Amarillos
![[Img #58811]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2022/7651_oria-dsc_0165.jpg)
Gayombas, retamas, hiniestales —de donde el nombre sugestivo de Nistal—, todo es lo mismo en la distancia. Amarillo. El color fulgurante que señala al peregrino la estela que va de Pirineos a Finisterre; el Camino, por antonomasia. A Santiago, al mar, a occidente, donde muere el sol. Carqueixas medicinales, tojos para encender los hornos, retamas para hacer escobas y también para teñir. Piornales espesos. Las lomas de Cuevas y Matanza, las laderas de Sopeña, todo amarillo, reflejado en el río, en el agua que va y en los ojos que quedan. En el alma. El amarillo aquel del Juan Ramón más sensitivo, allá por su Moguer natal. El sol ungía de amarillo el mundo. Si tuviéramos que reducirlo todo a un color, la radiografía de España nos saldría ahora en amarillo. Sobre el verde de la vegetación y el azul del cielo, el amarillo de la luz, la vida y la alegría. A pesar de todo lo que nos ha sobrevenido. Amarillo encendido y luminoso de los montes. Ya antes, desde los narcisos salvajes de febrero a los lirios amarillos de abril, todo era una preparación, un ensayo de laboratorio —el laboratorio misterioso de la Naturaleza— para estos amarillos deslumbrantes de ahora. Espirituales. Hasta nuestro corazón se ha encendido de amarillo y traemos ramos de retama de olor del monte para poner en un jarrón con agua y perfumar la casa en la penumbra. Las nupcias primaverales de la Naturaleza y el Tiempo se celebran con ropajes amarillos bajo la cúpula celeste.
Gayombas, retamas, hiniestales —de donde el nombre sugestivo de Nistal—, todo es lo mismo en la distancia. Amarillo. El color fulgurante que señala al peregrino la estela que va de Pirineos a Finisterre; el Camino, por antonomasia. A Santiago, al mar, a occidente, donde muere el sol. Carqueixas medicinales, tojos para encender los hornos, retamas para hacer escobas y también para teñir. Piornales espesos. Las lomas de Cuevas y Matanza, las laderas de Sopeña, todo amarillo, reflejado en el río, en el agua que va y en los ojos que quedan. En el alma. El amarillo aquel del Juan Ramón más sensitivo, allá por su Moguer natal. El sol ungía de amarillo el mundo. Si tuviéramos que reducirlo todo a un color, la radiografía de España nos saldría ahora en amarillo. Sobre el verde de la vegetación y el azul del cielo, el amarillo de la luz, la vida y la alegría. A pesar de todo lo que nos ha sobrevenido. Amarillo encendido y luminoso de los montes. Ya antes, desde los narcisos salvajes de febrero a los lirios amarillos de abril, todo era una preparación, un ensayo de laboratorio —el laboratorio misterioso de la Naturaleza— para estos amarillos deslumbrantes de ahora. Espirituales. Hasta nuestro corazón se ha encendido de amarillo y traemos ramos de retama de olor del monte para poner en un jarrón con agua y perfumar la casa en la penumbra. Las nupcias primaverales de la Naturaleza y el Tiempo se celebran con ropajes amarillos bajo la cúpula celeste.