Terminantemente prohibido (I)
Entre los papeles arrinconados en la casa de campo de los Carro Celada, en Albares de la Ribera hemos encontrado una novelita corta, cuyo título provisional, según reza el propio escrito es ‘Terminantemente Prohibido’. La ‘nivola’ cuenta a partir de una pequeña anécdota el discurrir de la vida en el Seminario de Astorga hacia finales de los 40 o principios de los cincuenta. Ese interés testimonial e incluso existencial es lo que nos motiva a publicarla en breves entregas. El escrito aparece firmado con las iniciales : E. S. D.
![[Img #58222]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2022/6482_escanear0003.jpg)
Terminantemente prohibido (título provisional)
-Que viene el pasante.
Ovidio apagó su linterna y se quedó inmóvil
.
En el dormitorio dormíamos cuarenta. Ahora en segundo estábamos en la Siberia. La llamábamos así porque hacía mucho frío en invierno, tanto que se nos helaba el agua en los cántaros.
En el dormitorio se hacía de todo, pero sobre todo leíamos. Muchos tenían su linterna y su libro de matute. Se podía asegurar que a los veinte minutos de apagar la luz habría más de diez linternas encendidas entre las sábanas. Pero está técnica de lectura duró poco. El pasante descubrió el tomate y apuntó con seguridad.
Ovidio enfundado en sus mantas leía, tragaba páginas de 'La caverna de los suspiros'. La cosa estaba interesante. De repente se vio descubierto, con el embozo de las sábanas en los pies y su linterna encendida. Era el pasante.
-Trae ese libro y esa linterna.
Ovidio la entregó sin rechistar.
-¡Qué bonito! Así me explico que llegues todos los días el último a la capilla. Seguro que no es el libro de latín... Levántate rápidamente y ponte de rodillas.
Aquella noche Ovidio se pasó más de dos horas arrodillado, intentando dormir con la cabeza apoyada sobre la cama.
"Este pasante es un cabrón -pensaba-. Seguro que no me manda acostar. Él estará bien dormido, como un tronco".
Ovidio oyó los ronquidos de Ramírez y el sobresalto de Puente. ¡Qué estará soñando Puente! Empezaba a tener miedo de aquel múltiple respirar. Se acordaba de lo que decía don Ramón: "cementerio significa dormitorio". Ovidio se metió en la cama. A la media hora le despertó una violenta sacudida:
-Quien te ha mandado acostarte.
-Es que tenía frío.
-Haz el favor de levantarte otra vez. Y no se te ocurra moverte hasta que yo te lo mande.
Ovidio, lo hizo parsimoniosamente. No se atrevió a decir en voz alta todo lo que estaba pensando.
Debían ser las tres de la mañana cuando el pasante se acercó a Ovidio para ordenarle que se acostará.
A las siete sonó la campana, loca con sus cincuenta sonidos, el pasante ya estaba a los pies de la cama de Ovidio.
-¿Qué haces ahí? ¿No has oído la campana?.
El agua estaba fría. En algunos cántaros cercanos a la ventana el agua se había hecho carámbano. Puente se atusó como los gatos. Mojó un poquito los ojos y se puso la sotana con rapidez. Justo era muy friolero, nunca se quitaba el pantalón del pijama, sobre él ponía otro de pana y la sotana más dos jerseys.
El pasante se colocó en medio del dormitorio. Levantó la voz.
-Antes de bajar a la capilla quiero que dejéis todas las linternas sobre la cama. Se acabaron las lucecitas nocturnas y las novelitas. Los baúles abiertos. Si alguno no entrega su linterna, se pasará la noche en vela como esta noche Ovidio.
Todos miramos a Ovidio. Tocó la señal de bajada y nos fuimos.
Durante la clase de latín Ovidio le daba vueltas a su frío nocturno. Pensaba en el pasante. Lo odiaba. Escribió con su navaja sobre la mesa "cabrón". Ovidio se había cuidado muy bien de no escribir la palabra en su sitio. Al final de la clase había perdido diez puestos. Nadie podría saber quién lo había escrito.
Era martes. Nos reunieron a todos, a los cuarenta y ocho, a eso del atardecer, el paseo de la muralla nivelaba la tarde. Era la hora habitual de los vencejos y los anillos de papel.
El pasante se acercó con seguridad a la tarima y de una vez, sin respirar, pero consciente de que comunicaba algo trascendental:
-Todos los de segundo a la rectoral. Salid en orden.
Creo que los vencejos dejaron su festival de papeles. Todo el salón quedó asombrado, anonadado y no era para menos. Ir a la rectoral era como ir a juicio del que podía uno salir con la pena caldaria o con la expulsión. Muchos tenían experiencia. Era un temblor eterno que se hacía trepidante en la antesala.
Salimos todos en orden. Fue el pasante con nosotros. Quedó el estudio sin vigilante. Aunque para esas ocasiones se encargaba uno de quinto de mantener la disciplina.
Se cortaba el silencio quizá el tiempo era un sueño inadvertido.
El rector con sotana, sin dulleta pero con el bonete de cuatro picos, se puso en medio de nosotros. Nos miró fijamente a los ojos, uno por uno. Temblábamos. Había muy poca luz en la antesala, pues la ventana estaba orientada hacia un patio interior y en él había un gran laurel que ocultaba la claridad tenue del atardecer.
Ovidio estaba muy serio aunque algo sonrosado.
Carvajal sonrió cuando el rector se acercaba a inspeccionarle los ojos.
-De qué se ríe usted?
Nadie sabíamos de qué se trataba.
-Diga quién fue si no será peor.
Carvajal se echó a llorar. No sabíamos por qué lloraba.
Nosotros llorábamos porque no llegaba el paquete de casa, porque no íbamos de vacaciones de Navidad o porque nos salían sabañones. Pero Carvajal era mayor y daba angustia verle limpiarse las lágrimas. Era imposible que llorara un chico mayor.
El rector nos interrogaba a todos en conjunto sin obtener respuesta.
-Mientras no digan quién fue el que escribió esa palabra en la clase de segundo se pasarán todos los estudios de rodillas. Ustedes verán. Eso es indigno de un seminarista. Ni los carreteros se escriben esas palabras. Si piensan que ocultando la verdad se hacen un favor, sepan que son culpables de la situación de sus compañeros. La cosa se sabrá. Haré venir a un especialista en grafología y sabremos quién fue. Entonces no tendrá remedio. El responsable quedará terminantemente expulsado. Ahora todavía hay tiempo de solucionarlo si lo confiesa el que ha sido. Pueden irse.
Salimos de allí, de aquella antesala de temblor. Era como salir de un sueño costoso, desenlazarse de una pesadilla o atravesar las mallas de un ramaje.
(CONTINUARÁ)
![[Img #58222]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2022/6482_escanear0003.jpg)
Terminantemente prohibido (título provisional)
-Que viene el pasante.
Ovidio apagó su linterna y se quedó inmóvil
.
En el dormitorio dormíamos cuarenta. Ahora en segundo estábamos en la Siberia. La llamábamos así porque hacía mucho frío en invierno, tanto que se nos helaba el agua en los cántaros.
En el dormitorio se hacía de todo, pero sobre todo leíamos. Muchos tenían su linterna y su libro de matute. Se podía asegurar que a los veinte minutos de apagar la luz habría más de diez linternas encendidas entre las sábanas. Pero está técnica de lectura duró poco. El pasante descubrió el tomate y apuntó con seguridad.
Ovidio enfundado en sus mantas leía, tragaba páginas de 'La caverna de los suspiros'. La cosa estaba interesante. De repente se vio descubierto, con el embozo de las sábanas en los pies y su linterna encendida. Era el pasante.
-Trae ese libro y esa linterna.
Ovidio la entregó sin rechistar.
-¡Qué bonito! Así me explico que llegues todos los días el último a la capilla. Seguro que no es el libro de latín... Levántate rápidamente y ponte de rodillas.
Aquella noche Ovidio se pasó más de dos horas arrodillado, intentando dormir con la cabeza apoyada sobre la cama.
"Este pasante es un cabrón -pensaba-. Seguro que no me manda acostar. Él estará bien dormido, como un tronco".
Ovidio oyó los ronquidos de Ramírez y el sobresalto de Puente. ¡Qué estará soñando Puente! Empezaba a tener miedo de aquel múltiple respirar. Se acordaba de lo que decía don Ramón: "cementerio significa dormitorio". Ovidio se metió en la cama. A la media hora le despertó una violenta sacudida:
-Quien te ha mandado acostarte.
-Es que tenía frío.
-Haz el favor de levantarte otra vez. Y no se te ocurra moverte hasta que yo te lo mande.
Ovidio, lo hizo parsimoniosamente. No se atrevió a decir en voz alta todo lo que estaba pensando.
Debían ser las tres de la mañana cuando el pasante se acercó a Ovidio para ordenarle que se acostará.
A las siete sonó la campana, loca con sus cincuenta sonidos, el pasante ya estaba a los pies de la cama de Ovidio.
-¿Qué haces ahí? ¿No has oído la campana?.
El agua estaba fría. En algunos cántaros cercanos a la ventana el agua se había hecho carámbano. Puente se atusó como los gatos. Mojó un poquito los ojos y se puso la sotana con rapidez. Justo era muy friolero, nunca se quitaba el pantalón del pijama, sobre él ponía otro de pana y la sotana más dos jerseys.
El pasante se colocó en medio del dormitorio. Levantó la voz.
-Antes de bajar a la capilla quiero que dejéis todas las linternas sobre la cama. Se acabaron las lucecitas nocturnas y las novelitas. Los baúles abiertos. Si alguno no entrega su linterna, se pasará la noche en vela como esta noche Ovidio.
Todos miramos a Ovidio. Tocó la señal de bajada y nos fuimos.
Durante la clase de latín Ovidio le daba vueltas a su frío nocturno. Pensaba en el pasante. Lo odiaba. Escribió con su navaja sobre la mesa "cabrón". Ovidio se había cuidado muy bien de no escribir la palabra en su sitio. Al final de la clase había perdido diez puestos. Nadie podría saber quién lo había escrito.
Era martes. Nos reunieron a todos, a los cuarenta y ocho, a eso del atardecer, el paseo de la muralla nivelaba la tarde. Era la hora habitual de los vencejos y los anillos de papel.
El pasante se acercó con seguridad a la tarima y de una vez, sin respirar, pero consciente de que comunicaba algo trascendental:
-Todos los de segundo a la rectoral. Salid en orden.
Creo que los vencejos dejaron su festival de papeles. Todo el salón quedó asombrado, anonadado y no era para menos. Ir a la rectoral era como ir a juicio del que podía uno salir con la pena caldaria o con la expulsión. Muchos tenían experiencia. Era un temblor eterno que se hacía trepidante en la antesala.
Salimos todos en orden. Fue el pasante con nosotros. Quedó el estudio sin vigilante. Aunque para esas ocasiones se encargaba uno de quinto de mantener la disciplina.
Se cortaba el silencio quizá el tiempo era un sueño inadvertido.
El rector con sotana, sin dulleta pero con el bonete de cuatro picos, se puso en medio de nosotros. Nos miró fijamente a los ojos, uno por uno. Temblábamos. Había muy poca luz en la antesala, pues la ventana estaba orientada hacia un patio interior y en él había un gran laurel que ocultaba la claridad tenue del atardecer.
Ovidio estaba muy serio aunque algo sonrosado.
Carvajal sonrió cuando el rector se acercaba a inspeccionarle los ojos.
-De qué se ríe usted?
Nadie sabíamos de qué se trataba.
-Diga quién fue si no será peor.
Carvajal se echó a llorar. No sabíamos por qué lloraba.
Nosotros llorábamos porque no llegaba el paquete de casa, porque no íbamos de vacaciones de Navidad o porque nos salían sabañones. Pero Carvajal era mayor y daba angustia verle limpiarse las lágrimas. Era imposible que llorara un chico mayor.
El rector nos interrogaba a todos en conjunto sin obtener respuesta.
-Mientras no digan quién fue el que escribió esa palabra en la clase de segundo se pasarán todos los estudios de rodillas. Ustedes verán. Eso es indigno de un seminarista. Ni los carreteros se escriben esas palabras. Si piensan que ocultando la verdad se hacen un favor, sepan que son culpables de la situación de sus compañeros. La cosa se sabrá. Haré venir a un especialista en grafología y sabremos quién fue. Entonces no tendrá remedio. El responsable quedará terminantemente expulsado. Ahora todavía hay tiempo de solucionarlo si lo confiesa el que ha sido. Pueden irse.
Salimos de allí, de aquella antesala de temblor. Era como salir de un sueño costoso, desenlazarse de una pesadilla o atravesar las mallas de un ramaje.
(CONTINUARÁ)





