Sol Gómez Arteaga
Sábado, 02 de Julio de 2022

Respeto

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Ocurrio hace años, cuando en junio de 2005 se aprobó por ley el matrimonio entre personas del mismo sexo. Tenía por entonces una compañera de talleres de escritura que jamás ocultó su condición sexual, es más, compartía con el resto de alumnos de la clase detalles cotidianos de su vida con la que entonces era su pareja, Paloma. También hablaba de la hija que tenían en común, del amor de la pequeña hacia la música y de su formación y avances en este sentido. Un día emocionada -recuerdo que estábamos en el hall de la escuela, un hall cuyas paredes estaban plagadas de estampas relacionadas con la escritura y de fotografías de Madoz- me dijo que se había casado. Le dí la enhorabuena de una forma que, desde luego, estaba a años luz de su entusiamo. Pero de ello me dí cuenta más tarde. Lo mismo que me dí cuenta de que mi compañera festejaba no solo su casamiento, sino el logro de un colectivo, la consecución de un sueño, una conquista histórica acariciada durante siglos. Venimos de un pasado en el que ser homosexual se consideraba enfermedad, desvío, aberración, extravío, error, con el consiguiente rechazo social.

 

Mucho ha llovido y escampado en los quince años que han transcurrido desde aquella tarde. Y algo he reflexionado sobre ello. Ese reflexionar conecta con una palabra que creo que es esencial para entender no solo al colectivo LGBTIQ+ sino a cualquier colectivo históricamente marginado (enfermos mentales, minorías étnicas, protitutas, toxicómanos, personas sin hogar…). La palabra en cuestión es ‘respeto’ que deviene del latín ‘respectus’, compuesta por ‘re’- y ‘spectrum’: ‘aparición’, derivado de la familia de specere ‘mirar’. ‘Respeto’ sería, por tanto, "volver a mirar", no quedarse en lo superficial, no quedarse con la primera consideración que hacemos sobre algo y bucear en su fondo para llegar a una evidencia. Y lo evidente en este caso es que lo mismo que no hay dos gotas de agua iguales, ni dos miradas iguales, ni dos días iguales, tampoco hay dos personas iguales. Lo evidente es que diferentes, menos mal, somos todos. Y que en la diversidad y en la diferencia está la riqueza de la vida.

 

Durante años he creído que lo que no se nombra no existe. Sin embargo, en ese no quedarse con la primera consideración que hacemos sobre las cosas, hoy me doy cuenta de que hay realidades sociales a las que se ha ido dando nombre a medida que se han ido conociendo más y más socialmente, a media que han ido saliendo a la luz, a medida que se han visibilizado.

 

Al principio las siglas con las que se aludía al colectivo eran solo LGB referidas a los conceptos lesbiana, gay y bisexual.

 

En los últimos años a éstas se han incorporado algunas nuevas, que hacen referencia a otras identidades de género y orientación sexual. Hoy al hablar del colectivo usamos las siglas LGTBIAQ+, que aluden a las palabras lesbiana, gay, transgenero, bisexual, transexual, travesti, intersexual y queer. El símbolo + incluye a todos los colectivos que no están representados en las siglas anteriores, como las personas asexuadas, los demisexuales o los pansexuales, entre otros.

 

En definitiva, como contó en una clarificadora charla un compañero Trabajador Social que trabaja con el colectivo, hay tantas orientaciones distintas como personas hay y también hay identidades sexuales fuera de toda definición.

 

Por eso cuando él atiende a una persona lo primero que pregunta es cual es su género, cual es su pronombre.

 

Negar esto es negar otras formas de ser y de sentir, otras identidades. Negar esto es negar otras realidades sociales. Negar esto es no querer ver.   

 

Mi deseo para estos días del año en los que se festejan los logros conseguidos por el colectivo LGBTIQ+ y para todos y cada uno de los días que tenemos por delante: seguir avanzando, soñando, conquistando derechos con y desde el respeto.   

 

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