Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 11 de Junio de 2022

Escena

[Img #59012]

 

 

El marido envuelto en un albornoz impolutamente blanco, pelo húmedo, revuelto y brillante de recién duchado, entra en la modernísima e impecable cocina con armarios en un tono blanco crema, impregnando el ambiente de ese profundo olor entre hojas verdes de tabaco y tierra húmeda de su exquisita eau de cologne que tanto le gusta porque es de un olor ‘muy masculino’. Avanza con la satisfacción personal que le caracteriza generalmente pero mucho más después de su revitalizante ducha/masaje  de la mañana. Y… con aire jovial se dispone a preparar el café del desayuno.

 

Ella, todavía no se ha duchado, está envuelta en su bata de seda rosa haciendo juego con las zapatillas del mismo color, aunque de un tono más suave.  Está sentada a la mesa de madera de nogal que preside la cocina. Los codos sobre la mesa, la cabeza algo ladeada reposa sobre los puños. Su actitud es pensativa y distante. Puede que esté algo somnolienta o simplemente remota.

 

Él se dirige a ella sin mirarla mientras manipula los granos de café  que van cayendo en el molinillo: “No sabes qué sueño he tenido hoy”. El ruido del molinillo triturando los granos impide oír cualquier otro sonido. Un segundo de silencio, y vuelve a sonar de nuevo el ruido del molinillo pulverizando el café. Finalmente ha conseguido la textura del café que a él le parece la adecuada y vuelve de nuevo el silencio en la cocina.

 

Él retoma entonces la conversación que había iniciado mientras manipula con la cafetera. “He soñado que Javier Solana venía a vivir de vecino a nuestra colonia. Me reconoció, me decía “yo a ti te conozco”, y yo le dije “claro Javier es que hemos coincidido muchas veces en el Ministerio”, Y él me decía “Ah, vivís aquí vosotros pues quiero ver vuestra casa para hacerme una idea de cómo podría quedar la mía”. Y entonces yo le invitaba a venir a comer a casa y tú te quedabas sorprendida y me decías ¿para qué me traes a este hombre aquí?”

 

Ella seguía sentada a la mesa en la misma posición y disposición que cuando él entró en la cocina. Le veía moverse manejando las tostadas y las mermeladas con la soltura típica de lo cotidiano mientras el agradable, y siempre estimulante, olor del café empezaba a inundar el ambiente. Pero en realidad no le miraba, le presentía más que le veía. Ajena a lo que pasaba a su alrededor, seguía los movimientos de su marido sin fijarse en ellos y las palabras sin atender sus significado.

 

Había desconectado ya en la primera frase que él había pronunciado cuando entró exultante en la cocina. Ella estaba en sus pensamientos: “Me importa un bledo lo que haya soñado. Quiero que me deje pensar. Quiero pensar en mis cosas. Quiero que se acabe el desayuno para poder retirarme a escribir mi sueño”.

 

Lo que sentí por ti ya no me muerde el alma.

 

O témpora o mores

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.