Terminantemente prohibido (X)
![[Img #59128]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/5021_26951513566_e534216a6a.jpg)
(...)
Ovidio se fue encerrando en su soledad. Habían pasado dos meses insoportables, se le veía fuera de su sitio como huido, no estudiaba con el rendimiento de antes y para colmo había suspendido latín en el segundo trimestre. Durante la semana pasada se le había notado cabizbajo y preocupado. Algunos maliciosos pensaban en una falsa piedad. Un santurrón como Vega que se comía padrenuestros en las filas, que hacía visajes con los ojos para alejar los malos pensamientos. El comportamiento de Ovidio era distinto, no llegaba a estos extremos, ni siquiera manifestaba indicios del clásico santurrón, pero desde luego había cambiado mucho, misteriosamente sin darnos cuenta. No hablaba con la alegría y desenfado que le caracterizaba, desaparecía con frecuencia del recreo. Empezó a hacerse un personaje observado y triste.
Quedaban muy lejos sus vertiginosos descensos por la escalera de madera a caballo de la barandilla.
-¡Ovidio, haz el favor de subir otra vez y bajar como es debido!
Hacía un gesto de contrariedad por haber sido descubierto, volvía a subir las escaleras hasta el descanso de la campana y bajaba rápido barriendo las escaleras con la sotana.
Ovidio aparentaba haberse formalizado. La verdad es que todos nos habíamos formalizado un poco, que era como estar más acoplados al aro de la disciplina. El rector nos había llamado uno por uno a todos los del curso.
-Pasa no tengas miedo.
Esbozaba una sonrisita como las de los días de lluvia cuando llevaba el tocadiscos y nos ponía canciones humorísticas.
-Siéntate.
Miraba fijamente como siempre hacía como para arrancarte la verdad de las respuestas, como si temiera ser engañado.
-¿Qué tal tus compañeros? ¿Te entiendes con ellos? Veo que después de lo que ocurrió marchan mejor las cosas. Y la comida, ¿te gustan las habas?
-Sí señor. A mí me gusta todo.
No había más cosas que la comida. Si nos gustaba la comida todo estaba perfecto. Las cosas marchaban mejor solo porque nadie se salía de la norma. Marchaban mejor porque vivíamos en un riesgo constante de expulsión o de paliza. Nos tenían que gustar las habas, las lentejas, los chicharros tostados de la cena. Cómo podían gustarnos otras cosas. Pero lo cierto es que no comíamos, devorábamos incontroladamente, nos servíamos platos descomunales de paella que no éramos capaces de comer.
-Coméis con los ojos, nos decía don Nicolás.
Nos gustaba todo, pues claro. Comíamos de todo y en todos los sitios, sobre todo en el estudio de después de merendar. Pero preferíamos la comida de los que estaban a régimen, el puré espeso que era el menú ansiado de la enfermería.
El puré era una comida cariñosa que nos recordaba los mimos de la hermana enfermera. Estar enfermo era como vivir con la espontaneidad afectiva a flor de piel. Éramos más normales cuando estábamos enfermos.
Ovidio también había sido interrogado.
-A ver si te formalizas un poco.
Desde aquel día Ovidio se encogió en sí mismo, parecía hecho de otra piel, aunque pasaba desapercibido su cambio. Pero todo pregonó cuando en Semana Santa y a raíz del retiro Ovidio dejó de comulgar. Dejar de comulgar significaba para todos estar en pecado mortal y Ovidio lo estaba, de eso no había duda. Algunos contaron esos días.
-¿Te has fijado que Ovidio no comulga?
-No me había dado cuenta.
-Esta delante de mí. Hace diez días que no comulga.
Se nos había enseñado a controlar a los compañeros, les seguíamos los pasos que daban y los que no daban. Don Ramón se enteraba de todas estas anomalías y se enteró de lo de Ovidio.
Estábamos en el salón, en el estudio de la noche. Vega que venía de la habitación de Don Ramón, se acercó al pupitre de Ovidio y le dijo:
-Te llama el padre espiritual. Que vayas a su habitación.
Ovidio se olía la razón de la llamada. Salió del salón preparando su defensa. Los claustros de arriba guardaban la última claridad del día. Llegó ante la puerta de la dirección espiritual. Una puerta gruesa pintada de color café con la ranura de un buzón donde se depositaban los deseos de visitar al padre espiritual. Ovidio hacía mucho tiempo que no pisaba en aquel cuarto. Esta vez tampoco lo hacía por propia iniciativa. Le habían llamado.
Don Ramón contestó desde dentro la llamada de la puerta.
-Pasa.
Ovidio cerró la puerta y sonrió "buenas noches", dijo.
-Ponte cómodo.
No había posible comodidad para la tortura interior por la que estaba pasando en aquellos instantes Ovidio. Para estar realmente cómodo prefería el asiento duro del salón y no aquella silla tapizada de terciopelo azul.
-Vienes poco por aquí Ovidio. ¿Qué tal tus estudios?
-Regular.
-¿Y el latín?
-Me suspendieron el trimestre pasado.
-Pero ¿estudias o no?
-Sí señor, lo que pasa es que don Albino me tiene fichado. Me preguntó un día, no le supe y ya no volvió a preguntarme más.
-Eso no tiene demasiada importancia. Lo que yo quisiera preguntarte es otra cosa. ¿Te pasa algo?¿Te preocupa algo?
-No nada.
-Pero tus compañeros dicen que estás raro, que no juegas como antes. Los superiores piensan que algo te ocurre.
-Es que me llamó el señor rector y me dijo que tenía que portarme mejor.
-Pero se puede portar uno bien sin perder la alegría. Todos notan que te pasa algo. No es normal que un seminarista se pase diez días sin comulgar.
Ovidio no encontró una respuesta rápida. Se cayó. No podía negar la evidencia. Después le nacieron unas lágrimas limpias y silenciosas.
-No llores, anda. No sé porque tienes que llorar. El padre espiritual no come a nadie, está para ayudarte. Cuéntame lo que te pasa. Verás que agusto quedas después.
Don Ramón jugaba con el pisapapeles, un cubo de cristal que transparentaba un caballito de mar. A Ovidio le dio el hipo y se ponía colorado.
-Hala, deja de llorar. Vienes otro día y ya más tranquilo me cuentas, o si prefieres te acercas cuando esté confesando.
Ovidio no comprendía que alguien quisiera introducirse en su interior. Este acoso del padre espiritual le abrumó más. Tenía que defenderse de él, evitarlo en lo posible. Pero justo aquí le nació una necesidad de gritar en su interior, dárselo a otro, para quedarse él sin nada dentro. Pero a quién confiarse. No tenía amigos. Le huían por lo de la comunión. Se sentía observado. Si lo comunicaba se quedaba indefenso sin la seguridad de que todo su interior quedara desenmascarado ante el superior o lo que es más grave ante el rector. Guardaría su secreto celosamente, como hasta ahora. Pero qué pensarían los demás si seguía sin comulgar. Estaba dispuesto a comulgar con tal de no sentirse objeto de murmuraciones.
(Ya estoy en pecado, pensaba. Don Ramón había dicho claramente que un pecado como el mío no se perdona sin declararme culpable. Pero yo no estoy dispuesto. Tendría que marcharme al instante apenas lo supieran los compañeros. Me tengo que portar como todos. Tengo que defenderme de las preguntas impertinentes de Don Ramón y de la conspiración de los compañeros. Ya estoy en pecado hace mucho tiempo. No veo la forma de salir de él. A Don Ramón no puedo confiarme, no resistiría sus encuentros sabiendo que él conoce mi situación. Comulgaré, aunque sea en pecado, así al menos acabaré con esta silenciosa vigilancia de todos. Además solo con pensarlo ya he cometido un nuevo pecado, eso decía don Ramón)
(CONTINUARÁ)
![[Img #59128]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/5021_26951513566_e534216a6a.jpg)
(...)
Ovidio se fue encerrando en su soledad. Habían pasado dos meses insoportables, se le veía fuera de su sitio como huido, no estudiaba con el rendimiento de antes y para colmo había suspendido latín en el segundo trimestre. Durante la semana pasada se le había notado cabizbajo y preocupado. Algunos maliciosos pensaban en una falsa piedad. Un santurrón como Vega que se comía padrenuestros en las filas, que hacía visajes con los ojos para alejar los malos pensamientos. El comportamiento de Ovidio era distinto, no llegaba a estos extremos, ni siquiera manifestaba indicios del clásico santurrón, pero desde luego había cambiado mucho, misteriosamente sin darnos cuenta. No hablaba con la alegría y desenfado que le caracterizaba, desaparecía con frecuencia del recreo. Empezó a hacerse un personaje observado y triste.
Quedaban muy lejos sus vertiginosos descensos por la escalera de madera a caballo de la barandilla.
-¡Ovidio, haz el favor de subir otra vez y bajar como es debido!
Hacía un gesto de contrariedad por haber sido descubierto, volvía a subir las escaleras hasta el descanso de la campana y bajaba rápido barriendo las escaleras con la sotana.
Ovidio aparentaba haberse formalizado. La verdad es que todos nos habíamos formalizado un poco, que era como estar más acoplados al aro de la disciplina. El rector nos había llamado uno por uno a todos los del curso.
-Pasa no tengas miedo.
Esbozaba una sonrisita como las de los días de lluvia cuando llevaba el tocadiscos y nos ponía canciones humorísticas.
-Siéntate.
Miraba fijamente como siempre hacía como para arrancarte la verdad de las respuestas, como si temiera ser engañado.
-¿Qué tal tus compañeros? ¿Te entiendes con ellos? Veo que después de lo que ocurrió marchan mejor las cosas. Y la comida, ¿te gustan las habas?
-Sí señor. A mí me gusta todo.
No había más cosas que la comida. Si nos gustaba la comida todo estaba perfecto. Las cosas marchaban mejor solo porque nadie se salía de la norma. Marchaban mejor porque vivíamos en un riesgo constante de expulsión o de paliza. Nos tenían que gustar las habas, las lentejas, los chicharros tostados de la cena. Cómo podían gustarnos otras cosas. Pero lo cierto es que no comíamos, devorábamos incontroladamente, nos servíamos platos descomunales de paella que no éramos capaces de comer.
-Coméis con los ojos, nos decía don Nicolás.
Nos gustaba todo, pues claro. Comíamos de todo y en todos los sitios, sobre todo en el estudio de después de merendar. Pero preferíamos la comida de los que estaban a régimen, el puré espeso que era el menú ansiado de la enfermería.
El puré era una comida cariñosa que nos recordaba los mimos de la hermana enfermera. Estar enfermo era como vivir con la espontaneidad afectiva a flor de piel. Éramos más normales cuando estábamos enfermos.
Ovidio también había sido interrogado.
-A ver si te formalizas un poco.
Desde aquel día Ovidio se encogió en sí mismo, parecía hecho de otra piel, aunque pasaba desapercibido su cambio. Pero todo pregonó cuando en Semana Santa y a raíz del retiro Ovidio dejó de comulgar. Dejar de comulgar significaba para todos estar en pecado mortal y Ovidio lo estaba, de eso no había duda. Algunos contaron esos días.
-¿Te has fijado que Ovidio no comulga?
-No me había dado cuenta.
-Esta delante de mí. Hace diez días que no comulga.
Se nos había enseñado a controlar a los compañeros, les seguíamos los pasos que daban y los que no daban. Don Ramón se enteraba de todas estas anomalías y se enteró de lo de Ovidio.
Estábamos en el salón, en el estudio de la noche. Vega que venía de la habitación de Don Ramón, se acercó al pupitre de Ovidio y le dijo:
-Te llama el padre espiritual. Que vayas a su habitación.
Ovidio se olía la razón de la llamada. Salió del salón preparando su defensa. Los claustros de arriba guardaban la última claridad del día. Llegó ante la puerta de la dirección espiritual. Una puerta gruesa pintada de color café con la ranura de un buzón donde se depositaban los deseos de visitar al padre espiritual. Ovidio hacía mucho tiempo que no pisaba en aquel cuarto. Esta vez tampoco lo hacía por propia iniciativa. Le habían llamado.
Don Ramón contestó desde dentro la llamada de la puerta.
-Pasa.
Ovidio cerró la puerta y sonrió "buenas noches", dijo.
-Ponte cómodo.
No había posible comodidad para la tortura interior por la que estaba pasando en aquellos instantes Ovidio. Para estar realmente cómodo prefería el asiento duro del salón y no aquella silla tapizada de terciopelo azul.
-Vienes poco por aquí Ovidio. ¿Qué tal tus estudios?
-Regular.
-¿Y el latín?
-Me suspendieron el trimestre pasado.
-Pero ¿estudias o no?
-Sí señor, lo que pasa es que don Albino me tiene fichado. Me preguntó un día, no le supe y ya no volvió a preguntarme más.
-Eso no tiene demasiada importancia. Lo que yo quisiera preguntarte es otra cosa. ¿Te pasa algo?¿Te preocupa algo?
-No nada.
-Pero tus compañeros dicen que estás raro, que no juegas como antes. Los superiores piensan que algo te ocurre.
-Es que me llamó el señor rector y me dijo que tenía que portarme mejor.
-Pero se puede portar uno bien sin perder la alegría. Todos notan que te pasa algo. No es normal que un seminarista se pase diez días sin comulgar.
Ovidio no encontró una respuesta rápida. Se cayó. No podía negar la evidencia. Después le nacieron unas lágrimas limpias y silenciosas.
-No llores, anda. No sé porque tienes que llorar. El padre espiritual no come a nadie, está para ayudarte. Cuéntame lo que te pasa. Verás que agusto quedas después.
Don Ramón jugaba con el pisapapeles, un cubo de cristal que transparentaba un caballito de mar. A Ovidio le dio el hipo y se ponía colorado.
-Hala, deja de llorar. Vienes otro día y ya más tranquilo me cuentas, o si prefieres te acercas cuando esté confesando.
Ovidio no comprendía que alguien quisiera introducirse en su interior. Este acoso del padre espiritual le abrumó más. Tenía que defenderse de él, evitarlo en lo posible. Pero justo aquí le nació una necesidad de gritar en su interior, dárselo a otro, para quedarse él sin nada dentro. Pero a quién confiarse. No tenía amigos. Le huían por lo de la comunión. Se sentía observado. Si lo comunicaba se quedaba indefenso sin la seguridad de que todo su interior quedara desenmascarado ante el superior o lo que es más grave ante el rector. Guardaría su secreto celosamente, como hasta ahora. Pero qué pensarían los demás si seguía sin comulgar. Estaba dispuesto a comulgar con tal de no sentirse objeto de murmuraciones.
(Ya estoy en pecado, pensaba. Don Ramón había dicho claramente que un pecado como el mío no se perdona sin declararme culpable. Pero yo no estoy dispuesto. Tendría que marcharme al instante apenas lo supieran los compañeros. Me tengo que portar como todos. Tengo que defenderme de las preguntas impertinentes de Don Ramón y de la conspiración de los compañeros. Ya estoy en pecado hace mucho tiempo. No veo la forma de salir de él. A Don Ramón no puedo confiarme, no resistiría sus encuentros sabiendo que él conoce mi situación. Comulgaré, aunque sea en pecado, así al menos acabaré con esta silenciosa vigilancia de todos. Además solo con pensarlo ya he cometido un nuevo pecado, eso decía don Ramón)
(CONTINUARÁ)













