Parar
![[Img #59009]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/8130_sol-dsc_0367.jpg)
Pienso, llevo unos días pensando, adónde voy. Ocupada en vivir, los días se van consumiendo en actividades que se repiten sin tregua ni descanso: levantarme, viajar en metro, trabajar, volver en bus, comprar, cocinar, escribir, un día una cosa, otro día otra…, que me evocan la imagen de esos come cocos (yo soy, en realidad, el come cocos) que dentro de un laberinto tienen que devorar todos los puntos de la pantalla y cuando lo han hecho (¡oh, cielos), aparece una nueva pantalla con más puntos por devorar en un juego interminable, también bastante perverso. Sísifo que acarrea la colosal piedra o la bola de nieve cada vez más gruesa que se forma con la gran nevada.
El que corre rápido muere rápido, dice un amigo que gusta del Tao, y me viene a la cabeza la famosa frase que falsamente se atribuyó a James Dean, pero que en realidad pronunció Humphrey Bogart en ‘Llamad a cualquier puerta’: Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Entonces pienso en la conveniencia de ir despacio pues donde tengo que ir es a mi misma, a intentar encontrar la armonía interna, a procurar la coherencia entre lo que pienso, lo que siento, y lo que hago -pensamiento, emoción o sentimiento y acción-. Siempre con la mirada puesta en el frente, sabiendo que ambos lados hay gente que está mejor que yo y otra peor, mientras yo sigo a lo mío.
¿Y qué es lo mío, me pregunto? Ello me remite al deseo. Hace muchos años, nada menos que diecisiete, un compañero me contó que en un curso de escritura creativa le mandaron pintar un árbol de deseos. Primero tuvo que reflexionar sobre la frase Él quería ser bailarín paro pasó toda su vida cuidando cerdos. Una hora estuvo mi compañero pensando en sus deseos, mientras los colgaba de un árbol que dibujaba con colores. Un trabajo agotador, calificó entonces, pero lo peor fue cuando, de todos los deseos colgados en el árbol, le mandaron seleccionar uno. Porque lo suyo, lo de mi amigo, lo de cualquiera, lo de cada uno de nosotros, es solo una y definitoria cosa.
Somos seres llenos de pasión, acaso los únicos seres vivos llenos de pasión, de sentires, de afanes, de temores, de sueños, de pensamientos dentro de un mundo que nos invade sin cesar con estímulos que, la mayor parte de las veces, no filtramos. En este escenario tal vez se haga preciso parar. Detener la máquina del pensamiento, dejar la mente en blanco, concentrarnos en ese estado de escucha profunda que está en el silencio. De esto el hombre oriental sabe bastante, lo lleva incorporado en su cultura desde antiguo. Conoce el valor y los efectos positivos del titilar cadencioso de la lluvia, de la contemplación queda de un paisaje, de la calma que existe bajo el cerezo en flor, de la captura de momentos únicos e irrepetibles que son verdaderos hallazgos epifánicos. Si lo hacemos así, nos daremos cuenta de que por no hacer no pasa nada, el mundo sigue y seguirá estando ajeno a nuestra presencia.
Somos seres llenos de pasión, de pasiones, sujetos a que cualquier día, acaso el día menos pensado, perdamos pista para ser Nada. Esto viene marcado en nuestra esencia humana y mortal desde que nacemos, aunque nuestra sociedad cierre los ojos y no hable de ello. ¿Merece la pena entonces tanto afán?
Somos seres llenos de pasión y también somos suspiro, por eso es importante seguir el camino del corazón, éste no falla.
Llegado a este punto, en medio del silencio de la mañana, quieta, muy quieta, las cosas quietas, todo quieto, abro los ojos. Al hacerlo el pensamiento fluye, seis y media de la madrugada, jueves y junio, Madrid, año 2022. Me pongo en pie, ando.
Pienso, llevo unos días pensando, adónde voy. Ocupada en vivir, los días se van consumiendo en actividades que se repiten sin tregua ni descanso: levantarme, viajar en metro, trabajar, volver en bus, comprar, cocinar, escribir, un día una cosa, otro día otra…, que me evocan la imagen de esos come cocos (yo soy, en realidad, el come cocos) que dentro de un laberinto tienen que devorar todos los puntos de la pantalla y cuando lo han hecho (¡oh, cielos), aparece una nueva pantalla con más puntos por devorar en un juego interminable, también bastante perverso. Sísifo que acarrea la colosal piedra o la bola de nieve cada vez más gruesa que se forma con la gran nevada.
El que corre rápido muere rápido, dice un amigo que gusta del Tao, y me viene a la cabeza la famosa frase que falsamente se atribuyó a James Dean, pero que en realidad pronunció Humphrey Bogart en ‘Llamad a cualquier puerta’: Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Entonces pienso en la conveniencia de ir despacio pues donde tengo que ir es a mi misma, a intentar encontrar la armonía interna, a procurar la coherencia entre lo que pienso, lo que siento, y lo que hago -pensamiento, emoción o sentimiento y acción-. Siempre con la mirada puesta en el frente, sabiendo que ambos lados hay gente que está mejor que yo y otra peor, mientras yo sigo a lo mío.
¿Y qué es lo mío, me pregunto? Ello me remite al deseo. Hace muchos años, nada menos que diecisiete, un compañero me contó que en un curso de escritura creativa le mandaron pintar un árbol de deseos. Primero tuvo que reflexionar sobre la frase Él quería ser bailarín paro pasó toda su vida cuidando cerdos. Una hora estuvo mi compañero pensando en sus deseos, mientras los colgaba de un árbol que dibujaba con colores. Un trabajo agotador, calificó entonces, pero lo peor fue cuando, de todos los deseos colgados en el árbol, le mandaron seleccionar uno. Porque lo suyo, lo de mi amigo, lo de cualquiera, lo de cada uno de nosotros, es solo una y definitoria cosa.
Somos seres llenos de pasión, acaso los únicos seres vivos llenos de pasión, de sentires, de afanes, de temores, de sueños, de pensamientos dentro de un mundo que nos invade sin cesar con estímulos que, la mayor parte de las veces, no filtramos. En este escenario tal vez se haga preciso parar. Detener la máquina del pensamiento, dejar la mente en blanco, concentrarnos en ese estado de escucha profunda que está en el silencio. De esto el hombre oriental sabe bastante, lo lleva incorporado en su cultura desde antiguo. Conoce el valor y los efectos positivos del titilar cadencioso de la lluvia, de la contemplación queda de un paisaje, de la calma que existe bajo el cerezo en flor, de la captura de momentos únicos e irrepetibles que son verdaderos hallazgos epifánicos. Si lo hacemos así, nos daremos cuenta de que por no hacer no pasa nada, el mundo sigue y seguirá estando ajeno a nuestra presencia.
Somos seres llenos de pasión, de pasiones, sujetos a que cualquier día, acaso el día menos pensado, perdamos pista para ser Nada. Esto viene marcado en nuestra esencia humana y mortal desde que nacemos, aunque nuestra sociedad cierre los ojos y no hable de ello. ¿Merece la pena entonces tanto afán?
Somos seres llenos de pasión y también somos suspiro, por eso es importante seguir el camino del corazón, éste no falla.
Llegado a este punto, en medio del silencio de la mañana, quieta, muy quieta, las cosas quietas, todo quieto, abro los ojos. Al hacerlo el pensamiento fluye, seis y media de la madrugada, jueves y junio, Madrid, año 2022. Me pongo en pie, ando.