Tomás Néstor Martínez
Sábado, 09 de Julio de 2022
ENTREVISTA / Esperanza Ortega, poeta

"Solo se puede hablar del mundo, de la naturaleza a través de lo íntimo; no lo sé hacer de otra manera"

Esperanza Ortega inauguraba el 1 de junio la XIV edición de 'Poesía a Orillas del Órbigo'. Este año cuenta con cinco recitales, uno cada viernes, en la zona del polideportivo de Veguellina y organizados por el Ayuntamiento de Villarejo de Órbigo y bajo la batuta de Tomás Néstor Martínez

Esperanza Ortega, poeta, narradora, ensayista –Textos anfibios muy sugerentes-, traductora de poesía italiana y profesora. Su obra es lo suficientemente amplia como para ser considerada una poeta fundamental. Destacaría tres libros importantes, además del primero que, tal vez, sea anuncio de los que lo seguirán; me refiero a Algún día(1988); los fundamentales, Mudanza (1994), Hilo solo (1995) y Como si fuera una palabra (2002). Como los poetas nunca descansan ni desfallecen, quedamos a la espera del que ha de llegar.

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Tomás Néstor Martínez: Escribía con agudeza Francisco Pino que “A la poesía se va a perder el tiempo y a perderse”.¿Es la poesía es un punto o lugar de perdición?

 

Esperanza Ortega: En el sentido que lo decía Pino, sí; en San Juan de la Cruz  "dejeme y olvideme" sería un perderse como lo entendían las pastoras del Arcipreste de Hita; en ese sentido, sí; olvidarse de sí mismo, lo cual no quiere decir que el poeta no sea egoísta, pues creo que tiene un gran ego. En el momento en que escribes te das a los otros y dejas de ser tú mismo. En mi poesía está muy presente el problema de la identidad, del yo.

 

 

A eso iremos luego porque ese yo a veces se desdobla en un tú, que como dice Tomás Sánchez Santiago es “el yo especular”.

 

Ahora bien, perdición como ‘darse a la perdición’, no es, sino en ese otro sentido literal de perderse, de olvidarse, de no ir por el camino. Fíjate que ese gran libro La divina comedia, de Dante, que he traducido en parte, comienza cuando él se pierde "en medio del camino de la vida…", se extravió, se perdió de la senda. Ese salirse del camino trillado, del camino obligado; a continuación, casi siempre suele plantearse una pregunta por lo desconocido, pregunta que considero importante.

 

 

En tus poemas las palabras se sienten realmente mimadas, nunca maltratadas; aun así ¿las palabras callan y ocultan al poeta algo de sus vidas?

 

Desde el principio hay un amor a las palabras. Creo que quienes queremos ser poetas sentimos una atracción por lo que dicen las palabras, por todos los posibles sentidos que puedan tener. Llega un momento en que son algo más que unos elementos del lenguaje, da la impresión de que tienen vida propia, que tienen y guardan secretos; por eso, se lucha habitualmente con ellas, tanto que al final parecen casi hermanas nuestras, algo que te constituye. El lenguaje mismo es una manera de ir conformándose ese yo poético.

 

 

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¿Qué distancia, qué diferencia hay entre la palabra revelada y la palabra elaborada?, entendiendo por palabra revelada aquella que le es entregada, que  recibe el poeta.

 

Creo que el poeta es como un espigador, así lo digo en ‘El cuaderno de la prisa’, el que va recogiendo tantas veces lo que no quiere nadie; va recogiendo, sobre todo en el lenguaje, frases que oye, elementos lingüísticos y cuida de ellos, engarzándolos de otra manera; así, surge ese lenguaje suyo original, propio. Digo que el poeta es como un espigador que recoge palabras que a veces parecen no tener utilidad, sin valor de cambio. Ahora bien, hay palabras que odio pues me parecen antipoéticas como, por ejemplo, ‘implementar', 'empoderar’; y otras que recuerdo de cuando estudiaba en las monjas y oías "este tiene mal espíritu", o "está bien formada". Es una especie de lenguaje infeccioso. En cambio, creo que el poeta busca la palabra limpia, despojada de todas esas adherencias. Juan Ramón hablaba de la palabra desnuda. Es curioso que, cuando desnudas el lenguaje, al final no encuentras la nada sino que encuentras el cuerpo del lenguaje.

 

 

¿Puede el poema resultar un simple artilugio verbal?

 

No, creo que no. A mí no me interesa ese tipo de poema que se queda en un simple artilugio verbal; ahora bien, tampoco me interesan quienes defienden la espontaneidad por encima de todo. Tiene que darse esa combinación, ese cuidado, esa atención. Pasa como en el amor. No puede haber un amor que sea únicamente sexo; a la vez tiene que haber un deseo y un cuidado; tanto el amor como el arte son un fenómeno de atención; hay que estar muy atento a todo. Al no planteármelo de manera profesional, no me constriñe la escritura a una dedicación horaria, día a día. Creo que cada poema es una obra en sí misma en la que influye muchísimo el azar. Lo que tiene que hacer el poeta es vivir y, sobre todo, vivir atento hacia lo que ocurre a su alrededor. Hay un término griego 'Kairós' que se utiliza muy poco y que viene a significar ‘la ocasión’, calva como el caso de Kairós, escurridiza. El arte adolece de esa fugacidad sin asideros, pero hay que ingeniárselas para darle alcance cuando aparezca. Entran en juego el deseo, que considero muy importante, y un cierto sentido moral. Me comentan muchas veces que en mi poesía solo hablo de las cosas mías, de mis hijos, de mi vida; puede que sea así, que parezca que hablo solo de eso, pero al hablar de dolor, este se congracia con el dolor que me rodea y, de esta manera, sincroniza con el dolor universal.

 

 

¿Cómo explicar la intimidad desde la creación poética; cómo escribir desde la intimidad? Es una de las características de tu obra.

 

No sé cómo se pueda escribir de otra manera. Lo que no me gusta nada es la solemnidad de esos poemas que abundan en palabras solemnes, palabras abstractas que parecen estar hechas para grabar en bronce. Emily Dickinson decía que "el candor es mi único ardid". Estar como que no te has enterado de nada, estar haciendo un café, dándole vueltas, pero al tiempo estar escuchando y participando del mundo. Y así entiendo la intimidad. Creo que solo se puede hablar del mundo, de la naturaleza a través de lo íntimo; no lo sé hacer de otra manera.

 

 

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En tus poemas están el mundo y los objetos; ¿son compartimentos estancos o, necesariamente,  mundo y objetos han de necesitarse en algún momento?

 

La existencia es la tensión. En Como si fuera una palabra hablo mucho de esa tensión entre el mundo y las cosas. El mundo sería lo abierto, lo inalcanzable, lo deseable; con las cosas me refiero a la opacidad, a ese aspecto de la realidad que te ancla las piernas y que te paraliza al lugar donde estás. Si el mundo eran los sueños, el amor, el eros y todo eso, las cosas serían lo opaco, lo mediocre, lo que no tiene futuro, sin perspectivas, eso que abunda tanto en nuestras vidas. Yo he vivido con esa opacidad pero también había momentos de maravilla.

 

 

Catalina Montes define perfectamente tu poesía, "Esperanza Ortega recoge con cuidado humildes materiales domésticos y cotidianos, los vierte en el regazo poético de su imaginación y cierra los ojos temerosa esperando el milagro." Y el milagro llega.

 

Las mujeres lo hemos tenido difícil y, sobre todo, cuando no se quiere renunciar a nada, a una vida profesional de profesora, trabajo que me tomaba en serio. Luego, he tenido dos hijos y quería vivir esa historia y quería escribir. Todo eso proporciona unos materiales muy concretos a mi escritura, por eso en mi primera poesía aparecen los niños, los momentos íntimos del día de la casa, de las labores cotidianas, incluso mis alumnos del instituto. Era lo que yo vivía y de eso era de lo que podía escribir. No sabría escribir sobre la Guerra de las Galias, ni un mundo como el que describía Baudelaire, por ejemplo, pues lo desconozco; por eso he buscado la poesía en lo que me rodeaba, una vida bastante tranquila. Pero en ese mundo cotidiano y vulgar aparecía toda esa tristeza, todo ese dolor; y no sé por qué, yo estoy segura de que hay una herida, yo sentía esa herida; y no sé por qué. Esa sensación de herida y de vacío la he tenido ya desde mi infancia. Y continúo sin saber porqué, pero me parece que escribir es lo que tengo que hacer para buscar un sentido a todo eso.

 

 

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Tengo la impresión de que tus poemas están escritos desde la exhalación, una exhalación de instantes de placidez, de sosiego o de miradas, también de silencios.

 

El sosiego es más que una presencia, una aspiración, y quizás por ello en algunas ocasiones puede surgir de mis poemas. Cuando escribo, siento una insatisfacción, un conflicto conmigo misma. No creo, al menos en mi caso, que la poesía sea algo tranquilizador; la poesía, y es difícil explicarlo, saca a uno de sus casillas y no sabes por qué es eso lo que tienes que seguir haciendo.

 

 

¿Enajena escribir poesía?

 

Son momentos de tensión, también de vida; porque eso es la vida. He tenido momentos en que no he escrito y son momentos tristes o más opacos que terminan pesando, que hacen la vida más insulsa; eso me provoca tristeza y tiendo a salir de ella.

 

 

He observado que desde Mudanza los poemas al llegar al final se detienen, quedan abiertos, no terminan, sin punto final; otro tanto sucede en Hilo solo; en Como si fuera una palabra leemos los poemas ya comenzados y, de nuevo, terminan como los anteriores. ¿Conforman los tres libros un único poema?

 

No sé si es un único poema, pero sí están en la misma órbita, pertenecen al mismo mundo. Parecen no tener final porque son como fragmentos, hay un fragmentarismo que se emparenta con esa ausencia de solemnidad. No tienen efecto de cierre, sino que siempre hablan de esa búsqueda, de esa inconstancia, de ese deseo. En Hilo solo, cuando persigo eso que nunca se acaba de encontrar, digo "pero esta voz de dónde vuelve cada mañana". Es cierto que jamás he encontrado ese poema que estaba buscando, la fórmula, aunque de alguna manera sí que he llegado a tener la impresión de que me he aproximado y esa proximidad sin haberle dado alcance la he sentido muy a la mano, y eso hace que vuelvas ahí. Cuanto termino de señalar es válido para esa obra reunida, sin embargo, para lo que estoy escribiendo ahora tendré que inventarme, que buscar otra formulación teórica ya que es una cosa muy distinta. Me gusta cambiar cuando veo que la beta en la que trabajo ha quedado agotada, por eso tardé muchos años en publicar otro libro.

 

 

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En alguno de los Textos anfibios dices que la poesía interesa solo a aquellos que conservan un vestigio del asombro del niño que ve algo por primera vez; ¿hemos devolver a la inocencia de la infancia como lectores de poesía?

 

En las lecturas de poesía, en los coloquios la gente dice “como no he estudiado, nadie me ha enseñado a leer poesía”, o “como no soy entendido en poesía, no conozco los nombres de las metáforas etcétera”. Están muy equivocados porque no hay que haber estudiado nada, todo lo contrario, hay que olvidar. La gente que ha estudiado tiene que olvidarlo todo. Lo que sucede es que esa inocencia es difícil. Creo que fue Santa Teresa la que dijo, las monjas que vengan aquí, que sean o muy doctas o que no sepan nada. El término medio es lo peor.  Ese no saber nada es casi tan difícil como ser un entendido. Picasso, tras una vida pintando, hablaba de ese no saber nada para acabar pintando como un niño. San Juan de la Cruz era de un inocente tremendo cuando decía "mi Amado las montañas los valles solitarios nemorosos…" Solo una persona inocente podía escribir de esa manera. Me encanta también la poesía de las jarchas, de las canciones de amigo; me encantaría a mí tener esa visión, esa precisión, verdad y hondura, y el misterio que tienen esas composiciones.

 

 

¿Qué influencia tuvo en ti y en otros poetas próximos la revista 'El signo del gorrión'?

 

Más que influencia fue que la hacíamos nosotros; era una manera de poder expresarnos. Dio la casualidad de que algunos poetas como Miguel Casado, Miguel Suárez, Tomás Salvador, Olvido García Valdés éramos compañeros en la facultad, del mismo curso; otros, desde León, como Ildefonso Rodríguez y también David Gustavo y Carlos Ortega. Éramos un grupo de amigos con unos intereses bastante compartidos, algo difícil de encontrar. Fue la primera revista en la que aparecimos las mujeres. Era el lugar donde podíamos publicar unos poemas del libro que estuviéramos escribiendo así como comentarlos, discutir sobre lo que hacíamos. Fue una revista muy importante en nuestra formación como poetas.

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