Put-in-ada
![[Img #57610]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/03_2022/7482__aidan-dsc2646.jpg)
Imaginad opinar sobre el transcurso de los últimos cinco segundos. Intentadlo otra vez sobre los últimos cinco minutos o incluso las últimas cinco horas. Ya. Saqué al perro. Dejó de llover. Saludé a unos colegas delante de la oficina de correos. Normal, opino. Un día normal. Sin bombas. En España.
Es difícil tener una opinión ascética, no emocional, sobre los últimos dieciséis días. Parpadeas y ahora te están hablando de un dron sobre Zagreb. Haces tus deberes: te informas. Regresas al año 2014 o al siglo XIII. Pareces tonto porque puedes comprender las cosas, pero no te enteras de nada (a no ser que seas la jefa de James Bond).
Sé que el título de la columna de hoy es infantil. Simboliza la frustración cuando no la rabia. Las palabras no captan el miedo, el horror, el vandalismo… y las palabras de consuelo mueren con la muerte. La jerga diplomática y las negociaciones sobre negociaciones escupen sobre los cadáveres abandonados en la nieve. Entiendes que Ucrania existe. Consigues separar al Kremlin del pueblo ruso. Estás cansado. Sabes que hablar del pueblo humano es cosa de hippies. No sirven las consignas guays. El sentido de impotencia te acecha. Por respeto y por ignorancia debes callarte. No eres Keith Gessen, autor de Un PaísTerrible:
https://elpais.com/babelia/2020-11-13/querida-y-terrible-rusia.html).
Justo antes de la pandemia conocí a un joven ucraniano. En un momento, tras una conversación complicada, problemática, entre español e inglés sobre su país y su vida, le dije spasibo en plan simpático, después de aceptar un cigarrillo de una marca desconocida de un paquete con letras cirílicas. Spasybi, me corrigió, en ucraniano. Marcamos nuestras almas con meadas como perros. En el fondo es más fácil que hablar de cereales o importaciones de gas. O las consecuencias de gastar trillones en armamento. Pero lo entiendo, la identidad es tan personal como tribal. El joven sólo quería mostrarme otra ventana.
Mi madre es bilingüe. Mi padre casi. Pero yo crecí en Dublín, una ciudad que hablaba inglés antes de que llegara Cromwell. Antes de esta guerra -invasión- estuve releyendo la obraTraducciones de Brian Friel, un dramaturgo irlandés: https://es.wikipedia.org/wiki/Brian_Friel, que explora la imposición del inglés en aquella isla. Ahora no es el momento de pormenorizar sobre el tema, salvo decir que el irlandés es una lengua goidélica (gaélica) de la familia lingüística celta. El inglés, ya saben, pertenece a las lenguas germánicas. Mis padres, estando en Londres y en París,consiguieron que les invitaran a muchas copas de champán. Se ponían a hablar en irlandés y tarde o temprano se les acercaba alguien:
-Oiga, por favor, con permiso. No quiero incordiar, pero ¿me puede decir de dónde son?
Mi madre, con sonrisa de Wall Street/oligarca, siempre contestaba:
Apuesto una copa. Si lo adivina -le concedo tres oportunidades- le doy un beso.
La anécdota es irrelevante, pero real. Tras la pandemia ha vuelto la realidad, la vieja normalidad atroz. Sólo sé contar que mi opinión no cuenta. A ver qué dice Pollán…
Imaginad opinar sobre el transcurso de los últimos cinco segundos. Intentadlo otra vez sobre los últimos cinco minutos o incluso las últimas cinco horas. Ya. Saqué al perro. Dejó de llover. Saludé a unos colegas delante de la oficina de correos. Normal, opino. Un día normal. Sin bombas. En España.
Es difícil tener una opinión ascética, no emocional, sobre los últimos dieciséis días. Parpadeas y ahora te están hablando de un dron sobre Zagreb. Haces tus deberes: te informas. Regresas al año 2014 o al siglo XIII. Pareces tonto porque puedes comprender las cosas, pero no te enteras de nada (a no ser que seas la jefa de James Bond).
Sé que el título de la columna de hoy es infantil. Simboliza la frustración cuando no la rabia. Las palabras no captan el miedo, el horror, el vandalismo… y las palabras de consuelo mueren con la muerte. La jerga diplomática y las negociaciones sobre negociaciones escupen sobre los cadáveres abandonados en la nieve. Entiendes que Ucrania existe. Consigues separar al Kremlin del pueblo ruso. Estás cansado. Sabes que hablar del pueblo humano es cosa de hippies. No sirven las consignas guays. El sentido de impotencia te acecha. Por respeto y por ignorancia debes callarte. No eres Keith Gessen, autor de Un PaísTerrible:
https://elpais.com/babelia/2020-11-13/querida-y-terrible-rusia.html).
Justo antes de la pandemia conocí a un joven ucraniano. En un momento, tras una conversación complicada, problemática, entre español e inglés sobre su país y su vida, le dije spasibo en plan simpático, después de aceptar un cigarrillo de una marca desconocida de un paquete con letras cirílicas. Spasybi, me corrigió, en ucraniano. Marcamos nuestras almas con meadas como perros. En el fondo es más fácil que hablar de cereales o importaciones de gas. O las consecuencias de gastar trillones en armamento. Pero lo entiendo, la identidad es tan personal como tribal. El joven sólo quería mostrarme otra ventana.
Mi madre es bilingüe. Mi padre casi. Pero yo crecí en Dublín, una ciudad que hablaba inglés antes de que llegara Cromwell. Antes de esta guerra -invasión- estuve releyendo la obraTraducciones de Brian Friel, un dramaturgo irlandés: https://es.wikipedia.org/wiki/Brian_Friel, que explora la imposición del inglés en aquella isla. Ahora no es el momento de pormenorizar sobre el tema, salvo decir que el irlandés es una lengua goidélica (gaélica) de la familia lingüística celta. El inglés, ya saben, pertenece a las lenguas germánicas. Mis padres, estando en Londres y en París,consiguieron que les invitaran a muchas copas de champán. Se ponían a hablar en irlandés y tarde o temprano se les acercaba alguien:
-Oiga, por favor, con permiso. No quiero incordiar, pero ¿me puede decir de dónde son?
Mi madre, con sonrisa de Wall Street/oligarca, siempre contestaba:
Apuesto una copa. Si lo adivina -le concedo tres oportunidades- le doy un beso.
La anécdota es irrelevante, pero real. Tras la pandemia ha vuelto la realidad, la vieja normalidad atroz. Sólo sé contar que mi opinión no cuenta. A ver qué dice Pollán…