ENTREVISTA
Claudia Noguera Penso: Melancolía del desarraigo
Dejar atrás la casa amada, el hogar donde las huellas transitan la historia común de vidas entrelazadas. Dejar atrás el paisaje tantas veces visitado. La montaña que se alza y cubre la ciudad con su rostro verde de olores crepusculares. Abandonar el rostro amado en la mirada de amigos, de amantes, de seres nostálgicos que lloran en abrazos largos. Silenciosos van los versos en la escritura de, Claudia Noguera Penso (1963) escritora que registra la historia común, cotidiana de eso que siempre va, que transcurre en clave poética, que muestra apenas los perfiles de quienes siempre han estado cerca de nosotros, rozando nuestra alma habitada de ternuras.
La poesía de Noguera Penso es acaso el intento por colmar la soledad, el desarraigo, esa largura melancólica y silenciosa, y, sin embargo, encuentra la metáfora que ilumina y cobija la ausencia. El padre que ya no está, la despedida, el recuerdo que se aleja y es niebla que se diluye entre los días de la rutina y el caos del vivir. La mano que se abre y despide, se suelta y es temblor del adiós; queda desnuda en la intemperie.
Claudia Noguera Penso es escritora y ensayista. Ha publicado los libros: Nada que ver, 1986; Último trecho, 1997, mención de honor en la VII Bienal Literaria Ateneo de Calabozo “Francisco Lazo Martí”; El viaje, 2001; Caracas mortal, 2015; Bajo infinito, 2017. Fundó en 2001, en Venezuela, la editorial ‘Cincuenta de Cincuenta’, dedicada exclusivamente a la edición de poesía venezolana contemporánea.
Poemas, crónicas, reseñas, entrevistas y traducciones suyas han sido publicadas en antologías, periódicos, revistas y portales electrónicos en Venezuela, Colombia, Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay, España, Brasil e Italia.
Desde 2016 reside en el sur de la Florida. Parte de su poesía reciente ha sido publicada, junto a 30 escritores latinoamericanos en la antología, Todas las mujeres (fulanas y menganas), 2018. También en la Antología de poesía actual escrita por mujeres, revista 142 de España, 2019; y la antología La floresta interminable, poetas de Miami, 2019.
![[Img #59207]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/4410_image-1.jpg)
Presentamos a continuación, un poema inédito de esta destacada escritora venezolana.
Para aplacar mi nostalgia
debo pasar la palma de mis
manos sobre el lomo de uno
de los caballos de mi padre.
Luego recuerdo que no
existe ninguno de los dos,
no hay caballos ni padre.
La tersura del lomo del
potro puedo sentirla si
cierro los ojos y me
esfuerzo en recordar.
A mi padre no,
ya está lejano,
desdibujado.
Mi padre muerto es pura bruma.
![[Img #59206]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/1549_claudia-noguera-penso-770x643.jpg)
Juan Guerrero: Tu poesía es distancia que lacera por dentro. Se hace silencio y devora de tanto desarraigo. El espacio que nombra tu poesía, ¿es acaso, el sentimiento de estar ausente, de un siempre partir?
Claudia Noguera Penso: La ausencia es un sentimiento recurrente, siempre me he sentido un poco ausente aun estando presente. Pienso que cuando comencé a escribir poesía a los 16 o 17 años, fue esa sensación de ‘no estar’ la que comenzó a escribirse. Desde pequeña fui buena lectora, hábito heredado de mi abuela y de mi madre. Cuando tenía 17 años me enviaron un año a estudiar en el exterior, y fue allí en donde comencé realmente a llenar cuadernos con escritos, así que presumo que esa distancia fue un estallido.
En uno de tus poemas, escribes: “los recuerdos se quedan escondidos en un recodo, en esa esquina, la que recibe los desechos y el polvo.” ¿Escribes, o reescribes, en la añoranza de un espacio que fue hogar/país?
Más que un hogar o el país es la casa como símbolo de pertenecer, el tema de la casa se repite a lo largo de mis libros, la casa como espacio de protección, de cotidianidad de no temer a lo que conoces y crees que te protege. Siempre puedes volver a la casa, a la de los abuelos, la de tus padres, la tuya o esa a la que aún no has llegado. En mi familia, tanto la materna como la paterna, la casa era sinónimo de arraigo, de continuidad, de pertenencia, pero también de separación, distancia y hartazgo. Pero aún así, la casa sigue siendo para mí un tema inagotable, puede que esté llena de oscuridad, pero por algún resquicio entra la luz.
¿De dónde procede tanta añoranza, tanto sentimiento de lejanía, de ausencia?
Soy una persona muy sociable, pero al mismo tiempo me considero lejana y ausente, cómoda en la soledad, bucólica. Me imagino que lo que soy se refleja en mi poesía. Emigrar es ausencia, pasan los años y un día te das cuenta que tienes que esforzarte por recordar ciertas cosas, paisajes, olores y sabores de tu país, el hilo que te une sigue estando porque hablando personalmente, hay una fuerza interior que te impide desarraigarte totalmente de lo que significa pertenecer a un país en el que ya no estás y al que probablemente nunca volverás.
Pareciera que desde la felicidad nada trascendente queda. ¿Es desde el desarraigo, desde esa ‘casa ausente’, donde habita tu poesía?
Al contrario, la felicidad está en las pequeñas cosas, como la poesía, muchas personas se sorprenden cuando saben que escribo poesía desde hace muchos años. Soy una persona esencialmente simple: he aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas. Tengo una pasión por la naturaleza, por los animales, por el mar. Soy montañista y ciclista desde hace décadas lo que me ha dado una visión íntima de lo que veo cuando subo una montaña o recorro una carretera. Creo que mi poesía se compone de todas esas visiones: la casa, la familia que ya no está, la ausencia del padre y la madre, el estar y no estar al mismo tiempo.
Indicas que has sido una buena lectora desde niña. ¿Qué lecturas han marcado tu vida y tu poesía?
Esta pregunta siempre es complicada porque la percepción del poema leído cambia con los años, siempre vuelvo a los clásicos y trato de estar al día con poetas contemporáneos, sigo muchísimo la literatura venezolana y latinoamericana. Lo que sí te puedo decir es que desde hace unos años mi lectura se centra en poesía, crónica e historia.
![[Img #59208]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/8380_image-2.jpg)
En las últimas décadas el tema de ‘la casa’ ha sido abordado por poetas, como Hanni Ossott, entre otros. ¿Es una mirada ‘matriarcal’ que acaso lleva a considerar el espacio mayor (el país de donde eres), como una matria?
La casa es un tema común en la poesía, en Ossott, en Sánchez Peláez, en Luis Alberto Crespo y, sobre todo, es una constante en la poesía de, Yolanda Pantin, y sin ser experta, creo más bien que tiene que ver con la familia, la casa como resguardo de vida.
Es interesante cómo consideras el país como el espacio o la casa mayor: y sí, estoy de acuerdo; es muy difícil desarraigarse de raíz, sepultar ‘la casa’ y olvidarte de ella, de muchas formas fuiste, eres y seguirás siendo parte de ese espacio, es lo que eres, no puedes escapar.
En tu poesía, ¿es la soledad una compañía?
La soledad no me incomoda, pero si hablamos literalmente para escribir necesito silencio, vengo de una familia numerosa, en donde todos hablan al mismo tiempo y con un tono de voz alto así que cuando no hay ruido soy feliz.
En uno de tus poemas, dices: “Temo la verdad de tu mano en mi/ espalda, que tu olor se me quede en la/ ropa,/ sentarme a esperar y que nunca llegues.” Hay nostalgia, mucha nostalgia por la ausencia. ¿Cuánto de verdad hay en tu poesía?
Yo creo que la poesía es un acto de honestidad y de verdad, puede ser que, de un poema a otro en el mismo libro, saltemos de la nostalgia al dolor, al desespero, a la resignación y de allí a la luz, al resplandor y a la vida.
El desarraigo, la ausencia, la soledad, la melancolía, a ratos llevan a los extremos. ¿Cómo son esos bordes, esos oscuros y largos espacios en la poeta que eres?
Cuando comencé a escribir tenía esa ‘cosa’ de ser joven: la invulnerabilidad, el riesgo, el desparpajo, la ironía, la oscuridad, el límite y quizás algo de crueldad. El tiempo, la edad y la experiencia han hecho de mi poesía algo más sosegado, más tranquilo, con algo de resignación y mucha contemplación, esa oscuridad que a veces es tan necesaria para la poesía está más clara, más gris.
Me gustaría contarte la conversación que tuve con Cecilia Ortiz, esa gran poeta venezolana, en mi último recital en Venezuela antes de emigrar en 2016. Fue en la librería El Buscón. Con Cecilia y Eleonora Requena, amiga y poeta. Luego del recital, Cecilia me tomó de la mano y me dijo: “Cuando nazca tu hija, vas a escribir de una manera diferente porque vas a ver el mundo a través de los ojos de tu hija. Vas a ver más claridad y menos dolor.”
La afirmación que te hizo, Cecilia Ortiz; ¿la puedes validar ahora que eres madre?
Creo que ver a través de los ojos de mi hija ha sido un ejercicio constante de ‘redescubrir’, de volver al asombro, a la simpleza, de afinar el ojo en las pequeñas cosas. Los niños tienen una visión inmensa cuando ven cualquier cosa, y de muchas formas me recuerda a la niña que fui, y verla me trae de vuelta que ser feliz es posible. Y siento que sí, que mi escritura se ha suavizado, porque hay más ternura y amor en el día a día.
¿Eres poeta de rutinas, de fijaciones y supersticiones? ¿A qué le temes?
Soy malísima para las rutinas y completamente indisciplinada para escribir, publicar cada uno de mis libros me ha tomado tiempo: escribo, los dejo en la gaveta, los dejo reposar, los saco, reviso, de vuelta a esperar, los saco y corrijo muchísimo. No cambio nunca el orden en el que los escribí.
No soy para nada supersticiosa, ni en la escritura ni en la vida, creo en la espiritualidad, en las conexiones. Soy una persona poco temerosa, pero le temo a la maldad de las personas, a la incapacidad de tener empatía por el otro.
¿Trasciendes con tu poesía esa cotidianidad que describes?
Pregunta muy difícil. Yo no pretendo trascender con mi poesía, escribo por mí, porque es una necesidad interior y muy personal, es una válvula de escape que me ayuda a ver las cosas de forma diferente. Leo mucha poesía, todos los días, pero lo hago por placer no porque considere que me salva o algo parecido.
Con los años, como te dije, las perspectivas, las visiones, las decisiones cambian. Yo no soy la misma Claudia que publicó en 1986 su primer libro, no creo ser la misma de cuando publiqué, Caracas mortal, en 2015, o Bajo infinito, en 2017, y tampoco soy la misma lectora de hace 40, 30, 20 o 5 años atrás. De lo que estoy segura es que todo el mundo debería conectarse con la poesía, el mundo probablemente sería un lugar mejor. Así de importante es.
¿Por qué emigraste? En esa ciudad donde ahora vives, Miami; ¿estás integrada a su mundo cultural?
Emigré simplemente para poder darle a mi hija un espacio seguro: quise darle lo que yo tuve en Venezuela mientras estuve, y antes del chavismo: seguridad, cultura, educación y oportunidades. Cuando me llegó la suerte de salir, no lo pensé y salimos.
Miami no era mi opción principal, porque culturalmente es muy limitada, pero acá estamos. Me he integrado en lo posible; algunos recitales, encuentros con amigos, artistas y escritores, presentaciones, homenajes, estar en la Feria del Libro de Miami, y con La Poeteca de Caracas hicimos un recital increíble y muy importante, y seguimos tratando de difundir la poesía venezolana.
La pandemia ha trastocado la vida de muchas maneras. En tu caso; ¿cómo te afectó?
Sí, claro, como a todos. De trabajar fuera de la casa, con un negocio, con la niña en el colegio. De ingresos seguros pasamos a cerrar negocio, dejar de trabajar en la casa, la niña sin ir al colegio, a encerrarnos en la casa y aprender a convivir las 24 horas en armonía.
Y a dos meses de la pandemia tener que dormir a tu mascota de 14 años, con protocolos extremos de seguridad y volver a tu casa a encerrarte y tratar de seguir con tu vida. Fue muy duro. Pero también nos unió como familia, nos permitió y obligó a convivir sin patalear, y salimos unidas.
![[Img #59211]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/6068_caracas-mortal1.jpg)
¿Vives poéticamente, o asumes la poesía como un trabajo?
Estoy en el medio: no vivo poéticamente, pero la poesía ha sido parte de mi vida durante gran parte de mi existencia, y a veces es un trabajo porque a veces necesitas salir de ese peso.
¿Recuerdas cuándo tuviste consciencia de ser poeta, de existir por y para la poesía?
Tuve una tía que me regaló un libro que se llama, Antología de la poesía amorosa. Yo tenía 14 años, y me encantó la cadencia de lo que estaba leyendo. Ese día supe que quería escribir, no sabía cómo, ni qué, pero supe que escribir sería mi manera de salir y estar en el mundo.
¿Qué aportes encuentras en las redes sociales para tu formación intelectual?
Sigo a poetas y escritores contemporáneos y no tanto, que publican sus trabajos, sigo a editoriales y portales literarios, a promotores culturales, muchos en Venezuela, porque para mí el público lector venezolano es vital, sigo a mis editores, lo que publican y lo que promocionan.
Tengo la suerte que mis editores y amigos escritores, como Oscar Todtmann Editores, Luna Benítez, Marlo Ovalles, La Poeteca, Gabriela Rosas, Luis Alberto Rosas, Kira Kariakin, José Antonio Parra y muchos más, me sugieran y envían los libros.
¿Te sientes identificada con algún escritor a quien puedas llamar como tu maestro, tu mentor?
Me formé con Luis Alberto Crespo, a quien le debo la lectura amplia de los poetas rusos y franceses, además de la rigurosidad en la corrección. Su afiliación política hacia el chavismo nos separó completamente. Pero sí, puedo decir que Luis Alberto Crespo me enseñó mucho de lo que sé y soy en la poesía.
También debo mencionar los talleres con Armando Rojas Guardia, sus lecturas de Eliot, Sor Juana Inés y San Juan fueron legendarias.
¿Trabajas en la actualidad en algún proyecto de poesía?
Sí, tengo dos proyectos. Poemas fragmentados, 2016-2020: poemas sueltos escritos entre el recoger mi casa para emigrar, el proceso de salir, el de asentarse y tratar de ‘sembrar’ algo en otro país y otra cultura. Y Contra el olvido, que comencé a escribir en el 2015 cuando mi madre se enfermó con el Alzeihmer y tuve que internarla.
La poesía de Noguera Penso es acaso el intento por colmar la soledad, el desarraigo, esa largura melancólica y silenciosa, y, sin embargo, encuentra la metáfora que ilumina y cobija la ausencia. El padre que ya no está, la despedida, el recuerdo que se aleja y es niebla que se diluye entre los días de la rutina y el caos del vivir. La mano que se abre y despide, se suelta y es temblor del adiós; queda desnuda en la intemperie.
Claudia Noguera Penso es escritora y ensayista. Ha publicado los libros: Nada que ver, 1986; Último trecho, 1997, mención de honor en la VII Bienal Literaria Ateneo de Calabozo “Francisco Lazo Martí”; El viaje, 2001; Caracas mortal, 2015; Bajo infinito, 2017. Fundó en 2001, en Venezuela, la editorial ‘Cincuenta de Cincuenta’, dedicada exclusivamente a la edición de poesía venezolana contemporánea.
Poemas, crónicas, reseñas, entrevistas y traducciones suyas han sido publicadas en antologías, periódicos, revistas y portales electrónicos en Venezuela, Colombia, Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay, España, Brasil e Italia.
Desde 2016 reside en el sur de la Florida. Parte de su poesía reciente ha sido publicada, junto a 30 escritores latinoamericanos en la antología, Todas las mujeres (fulanas y menganas), 2018. También en la Antología de poesía actual escrita por mujeres, revista 142 de España, 2019; y la antología La floresta interminable, poetas de Miami, 2019.
![[Img #59207]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/4410_image-1.jpg)
Presentamos a continuación, un poema inédito de esta destacada escritora venezolana.
Para aplacar mi nostalgia
debo pasar la palma de mis
manos sobre el lomo de uno
de los caballos de mi padre.
Luego recuerdo que no
existe ninguno de los dos,
no hay caballos ni padre.
La tersura del lomo del
potro puedo sentirla si
cierro los ojos y me
esfuerzo en recordar.
A mi padre no,
ya está lejano,
desdibujado.
Mi padre muerto es pura bruma.
![[Img #59206]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/1549_claudia-noguera-penso-770x643.jpg)
Juan Guerrero: Tu poesía es distancia que lacera por dentro. Se hace silencio y devora de tanto desarraigo. El espacio que nombra tu poesía, ¿es acaso, el sentimiento de estar ausente, de un siempre partir?
Claudia Noguera Penso: La ausencia es un sentimiento recurrente, siempre me he sentido un poco ausente aun estando presente. Pienso que cuando comencé a escribir poesía a los 16 o 17 años, fue esa sensación de ‘no estar’ la que comenzó a escribirse. Desde pequeña fui buena lectora, hábito heredado de mi abuela y de mi madre. Cuando tenía 17 años me enviaron un año a estudiar en el exterior, y fue allí en donde comencé realmente a llenar cuadernos con escritos, así que presumo que esa distancia fue un estallido.
En uno de tus poemas, escribes: “los recuerdos se quedan escondidos en un recodo, en esa esquina, la que recibe los desechos y el polvo.” ¿Escribes, o reescribes, en la añoranza de un espacio que fue hogar/país?
Más que un hogar o el país es la casa como símbolo de pertenecer, el tema de la casa se repite a lo largo de mis libros, la casa como espacio de protección, de cotidianidad de no temer a lo que conoces y crees que te protege. Siempre puedes volver a la casa, a la de los abuelos, la de tus padres, la tuya o esa a la que aún no has llegado. En mi familia, tanto la materna como la paterna, la casa era sinónimo de arraigo, de continuidad, de pertenencia, pero también de separación, distancia y hartazgo. Pero aún así, la casa sigue siendo para mí un tema inagotable, puede que esté llena de oscuridad, pero por algún resquicio entra la luz.
¿De dónde procede tanta añoranza, tanto sentimiento de lejanía, de ausencia?
Soy una persona muy sociable, pero al mismo tiempo me considero lejana y ausente, cómoda en la soledad, bucólica. Me imagino que lo que soy se refleja en mi poesía. Emigrar es ausencia, pasan los años y un día te das cuenta que tienes que esforzarte por recordar ciertas cosas, paisajes, olores y sabores de tu país, el hilo que te une sigue estando porque hablando personalmente, hay una fuerza interior que te impide desarraigarte totalmente de lo que significa pertenecer a un país en el que ya no estás y al que probablemente nunca volverás.
Pareciera que desde la felicidad nada trascendente queda. ¿Es desde el desarraigo, desde esa ‘casa ausente’, donde habita tu poesía?
Al contrario, la felicidad está en las pequeñas cosas, como la poesía, muchas personas se sorprenden cuando saben que escribo poesía desde hace muchos años. Soy una persona esencialmente simple: he aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas. Tengo una pasión por la naturaleza, por los animales, por el mar. Soy montañista y ciclista desde hace décadas lo que me ha dado una visión íntima de lo que veo cuando subo una montaña o recorro una carretera. Creo que mi poesía se compone de todas esas visiones: la casa, la familia que ya no está, la ausencia del padre y la madre, el estar y no estar al mismo tiempo.
Indicas que has sido una buena lectora desde niña. ¿Qué lecturas han marcado tu vida y tu poesía?
Esta pregunta siempre es complicada porque la percepción del poema leído cambia con los años, siempre vuelvo a los clásicos y trato de estar al día con poetas contemporáneos, sigo muchísimo la literatura venezolana y latinoamericana. Lo que sí te puedo decir es que desde hace unos años mi lectura se centra en poesía, crónica e historia.
![[Img #59208]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/8380_image-2.jpg)
En las últimas décadas el tema de ‘la casa’ ha sido abordado por poetas, como Hanni Ossott, entre otros. ¿Es una mirada ‘matriarcal’ que acaso lleva a considerar el espacio mayor (el país de donde eres), como una matria?
La casa es un tema común en la poesía, en Ossott, en Sánchez Peláez, en Luis Alberto Crespo y, sobre todo, es una constante en la poesía de, Yolanda Pantin, y sin ser experta, creo más bien que tiene que ver con la familia, la casa como resguardo de vida.
Es interesante cómo consideras el país como el espacio o la casa mayor: y sí, estoy de acuerdo; es muy difícil desarraigarse de raíz, sepultar ‘la casa’ y olvidarte de ella, de muchas formas fuiste, eres y seguirás siendo parte de ese espacio, es lo que eres, no puedes escapar.
En tu poesía, ¿es la soledad una compañía?
La soledad no me incomoda, pero si hablamos literalmente para escribir necesito silencio, vengo de una familia numerosa, en donde todos hablan al mismo tiempo y con un tono de voz alto así que cuando no hay ruido soy feliz.
En uno de tus poemas, dices: “Temo la verdad de tu mano en mi/ espalda, que tu olor se me quede en la/ ropa,/ sentarme a esperar y que nunca llegues.” Hay nostalgia, mucha nostalgia por la ausencia. ¿Cuánto de verdad hay en tu poesía?
Yo creo que la poesía es un acto de honestidad y de verdad, puede ser que, de un poema a otro en el mismo libro, saltemos de la nostalgia al dolor, al desespero, a la resignación y de allí a la luz, al resplandor y a la vida.
El desarraigo, la ausencia, la soledad, la melancolía, a ratos llevan a los extremos. ¿Cómo son esos bordes, esos oscuros y largos espacios en la poeta que eres?
Cuando comencé a escribir tenía esa ‘cosa’ de ser joven: la invulnerabilidad, el riesgo, el desparpajo, la ironía, la oscuridad, el límite y quizás algo de crueldad. El tiempo, la edad y la experiencia han hecho de mi poesía algo más sosegado, más tranquilo, con algo de resignación y mucha contemplación, esa oscuridad que a veces es tan necesaria para la poesía está más clara, más gris.
Me gustaría contarte la conversación que tuve con Cecilia Ortiz, esa gran poeta venezolana, en mi último recital en Venezuela antes de emigrar en 2016. Fue en la librería El Buscón. Con Cecilia y Eleonora Requena, amiga y poeta. Luego del recital, Cecilia me tomó de la mano y me dijo: “Cuando nazca tu hija, vas a escribir de una manera diferente porque vas a ver el mundo a través de los ojos de tu hija. Vas a ver más claridad y menos dolor.”
La afirmación que te hizo, Cecilia Ortiz; ¿la puedes validar ahora que eres madre?
Creo que ver a través de los ojos de mi hija ha sido un ejercicio constante de ‘redescubrir’, de volver al asombro, a la simpleza, de afinar el ojo en las pequeñas cosas. Los niños tienen una visión inmensa cuando ven cualquier cosa, y de muchas formas me recuerda a la niña que fui, y verla me trae de vuelta que ser feliz es posible. Y siento que sí, que mi escritura se ha suavizado, porque hay más ternura y amor en el día a día.
¿Eres poeta de rutinas, de fijaciones y supersticiones? ¿A qué le temes?
Soy malísima para las rutinas y completamente indisciplinada para escribir, publicar cada uno de mis libros me ha tomado tiempo: escribo, los dejo en la gaveta, los dejo reposar, los saco, reviso, de vuelta a esperar, los saco y corrijo muchísimo. No cambio nunca el orden en el que los escribí.
No soy para nada supersticiosa, ni en la escritura ni en la vida, creo en la espiritualidad, en las conexiones. Soy una persona poco temerosa, pero le temo a la maldad de las personas, a la incapacidad de tener empatía por el otro.
¿Trasciendes con tu poesía esa cotidianidad que describes?
Pregunta muy difícil. Yo no pretendo trascender con mi poesía, escribo por mí, porque es una necesidad interior y muy personal, es una válvula de escape que me ayuda a ver las cosas de forma diferente. Leo mucha poesía, todos los días, pero lo hago por placer no porque considere que me salva o algo parecido.
Con los años, como te dije, las perspectivas, las visiones, las decisiones cambian. Yo no soy la misma Claudia que publicó en 1986 su primer libro, no creo ser la misma de cuando publiqué, Caracas mortal, en 2015, o Bajo infinito, en 2017, y tampoco soy la misma lectora de hace 40, 30, 20 o 5 años atrás. De lo que estoy segura es que todo el mundo debería conectarse con la poesía, el mundo probablemente sería un lugar mejor. Así de importante es.
¿Por qué emigraste? En esa ciudad donde ahora vives, Miami; ¿estás integrada a su mundo cultural?
Emigré simplemente para poder darle a mi hija un espacio seguro: quise darle lo que yo tuve en Venezuela mientras estuve, y antes del chavismo: seguridad, cultura, educación y oportunidades. Cuando me llegó la suerte de salir, no lo pensé y salimos.
Miami no era mi opción principal, porque culturalmente es muy limitada, pero acá estamos. Me he integrado en lo posible; algunos recitales, encuentros con amigos, artistas y escritores, presentaciones, homenajes, estar en la Feria del Libro de Miami, y con La Poeteca de Caracas hicimos un recital increíble y muy importante, y seguimos tratando de difundir la poesía venezolana.
La pandemia ha trastocado la vida de muchas maneras. En tu caso; ¿cómo te afectó?
Sí, claro, como a todos. De trabajar fuera de la casa, con un negocio, con la niña en el colegio. De ingresos seguros pasamos a cerrar negocio, dejar de trabajar en la casa, la niña sin ir al colegio, a encerrarnos en la casa y aprender a convivir las 24 horas en armonía.
Y a dos meses de la pandemia tener que dormir a tu mascota de 14 años, con protocolos extremos de seguridad y volver a tu casa a encerrarte y tratar de seguir con tu vida. Fue muy duro. Pero también nos unió como familia, nos permitió y obligó a convivir sin patalear, y salimos unidas.
![[Img #59211]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2022/6068_caracas-mortal1.jpg)
¿Vives poéticamente, o asumes la poesía como un trabajo?
Estoy en el medio: no vivo poéticamente, pero la poesía ha sido parte de mi vida durante gran parte de mi existencia, y a veces es un trabajo porque a veces necesitas salir de ese peso.
¿Recuerdas cuándo tuviste consciencia de ser poeta, de existir por y para la poesía?
Tuve una tía que me regaló un libro que se llama, Antología de la poesía amorosa. Yo tenía 14 años, y me encantó la cadencia de lo que estaba leyendo. Ese día supe que quería escribir, no sabía cómo, ni qué, pero supe que escribir sería mi manera de salir y estar en el mundo.
¿Qué aportes encuentras en las redes sociales para tu formación intelectual?
Sigo a poetas y escritores contemporáneos y no tanto, que publican sus trabajos, sigo a editoriales y portales literarios, a promotores culturales, muchos en Venezuela, porque para mí el público lector venezolano es vital, sigo a mis editores, lo que publican y lo que promocionan.
Tengo la suerte que mis editores y amigos escritores, como Oscar Todtmann Editores, Luna Benítez, Marlo Ovalles, La Poeteca, Gabriela Rosas, Luis Alberto Rosas, Kira Kariakin, José Antonio Parra y muchos más, me sugieran y envían los libros.
¿Te sientes identificada con algún escritor a quien puedas llamar como tu maestro, tu mentor?
Me formé con Luis Alberto Crespo, a quien le debo la lectura amplia de los poetas rusos y franceses, además de la rigurosidad en la corrección. Su afiliación política hacia el chavismo nos separó completamente. Pero sí, puedo decir que Luis Alberto Crespo me enseñó mucho de lo que sé y soy en la poesía.
También debo mencionar los talleres con Armando Rojas Guardia, sus lecturas de Eliot, Sor Juana Inés y San Juan fueron legendarias.
¿Trabajas en la actualidad en algún proyecto de poesía?
Sí, tengo dos proyectos. Poemas fragmentados, 2016-2020: poemas sueltos escritos entre el recoger mi casa para emigrar, el proceso de salir, el de asentarse y tratar de ‘sembrar’ algo en otro país y otra cultura. Y Contra el olvido, que comencé a escribir en el 2015 cuando mi madre se enfermó con el Alzeihmer y tuve que internarla.




