Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 16 de Julio de 2022

La bocachancla

[Img #59425]

 

 

Hay personas que desconocen o se chotean de un refrán tan verdadero como el de en boca cerrada no entran moscas. El pico suele ser motivo habitual de perdición por una declaración insultante o inadecuada. La palabrería, más si es hueca, es el rastro nítido de la ignorancia. La incultura no es pecado; lleva más el estigma de la desgracia, pero se puede tornar en inteligencia natural ejerciendo el discreto silencio. La falta, y grave, es hacer de la palabra sin rigor ni mesura, certificado de necedad, creyendo el emisor que va de incontestable revelación.

 

Los políticos de este tiempo parecen más estúpidos por su incontinencia oral que por sus sigilos. Ven un micrófono y se les suelta la lengua y el cerebro como se suelta el vientre en las diarreas. Lo que la opinión pública (cada vez menos de lo uno y de lo otro) espera de un poder es sensatez y coherencia para no cambiar radicalmente mensajes, según se sea gobierno u oposición. O desmemoriados o troleros. Ya lo decía Talleyrand: para ser un gran mentiroso hay que tener magnífica memoria. A cambio, el contribuyente es bombardeado por una retahíla de majaderías, que concuerdan a la perfección con los monólogos absurdos e ininteligibles de Cantinflas.

 

La nueva dirigencia se asemeja más a telepredicadores al modo yanqui que a políticos de vieja escuela. Miden la popularidad por el impacto de su verborrea y no le faltan palmeros en el tablao de las redes sociales que jalean y taconean sus disparates. Obligado es reconocer que las audiencias de los mensajes del poder se han deteriorado a una velocidad muy similar a la de las calidades del discurso político. Nunca más que ahora se hace verdad eso de que tenemos los liderazgos que merecemos.

 

Pero de lo general, a lo particular. Alumna aventajada de este sindiós de ocurrencias extravagantes por filias y fobias sin control oral y postural, es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No hay día que ponga este patio de vecindad de nuestra convivencia patas arriba. La última, la de los nuevos baremos de ingresos familiares para acceder a becas de estudio.

 

En el léxico colectivo que notaría la Real Academia Española (RAE), beca, en su acepción más común, se define como subvención para realizar estudios o investigaciones. Al pie de esa letra no hay acotaciones respecto a beneficiarios. Otra cosa es que esa concesión venga de los poderes públicos y, desde esa parcela, y desde tiempos inmemoriales, el término tiene una connotación poderosa con los niveles de renta de las familias, como mecanismo de ayuda a alumnos de clases bajas con historiales intachables, talentos que no se pueden expandir sin el impulso de una bolsa de estudios exógena a los ingresos domésticos que no alcanzan, siquiera, para la formación a secas.

 

La señora Ayuso se ha cargado de un plumazo esta especie de jurisprudencia social. Ha establecido derechos de becas a ingresos familiares de 100.000 a 180.000 euros anuales, según el número de hijos de la pareja. Y, como parece tener boca de pez, que es por donde muere, se saca de la chistera el conejo de que este rango de percepciones es acorde al de las clases medias, a las que se les quita y no se les da, según su añadido argumental. Olvida que hasta ahora le han quitado tanto los ajenos como los suyos.

 

El salario medio en la Comunidad de Madrid, conforme esa estadística que me atribuye medio pollo comido, aunque no lo pruebe, si divido el asado entre dos, es de 2.070 euros/mes, el más alto de España. No se especifica si es bruto o neto. Quiere decirse que por las catorce pagas habituales, la cifra alcanza en cómputo anual 28.890 euros. En esa concreción de promedio está el trampolín de las clases medias, según la contabilidad más lógica. Que la buena señora atribuya a este colectivo ingresos entre 100.000 y 180.000 euros, da pie a que hace las cuentas de la lechera o que su mundo sobrevenido de oropeles está totalmente desconectado de la realidad.

 

Díaz Ayuso ha dado una imponente patada moral a la entrepierna de mi autoestima. Toda la vida profesional creyéndome un sujeto bien remunerado con rentas familiares  desahogadas, pero lejos de sus quiméricos baremos becarios. Y ahora resulta, que vengo a ser, a juicio de su personalísima contaduría, casi un vestigio del lumpen. 

 

El sectarismo ayusista ya ha sido refrendado. En sus entendederas, el dinero y la posición social son referencias indiscutibles. Para ella, la pasta es el valor cumbre de la libertad, esa libertad que tan descaradamente manipuló en la disyuntiva inquietante de su último eslogan electoral. Es persona que sugiere desprecios a lo que no sea tintineo de monedas y postureo pijo. No tiene más obsesión que el mercantilismo del dejad hacer, dejad pasar. La pobreza de las gentes, para ella, no es otra cosa que un fastidio insoportable. El pobre lo es porque quiere serlo.

 

Bocachancla, en lenguaje coloquial, es persona indiscreta, que habla demasiado, al contar cosas que no debe o no sabe. Díaz Ayuso se ha esmerado en cultivar el vocablo. Cuando abre la boca ya revolotea por su paladar alguna mosca cojonera.                                                                                                                                                                                                                         

       

       

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.