Andrés Martínez Oria
Sábado, 14 de Mayo de 2022

Amanecer

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He madrugado para leer Las cosas del campo, de José Antonio Muñoz Rojas. Dámaso Alonso le escribió un día, “Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre”. Sencillamente. Es bello, sí. Y hondo de emoción. Me quedo pensativo mientras abro la ventana, a la muralla vieja y desdentada, tras la calle del Cristo, mi cuadro natural de siempre, y me entran de lleno todos los olores del campo. Antiguos. Alfalfa, ganado, cuadra, hierba recién brotada en la humedad, bruma de abajo. Y llega el canto de un pájaro oculto; una carraca que se repite monótona y va poco a poco sumiéndose en la Naturaleza. Y cuando parece que va a apagarse, vuelve. ¿Es que no hay mirlos hoy, alondras, jilgueros que afinen el órgano con mejor tino? Da el primer sol en los ventanales de enfrente, rojo, y tengo que cerrar porque llega la mañana fresca y entran nubes cargadas por el cielo incierto. ¿Lloverá la Virgen del Castro, que aguarda silenciosa desde el sábado en la catedral? En este oratorio sin límites del campo, Celada a lo lejos, Piedralba, Castrillo, Brimeda, Sopeña, San Justo, San Román, elevo una plegaria por esos labradores de los que vengo, que llegaron cansados con los pendones. Por los trigos y todo lo demás. Por las cosas del campo.

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