Mirabilia
![[Img #57472]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2022/8772__dsc2550.jpg)
Se nos dice en el Génesis que Dios hizo el firmamento; y apartó las aguas de abajo de las aguas de arriba. Y llamó al firmamento ‘cielo’, a lo seco ‘tierra’ y a las aguas de abajo ‘mares’. Y atardeció. Aguas oceánicas de abajo y aguas maravillosas también de arriba, que se sostienen en un mar infinito y no acaban de caer.
Un viejo escrito del siglo XIII, sobre las maravillas de Irlanda, nos cuenta que hallándose un día el rey Congalach en la feria de Teltown, vio un barco maravilloso suspendido en el aire. Y entonces pudo distinguir con claridad a uno de los tripulantes de la nave que arrojaba un arpón a un pez de buen tamaño. El arpón vino a clavarse en tierra, y ante el asombro de todos los presentes, el extraño aeronauta descendió hasta el suelo con la intención de recuperar su arma. Pero cuando se encontraba en tierra, fue atrapado por uno de los del lugar. El navegante del espacio, como si se hallara en el fondo del mar, exclamó que se estaba ahogando; ante lo cual el rey, que era muy bueno y sabio, dio orden de liberarlo. Y en ese momento, el tripulante regresó a su nave ‘nadando’ a través del aire.
No se nos dice si acaso dejaría aquel arpón atrás, como indiscutible testimonio del portento. Es probable que sí. Porque de lo maravilloso siempre podemos rescatar alguna prueba.
Para no arrogarme yo esta bonita historia, diré que la refiere Juan Antonio Jiménez Sánchez en una edición reciente de Sobre el granizo y los truenos, uno de los escritos de Agobardo, obispo de Lyon en el siglo IX.
Se nos dice en el Génesis que Dios hizo el firmamento; y apartó las aguas de abajo de las aguas de arriba. Y llamó al firmamento ‘cielo’, a lo seco ‘tierra’ y a las aguas de abajo ‘mares’. Y atardeció. Aguas oceánicas de abajo y aguas maravillosas también de arriba, que se sostienen en un mar infinito y no acaban de caer.
Un viejo escrito del siglo XIII, sobre las maravillas de Irlanda, nos cuenta que hallándose un día el rey Congalach en la feria de Teltown, vio un barco maravilloso suspendido en el aire. Y entonces pudo distinguir con claridad a uno de los tripulantes de la nave que arrojaba un arpón a un pez de buen tamaño. El arpón vino a clavarse en tierra, y ante el asombro de todos los presentes, el extraño aeronauta descendió hasta el suelo con la intención de recuperar su arma. Pero cuando se encontraba en tierra, fue atrapado por uno de los del lugar. El navegante del espacio, como si se hallara en el fondo del mar, exclamó que se estaba ahogando; ante lo cual el rey, que era muy bueno y sabio, dio orden de liberarlo. Y en ese momento, el tripulante regresó a su nave ‘nadando’ a través del aire.
No se nos dice si acaso dejaría aquel arpón atrás, como indiscutible testimonio del portento. Es probable que sí. Porque de lo maravilloso siempre podemos rescatar alguna prueba.
Para no arrogarme yo esta bonita historia, diré que la refiere Juan Antonio Jiménez Sánchez en una edición reciente de Sobre el granizo y los truenos, uno de los escritos de Agobardo, obispo de Lyon en el siglo IX.