Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 21 de Mayo de 2022

Trampantojos políticos

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La noble disciplina de la política se hace práctica de tahúres y sirleros con el comportamiento de los supuestos prohombres de esta actividad. Los poco más de dos años de pandemia han acentuado la percepción de dirigentes que no se atienen a más causa que la suya o la de su partido. Fue primero el crochet al mentón que atizó el alud de interrogantes del bicho que, en lugar de aunar voluntades de servicio, derivó a campo de batalla para sacar tajada de los desperdicios de la miseria. Tuvieron al alcance de la mano la grandeza compartida y la rechazaron por la vileza de la confrontación. Y todavía se preguntan por qué el electorado les da la espalda y se encela con los mensajes fáciles dirigidos a un censo en estado de sublime cabreo. Su ceguera no es ocular; es, mucho peor, cerebral.

 

La mía es una experiencia más en el ilusionismo de trampantojos que estos hipnotizadores de la política mueven en cubiletes vacíos, haciendo creer a los incautos que alguno de ellos esconde la bolita del acertijo. Nos han vendido un plan de salud mental ambicioso de palabrería y hueco de contenidos con el que atajar los traumas psíquicos originados por la COVID. Mis fortalezas se resintieron por esta prueba de fuego contra la paciencia y los ánimos. Había que cerrar las grietas abiertas por una sucesión de acontecimientos en década maldita de sucesos apocalípticos que se creían desterrados de la crónica del mundo.

 

Como a todos, las intentonas de una especie de plan nacional de salud mental sonaron en mis oídos a música celestial. El COVID podía ser combatido, y lo ha sido, con la esperanza visible e inyectable de vacunas de emergencia. El impacto de los destrozos en las mentes no tenía más camino que la entelequia de una confianza ciega en palabras que luego dilapidan la credibilidad, cuando cambian la boca por los hechos. La gente estaba en la mejor disposición de creer, porque en la desesperanza, cualquier cosa sirve de asidero.

 

Es mi historia, la rutina de españolito que se ve en la urgencia de ajustar neuronas, tras una cadena de sucesos traumáticos que abaten la templanza. Me he visto en la necesidad de añadir, a mi atención psicológica, la psiquiátrica. La primera, en el sector público. Hasta el anuncio de marras, de periodicidad regular, y muy provechosa, se vio perjudicada por el efecto llamada de la iniciativa y un crecimiento exponencial de la demanda de servicios, que ha reducido la frecuencia de consultas de una cada quince días a una casi cada tres meses. La profesional que me atiende, competente en alto grado, ha multiplicado su nómina de pacientes por cinco o seis. Del poco y bien al mucho y mal. La segunda, la consulta con psiquiatra, como gato escaldado que huye del agua, se fue directa en su propósito al sector privado, a través del seguro médico por el que abono una elevada cantidad mensual. Para mi desesperación, lista de espera en torno a cuatro meses. Me pregunto si mi fase de desajuste empeora por tanto tiempo sin atención, ¿a quién acudo? ¿Qué puedo hacer si la angustia se desboca? La necesaria ayuda sanitaria está empantanada por un soberbio y reiterado error de cálculo entre la magnitud de la promesa y la maniobrabilidad para su cumplimiento.

 

El Gobierno Central y los autonómicos han tirado la piedra y escondido la mano. Especulan con las necesidades del electorado para sacar tajada cuando ya se olfatea la cadena de cita con las urnas. Pero todo, de nuevo, se queda en un juego de ilusionismo al que se le descubre el truco por la visible chapuza del mago. Todo lo ha echado abajo la carencia de infraestructura para el tratamiento de enfermedades mentales acuciadas en su terapia por los estragos de la pandemia. Se encandila a los ciudadanos con un ambicioso proyecto de salud pública en el vaporoso escenario de las intenciones y se borra de un plumazo en la chicha de las realidades. Construyen la casa por el tejado sin asomo del pudoroso respeto a la inteligencia y el discernimiento de las personas. Para ellos, en cualquiera de nosotros, se mimetiza únicamente un voto, y no la condición de gente pensante. 

 

Esta caterva de dirigentes solo tiene preparación, en su misión de servicio, para el barniz de la letra sin música. Ahí va el plan, pero es masa sin relleno. ¿De qué sirve la buena intención, si la infraestructura para llevarla a efecto no está a alcance más que de un porcentaje limitado de beneficiados? Extenderlo a la masa crítica llevará tiempos de espera que, sabe Dios, cuántas bajas pueden dejar por el camino.

 

Es ahora cuando se ven las consecuencias del desmantelamiento del sistema de salud pública, por obra del neoliberalismo mesiánico de la iniciativa privada como deidad del mercado. La pandemia dejó a la vista, nítidas, carencias y contradicciones. La corneta del séptimo de caballería se volvió a oír en las retaguardias de las inversiones comunes a todos.  Hasta en el propio campo de las soluciones mágicas de lo privado han chocado con la vergüenza de ofertar y cobrar a elevados precios por servicios en tiempo de espera ya cercanos a los del área pública. Acabo de vivirlo en la fuente directa de mi propia persona

 

      

 

          

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