durísima intervención habitual de entonces de la Guardia Civil, provocará que se difunda falsamente la intencionalidad de Azaña y del Gobierno en el consentimiento de los incendios. Esto lo rematarán con esa dudosa (falsa) frase achacada, por Arrarás ya finalizada la guerra, al general Gobernador Militar de Málaga durante los sucesos de mayo de 1931, de: “hoy han empezado la quema de iglesias, mañana continuará”. En Málaga se ve claramente como esa línea 'blanda' llevará al desastre, a pesar de la buena, pero desafortunada y reprochable, intención del Gobernador Militar, ya que se  quemará el palacio episcopal, además de 18 edificios religiosos, incluyendo los de varias cofradías, y se saquearán otros 41 edificios: su actuación plenamente desacertada debió de ser acorde con la filosofía del Gobierno pues, aunque le relevarán del mando en Málaga, seguirá en el mando de otra Brigada y más tarde será ascendido a general de División. Lo novedoso de estos sucesos es haber arremetido contra las cofradías y se atribuirá a su compromiso monárquico, a la ostentación lujosa de sus bienes, a las subvenciones que recibían en perjuicio de otras obras sociales y a  su vinculación con el Ejército: quemarán el Cristo de la Buena Muerte de Mena (una espléndida obra de arte) tan vinculado a La Legión, aún hoy. Los sucesos, como en Madrid, se imputarán a algún extremista de derechas y, fundamentalmente, a comunistas y anarquistas: los socialistas aquí también ayudarán a oponerse y, también, a apagar los incendios. Los dirigentes comunistas detenidos serán absueltos e incluso alguno se demostrará que participó en parar los graves sucesos: a posteriori, de esas fechas, el Partido Comunista se legalizará y abandonará la clandestinidad en la que se encontraba ya desde la Dictadura de Primo y por la que era muy perseguido: se presentará a las elecciones y no obtendrá ningún escaño. Los sucesos de Málaga y los de Madrid serán distintos en cuanto a gravedad y señala la gran diferencia de conflictividad entre el Sur y el Norte, reflejada por la  diferente situación de bienestar, ya que la miseria y el hambre eran excesivas en el Sur: esto se verá en todo el tiempo republicano, también lo veremos en la diferencia entre el anarquismo andaluz y el catalán, principalmente comenzada la Guerra.

Esta nueva y deseable, pero desacertada y reprochable en el momento, política de orden público no cubrirá las actuaciones que se demandaban inmediata y contundentemente: la falta de un control especial será esencial para que sucedan estos hechos en el resto del país. En Cartagena, en los días posteriores a la Sublevación del 36, no ocurrirá ningún suceso de este tipo por el control que impone el general Martínez Cabrera, en el resto de España se produjeron violenta e inmediatamente, y sólo, cuando le llaman a Valencia y se ausenta, se producirán. Lo que es indudable, también, es que con la cantidad de edificios religiosos, que había en el país, y en muchos casos su aislamiento hacía imposible controlarlos todos.

Desde el punto de vista revolucionario el planteamiento de la quema de edificios religiosos es muy acertado, puesto que estos sucesos no se identifican en  el concepto puramente religioso si no más bien en lo que se llama 'religiosidad popular',  es decir en conceptos que el pueblo considera como suyos: la agitación se consigue, fundamentalmente, en la burguesía que es la más comprometida con la Iglesia. Un ejemplo de religiosidad popular es que a principios del siglo XX los anarquistas imponen a los suyos que no asistan a las procesiones, lo cual no consiguieron. El desconocimiento histórico era grande, ya que durante muchos siglos tanto el Rey como los obispos intentaron controlar e imponerse a las cofradías procesionales, y en algún caso les costó mucho trabajo, incluso en otros no pudieron, imponerse a ellas.

En Astorga

Estos desastres de las quemas de iglesias y conventos tendrán sus fechas más importantes en mayo de 1931, en octubre del 34, en mayo del 36 y a partir de julio de 1936. En todo el tránsito del tiempo republicano, entre estas fechas, será un goteo casi continuo de sucesos aislados y en lugares distintos. La bibliografía, en general, achacará los sucesos de 1931 a la izquierda, los del 34 a la izquierda tradicional y los del 36 a anarquistas y represaliados del año 1934: esta es una visión muy generalista y creo que no está  ni estadística ni minuciosamente estudiada, ya que también interviene la derecha. Los motivos se achacarán a actos revolucionarios, robos, venganzas por el comportamiento de algún sacerdote en lo particular y en lo político u otras causas, pero el principal será la agitación por los dos lados, por la extrema derecha y por la extrema izquierda. En la zona de Astorga las referencias son pocas: la de un monárquico que intenta quemar una iglesia en 1932, los atentados contra varios edificios en mayo del 36, que también parece provocados, presuntamente, por la extrema derecha, y el intento de quemar una iglesia el 20 de julio de 1936, a donde acudirá algún socialista para intentar apagarla.

Aprobada la Constitución, diciembre de 1931, las cosas se aceleran al prever la imposición de un estado laico. La pérdida de ese poder religioso y el sometimiento al poder civil, al cual se deben resignar,  que irá desde la pérdida del control de los cementerios a la pérdida del control autónomo de las manifestaciones públicas religiosas (tienen que pedir permiso para las procesiones),  y, además, la boda, el bautizo y el entierro civil, el divorcio, los comportamientos excesivos de algunas autoridades civiles, incrementarán la tensión. Entre otras cosas esto conlleva que algún párroco presente alguna, más bien mucha, agresividad en sus comportamientos y en sus manifestaciones, en especial en las homilías, también añorarán la monarquía. En 1932, aquí en Astorga, ya aparecen párrocos armados y muy politizados, homilías pidiendo la Guerra Civil, el grito de Cristo Rey, y, también, la añoranza monárquica.

La aprobación de la Ley de Congregaciones, en junio de 1933, lleva a una 'guerra' en cierto modo legítima entre el Estado y la Iglesia. Digo legítima ya que el Estado cambia completamente su relación con la Iglesia  y esta queda muy perjudicada, aunque hay que reconocer que en el Concordato se le había dado arbitrariamente unos privilegios exagerados. Digo, también, legítima, siempre que se plantee dentro del marco parlamentario y con ausencia absoluta de la violencia, ya que a la Iglesia se  le prohíbe la manifestación política, lo cual no cumple. La derecha, tanto la tradicional como la republicana, llevará como programa la reforma de la Constitución y de la legislación que afecte, tanto en lo social como en lo religioso, en las elecciones de 1933: al ganar las elecciones, intentarán y conseguirán paralizarlo todo, pero no cambiarán la Constitución.

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Los puntos que más le afectan a la Iglesia de la ley serán: la pérdida de la propiedad de lo inmuebles, en alguno no el uso, la prohibición de la enseñanza, la pérdida  del subsidio que paga el Estado a cada religioso y la libertad religiosa, además del sometimiento al poder civil, como he dicho antes. Ante esto la Iglesia sacará su “artillería”, es decir, los Sindicatos Católicos, los Tradicionalistas, la Acción Católica y la Prensa Católica. Dicha prensa en Astorga será: El Pensamiento Astorgano, con censura eclesiástica, y La Luz, periódico tradicionalista. A ambos les llama El Combate, periódico de izquierdas y más tarde socialista, El Pasatiempo y El Candil, respectivamente. Tanto Acción Católica como los Tradicionalistas se mostrarán muy activos. A los primeros en Astorga El Combate les llamará “fascistas católicos” (alguno se definirá primero católico y después fascista, es decir católico fascista) y habrá conflictos cuando ostentaban las insignias, pues dirán que los extremistas les insultaban y les molestaban. Los últimos, los requetés, en algún caso, tendrán un comportamiento muy agresivo y serán instruidos por un militar retirado: a nivel nacional veremos a estos últimos haciendo atentados en el país, en especial el trascendente del teniente Castillo el 12 de julio de 1936. 

La futura pérdida del subsidio (sueldo) ocasionaría en el futuro grandes problemas económicos a los párrocos, pues tendrían que ganarse los recursos. El probable incremento de los entierros, bautizos y bodas civiles hacen que las previsiones a la baja sean evidentes. Alguno propondrá una especie de 'iguala' (pago mensual o anual), pero la miseria hará que alguno de los fieles no pague o regatee el servicio: se darán casos de párrocos que  tendrán disputas y maltratarán algún fiel por no pagar. El dominio social del párroco debía de ir, también,  acorde al cacique de turno, así lo vemos en un pueblo cercano a Astorga en el que el cacique ordena a las mujeres apedrear al cura, que tendrá que marcharse, y más tarde lo intentará con el maestro, pero a éste será con palos. También, debía de ir acorde a la mayoría ideológica o moral del pueblo, en algún caso los expulsarán.

Esta próxima situación económica es la que provoca que el sacerdote Bernardo Blanco, al cual ya conocemos, profesor de Latín en el  Instituto de Astorga y nacido en el barrio de San Andrés, enfoque su vida hacia la enseñanza civil. Al llegar a Astorga, para incorporarse al Instituto, se encontrará por parte de la Iglesia, incluido el obispo, un gran repudio, seguramente, motivado por su nuevo bienestar económico, por su mal entendida 'postura política', que no tenía, y por participar en la enseñanza que a la Iglesia se le pretendía quitar. Bernardo será paseado el 1 de noviembre de 1936, aunque dicen en Villadangos, seguramente en Estébanez de la Calzada, y, probablemente, junto a Eugenio Curiel, director del Instituto, Ángel Jiménez, el hijo del forense y 'futuro' cuñado de Leopoldo, Timoteo Rodríguez, absuelto en la causa del Alcalde Carro (lo detuvieron otra vez por defender la honra del Alcalde Carro Verdejo), José Fuertes, dirigente socialista, y algún otro. El motivo de dicho paseo, de Bernardo, será el haber venido para realizar los exámenes de septiembre, estaba fuera de vacaciones, y su intención de quedarse para el curso siguiente: no quisiera pecar de tremendista, pero es alucinante. 

En el país habrá curas obreros, pero pocos, y serán muy perseguidos al empezar la Guerra, junto a los que había dejado el ministerio y se habían politizado o se habían casado. También, a los que quedaron en el lado republicano y 'colaboraban', así pasó aquí en León con el sacerdote Teodoro Santos Vicente, párroco en El Valle (Vegacervera); su única 'culpa' fue actuar de gestor de suministros, con los cuales facilitó la vida de muchas personas tanto de izquierdas como de derechas: a estas especialmente. De estas últimas y en un escrito firmado por más de 100 vecinos se acreditará lo buena persona que era y lo bien que se había portado durante la Guerra. También se le achacará que vestía de paisano (¿cómo iba a ir con sotana en zona republicana?), pero no se le tuvo en consideración que siguió diciendo misa en la iglesia parroquial varios días después de iniciada la Sublevación y que más tarde siguió diciéndola de manera clandestina en una casa particular. Lo condenaron a pena de muerte por “daños en abstracto al Movimiento Nacional” (como a Balbina de Paz, ver 'Una rosa en San Andrés') a pesar que de los cinco vocales del Consejo de Guerra dos se opusieron, y  tampoco tendrán en cuenta la manifestación escrita de muchísimos de sus parroquianos de derechas  glorificándolo: será ejecutado el 2 de enero de 1938 en León.

Junto a la aprobación de la Ley de Congregaciones vendrá el discurso de Azaña, del que saldrá la frase: “España ha dejado de ser católica”. La derecha católica y la Iglesia desvirtuarán el mensaje llevándolo al tema de la persecución religiosa, cuando simplemente dice que España, oficialmente, deja de ser católica. Durante la época liberal, primera mitad del siglo XIX, entre la Desamortización,  la Exclaustración de monjas y frailes y el poco sentimiento religioso que emanaba del pueblo la Iglesia bajará su influencia a unos límites muy preocupantes para ella. Será partir del Concordato de Iglesia-Estado de 1851 cuando empieza a recuperarse. En dicho concordato se dirá que España es oficial y exclusivamente católica sin excepción, y se le dará a la Iglesia  la enseñanza y los subsidios, aunque esto último ya estaba previsto en la Ley de Desamortización como compensación. Hasta los años 30 del siglo XX los números de religiosos pasarán: monjas de 20.000 a 60.000, frailes de 2.000 a 20.000 y el clero secular (los que no son de los anteriores) de 48.000 a 24.000.  La mayoría del incremento será de componentes de lo que llamaría Isabel II: 'las misiones'. El objetivo será recatolizar el país, el medio fundamental la educación.

El gran problema, que plantea la Iglesia de aquel momento, es que su espíritu plenamente “integrista”, que es muy respetable en lo particular, quiere mantenerlo y extenderlo como imposición social. Su prensa de Astorga clamará por los ataques a la moral: los desnudos de las vedettes, el descaro de las cupletistas, las películas avanzadas, el crucifijo fuera de las escuelas, el divorcio, las bodas civiles y otras cosas. Curiosamente, algún tradicionalista defensor ardiente de la moral tendrá relación con las cupletistas e incluso alguno se pegará por ellas, por lo que algún clérigo les criticará por ello. 

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Si bien todo este 'integrismo' se queda en una aspiración en el tránsito republicano, se mostrará plenamente con la Guerra Civil y después. En la cárcel del cuartel, con motivo de celebrase las fiestas de la Merced de agosto de 1939, vemos en su programa que, durante los días que duran los actos, el rosario y los cantos religiosos son diarios y la misa obligatoria, prácticamente como después de la Guerra sucedía también en los colegios: no faltarán los cantos patrióticos de rigor. También lo encontramos en las depuraciones de los maestros y los profesores de Instituto, en las cuales los informes de los párrocos, del presidente de la Asociación de Padres de Familia o del de Acción Católica, en el sentido del cumplimiento o del sentimiento religioso, será esencial para depurarlos. En los procedimientos judiciales veremos también los informes negativos de lo párrocos sobre los procesados, así como la denuncia de alguno de sus feligreses. En esto influirá, seguramente, el miedo al 'rojo asesino oculto' (que, si los había, ya no estaban: aquí, ni los había, ni los hubo) y al 'fascista violento vigilante' (fue en algún caso una buena disculpa); algún religioso tendrá una actuación  represiva excesiva, muy excesivamente activa y poco acorde con su condición religiosa, es decir el espíritu de 'La Cruzada', que reclamaba “el exterminio del rojo infiel”.

Seguramente, también, pesará mucho la persecución y asesinato de religiosos en los sucesos del 34 y la 'hecatombe' del lado republicano comenzada la Guerra Civil, aunque esto no se debía de tomar como referencia de la República (o sea, por ser republicano, que es lo que hicieron), si no más bien a elementos fanatizados e incontrolados, así como a delincuentes comunes liberados. Pero no todo fue negativo, ya que, también, habrá informes arriesgados y muy positivos e incluso solicitudes de clemencia (estas aquí no, en especial no se hicieron la del sacerdote Bernardo Blanco y la del Alcalde Miguel Carro Verdejo, la de éste la solicitó la familia al obispo, pero en León sí e incluso al obispo de León le costó alguna sanción): a estos informes se les hará poco caso, ya vimos que a los negativos sí. Además, hay que resaltar la actuación sobresaliente de algún párroco, que, enfrentándose, evitará los paseos en su pueblo: estos últimos serán muy reconocidos durante mucho tiempo, aún hoy.

En Astorga la moral la impondrá un concejal tradicionalista, será el que promoverá que se le quite el título al general Martínez Cabrera: este concejal requeté, El Tarambana (el mote lo explica todo), ya lo conocemos, pues fue uno de los líos con las cupletistas. 

La nueva moral ya la he referenciado antes, la censura de los libros, de las películas, de  los espectáculos, de los vestidos y los comportamientos de las mujeres,  y tantas cosas: en fin, lo que conocimos después de la Guerra, el 'integrismo' religioso que invadía todos los ámbitos y que se fue diluyendo poco a poco con los tiempos. Hoy vemos el integrismo islámico con mucho repudio, sobretodo cuando va acompañado de violencia, y que se ve perfecta y cruelmente reflejado cuando la mujer pasa terriblemente de la vestimenta occidental al gurka.
 
No debo olvidarme: ¿no se puede poner una rosa en San Andrés?


(*) A mi primo Javiarelo Losada


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