E.S.D.
Domingo, 24 de Abril de 2022

Terminantemente prohibido (II)

Novela que cuenta a partir de una pequeña anécdota el discurrir de la vida en el Seminario de Astorga hacia finales de los 40 o principios de los cincuenta. Ese interés testimonial e incluso existencial es lo que nos motiva a publicarla en breves entregas. El escrito aparece firmado con las iniciales : E. S. D.

[Img #58348]

 

(...)

 

Seguro que ha sido Carvajal. ¿Qué habrá escrito? Algunos han sido expulsados por robar, como Sánchez que había llegado a tener cinco misales y un día el rector lo expulsó públicamente prohibiéndole pernoctar -pernoctar, había dicho- aquella noche en el seminario 'por ladrón'. Todos habíamos quedado sin respiración. Ser ladrón era algo así como estar condenado definitivamente. Sánchez tenía que ir necesariamente al infierno.

 

¡Qué bien lo pasábamos con Carvajal! Un día nos habló de su novia Elena. Debía ser muy guapa Elena. Le brillaban los ojos. Le escribía todos los días al colegio de los Maristas cuando empezó primero. Tenía cola de caballo. Cómo sería su cola de caballo, pero sobre todo qué le diría en las cartas. Le llamaba amor mío y se despedía enviándole un beso.

 

No podía ser bueno Carvajal. Cómo podía ser bueno si Don Ramón nos decía que el baile era pecado, que no anduviéramos con chicas y Carvajal había tenido novia, la había besado, le cogía de las manos y le acariciaba la cola de caballo. Y lo que no nos decía. Cuántas veces habíamos soñado con la novia de Carvajal. Después me confesaba porque me gustaban las chicas.

 

-Hace tres días que no me confieso.

 

-Bueno.

 

-Padre me arrepiento de que esta noche soñé con una chica.

 

-Y qué soñaste.

 

-Que la quería, que le daba un beso y le acariciaba el pelo.

 

-Ten cuidado hijo mío. Vigílate. Procura no pensar en eso, si no acabarás perdiendo tu vocación y eso es lo más preciado de tu vida.

 

A los tres días vuelta otra vez.

 

-Padre, he vuelto a soñar con esa chica. Y sueño que la quiero mucho.

 

-¿Conoces a esa chica?

 

-No pero me han hablado de ella.

 

-¿Algún compañero?

 

-Sí padre.

 

-Pues procura alejarte de él. No te convienen esas compañías.

 

Pero Carvajal para mí era el símbolo de la felicidad. Lo veía tan alegre, tan a gusto hablando de Elena, que no podía ser pecado todo aquello.

 

Nadie nos atrevíamos a hacer lo que Carvajal. Cuando vivíamos en el 'Chigri', le tiraba chinitas a Maruja, una chica que vivía cerca de la academia del Teniente Coronel. Le tiraba trozos de masillas que quitaba de los cristales de la ventana. Después se escondía. Pero llegó la noticia al rector. Y dicen que estuvieron a punto de expulsarlo. Desde entonces el rector lo tiene fichado y espera cogerlo en algo para largarlo cuanto antes.

 

Los jueves  íbamos de paseo a Manjarín. Salíamos a las tres. Poníamos la sotana, el fajín azul y el bonete con borla azul. Los mayores llevaban beca. Recorríamos el paseo de la muralla. Los niños decían:

 

-Ahí van los conejines.

 

Uniformados, medio en silencio, mirábamos a las parejas de novios como quien se asoma a un placer prohibido. Bajábamos por la escalerilla. Las rejas del convento de Santa Clara recluían el canto monótono del gregoriano. Nosotros cantábamos mejor con el roquete blanco.

 

(Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Ya estará mi abuela esperando en la sala de visita. Me traerá caramelos de altea. Me dirá que ya es muy vieja. Me moriré cualquier día. Me gustaba besar su cara, arrugada. Cariñosamente arrugada. Nos poníamos el bonete. Mamá traerá la libra de chocolate. La comeré esta noche antes de dormir. Mañana me sabrá la boca a chocolate. Alicia vendrá con su novio, que me traerá sellos. También veré a la hermana de Pardo. Qué guapa. Así debe ser Elena. Ya le están brotando los senos. ¡Qué bonitos! Mañana me tendré que confesar otra vez. Me estoy confesando muy a menudo, aunque no tanto como Silva que va todos los días. Qué le dirá Silva a Don Ramón. ¿Soñará con Elena todos los días? Me gustaría verla en una fotografía. Seguro que Carvajal tiene una foto y la besa todos los días. Yo la besaría. Qué me dirá mañana don Ramón cuando le cuente todo esto. "Super fulmina…" Cómo se declina ‘flumen’. Nominativo plural ‘flumina’. Tengo que conservar el puesto cuarto en latín. Si puedo adelantar a Justel, mejor. Esta noche no podré estudiar por la morriña. Ya solo falta un salmo para acabar. Después la tarjeta de visita y mamá sonriente con su paquetito de garrapiñadas y el chocolate…)

 

Llegábamos a Manjarín. Jugábamos al fútbol. Otras veces veíamos cómo hacían los cacharros. El señor con gafas y las manos en la mesa hacía botijos y jarros. Recuerdo aquel día que se nos coló el balón hasta la cacharrería y le rompimos dos botijos. No nos quería dar el balón. Tuvo que ir el pasante y tampoco se lo dio. Los que no jugaban hacían una larga caminata más allá de la fuente. Carvajal nunca jugaba. Ahora estaba empeñado en descubrir quién sería el de la palabra dichosa de la clase de segundo. Hacía días que Carvajal no nos hablaba de Elena, le traía obsesionado la mirada del rector. El rector le echaba las culpas, de esto no había dudas. Los paseos se hacían interminables maquinando la forma de descubrir al culpable.

 

Abad no tenía amigos. Siempre andaba solitario. El corte de pelo al cero le comía la cara y le daba un aspecto de tuberculoso. Abad era chistoso, jugaba muy bien al fútbol, un defensa derecha fenomenal. Pero desde que le echamos la culpa de la palabra no jugaba, andaba pensativo por el patio. Sufría. Todo empezó con una sospecha. Llevaba en el bolsillo del guardapolvo un cristal. Aquel mismo día la palabra apareció raspada. Era claro que él había sido. Abad se quedó solitario en el momento que se supo lo del cristal.

 

-Sabes quién fue el que escribió la palabra?

 

-¿Carvajal?

 

-Frio, frío.

 

-¿Quién pues?

 

-Abad.

 

Nadie lo creía. Abad era chistoso, desenvuelto, pero bien hablado. No podía ser Abad.

 

-Creo que le encontraron un cristal en el bolsillo y que ha raspado el escrito.

 

(El síntoma era Gutiérrez, el mejor amigo de Abad. Siempre se les veía juntos. La soga y el caldero, decía el pasante. Gutiérrez ahora le huye y eso que eran el ejemplo de la amistad particular. Siempre juntos. Se enviaban papelitos en el estudio)

 

Después del desayuno teníamos estudio de latín. Estábamos trescientos en un gran salón con columnas de hierro y ventanas a la muralla y al patio de boj.

 

El pasante en tribuna aparte, sobre una tarima, estudiaba su tesis de teología dogmática. Levantaba la vista, nos vigilaba inquisitorialmente, nos llamaba siempre por el apellido. No permitía el más leve susurro.

 

-Pasa este papel a Gutiérrez.

 

El papel corría de mano en mano esquivando la mirada del pasante. Esta vez se interrumpió el viaje.

 

-Ovidio, trae ese papel.

 

-No es mío.

 

-Tráelo y no contestes.

 

Ovidio se levantó. Se pasaba difícilmente por entre las filas. Como estábamos castigados a estar de rodillas, el pasillo estaba lleno de diccionarios, cuadernos y chuletas con la traducción de latín. Llegó hasta la mesa del pasante. El papel decía: "Gutiérrez, no sé por qué te has enfadado conmigo. Contéstame. Abad".

 

El pasante elevo la voz, casi gritaba:

 

-Abad y Gutiérrez. Vengan a la mesa.

 

Se levantaron de su sitio. Todos mirábamos como quien asiste a un espectáculo, a un juicio medieval. En el fondo según se mirara era interesante ser espectador de lo que mañana nos podía suceder a nosotros.

 

-Subid a la tarima.

 

El pasante les proporcionó dos cabezazos. Uno contra el otro.

 

-Salgan fuera del salón.

 

Fueron a su sitio, cogieron el diccionario de Raimundo de Miguel y salieron al pasillo de baldosas. Allí se arrodillaron pues era un castigo sobre otro castigo.

 

-¿Por qué te has enfadado conmigo?

 

-No estoy enfadado.

 

-Sí, ahora andas con Ramírez.

 

-Es que le he pedido la traducción de latín estos días.

 

-Eso dices, pero la verdad es que no quieres ser mi amigo.

 

Gutiérrez se calló. Abad le miraba insistente, casi suplicante, pidiéndole su amistad.

 

Gutiérrez avergonzado le dijo:

 

-Ramírez me ha dicho que no ande contigo. Que te tienen fichado. Qué has sido tú el que escribiste lo de la clase.

 

-Te juro que no. Ya no tienes confianza en mí. Pero yo sigo considerándote mi amigo.

 

-Yo también lo soy tuyo.

 

Abad se echó a llorar. A pesar de esta afirmación de amistad se encontró solo. Qué se puede hacer habiendo perdido a un amigo. Porque Abad había perdido a su mejor amigo.

 

Se abrió de repente la puerta del salón. El pasante venía a echar una ojeada.

 

-¿Qué hacen este par de tortolitos llorando?

 

Abad lloraba abundantemente, como una niña.

 

(...)

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