Suegras y cuñados
![[Img #58496]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2022/3702_angel-_dsc1038.jpg)
Mucho tenemos que agradecer los periodistas a este Papa la facilidad con la que predispone a titulares y columnas relativas a lo terrenal en su visión más cercana. Falta hacía a la Iglesia un mensaje legible para el suelo que pisamos. Los cielos guardan muchos códigos indescifrables. Su última alocución sobre las suegras es impagable para sacarle punta a una de las figuras familiares más recurrentes al comentario jocoso, con frecuencia hiriente y vitriólico, hacia una madre que soporta el sambenito del calificativo de política. De mamá a suegra, pesada digestión, solo por la simple interposición de una palabra desacreditada en el quehacer de sus servidores o profesionales.
Suegra, o madre política, es personaje habitual del chiste. Reírse de las exageraciones tiene un punto de crueldad. En la representación de la convivencia matrimonial es el actor bufo o el payaso que recibe las bofetadas, dialécticas para el caso. En el mensaje publicitario no escapa al cliché de mujer metomentodo en el meticuloso examen del hogar de los hijos matrimoniados o emparejados. Hay una frase hecha, lo que ve la suegra, que, así, en primera lectura, se conecta con el ojo de Dios encerrado en triángulo, paradigma de lo inquisitorial en aquellos catecismos de palo y tentetieso a las tiernas conciencias de la lejana niñez. El cine adornó el papel con mujeres insoportables que no dejaban de zaherir y menospreciar a maridos y esposas. Nunca han tenido una buena asesoría de imagen. Y, obviamente, tiene que haberlas, y muchísimas, encantadoras.
Además, suegra, ya no es título heredado de boda canónica o civil. Persiste su iconografía con el simple emparejamiento. En este contexto, podría dulcificarse el rol, pero es una figura tan imbricada en nuestras costumbres que sigue ahí, atada a su malhadada condición. Las palabras del Papa Francisco han enfocado el problema, tanto en la cara A del trato a las mismas por parte de nueras y yernos, como en la B, del control de su carácter lenguaraz. Aunque si me paro a pensar en las fuentes de conocimiento sobre el tema, por muy Sumo Pontífice que sea, tengo que convenir que habla de oídas, porque la experiencia de un religioso católico, en su más alta jerarquía, con suegra a cuestas es un chirrido.
Por si no bastara, antes suegra era unidad. Hoy, con este ajetreo de divorcios se calca por duplicado o triplicado, aunque en nuestras mentalidades, el título de madre política queda más pegado a la costra de la primera; es un poco como el texto original. En los sucesivos emparejamientos, la acritud hacia el personaje, por imperio del hábito, como que se va diluyendo.
Suegra no escapa tampoco al agravio comparativo con el masculino, como en tantas facetas que se van corrigiendo, pero en las que hay que ahondar todavía. El suegro siempre ha sido un personaje invisible, incluso bonachón. La esposa tiene más disposición a acogerlo como padre adoptivo, quizás por un instinto filial más acentuado que en el hombre. Y también, constar en el varón el peso decisivo, sin segundas versiones, que en su vida ejerce la madre natural.
Hay lenguaje injusto en la configuración de las suegras. Se las ha asimilado a brujas, a intolerancia, a manías insoportables. No ha podido eludir siquiera nombres de objetos, si no insultantes, poco afortunados. Está en desuso, pero se llama matasuegras a una especie de pito que, al soplarlo, desenredaba un rollo de papel para provocar en carnavaladas y cotillones un simulacro de susto entre festejantes prestos a reírse de cualquier chorrada, bien envueltos en vapores etílicos.
Se hace difícil reivindicar a la suegra por el influjo de las costumbres. Hoy, sin embargo, encuentra una agradecida distracción de atenciones en otra parentela de la familia política: el cuñado. Ha entrado con fuerza, hasta el punto que ha creado su ideología propia con el ismo de marras, lo que lleva a la construcción del término cuñadismo, muy normalizado en las redes sociales y en los medios de comunicación.
Sigue la misma morfología léxica en la evolución de madre a suegra. Aquí parte de hermano. Añadida la política, pues, cuñado. Éste se ha convertido veloz en figura odiosa o pícara, sobre todo, si se le percibe como triunfador en los negocios y en las cuentas corrientes, con traducción automática a signos externos de poderío que revuelven la bilis del resto de la familia. Repatea su aire de superioridad bien estudiado y de continuo remarcado. Las reuniones de parientes que se precien necesitan del concurso del cuñadismo para explayarse en los desahogos y descalificaciones. A lo mejor es provechosa terapia.
En el caso de los cuñados, me gustaría oír la opinión del Papa. Y aquí sí tiene poder de conocimiento práctico en la enciclopedia de la vida. Aporta la experiencia propia. Nunca será yerno; pero sí, cuñado. Claro que, los asuntos de familia es ropa sucia a lavar en casa.
Mucho tenemos que agradecer los periodistas a este Papa la facilidad con la que predispone a titulares y columnas relativas a lo terrenal en su visión más cercana. Falta hacía a la Iglesia un mensaje legible para el suelo que pisamos. Los cielos guardan muchos códigos indescifrables. Su última alocución sobre las suegras es impagable para sacarle punta a una de las figuras familiares más recurrentes al comentario jocoso, con frecuencia hiriente y vitriólico, hacia una madre que soporta el sambenito del calificativo de política. De mamá a suegra, pesada digestión, solo por la simple interposición de una palabra desacreditada en el quehacer de sus servidores o profesionales.
Suegra, o madre política, es personaje habitual del chiste. Reírse de las exageraciones tiene un punto de crueldad. En la representación de la convivencia matrimonial es el actor bufo o el payaso que recibe las bofetadas, dialécticas para el caso. En el mensaje publicitario no escapa al cliché de mujer metomentodo en el meticuloso examen del hogar de los hijos matrimoniados o emparejados. Hay una frase hecha, lo que ve la suegra, que, así, en primera lectura, se conecta con el ojo de Dios encerrado en triángulo, paradigma de lo inquisitorial en aquellos catecismos de palo y tentetieso a las tiernas conciencias de la lejana niñez. El cine adornó el papel con mujeres insoportables que no dejaban de zaherir y menospreciar a maridos y esposas. Nunca han tenido una buena asesoría de imagen. Y, obviamente, tiene que haberlas, y muchísimas, encantadoras.
Además, suegra, ya no es título heredado de boda canónica o civil. Persiste su iconografía con el simple emparejamiento. En este contexto, podría dulcificarse el rol, pero es una figura tan imbricada en nuestras costumbres que sigue ahí, atada a su malhadada condición. Las palabras del Papa Francisco han enfocado el problema, tanto en la cara A del trato a las mismas por parte de nueras y yernos, como en la B, del control de su carácter lenguaraz. Aunque si me paro a pensar en las fuentes de conocimiento sobre el tema, por muy Sumo Pontífice que sea, tengo que convenir que habla de oídas, porque la experiencia de un religioso católico, en su más alta jerarquía, con suegra a cuestas es un chirrido.
Por si no bastara, antes suegra era unidad. Hoy, con este ajetreo de divorcios se calca por duplicado o triplicado, aunque en nuestras mentalidades, el título de madre política queda más pegado a la costra de la primera; es un poco como el texto original. En los sucesivos emparejamientos, la acritud hacia el personaje, por imperio del hábito, como que se va diluyendo.
Suegra no escapa tampoco al agravio comparativo con el masculino, como en tantas facetas que se van corrigiendo, pero en las que hay que ahondar todavía. El suegro siempre ha sido un personaje invisible, incluso bonachón. La esposa tiene más disposición a acogerlo como padre adoptivo, quizás por un instinto filial más acentuado que en el hombre. Y también, constar en el varón el peso decisivo, sin segundas versiones, que en su vida ejerce la madre natural.
Hay lenguaje injusto en la configuración de las suegras. Se las ha asimilado a brujas, a intolerancia, a manías insoportables. No ha podido eludir siquiera nombres de objetos, si no insultantes, poco afortunados. Está en desuso, pero se llama matasuegras a una especie de pito que, al soplarlo, desenredaba un rollo de papel para provocar en carnavaladas y cotillones un simulacro de susto entre festejantes prestos a reírse de cualquier chorrada, bien envueltos en vapores etílicos.
Se hace difícil reivindicar a la suegra por el influjo de las costumbres. Hoy, sin embargo, encuentra una agradecida distracción de atenciones en otra parentela de la familia política: el cuñado. Ha entrado con fuerza, hasta el punto que ha creado su ideología propia con el ismo de marras, lo que lleva a la construcción del término cuñadismo, muy normalizado en las redes sociales y en los medios de comunicación.
Sigue la misma morfología léxica en la evolución de madre a suegra. Aquí parte de hermano. Añadida la política, pues, cuñado. Éste se ha convertido veloz en figura odiosa o pícara, sobre todo, si se le percibe como triunfador en los negocios y en las cuentas corrientes, con traducción automática a signos externos de poderío que revuelven la bilis del resto de la familia. Repatea su aire de superioridad bien estudiado y de continuo remarcado. Las reuniones de parientes que se precien necesitan del concurso del cuñadismo para explayarse en los desahogos y descalificaciones. A lo mejor es provechosa terapia.
En el caso de los cuñados, me gustaría oír la opinión del Papa. Y aquí sí tiene poder de conocimiento práctico en la enciclopedia de la vida. Aporta la experiencia propia. Nunca será yerno; pero sí, cuñado. Claro que, los asuntos de familia es ropa sucia a lavar en casa.