Terminantemente prohibido (VI)
![[Img #58754]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2022/6826_2.jpg)
(...)
Carvajal volvió enseguida de la rectoral. Le dio una explicación al pasante y se sentó en su sitio. Quedamos sorprendidos, nos mirábamos sin saber qué pensar.
¿Por qué se sentaba Carvajal? ¿Quién le había dado permiso para hacerlo? No había duda que era cosa del rector.
Zenón le tiraba del guardapolvo para que le contara. Carvajal se aplicaba a su fábula de Fedro. Parecía no importarle lo que los demás pensáramos. Escribía con suficiencia con el orgullo de quien ha vencido y se considera superior.
Zenón le insistía.
-¿Qué pasó?
-Ya te diré.
- ¿Te mandó sentar?
-Sí.
-¿Le dijiste todo?
-Después te explico. Ahora nos va a ver el pasante.
Zenón estaba muy nervioso, quería saber de una vez cómo había sucedido el encuentro. Ramírez pensaba: "Ves, este se salió con la suya. Ya consiguió lo que quería, seguro que no le dijo nada. El iba a lo suyo y ya lo ha conseguido, pero eso es injusto. Es un aprovechado. Mucho pico de que no le dejes solo, que me apoyéis y el que nos deja solos es él. Vete a saber qué le ha dicho".
Abad no quiso levantar la cabeza. Estaba a gusto escondido ante la antología. "Todos me estarán mirando -pensaba- quizá me llame el rector en el próximo estudio y me pregunte. ¿Cómo me voy a defender? Le diré que yo no he sido. Este es el único argumento que tengo. La verdad. Pero cómo le convenzo a él de que esa es la verdad. Además con él no se puede hablar. La prueba la tienes en lo de las galletas. Cuando sorprendió a Valderrey quitándole el postre a Valencia. El rector salía de la cocina:
-Ladrón, ladrón, deja eso ahí, le dijo.
-Pero si era una broma señor rector.
Desde aquel día lo tuvo entre ceja y ceja hasta que lo expulsó.
A lo mejor Carvajal no le ha dicho nada. Sino por qué le ha perdonado a él solo."
Carvajal escribió a Zenón en una tira de papel: "Todo se va a arreglar esta tarde en el estudio de la noche. Le conté lo de Abad y dijo que nos llamaría a todo el curso. Después te cuento".
Entramos en la antesala. Eran las ocho de la tarde. Era una cita con el misterio, nadie sabíamos lo que allí iba a ocurrir. La lámpara con tirabuzones de cristal estaba encendida. Sobre la mesa una grapadora y algunas carpetas azules. Todo a lo largo una librería cerrada con cristales impresos. La luz danzaba sobre ellos como una burla. El rector tenía puesta la dulleta, una dulleta con cuello de terciopelo. Todo estaba preparado.
-Lo que vamos a hacer aquí es muy serio -dijo el rector-.
Donde estábamos, la rectoral parecía distinta. Nunca la habíamos visto tan iluminada. El rector buscó bajo la solapa de su dulleta un crucifijo, lo desprendió del cordón y lo hizo descansar sobre la palma de su mano. Las contras de la ventana estaban entornadas.
-Vais a jurar delante del crucifijo. Ya sabéis que esto os compromete a decir la verdad. Si no, cometes un perjurio y eso es un pecado horrible.
La luz se quedó quieta, paralizada en mis ojos. Por un momento me oscilaron las figuras de mis compañeros.
El rector se colocó delante de Cano. Le miro fijamente a los ojos. Y con el crucifijo en las manos le dijo:
-¿Juras decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad?
Cano no sabía cómo responder. El rector acudió en su ayuda.
-Di 'Sí juro'.
-Sí juro, respondió Cano en un tono bajo y tembloroso.
-¿Fuiste tú el que escribiste 'eso' en la clase de segundo?
-No señor, yo no fui.
Como ya no sabía dónde estaba, unas lágrimas limpias y gruesas se le caían por la mejilla. El rector era un dómine ridículo que nos amonestaba severamente y engolaba su voz cuando solo éramos capaces de llorar.
-¿Sabes quién lo escribió?
-Yo no, señor.
-Te estoy preguntando si sabes quién lo escribió.
-No señor, no.
-¿De quién sospechas?
-Yo no sospecho de nadie.
El rector se corrió un poco a la izquierda. Ahora le tocaba el turno a Justel. Después vino Alejandro, Floro y Carvajal.
Carvajal era el único tranquilo en aquel carnaval de juicio. Carvajal respondió tajantemente como para enseñarnos cómo había de ser.
-Sí juro.
Todos estábamos pendientes de sus respuestas. De pronto oímos el nombre de Abad. Estábamos salvados. Carvajal había dicho que sospechaba de Abad.
Los que vinieron detrás repitieron como una cantinela "Abad, Abad, Abad, Abad".
Carvajal pensaba y esbozaba casi una sonrisa de triunfo. "Si no soy yo se callan como muertos. Mucho corrillo, muchas pruebas, mucho querer librarse del castigo y cuando llegan aquí se callan. Yo les he demostrado como no se tiene miedo a las preguntas del rector. Ahora ya no tiene vuelta de hoja."
Le tocó la vez a Ovidio. Ovidio estaba y no estaba. "Tengo que sospechar de Abad si no qué van a pensar los otros, el rector sospechará de mí. Pero no podía hacer como los primeros, callarme, ignorar. Cómo voy a echar las culpas a Abad. Me da pena de él. Lo defenderé, diré que fui yo, que no le carguen con las culpas a nadie. He sido yo. Haga de mí lo que quiera pero por lo que más quiera no le eches las culpas a Abad. Todo por la maldita linterna que me quitó el pasante. Pero si lo digo, qué van a pensar de mí. Con qué cara me van a mirar todos. Por mi causa hemos estado castigados en estudio, hemos vivido los días peores del curso y el rector nos está haciendo esto.
-Yo no fui señor rector, se lo juro”.
-¿De quién sospechas?
“Qué dirá papá si lo sabe. Y en el pueblo no se va a hablar de otra cosa. Porque si la cuelgo en el verano no pasa nada, así lo hizo Martín el que hace sexto en el instituto y ya es uno más. Pero ahora…”
-Yo también de Abad.
Ovidio al decirlo había tenido la sensación de un sueño sin fondo, estaba cayendo. Cuando tocó tierra y perdió el mareo del vértigo el rector ya estaba interrogando a Ismael.
Ramírez jugaba con la hebilla del cinturón del guardapolvo. Los guardapolvos eran grises aunque con la luz lechosa de la lámpara los transfiguraba en azules. Abad se mordía los labios y movía los dedos nerviosamente. La sombra del rector se hacía sintética bajo la lámpara y nosotros arrojábamos la nuestra sobre la pared y la librería. Pero todos estos detalles se mezclaban grotescamente en mi interior.
Huían despavoridos como humo recién fumado o se convertían en un mareo gaseoso que me borraba las expresiones. Todos estábamos allí como marionetas manejadas a capricho de un interrogatorio insólito. Yo pensaba que quizá todo se hubiera ahorrado si optáramos por una evasión. Y seguir corriendo por la plaza del carbón y llegar a Fuente Encalada y beber agua, agua abundante y fresca como en pleno verano. Porque ahora sudaba con la tensión intransigente del rector que se acercaba a mí. Su sombra me tocaba el guardapolvo y se colaba entre mis piernas. Era como si una ortiga se zarandeada entre ellas. Yo cortaba la respiración para no sentir el escozor, pero no resistía más. Ya me hablaba a mí. Debí contestar como los demás, con un rincón de voz deseando que aquello pasara cuanto antes.
Seguro que a Abad le pasaba lo mismo que a mí. Pero no era posible escapar. Estábamos allí encerrados. La puerta nos daba la oportunidad de salir pero también era ella la que nos cerraba el paso. Padecimos una situación de opresión. No había cosas en que distraerse. Nuestra vista se encontraba irremediablemente con el color crema de las paredes sin ni siquiera una grieta en que colgar la obsesión. Parecía todo tan estúpido que resultaba normal que al rector le salieran interrogantes de la borla del bonete.
Habíamos sido interrogados 37. El 38 era Abad. El rector repitió una vez más su cuestionario aunque con más intención y severidad. Casi masticaba las palabras. Cuando el rector le hizo la primera pregunta, remachaba las palabras con una dicción sonora que se ahuecaba en la sala.
Abad contestó afirmativamente. Estaba dispuesto a decir la verdad y nada más que la verdad. Los demás decíamos tal vez solo lo que creíamos que era verdad.
-¿Fuiste tú el que escribiste ‘eso’...?
A partir de aquí Abad vio que se le derrumba a plomo la mirada del rector. Bajó la vista y se sonrojó como congestionado. El rector esperaba su respuesta.
-No señor, contesto secamente.
Abad vio bailar la lámpara y las lentejuelas de los cristales mezclarse en el techo como en un aquelarre. El rector le agarró de un brazo para sostenerlo.
-Di que sí.
-No señor, respondía fatigado.
El rector le golpeaba en la mejilla. Parecía fuera de sí, como invadido por una extraña locura.
-Di que sí.
-No señor, era una y otra vez la respuesta de Abad.
Quedamos sobrecogidos. Sin palabras, viendo tambalearse nuestra infancia, olvidando que nuestros juegos eran el peón y el hilo cortado.
Abad lloraba inconsolable cuando dejamos la sala. Íbamos estremecidos al salón sin hablar palabra. El propio Carvajal no esperaba este desenlace brutal.
-Podéis sentaros, nos había dicho al marchar.
(CONTINUARÁ)
![[Img #58754]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2022/6826_2.jpg)
(...)
Carvajal volvió enseguida de la rectoral. Le dio una explicación al pasante y se sentó en su sitio. Quedamos sorprendidos, nos mirábamos sin saber qué pensar.
¿Por qué se sentaba Carvajal? ¿Quién le había dado permiso para hacerlo? No había duda que era cosa del rector.
Zenón le tiraba del guardapolvo para que le contara. Carvajal se aplicaba a su fábula de Fedro. Parecía no importarle lo que los demás pensáramos. Escribía con suficiencia con el orgullo de quien ha vencido y se considera superior.
Zenón le insistía.
-¿Qué pasó?
-Ya te diré.
- ¿Te mandó sentar?
-Sí.
-¿Le dijiste todo?
-Después te explico. Ahora nos va a ver el pasante.
Zenón estaba muy nervioso, quería saber de una vez cómo había sucedido el encuentro. Ramírez pensaba: "Ves, este se salió con la suya. Ya consiguió lo que quería, seguro que no le dijo nada. El iba a lo suyo y ya lo ha conseguido, pero eso es injusto. Es un aprovechado. Mucho pico de que no le dejes solo, que me apoyéis y el que nos deja solos es él. Vete a saber qué le ha dicho".
Abad no quiso levantar la cabeza. Estaba a gusto escondido ante la antología. "Todos me estarán mirando -pensaba- quizá me llame el rector en el próximo estudio y me pregunte. ¿Cómo me voy a defender? Le diré que yo no he sido. Este es el único argumento que tengo. La verdad. Pero cómo le convenzo a él de que esa es la verdad. Además con él no se puede hablar. La prueba la tienes en lo de las galletas. Cuando sorprendió a Valderrey quitándole el postre a Valencia. El rector salía de la cocina:
-Ladrón, ladrón, deja eso ahí, le dijo.
-Pero si era una broma señor rector.
Desde aquel día lo tuvo entre ceja y ceja hasta que lo expulsó.
A lo mejor Carvajal no le ha dicho nada. Sino por qué le ha perdonado a él solo."
Carvajal escribió a Zenón en una tira de papel: "Todo se va a arreglar esta tarde en el estudio de la noche. Le conté lo de Abad y dijo que nos llamaría a todo el curso. Después te cuento".
Entramos en la antesala. Eran las ocho de la tarde. Era una cita con el misterio, nadie sabíamos lo que allí iba a ocurrir. La lámpara con tirabuzones de cristal estaba encendida. Sobre la mesa una grapadora y algunas carpetas azules. Todo a lo largo una librería cerrada con cristales impresos. La luz danzaba sobre ellos como una burla. El rector tenía puesta la dulleta, una dulleta con cuello de terciopelo. Todo estaba preparado.
-Lo que vamos a hacer aquí es muy serio -dijo el rector-.
Donde estábamos, la rectoral parecía distinta. Nunca la habíamos visto tan iluminada. El rector buscó bajo la solapa de su dulleta un crucifijo, lo desprendió del cordón y lo hizo descansar sobre la palma de su mano. Las contras de la ventana estaban entornadas.
-Vais a jurar delante del crucifijo. Ya sabéis que esto os compromete a decir la verdad. Si no, cometes un perjurio y eso es un pecado horrible.
La luz se quedó quieta, paralizada en mis ojos. Por un momento me oscilaron las figuras de mis compañeros.
El rector se colocó delante de Cano. Le miro fijamente a los ojos. Y con el crucifijo en las manos le dijo:
-¿Juras decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad?
Cano no sabía cómo responder. El rector acudió en su ayuda.
-Di 'Sí juro'.
-Sí juro, respondió Cano en un tono bajo y tembloroso.
-¿Fuiste tú el que escribiste 'eso' en la clase de segundo?
-No señor, yo no fui.
Como ya no sabía dónde estaba, unas lágrimas limpias y gruesas se le caían por la mejilla. El rector era un dómine ridículo que nos amonestaba severamente y engolaba su voz cuando solo éramos capaces de llorar.
-¿Sabes quién lo escribió?
-Yo no, señor.
-Te estoy preguntando si sabes quién lo escribió.
-No señor, no.
-¿De quién sospechas?
-Yo no sospecho de nadie.
El rector se corrió un poco a la izquierda. Ahora le tocaba el turno a Justel. Después vino Alejandro, Floro y Carvajal.
Carvajal era el único tranquilo en aquel carnaval de juicio. Carvajal respondió tajantemente como para enseñarnos cómo había de ser.
-Sí juro.
Todos estábamos pendientes de sus respuestas. De pronto oímos el nombre de Abad. Estábamos salvados. Carvajal había dicho que sospechaba de Abad.
Los que vinieron detrás repitieron como una cantinela "Abad, Abad, Abad, Abad".
Carvajal pensaba y esbozaba casi una sonrisa de triunfo. "Si no soy yo se callan como muertos. Mucho corrillo, muchas pruebas, mucho querer librarse del castigo y cuando llegan aquí se callan. Yo les he demostrado como no se tiene miedo a las preguntas del rector. Ahora ya no tiene vuelta de hoja."
Le tocó la vez a Ovidio. Ovidio estaba y no estaba. "Tengo que sospechar de Abad si no qué van a pensar los otros, el rector sospechará de mí. Pero no podía hacer como los primeros, callarme, ignorar. Cómo voy a echar las culpas a Abad. Me da pena de él. Lo defenderé, diré que fui yo, que no le carguen con las culpas a nadie. He sido yo. Haga de mí lo que quiera pero por lo que más quiera no le eches las culpas a Abad. Todo por la maldita linterna que me quitó el pasante. Pero si lo digo, qué van a pensar de mí. Con qué cara me van a mirar todos. Por mi causa hemos estado castigados en estudio, hemos vivido los días peores del curso y el rector nos está haciendo esto.
-Yo no fui señor rector, se lo juro”.
-¿De quién sospechas?
“Qué dirá papá si lo sabe. Y en el pueblo no se va a hablar de otra cosa. Porque si la cuelgo en el verano no pasa nada, así lo hizo Martín el que hace sexto en el instituto y ya es uno más. Pero ahora…”
-Yo también de Abad.
Ovidio al decirlo había tenido la sensación de un sueño sin fondo, estaba cayendo. Cuando tocó tierra y perdió el mareo del vértigo el rector ya estaba interrogando a Ismael.
Ramírez jugaba con la hebilla del cinturón del guardapolvo. Los guardapolvos eran grises aunque con la luz lechosa de la lámpara los transfiguraba en azules. Abad se mordía los labios y movía los dedos nerviosamente. La sombra del rector se hacía sintética bajo la lámpara y nosotros arrojábamos la nuestra sobre la pared y la librería. Pero todos estos detalles se mezclaban grotescamente en mi interior.
Huían despavoridos como humo recién fumado o se convertían en un mareo gaseoso que me borraba las expresiones. Todos estábamos allí como marionetas manejadas a capricho de un interrogatorio insólito. Yo pensaba que quizá todo se hubiera ahorrado si optáramos por una evasión. Y seguir corriendo por la plaza del carbón y llegar a Fuente Encalada y beber agua, agua abundante y fresca como en pleno verano. Porque ahora sudaba con la tensión intransigente del rector que se acercaba a mí. Su sombra me tocaba el guardapolvo y se colaba entre mis piernas. Era como si una ortiga se zarandeada entre ellas. Yo cortaba la respiración para no sentir el escozor, pero no resistía más. Ya me hablaba a mí. Debí contestar como los demás, con un rincón de voz deseando que aquello pasara cuanto antes.
Seguro que a Abad le pasaba lo mismo que a mí. Pero no era posible escapar. Estábamos allí encerrados. La puerta nos daba la oportunidad de salir pero también era ella la que nos cerraba el paso. Padecimos una situación de opresión. No había cosas en que distraerse. Nuestra vista se encontraba irremediablemente con el color crema de las paredes sin ni siquiera una grieta en que colgar la obsesión. Parecía todo tan estúpido que resultaba normal que al rector le salieran interrogantes de la borla del bonete.
Habíamos sido interrogados 37. El 38 era Abad. El rector repitió una vez más su cuestionario aunque con más intención y severidad. Casi masticaba las palabras. Cuando el rector le hizo la primera pregunta, remachaba las palabras con una dicción sonora que se ahuecaba en la sala.
Abad contestó afirmativamente. Estaba dispuesto a decir la verdad y nada más que la verdad. Los demás decíamos tal vez solo lo que creíamos que era verdad.
-¿Fuiste tú el que escribiste ‘eso’...?
A partir de aquí Abad vio que se le derrumba a plomo la mirada del rector. Bajó la vista y se sonrojó como congestionado. El rector esperaba su respuesta.
-No señor, contesto secamente.
Abad vio bailar la lámpara y las lentejuelas de los cristales mezclarse en el techo como en un aquelarre. El rector le agarró de un brazo para sostenerlo.
-Di que sí.
-No señor, respondía fatigado.
El rector le golpeaba en la mejilla. Parecía fuera de sí, como invadido por una extraña locura.
-Di que sí.
-No señor, era una y otra vez la respuesta de Abad.
Quedamos sobrecogidos. Sin palabras, viendo tambalearse nuestra infancia, olvidando que nuestros juegos eran el peón y el hilo cortado.
Abad lloraba inconsolable cuando dejamos la sala. Íbamos estremecidos al salón sin hablar palabra. El propio Carvajal no esperaba este desenlace brutal.
-Podéis sentaros, nos había dicho al marchar.
(CONTINUARÁ)










