Amanecer
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He madrugado para leer Las cosas del campo, de José Antonio Muñoz Rojas. Dámaso Alonso le escribió un día, “Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre”. Sencillamente. Es bello, sí. Y hondo de emoción. Me quedo pensativo mientras abro la ventana, a la muralla vieja y desdentada, tras la calle del Cristo, mi cuadro natural de siempre, y me entran de lleno todos los olores del campo. Antiguos. Alfalfa, ganado, cuadra, hierba recién brotada en la humedad, bruma de abajo. Y llega el canto de un pájaro oculto; una carraca que se repite monótona y va poco a poco sumiéndose en la Naturaleza. Y cuando parece que va a apagarse, vuelve. ¿Es que no hay mirlos hoy, alondras, jilgueros que afinen el órgano con mejor tino? Da el primer sol en los ventanales de enfrente, rojo, y tengo que cerrar porque llega la mañana fresca y entran nubes cargadas por el cielo incierto. ¿Lloverá la Virgen del Castro, que aguarda silenciosa desde el sábado en la catedral? En este oratorio sin límites del campo, Celada a lo lejos, Piedralba, Castrillo, Brimeda, Sopeña, San Justo, San Román, elevo una plegaria por esos labradores de los que vengo, que llegaron cansados con los pendones. Por los trigos y todo lo demás. Por las cosas del campo.
He madrugado para leer Las cosas del campo, de José Antonio Muñoz Rojas. Dámaso Alonso le escribió un día, “Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre”. Sencillamente. Es bello, sí. Y hondo de emoción. Me quedo pensativo mientras abro la ventana, a la muralla vieja y desdentada, tras la calle del Cristo, mi cuadro natural de siempre, y me entran de lleno todos los olores del campo. Antiguos. Alfalfa, ganado, cuadra, hierba recién brotada en la humedad, bruma de abajo. Y llega el canto de un pájaro oculto; una carraca que se repite monótona y va poco a poco sumiéndose en la Naturaleza. Y cuando parece que va a apagarse, vuelve. ¿Es que no hay mirlos hoy, alondras, jilgueros que afinen el órgano con mejor tino? Da el primer sol en los ventanales de enfrente, rojo, y tengo que cerrar porque llega la mañana fresca y entran nubes cargadas por el cielo incierto. ¿Lloverá la Virgen del Castro, que aguarda silenciosa desde el sábado en la catedral? En este oratorio sin límites del campo, Celada a lo lejos, Piedralba, Castrillo, Brimeda, Sopeña, San Justo, San Román, elevo una plegaria por esos labradores de los que vengo, que llegaron cansados con los pendones. Por los trigos y todo lo demás. Por las cosas del campo.