Paz Martínez
Sábado, 18 de Junio de 2022

Un viaje inesperado

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Apenas enfoqué la vista, al tiempo que desaparecía el vaho bochornoso del calor, me pude ver, pequeña como soy, ante la más antigua de las siete maravillas del mundo. La gran pirámide de Guiza a mis pies haciéndome diminuta. Desde mi posición apenas podía ver hasta dónde se alzaba, obligándome a levantar mucho el cuello e inclinar la cabeza hacia atrás. A mi espalda, la ciudad circundada por docenas de autobuses de turistas. Me quedé con ganas de apuntar en el mapa otro destino y visitar Alejandría, pero aquel particular viaje había sido tan inesperado que apenas podía decidir ninguno y fui permitiendo que el compañero que me había abierto la puerta a ese mundo me guiara.

 

De ahí, a apenas diez segundos de distancia, me detuve a las puertas del Taj Majal. me era imposible contemplar desde tan cerca todo este majestuoso monumento funerario, así que retrocedí cuantos pasos pude hasta la barandilla que lo separa del río Yamuna (el vértigo ante la altura que me elevaba sobre el río me hizo sentir miedo por primera vez) para observar desde una mejor perspectiva su cúpula de mármol blanco, para entender al poeta bengalí Rabindranath Tagore cuando había dicho del mausoleo que era una lágrima en la mejilla del tiempo. Me pareció mucho más que eso a pesar de no poder tocar ni una sola de sus piedras, a pesar de no percibir los aromas de sus jardines y el bullicio de la gente que me rodeaba.

 

Volvimos a Europa a los pocos minutos, no sin antes visitar la Plaza Roja de Moscú, el Kremlin y la Fortaleza Real donde reside el presidente de Rusia. La Catedral de San Basilio que da nombre a la plaza, me pareció dotada de una hermosura indescriptible que hace justicia a la toponimia del lugar.

 

Ya de regreso a Europa apostamos por ver el puente de Londres sobre el Támesis y recordamos que, una vez, habíamos creído pasear juntos en una barca por sus aguas. Pero no todo lo que vivimos es real, a veces solo es un decorado a nuestra medida construido para una ocasión especial. Este viaje así era, una componenda de la cuarta dimensión o un viaje a un universo paralelo. Por eso pudimos permitirnos el lujo de ir de Inglaterra al corazón de Bruselas, donde su gran plaza fue considerada por Víctor Hugo una de las más bellas del mundo. Decidí estar de acuerdo con el escritor, es sin duda uno de los más bellos lugares del mundo, al menos cuando su plaza se convierte en una enorme alfombra de flores en agosto. En Francia, el Cementerio del Père-Lachaise acoge las tumbas de personajes famosos como Oscar Wilde, Moliere, María Callas o Marcel Proust. Me hubiera encantado poder tocar sus panteones, impregnarme de su magia y de la sabiduría de sus espíritus. Aun así, paseamos un rato por las calles arboladas antes de volver a España donde recalamos en Granada por unos instantes.

 

Iba siendo hora de terminar el viaje, pero el compañero que me guiaba a través del mapa quiso que viera un lugar más… De nuevo, expectante ante la invitación, puse mi mirada en el mapa para ver donde acabaría la aventura.

 

La Gran Muralla China se abría paso hacia ambos lados en más de veinte mil kilómetros, aunque en la actualidad, apenas se conserva menos de la mitad de esa longitud inicial y yo tan solo podía ver una pequeñísima fracción hasta donde me alcanzaba la vista. De nuevo el vértigo que me paralizaba mientras observaba el paisaje que se extendía desde lo más alto de la fortaleza. No me atrevía a dar un solo paso por temor a caer. Los extensos valles a mis pies eran como abismos que me impedían girar entorno a mí misma para contemplar la vista que quedaba a mi espalda. “Me voy a caer” acerté a decir y mi amigo comprendiendo ese miedo irracional se acercó, me ayudó a retirar las gafas de realidad virtual y me recordó que no habíamos salido de un espacio no mayor de tres metros cuadrados en todo el tiempo.

 

El mundo virtual se desarrolla entre el cielo y el infierno, entre el bien y el mal y uno puede elegir qué camino coger. Cuando los místicos hablan de viaje astral creo que se refieren a algo parecido a lo que yo viví aquella mañana sin salir de Santa Colomba de Somoza. El mundo virtual y tridimensional, y yo como parte de él, se acerca tanto a la realidad como a la vez se aleja. Cualquier lugar es posible, cualquier momento; y eso, por mal que nos pese es una gran oportunidad, aunque como dijo Gandalf a Frodo: “El mundo no está en tus libros y tus mapas. Está allá afuera.”

 

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