Astorga Redacción
Jueves, 02 de Junio de 2022

El reconocimiento y el olvido de los viejos

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A la muerte no le tengo miedo pero al sufrimiento tampoco se lo tengo mucho ahora, porque ahora hay muchas cosas muy buenas que te dan cuando estás muy enfermo, cuando te duele mucho. A mí se me murió ahora hace un año una hermana, muy querida, muy querida. El último hermano que me quedaba de cinco que éramos. Ya se me murieron los cuatro, quedo yo sola. Esa hermana me dolió muchísimo porque era la única hermana de cinco hermanos que yo tenía. El primer día estando ella gravemente enferma con una máquina sujeta a su riñón para que funcionara, con otra máquina sujeta para respirar, porque si no se asfixiaba, yo estuve alrededor de su cama con sus tres hijos, nos dejaron estar en una REA (Unidad de reanimación y cuidados críticos de adultos) que ya es mucho en la época de la pandemia, nos dejaron estar a los cuatro alrededor de la cama desde las diez de la mañana hasta las siete y diez de la tarde en que murió. Ese día para mí fue muy triste y muy duro, muy triste y muy duro. Con todo yo le cogí las manos a mi hermana, se las besé y le dije márchate ya hermana, márchate ya. Y al día siguiente también estuve muy triste porque la enterramos.... La enterramos y también fue muy duro. Cuando vi echarle la primera palada de tierra en la tumba le dije que parara. Y entonces le dije que íbamos a echar las flores que habíamos llevado. No queríamos echárselas después de la tierra….”

 

Esta larga cita no es el comienzo de la comunicación que Blanca L. Doménech impartía en el ‘Miércoles al Sol’ celebrado en el salón de actos de la Biblioteca de Astorga esta semana. Pero forma parte de una de las intervenciones que se produjeron al acabar la exposición.

 

La conferencia podría haber sido ‘El Porvenir es largo’ haciendo referencia a la apertura que conlleva toda vida humana y a ese resto de esperanza que quedó sedimentada, endurecida al fondo de la frasca cuando todos los bienes y los males se disiparon a los vientos. Pero la comunicación de Blanca L. Domenech se titulaba: ‘La vejez entre el reconocimiento y el olvido'

 

Como aperitivo planteaba las siguientes cuestiones:

  1. Es verdad que todos queremos llegar a viejos pero nadie quiere ser viejo.
  2. Todos nos sentimos más jóvenes de lo que somos, con la ambivalencia que esto conlleva.
  3. Varias organizaciones internacionales han llamado la atención sobre el envejecimiento de la población y sus implicaciones políticas, económicas, etcétera.
  4. ¿Cuándo se es viejo? ¿Cómo se es viejo? ¿Qué hacemos con los viejos? ¿Son acaso un grupo homogéneo? ¿Envejecen la sensibilidad y el deseo?

 

 

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En su ánimo de enfrentarse a los estereotipos y a los eufemismos, Blanca Domenech respondía que la vejez es un grupo multiforme, con muchos imaginarios. Luego hizo un recorrido histórico de la vejez desde la Grecia clásica hasta la actualidad con la intención de identificar los estereotipos positivos y negativos que todavía permanezcan sobre la misma en la actualidad.

 

Daba algunas pinceladas sobre esos estereotipos como que se repudia a la vejez asociándola con la enfermedad, la decadencia y obligando a todos a mantenerse en forma. O como que con el aumento de la esperanza de vida el anciano alcanza mayor representatividad social, mayor influencia pública, con un nuevo mercado que mueve mucho dinero incrementando la imagen de los viejos como valor social.

 

Tras ese recorrido histórico, señalaba la ponente, que se hace evidente que ser un anciano es un constructo social variable, pero de ningún modo ingenuo, pues será una imagen que nos determine y a la que nos iremos adaptando en la medida en que seamos socializados desde niños con esa horma de la vejez.

 

Esta idea remite a deficiencia, finitud, y es escondida en los geriátricos o en la marginalidad. Robert Butler utilizó el concepto de 'edadismo' para definir una nueva forma de discriminación sutil que pretende encuadrar en un único modelo a los ancianos y ajustar las actitudes de niños, jóvenes y adultos, incluso a los propios viejos a este modelo único, determinando la visión de los medios de comunicación, de las instituciones y de los profesionales de la salud.

 

Enumeró algunos de los estereotipos de la vejez en uso hoy: 1. La vejez es improductiva. 2 Supone desvinculación con la sociedad y la vida. 3. Los viejos son conservadores. 4. Padecen decadencia intelectual unida a la idea de senilidad. 5. No hay sexualidad y en caso que la hubiere la cataloga como perversión o patología. 6. Infantilizacion de la vejez. 7. Idea de la vejez como etapa vital desgraciada en contraposición a la juventud. 8. Creencia de que los viejos son inflexibles y ya no pueden aprender ni adaptarse a nuevas situaciones. También mencionó algunos estereotipos positivos que no dejaban de resultar ambiguos. 9. Mito de la serenidad en la vejez (como todo se ha logrado no había deseos ni expectativas ya.) 10. El mito de la sabiduría.

 

Insistía entonces en que el viejo no se ajusta a un estereotipo, sino que es una persona concreta con su historia y su singularidad. En que si el viejo pierde su valor social, al ser marginado, se transforma en una especie de sujeto en suspensión, sin proyectos ni futuro. Quedando como alguien del pasado, siendo expelido y de alguna manera alienado, afantasmado. Es lo que tienen los estereotipos, que determinan el modo de ser de un colectivo impidiendo la singularidad y la subjetividad, incluso desautorizándola cuando alguien pudiera reclamarla.

 

Lo mismo vino a decir acerca de la multiplicidad de discursos institucionales y supuestamente científicos acerca de la vejez que desconsideran al individuo como tal y lo encuadran en un colectivo predefinido, negándoles a los sujetos de ese colectivo la existencia de sus propios deseos, sus posibilidades de elección, negándoles hasta la evidencia de lo que puedan sentir y desear. 

 

Planteó a continuación la manera de definir la vejez. Y decía que la vejez no es un estado, sino un proceso continuado de subjetivación. No existe por tanto un ser viejo, sino un ser envejeciendo. La definición de viejo es algo abierto a las posibles realizaciones de ese sujeto, en esta edad de la vida.

 

 

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Señalaba también que la experiencia clínica ha evidenciado que la dificultad de adaptación a las nuevas situaciones depende más de la estructura psíquica de la persona que de la edad que posea (se trata de como cada cual afronta la vida). Ahora bien cómo se afronta esa etapa llena de pérdidas. Tendríamos que tener en cuenta que no es la vejez la única época de la vida en que se dan pérdidas, pues vivir es un proceso continuo de elaboración de pérdidas. Toda elección, todo uso de la libertad es un dejar de lado algo para optar por lo otro. (Desarrolló aquí de manera prolija cómo todo sujeto en la búsqueda del reconocimiento de los otros buscaría un reconocimiento completo narcisista, una imposibilidad.)

 

Como toda elección conlleva una opción que deja algo atrás en favor de lo que toma, y como esto es nuestra forma de ser nosotros. Toda vida es un proceso de pérdidas, pero de pérdidas, "permítaseme ila interpretación, que arden desde atrás e iluminan el paso a dar aunque con nuestras propias sombras".

 

En esto no habría diferencia entre un viejo y cualquier persona de cualquier edad. Pues esta condición de desamparo atraviesa al ser humano durante toda su vida. Y no es ni más ni menos que la búsqueda de estrategias que puedan dar sentido a una vida. Los viejos también siguen buscando ese significado último singular que constituye el fantasma particular con que cada cual da forma y sentido, y también una forma de ocultar el desenlace último de la vida que es la muerte.

 

Enumeró entonces las variadas pérdidas vitales que se dan a lo largo de la vida. Pérdida de la infancia, de la maternidad y paternidad, ruptura de la jubilación, etcétera. A la vejez se produciría un cúmulo de pérdidas irremediable, pues se muestran de manera más cruda y evidente. Se anula la convicción de la fantasía de la inmortalidad. La muerte es asimilable pero ahora se la ve de frente.

 

No habría una única manera de ser viejo, señalaba Blanca Doménech, y sin embargo sí tiene que ver con la manera en que se vivieron las edades de la vida, lo cual no significa quedar cautivo del pasado. Pues vivir es instalarse en el presente para abrirse a otra cosa. Es plantearse la incertidumbre ante lo desconocido. Perder para ganar, para poder vivir y seguir deseando. Desprenderse del pasado no significa desentenderse de él pero tampoco quedar prendido o prendado del mismo, pues ahogaría el futuro. Por eso el porvenir siempre es largo siendo abierto.

 

 

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Insistía, en la recapitulación, en ser críticos con los prejuicios y los estereotipos de la vejez que sitúan al viejo en un lugar muy estrecho y con poco margen, declarándoles muerto, un deseo que permanece vivo. Deberíamos, decía, de escucharnos a nosotros mismos atendiendo a las propias peculiaridades.

 

Con una cita de Sigmund Freud y un poema de Saramago terminó su intervención dando paso a la tertulia.

 

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