Sol Gómez Arteaga
Sábado, 07 de Mayo de 2022

Preguntas

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Estos días, mientas se suceden las presentaciones en Valladolid y Zamora de la mano de la Fundación Jesús Pereda y la Federación de Sanidad y Servicios Socio-Sanitarios de CyL de los libros editados por ‘Marciano Sonoro’, ‘Las luces de Oita’ de Luis Ferrero de Litrán y ‘Trazos de sombra’ que yo misma suscribo, obras ambas que desde literatura abordan algunos desórdenes de la mente, mi cabeza, más que nunca, anda dando vueltas como una centrifugadora.

 

Escribí los ‘Trazos de sombra’, ahora me doy cuenta, con el afán de dar a conocer otras realidades que veía día a día en mi trabajo, como si cada uno de los protagonistas de las historias que lo conforman buscaran autor para revelarse, para salir a la luz, y dos años más tarde, con el libro ya editado y moviéndose, es cuando yo misma, despegada de la autoría, me interrogo, pregunto.

 

Como muy bien señalaba Luis Ferrero Litrán, sus luces y mis sombras, escritas bajo códigos y con estilos muy distintos, son dos obras preguntonas, que no dan soluciones sino que inquieren, buscan quien las lea, se interese por ellas, las interprete.

 

Y me pregunto, estos días no puedo dejar de preguntarme, qué coño está pasando para que una chica de veintipocos años se trague sistemáticamente todo lo acerado que pilla, un menor de doce años se tire por la ventana de un sexto piso al quitarle el móvil, o una madre exponga qué tiene que hacer para que le retiren la tutela de su hijo que lleva años agrediéndola. Tres ejemplos de lo más sangrantes. Pero también me viene a la cabeza la imagen cotidiana de la adolescente que, desde mi balcón, observo sentada en el banco que hay justo debajo de casa, manejando sin cesar un móvil que la pone a miles de kilómetros de distancia de su abuela, que permanece sentada justo a su lado, el bastón entre las piernas. O la de esa otra niña, de no más de tres años, repantigada en el taburete de un bar de pueblo junto con sus también abuelos, que tiene delante de sus ojos un smartphone por la que desfilan modernos dibujos animados, como si el uso de ese nuevo artefacto de entretenimiento, que no de juego -jugar es otra cosa-, fuera lo más normal del mundo.

 

En los trastornos mentales hay a veces un componente químico, pero también es importante, mucho, el componente social. El informe de la comisión ministerial para la reforma psiquiátrica de abril de 1985 que tengo delante, hablaba ya de un modelo sanitario que asumiera los aspectos bio-psico-sociales del enfermar. Tal como es la sociedad -líquida y sin raíces, en palabras de Bauman; en permanente crisis, que excluye a determinados colectivos no productivos y marginales, sin expectativas de futuro para los más jóvenes, que dijera Eloísa Otero en su artículo ‘Contra que enloquecemos’ de 9 de diciembre de 2017 en El Día de León; con mucha información que cambia a cada momento pero con cada vez menos interacciones físicas- así somos nosotros.

 

Pienso en el estigma o creencia negativa, desfavorable, hacia los distintos que intuyo apartamos de nosotros porque nos producen miedos, rechazo, animadversión. Para cercionarme le pregunto a José Jaime Melendo Granados, experto en estas lides, que con la certeza del sabio y el gracejo que le caracterizan me dice que así es, y añade -él siempre añade conocimiento a los pensamientos-, que los temores del hombre son dos: la muerte (inevitable) y la pérdida del control de nuestros actos (la locura).

 

Entonces pienso, no puedo evitar pensar, lo terrible que resulta cuando ambos temores se juntan, como nos ocurre a veces en la vida de los nuestros.

 

Pienso también en los tumbaos, esos hombres y mujeres que un día se metieron en la cama y ya no se levantaron más, y en esos otros seres, aislados sociales, de los que nos habla Luis Ferrero Litrán en sus ‘Luces’ que transcurre en la apacible ciudad de Oita, Japón: los hikikomori. Entonces me doy cuenta, por primera vez me doy cuenta, que conozco a una mujer que lleva treinta y siete años sin salir de su casa. Un día dejó de pintarse los labios de rojo, dejó de subir las persianas, y se enterró en vida en su cascarón-refugio. Y ahí sigue. Estos días, cuando paso por su puerta, me estremezco. Tengo la sensación de que algo oscuro, insondable, está dentro. Dentro del dentro.

 

Y sigo haciéndome preguntas:

 

… ¿Tenemos derecho a hacer con nuestra propia vida lo que nos pete -enloquecer incluido-? ¿Hasta qué punto o en qué momento nuestras decisiones dejar de ser individuales y pasan a ser colectivas? ¿Cómo abordar estos temas que son material sensible, pero tan real como el sufrimiento psíquico que generan?...

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