Tengo un verso
![[Img #59325]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2022/1884_underwood-010.jpg)
Si el corazón pensara, dejaría de latir.
Fernando Pessoa
Tengo un verso en la boca, en los labios, en la cabeza.
La cabeza es una campana hueca y el verso un insecto –una abeja o una avispa– que no para de zumbar. No para. Rebota en el cristal de las paredes, revolotea enloquecido. Lo siento al mismo tiempo en todas las partes de la cabeza.
A veces, por no sé qué conductos, me baja a la boca, se posa en los labios. Los labios notan el peso de sus palabras, de cada letra, de la coma, de las tildes, pero no lo pronuncian. Se estremecen, pero no lo dicen, y el verso queda colgando, suspendido así en el abismo, en la nada.
Y no acabo de decirlo, de soltarlo. Porque no tengo a quien decírselo. Nadie quiere que se lo diga. Nadie desea escucharlo. Y el verso no “cae al alma como al pasto el rocío.”
Por eso, me vuelve otra vez a la cabeza, y lo pienso. Cuanto más lo pienso, más me duele. Me duele su verdad, su belleza. Es tan bello, tan verdadero. No sé qué hacer con este verso, con este verso que no para; no para de zumbar en la cabeza, de bajar a la boca, de temblar en los labios. Y así anda todo el día, de la cabeza a la boca, de la boca a los labios, y de los labios de nuevo a la cabeza. Pero no sale. No salta al vacío, no echa a volar. No se atreve. No encuentra un corazón donde posarse.
Entonces, me lo digo a mí, y lo escucho yo, y su eco me queda todo el día en el oído. Todo el día vibrando. Hasta la noche, que se apaga. A la noche el verso también se me duerme en la cabeza, en la boca, en los labios. Y yo también me duermo. Me duermo y sueño. Sueño que tengo un verso que me zumba en la cabeza, que me baja a la boca, que mis labios lo dicen. Te lo dicen a ti. Porque tú me dices que te lo diga. Porque tú estás loca por escucharlo.
Sueño que un verso, este verso, que sale de mis labios, reposa en tu corazón. Que tu corazón, al fin, siente el peso de mi verso.
Si el corazón pensara, dejaría de latir.
Fernando Pessoa
Tengo un verso en la boca, en los labios, en la cabeza.
La cabeza es una campana hueca y el verso un insecto –una abeja o una avispa– que no para de zumbar. No para. Rebota en el cristal de las paredes, revolotea enloquecido. Lo siento al mismo tiempo en todas las partes de la cabeza.
A veces, por no sé qué conductos, me baja a la boca, se posa en los labios. Los labios notan el peso de sus palabras, de cada letra, de la coma, de las tildes, pero no lo pronuncian. Se estremecen, pero no lo dicen, y el verso queda colgando, suspendido así en el abismo, en la nada.
Y no acabo de decirlo, de soltarlo. Porque no tengo a quien decírselo. Nadie quiere que se lo diga. Nadie desea escucharlo. Y el verso no “cae al alma como al pasto el rocío.”
Por eso, me vuelve otra vez a la cabeza, y lo pienso. Cuanto más lo pienso, más me duele. Me duele su verdad, su belleza. Es tan bello, tan verdadero. No sé qué hacer con este verso, con este verso que no para; no para de zumbar en la cabeza, de bajar a la boca, de temblar en los labios. Y así anda todo el día, de la cabeza a la boca, de la boca a los labios, y de los labios de nuevo a la cabeza. Pero no sale. No salta al vacío, no echa a volar. No se atreve. No encuentra un corazón donde posarse.
Entonces, me lo digo a mí, y lo escucho yo, y su eco me queda todo el día en el oído. Todo el día vibrando. Hasta la noche, que se apaga. A la noche el verso también se me duerme en la cabeza, en la boca, en los labios. Y yo también me duermo. Me duermo y sueño. Sueño que tengo un verso que me zumba en la cabeza, que me baja a la boca, que mis labios lo dicen. Te lo dicen a ti. Porque tú me dices que te lo diga. Porque tú estás loca por escucharlo.
Sueño que un verso, este verso, que sale de mis labios, reposa en tu corazón. Que tu corazón, al fin, siente el peso de mi verso.