Líderes. ¿Qué líderes?
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El actual escenario político español, con gobierno, oposición y resto de partidos como actores, me ha invitado a una reflexión sobre el liderazgo que en mi opinión no está a la altura de las circunstancias. Pueden coincidir conmigo o no, pero con todos los defectos que pudieran tener, en ocasiones se echan en falta líderes de verdad (el inolvidable e infortunado Suárez, el europeísta y desaprovechado González o el duro y controvertido Aznar). Ahora muchos de los que se hacen llamar líderes, los que compran a algún tipo de prensa para que apoyen su encumbramiento, están en la cabeza política no por sus propios méritos, que alguno no cabe duda que tendrán, pero sí por incompetencias ajenas y designaciones a dedo. Recordemos cómo en plena restructuración del Partido Socialista tras la debacle de 2011 Sánchez se quería autoproclamar líder del Partido y comenzó a recorrer ‘discretamente’ y por su cuenta las agrupaciones socialistas. Desde un concepto erróneo de lo que significa ser líder, consiguió tejer alianzas y que a través de Zapatero, Ximo Puig, Susana Díaz y el defenestrado Tomás Gómez, le auparan a la secretaría general.
“El liderazgo supone una ética de los dirigentes. Cada dirigente debe saber que su capacidad de liderazgo depende de modo muy amplio de las cualidades de su carácter y de su ética”, (OctaveGelinier).
Ser líder es ante todo una cuestión de actitud interior, de talante ético, de manera de vivir. Hace unos días pude escuchar la entrevista que le hacían a un politólogo, en la que venía a decir que “lo decisivo en el perfil de un líder es su mentalidad, su manera de pensar, su modo de ver las cosas, algo que se traduce automáticamente en una manera de ser y de actuar, en un comportamiento y una línea de conducta”. Según él, todo esto que define al hombre o a la mujer líder, lo podemos resumir en pocas palabras: la nobleza, la generosidad, la grandeza de alma o la grandeza de corazón. Por lo tanto resulta absurdo pensar en un auténtico líder que sea un personaje retorcido, confortado por la malicia, el engaño o el odio. La misión de un líder es conducir a los suyos hacia formas de vida mejores, creando condiciones de orden, libertad, prosperidad y armonía.
Por desgracia, hoy nos taca vivir con una serie de personajes que se autodenominan líderes, pero que dan primacía a la apariencia sobre la realidad, que sustituyen la realidad por su realidad, que se dejan llevar por sus quimeras, su soberbia, sus ambiciones y caprichos, su demagogia o despotismo. Son pregoneros con lentes distorsionadoras que pierden el sentido de la realidad, sustituyéndola por lo que ellos han imaginado o deseado. Que tergiversan y deforman los hechos, que no son capaces de verlas cosas con realismo y se alejan de la realidad.
Me decía un amigo psiquiatra, que “la realidad no puede distorsionarse, ni deformase o manipularse impunemente, puesto que toda distorsión de la realidad acaba pagándose muy caro tarde o temprano”.
Es muy difícil para estos líderes de calendario, ver la realidad con imparcialidad ya que normalmente suelen verlo todo desde un excesivo partidismo, con extrema subjetividad, con un aferramiento casi fanático a los propios puntos de vista y a sus propios intereses, algo que puede ser uno de los peores defectos de un líder. A diario estamos viviendo cómo esta promoción de líderes, que parecen haber surgido por generación espontánea, disfrazan y colorean sus preferencias.
Como en toda profesión o en toda actividad, un líder debe saber hacer las cosas con el dominio de la teoría y las técnicas a aplicar. Conducir un país requiere, sobre todo, habilidad y destreza en el oficio, no todo es válido. No se puede meter cualquiera a ser líder sin serlo, no hará otra cosa que dar tumbos, sembrar desconcierto y cosechar escandalosos fracasos.
El actual escenario político español, con gobierno, oposición y resto de partidos como actores, me ha invitado a una reflexión sobre el liderazgo que en mi opinión no está a la altura de las circunstancias. Pueden coincidir conmigo o no, pero con todos los defectos que pudieran tener, en ocasiones se echan en falta líderes de verdad (el inolvidable e infortunado Suárez, el europeísta y desaprovechado González o el duro y controvertido Aznar). Ahora muchos de los que se hacen llamar líderes, los que compran a algún tipo de prensa para que apoyen su encumbramiento, están en la cabeza política no por sus propios méritos, que alguno no cabe duda que tendrán, pero sí por incompetencias ajenas y designaciones a dedo. Recordemos cómo en plena restructuración del Partido Socialista tras la debacle de 2011 Sánchez se quería autoproclamar líder del Partido y comenzó a recorrer ‘discretamente’ y por su cuenta las agrupaciones socialistas. Desde un concepto erróneo de lo que significa ser líder, consiguió tejer alianzas y que a través de Zapatero, Ximo Puig, Susana Díaz y el defenestrado Tomás Gómez, le auparan a la secretaría general.
“El liderazgo supone una ética de los dirigentes. Cada dirigente debe saber que su capacidad de liderazgo depende de modo muy amplio de las cualidades de su carácter y de su ética”, (OctaveGelinier).
Ser líder es ante todo una cuestión de actitud interior, de talante ético, de manera de vivir. Hace unos días pude escuchar la entrevista que le hacían a un politólogo, en la que venía a decir que “lo decisivo en el perfil de un líder es su mentalidad, su manera de pensar, su modo de ver las cosas, algo que se traduce automáticamente en una manera de ser y de actuar, en un comportamiento y una línea de conducta”. Según él, todo esto que define al hombre o a la mujer líder, lo podemos resumir en pocas palabras: la nobleza, la generosidad, la grandeza de alma o la grandeza de corazón. Por lo tanto resulta absurdo pensar en un auténtico líder que sea un personaje retorcido, confortado por la malicia, el engaño o el odio. La misión de un líder es conducir a los suyos hacia formas de vida mejores, creando condiciones de orden, libertad, prosperidad y armonía.
Por desgracia, hoy nos taca vivir con una serie de personajes que se autodenominan líderes, pero que dan primacía a la apariencia sobre la realidad, que sustituyen la realidad por su realidad, que se dejan llevar por sus quimeras, su soberbia, sus ambiciones y caprichos, su demagogia o despotismo. Son pregoneros con lentes distorsionadoras que pierden el sentido de la realidad, sustituyéndola por lo que ellos han imaginado o deseado. Que tergiversan y deforman los hechos, que no son capaces de verlas cosas con realismo y se alejan de la realidad.
Me decía un amigo psiquiatra, que “la realidad no puede distorsionarse, ni deformase o manipularse impunemente, puesto que toda distorsión de la realidad acaba pagándose muy caro tarde o temprano”.
Es muy difícil para estos líderes de calendario, ver la realidad con imparcialidad ya que normalmente suelen verlo todo desde un excesivo partidismo, con extrema subjetividad, con un aferramiento casi fanático a los propios puntos de vista y a sus propios intereses, algo que puede ser uno de los peores defectos de un líder. A diario estamos viviendo cómo esta promoción de líderes, que parecen haber surgido por generación espontánea, disfrazan y colorean sus preferencias.
Como en toda profesión o en toda actividad, un líder debe saber hacer las cosas con el dominio de la teoría y las técnicas a aplicar. Conducir un país requiere, sobre todo, habilidad y destreza en el oficio, no todo es válido. No se puede meter cualquiera a ser líder sin serlo, no hará otra cosa que dar tumbos, sembrar desconcierto y cosechar escandalosos fracasos.