Eloy Rubio Carro
Sábado, 09 de Abril de 2022

La tarea de desandar al Paraíso

Rubiel G. Labarta. De regreso a la estación vacía; EOLAS, 2021

 

 

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Cinco partes componen el libro de Rubiel G. Labarta. 'Nombres', 'Números', 'Rostros', 'Años', 'Nada'. Cada parte está formada por una colección de textos breves. Si hubiera que catalogarlo diríamos que se trata de prosa poética autorreflexiva. El primero de los textos de 'Nombres', lleva por título ‘La rueda de la fortuna no se detendrá’. La rueda que vuelve y no realza su rodada, ya que todo regreso es a otro lugar, a otro tiempo, aunque parezcan los mismos. Es lo que tienen las revueltas. El regreso a la casa de la infancia donde "la casa no es lo que nos ha hecho volver, sino el recuerdo de la casa, (...)". Volver para darse cuenta que no se vuelve a ninguna parte y de la imposibilidad del regreso.

 

El tiempo cíclico es una aparente detención, una distancia infinita que no regresa: "descifradas las claves de la vida, uno comprende la distancia entre mañana y nunca".

 

Muchos de los títulos de los textos de esta primera sección se relacionan con el tiempo, "vísperas de casi todo" donde el infinito se presume como muerte, algo propio donde tú no estás, "Contar los días", "Memoria de las cosas". Parece como si la eternidad fuera el complemento a una existencia breve, pero no le debe parecer conveniente en cuanto esa eternidad sea un tiempo de permanencia de los otros, de los sucesivos. En esa sucesión alberga la esperanza de llegar a ser recuerdo, un sucesivo de sí mismo. Ya en el primer texto el recuerdo es el leitmotiv del regreso. Del recuerdo en uno mismo al recuerdo en los sucesivos alberga una esperanza vana que será extinguida. Pues también los recuerdos de los antecedidos han sido incorporados como propios. La justificación de la escritura con la vana esperanza de "no olvidar quién soy". Para permanecer en el futuro y que triunfe la verdad.

 

La nostalgia es otro de los temas de las fugas y recuperación del tiempo. Las evocaciones voluntarias a partir de esos actos día a día repetidos: "lavar los platos, planchar una corbata", para entrar despacio en el ‘no tiempo’. O entrar en esa paralela espiral del tiempo ido, del tiempo futuro con el fin de suavizar la vida. Hay equivocaciones que quedan interrumpidas por no haber indagado más cuando hubiera sido posible. Hablando de su abuelo dice: "(...) Jamás supimos las historias que le quedaron por contar ni a qué lugar lo arrastraba aquella música." 

 

La vida como condición de pasajero, como “un largo viaje y nada sino el amor lo justifica." Por último ’Réquiem por todos nosotros’, parece una reflexión nostálgica, un día de liberación en que nos usurparon esos recuerdos que cifran la felicidad en el recordatorio de un pasado (que fue también feliz como el presente). Como cada una de las partes de este libro, es como un anillo de una espiral que parece retaornar, podríamos dejar el comentario ahí. Sucede que esa vuelta al origen es siempre una vuelta a un origen diferente, aunque muy parecido. Un parecido que provee la rememoración. Se siguen recogiendo los platos, se continúa viendo el mismo paisaje. Puede que solo haya unas pocas coincidencias, pero albergan el recuerdo de lo sido.

 

En ‘Números’, segunda parte, en ese retornar también regresa el retorno primero, el engrama activado en 'Nombres'. Un recordatorio de un recordatorio, también lo que pudo ser y no fue, las posibilidades no efectuadas, las otras vidas posibles, la condena a la repetición de lo mismo en esa diferencia que la hace otra; pero también se cifran las ausencias a modo de 'espejismos'. Descubre la imposibilidad ambicionada de volver a empezar y calzarse los zapatos, pues serían otros los zapatos. Desazón y culpa por aquello que no hizo. Pero también descubre la espiral del tiempo recorrido en retroceso, como Funes, en 'Año sabático': "Todo cuanto fue dándote la vida en su generosidad lo va quitando luego". Descubre que no hay retorno posible, solo saldo de deudas al punto de partida, de desnudarse de lo vivido en aquella(s) vidas por hacer. Parece que esta despiadada deshechura se salvaría mediante la vida en común, sobre todo la de la pareja, pues es un anclaje que considera irreversible, irrepetible: “Despertar convencido de que nuestra historia no podrá ser de otra manera. Una mujer y un hombre que derrotan la forma indescifrable del destino." Como hará en otros lugares, se reitera desde el fin de la vida el deseo de haber sido el otro no sido y todos cuantos pudo ser, que serían infinitos. En esas vidas no vividas, la eternidad: "Yo que deseaba estar en otro sitio, cruzar cualquier frontera, hacia una edad, hacia una geografía invisible. Sueños para los que quizás llegué muy tarde (...)"

 

‘Rostros’ comienza con 'Un breve tratado de la esperanza'. Un nuevo recorrido por otro anillo de la espiral, más abajo, más arriba. Otra vez recuento de ausencias hasta revitalizarlas en sus propios recuerdos, un recuerdo de un recuerdo de un recuerdo. Desesperanza y esperanza sin saber por qué. Tal vez llegaría Godot, se dice. Expresa el deseo del olvido: "Quien poseyera el don de la aridez. Sequía de todo, ausencias que llegarán a ser definitivas."

 

Anticipa ‘La última hora’ como el regreso a un lugar extraño, donde transitan sombras que no distinguen sueños de recuerdos, por si acaso en ‘Las evaporaciones’ dice: "A cierta edad todos somos Ulises y ambicionamos de algún modo volver hacia un punto del pasado." Ese punto al que volvemos es el giro de la espiral en la que pasamos el testigo al otro yo, en una vida que renace: “Miro el momento en que la noche ya no es más la noche. Porque todo es también dudoso y vano. ¿Qué has de llevarte, oh muerte? ¿Qué nos dejas?"

 

Otros asuntos regresan a cada vuelta, la 'nostalgia por aquello que se desvanece'. Fragmentos que resguarda la memoria son señas de identidad. En fin dos rodadas más añadidas a esta vuelta de lo mismo, a esta variante repetitiva. La vida sería siempre la misma, en permanente nostalgia por las posibilidades no vividas, la nostalgia de todas las vidas no vividas, la nostalgia de la inmortalidad.

 

En ‘Años’ vuelve al abordaje de estos temas incidiendo en la conciencia del paso del tiempo, con la recuperación de historias familiares o mejor dicho con la imposibilidad de recuperarlas, pues pese a haberle sido anunciadas nunca fueron transmitidas.

 

En ‘Nada’ retoma ese no saber de los recuerdos irresueltos, inenarrados de los fantasmas familiares, y riza otra vez el tema de la recuperación de la memoria en su lucha contra el tiempo, ejemplificándolo en una confusión proyectiva y simbólica de la infancia que vuelve en un niño al que se le rompe el reloj de arena de sus juegos. Como si la imposibilidad de la vuelta al origen se remediase en el origen que le toma a él. Esa unidad historiada se entrevé duplicada, en cada espiral regresa la extrañeza y la indagación de lo que es igual y es otro, esa necesidad de que fuera lo mismo es el anhelo de la memoria, lo imposible. 'Recuerdo y porvenir', “¿Quién los distingue? Ningún día será como este día”.

 

Aceptación de la muerte y vínculo dichoso tras el rastro de los pasos perdidos desde su padre hasta el primer hombre. La tarea de Ulises de desandar al paraíso.

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