E. S. D.
Domingo, 08 de Mayo de 2022

Terminantemente prohibido (IV)

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(...)

 

Pero Carvajal era más prudente. Sabía curarse en salud. Nunca habría escrito una carta por correo y menos que se la mandaran. Desde luego que se entendía con Maruja. Por la noche enfocaba con su linterna el balcón. Maruja acudía a la llamada. No podían hablar pero sabían que se estaban mirando y eso era bastante. Desde que nos requisaron las linternas había papelitos eso sin duda. Carvajal estaba muy preocupado. Toda reunión con el rector le tenía pavor. Cuando se encontraba con él en los pasillos, enrojecía. Pensaba en Jacinto o quizá en que sabría o sospecharía lo de Maruja. Pero no ahora que el rector estaba preocupado por lo de la clase.

 

El pasante apareció en el descanso de la escalera que daba acceso al patio. Dio unas palmadas. Todos interrumpimos el juego.

-Poneos en filas.

 

Los primeros los más pequeños. Nos dijo:

-En silencio a la antesala de la rectoral.

 

Subimos las escaleras del patio, cruzamos la puerta bajo de la marquesina. En dos filas que se abrían alcanzamos las escaleras principales que eran de granito y tenían una balaustrada de mármol gris, ascendimos hasta el claustro de arriba, un claustro que estaba lleno de fotografías con los fundadores de becas. Esperamos al llegar a la puerta de la rectoral. El pasante se introdujo, llamo a la puerta interior.

-Pase. -se oyó una voz lejana-.

-Ya están aquí los chicos.

-Que se coloquen ahí fuera.

 

Fuimos entrando. Hicimos un gran corro. Nos agrupábamos defendiéndonos unos de otros. El rector salió de su despacho, encendió la luz de la antesala y se quedó inmóvil delante de la puerta.

-Bueno chicos, veo que seguís en las mismas. Para vosotros no valen los castigos. Ni el estar de rodillas, ni el copiar frases. Nada os ha hecho cambiar. No queréis decir quién fue. Vosotros sabéis quién fue. Yo también. El estudio de las letras nos ha llevado a dar con el autor. Pero no lo diré. Tenéis una última oportunidad. Si no me decís quién fue continuaréis indefinidamente de rodillas en los estudios. Creo que no es una cosa grata. Así que en vuestras manos está levantaros el castigo.

-Esto ya pasa de la raya, -decía Zenón-.

 

Carvajal salió enfurecido.

-Yo no resisto más en esta situación. Si no confiesa Abad, yo lo denuncio.

 

Abad estaba más solo que nunca. Le amenazábamos con decírselo al rector. Gutiérrez seguía evitando su compañía. No era posible prolongar por más tiempo aquella conspiración.

-Abad -le decía Gutiérrez- eres mi amigo yo no lo diré, pero es mejor que te estés con el rector y lo confieses. Si no va a ser peor. Carvajal está dispuesto a todo, lo mismo Zenón, Ramírez, todos.

-Pero si yo no he sido, de verdad. Créeme tú por lo menos.

-Sí yo te creo pero lo dicen todos. Que llevabas el otro día el cristal, que pediste una pluma distinta para escribir el castigo, que hiciste la letra muy deprisa para desfigurarla.

-También llevamos navaja para afilar el lapicero. ¿Por qué se sabe que aquello se raspó con cristal y no con navaja? La pluma la tenía despuntada y se la pedía a Ovidio. Nadie hacemos caligrafía cuando copiamos castigos... No esperaba esto de ti. Creí que tú eras distinto, que podía confiarte mis secretos, que dudarías ante cualquiera antes que de mí.

 

Gutiérrez no supo qué contestar. Se quedó desarrapado con una valla que le alejaba cada vez más de Abad.

 

En el patio había reunión. Carvajal y Zenón conspiraban, buscaban pruebas, había que acabar de una vez con el castigo. Nosotros dejamos en sus manos el hilo de la investigación. Se unió Ramírez. Nos juntamos más de quince. Era un esfuerzo gigantesco por buscar luz ante el misterioso silencio del culpable.

-Yo creo -decía Zenón- que ha sido Abad. Nada más hay que verlo solo, huyendo de todos para sacar la conclusión.

-Ayer -añadía Ramírez- se estuvo el recreo de después de comer encerrado en los servicios, sin salir. Cuando tocaron traía ojeras como de haber llorado mucho tiempo.

 

Carvajal se frotaba las manos. Estaba al borde de concluir la investigación.

-Esta mañana estuvo con el Padre Espiritual lo menos una hora, dijo Pardo.

 

Todos quedamos callados. Carvajal hablaba y hablaba. Decía que con esos datos iba a ir al rector.

-Pero no me dejéis solo. Tenéis que apoyar mi opinión sino no conseguiremos nada.

 

Tocaron a estudio. Ovidio se arrodilló sobre el diccionario de latín y abrió el atlas sobre el asiento del pupitre. Hizo que estudiaba. La realidad era que hacía más de quince días que no estudiaba una palabra.

 

"Todo por culpa del pasante. Nadie sospecha de mí, nadie me vio escribir. Le cargaron con el mochuelo a Abad. Cuándo se acabará este lío, porque el lío es fenomenal. Yo no digo ni palabra. Si lo hubiera dicho antes todo habría cambiado, quizá el rector me habría expulsado o sería solo para mí el castigo que nos ha impuesto a todos. Pero cualquiera lo dice ahora. Ahora es infalible la expulsión tal y como se han puesto las cosas. De buena me he librado según está el rector de cabreado, lo mejor es callar. Callar por encima de todo. No diré nada contra nadie. Me duele la cabeza. Ya hace tres días que no duermo, sobre todo desde que empezaron a echarle las culpas a Abad. Y si fuera verdad lo del especialista en letras…Eso lo ha dicho el rector para meternos miedo, además yo he procurado tumbar la letra hacia la izquierda. Y así no puede saberse. Lo peor es si sueño todo esto en alto como aquel sábado que me estuvo preguntando Gutiérrez la teoría de música y después se enteró que había bailado este verano en la fiesta hasta las dos. Gracias que Gutiérrez se había callado como un muerto y no se le ocurrió acusarme si no me la cargo. Además siempre que sueño en alto son cosas que me han ocurrido aquel día. Gutiérrez me dice que no hay más que tirarme de la lengua para que cante mis secretos. Tengo que mantenerme despierto las dos primeras horas que son las más peligrosas. Después cuando todos se estén dormidos no es tan fácil que me oigan en caso de soñar.

 

Carvajal está escribiendo, de vez en cuando mira para atrás y comenta cuchicheante con Zenón. Estarán sin duda comentando lo de Abad. Ellos no sé imaginan ni por el forro que he sido yo. Podía ir y decirles a bocajarro: fui yo qué pasa, ¿tanto os interesa? Pero esto supondría ponerme de patitas en la calle, con la consiguiente paliza de mi padre"

 

El pasante pasó a su lado inspeccionando lo que estudiaba. Ovidio veía los bajos de su sotana y los zapatos negros. De repente levantó la vista. El pasante seguía atento a sus movimientos.

-Estudia, le dijo, siempre te veo despistado. Así te lucirá el pelo en clase. Ovidio sacaba buenas notas. Le bastaba fijarse un poco para dar la lección brillantemente. Se explicaba muy bien. Metía rollo decíamos nosotros. El pasante como lo tenía fichado creía que no daba una pero la verdad es que había probado con valdemeritus el latín y el castellano. Pero últimamente estaba bajando mucho.

 

Era sábado por la tarde. Carvajal nos había dicho que el lunes iría a la rectoral. Mientras tanto seguimos castigados en el salón. Cuando anunciaron que estaba abierta la biblioteca de la dirección espiritual nos levantamos todos a una para socorrer durante un rato nuestras rodillas. Oficialmente eran estos libros los únicos que podíamos leer, libros misionales, vidas de santos y cosas por el estilo. Yo prefería los de Leopoldo que se sentaba detrás de mí. Leíamos a Emilio Salgari y otros de la editorial Escélicer. Leíamos a ratos libres. Pero cuando empezábamos una novela todos los estudios eran ratos libres. Cuando el pasante hacía su recorrido habitual nos avisábamos. Era muy peligroso que nos cogieran leyendo. Esas lecturas al margen de su control no le gustaban a Don Ramón que tenía la manía de aconsejarnos y de hacernos un interrogatorio sobre el libro que nos dejaba. Le tenía alergia a las novelas. Más de una vez había repetido aquello de "las novelas no verlas".

 

Aquel sábado para librarme de estar de rodillas me fui hasta la dirección espiritual a pedir un libro. Don Ramón distribuía libros y nos hacía rellenar una ficha. Yo le dije que quería hablar con él.

-D. Ramón ¿No tiene el Pepita Jiménez?

-No querrás leer ese libro…

-Me han dicho que trata de un seminarista y que está muy bien.

 

Don Ramón se puso nervioso. Pepita Jiménez era a su juicio una novela mala que ningún seminarista debía leer.

-Cuántos han perdido la vocación por leer esa novela. Además es una novela para mayores y su autor para colmo no cree en Dios.

 

Aquí comenzó a intrigarme el Pepita Jiménez. Cómo podía ser mala una obra que hablaba sobre el seminario. Yo había leído en ‘Antología de castellano’ un párrafo y me parecía muy edificante. Pero me intrigaba el porqué de aquel título, para decir eso don Ramón seguro que hablaba de chicas.

-Mira, llévate este libro sobre los mártires de Uganda y déjate de pensar en libros que un seminarista no debe de leer.

 

Rellené la ficha y me dijo que fuera por su cuarto que teníamos que hablar más despacio. Había conseguido librarme durante diez minutos de la tortura del estudio. Llegué a la altura de mi pupitre, me arrodillé aunque llego pronto la liberación.

-Los de la Scola que vayan a ensayar al aula Magna.

 

Nunca nos gustaban los ensayos del sábado, nos quitaban tiempo de lectura. Pero en esta ocasión iba contento. Quizá ya fuera el último sábado que estábamos castigados.

 

 

(CONTINUARÁ)

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