La poesía de Sara Zapata entre el vivir y el creer
![[Img #59520]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2022/7487_zapata-img-20220724-wa0002.jpg)
Un verso, la palabra poética, los silenciosos espacios en blanco, hilos visibles de un texto bien tejido, capaces son de soportar intemperies o codazos menesterosos de otros que intentan destejer lo ya urdido. Visibles o emocionales, medidos o inabarcables, pero hilos, son la urdimbre de sus textos poéticos. Y Sara Zapata (Madrid, 1977) sabe colocarlos en paralelo, transversales o curvilíneos, dejando alguno suelto y libre para que descomponga tanta geometría. No es la suya una poesía pop tardo adolescente, masticable, en la que se abaratan los sentimientos más elementales o las emociones más necias, como explica Rodríguez-Gaona al hablar de tanta subpoesía en venta al por mayor y de consumo fácil; nadie busque a la poeta madrileña, si de Poesía se trata, en esos mercados. Palabras para salvarse (2015) anuncia antes de abrir el poemario por qué acera o sendero va a caminar su escritura, sin tiempo para atender a cuantos marcan itinerarios que deben seguir los obedientes y dóciles boquiabiertos que esperan “la sonrisa Prozac” que vende el televisor. “Me permito amar y que me amen / sin ridículos límites / que edulcoran el amor / e intentar, y esto es lo complicado, / aceptar el fin con valentía, / sin miserables reproches” (‘Con mi permiso’, de Palabras para salvarse). Y en lo vivido o por vivir, en lo cotidiano, en cuanto nos rodea, se encuentra, sobrecogida, Poesía.
La Vida con sus variopintas vidas y variantes, con sus dudas y memoria, con respuestas, con el devenir y sus enredos…: Hilos invisibles (2021). Engalanamiento de lo corriente -“Esta vez vengo a hablar de lo cotidiano, /…/ elevar a la condición de singular / el café de las mañanas, / el consabido camino al trabajo-“ (‘Rutina’), contemplación admirada de “la monotonía de la rutina”, “de la duda como certeza”, de cuanto perdura arraigado en la memoria: casas abiertas y acogedoras, el calor del brasero, “niños con mocos y rodillas sucias”, el tiempo aquel en que “todo era de todos”, la morera, los geranios, el hombre del saco, el mantel de flores de los domingos… “Pero el tiempo no escucha, / insolente y ufano me mira de reojo / y me susurra con sorna: /<>” (‘El que no espera’, de Hilos invisibles). Un tejido con recuerdos, tantas veces deshilado, pues ha sido vivido; tapiz de la memoria y de un tiempo redivivo; tiempo, que por mucho que se intente detener su marcha, no se frena; como trabajo subsidiario, y tal vez cruel, recubre su paso con capas de olvido, aunque aún ¿desconoce? que “salva la memoria el recuerdo”; tal vez permanezca cuanto fue fundamental y necesario; lo prescindible lléveselo como sobrecarga el soplido del viento.
¿Hasta dónde alcanza el contenido de las palabras?, ¿responden a nuestras preguntas? “Soy amante de las palabras / pero aprendí que sirven de poco, / no se acercan jamás / a la verdad que las mueve, / no saben explicarse” (‘Respuestas’, de Hilos invisibles). Tal vez queden estancadas y silenciosas, ¿o ya vaciadas?, ante momentos en que no puedan dar más de sí mismas -“Hay…/…/…ruido de palabras, palabras y más palabras / que no dicen nada” (‘Hilos invisibles’)-; serán consecuencia del agotamiento, de un uso alocado que las abandona en la cuneta del lenguaje y, ya inservibles, merodean para cubrir espacios nada significativos. Al final, si las palabras no alivian nuestras dudas y preguntas “se responden con la vida”.
Los poemas de Sara Zapata mantienen una puerta entreabierta; tras ella se asoman instantes para la reflexión: “…torpe y ridícula / corro el riesgo de olvidar / que lo único seguro / es la duda”, hilo invisible que nos detiene y obliga a hacer un alto en el camino para plantearnos interrogantes de difícil respuesta. Y piensa, también entre dudas, de qué manera la vida del ser humano está sometida a la esclavitud del tiempo, ese tiempo dado que “solo existe / en relojes polvorientos / colgados de nuestros sueños”; sin embargo, el hombre se obceca en considerarlo inagotable hasta que la vida decide improvisar por cada uno de nosotros.
La voz poética de Sara Zapata invita a dejarse llevar y escucharla; recorre tantos rincones de la vida, de la cotidianeidad, se adentra calmada y consciente en tantos recovecos del ser y del sentir que nada le es desconocido; salta por encima de los algoritmos, pues la vida le ha propuesto otra mirada, ajena al griterío interesado y a fórmulas de laboratorio. Desde las pequeñas cosas, desde la rutina ensalzada, desde cualquier punto limpio sabe cómo trascender la precariedad que acosa estos tiempos incendiados.
Un verso, la palabra poética, los silenciosos espacios en blanco, hilos visibles de un texto bien tejido, capaces son de soportar intemperies o codazos menesterosos de otros que intentan destejer lo ya urdido. Visibles o emocionales, medidos o inabarcables, pero hilos, son la urdimbre de sus textos poéticos. Y Sara Zapata (Madrid, 1977) sabe colocarlos en paralelo, transversales o curvilíneos, dejando alguno suelto y libre para que descomponga tanta geometría. No es la suya una poesía pop tardo adolescente, masticable, en la que se abaratan los sentimientos más elementales o las emociones más necias, como explica Rodríguez-Gaona al hablar de tanta subpoesía en venta al por mayor y de consumo fácil; nadie busque a la poeta madrileña, si de Poesía se trata, en esos mercados. Palabras para salvarse (2015) anuncia antes de abrir el poemario por qué acera o sendero va a caminar su escritura, sin tiempo para atender a cuantos marcan itinerarios que deben seguir los obedientes y dóciles boquiabiertos que esperan “la sonrisa Prozac” que vende el televisor. “Me permito amar y que me amen / sin ridículos límites / que edulcoran el amor / e intentar, y esto es lo complicado, / aceptar el fin con valentía, / sin miserables reproches” (‘Con mi permiso’, de Palabras para salvarse). Y en lo vivido o por vivir, en lo cotidiano, en cuanto nos rodea, se encuentra, sobrecogida, Poesía.
La Vida con sus variopintas vidas y variantes, con sus dudas y memoria, con respuestas, con el devenir y sus enredos…: Hilos invisibles (2021). Engalanamiento de lo corriente -“Esta vez vengo a hablar de lo cotidiano, /…/ elevar a la condición de singular / el café de las mañanas, / el consabido camino al trabajo-“ (‘Rutina’), contemplación admirada de “la monotonía de la rutina”, “de la duda como certeza”, de cuanto perdura arraigado en la memoria: casas abiertas y acogedoras, el calor del brasero, “niños con mocos y rodillas sucias”, el tiempo aquel en que “todo era de todos”, la morera, los geranios, el hombre del saco, el mantel de flores de los domingos… “Pero el tiempo no escucha, / insolente y ufano me mira de reojo / y me susurra con sorna: /<>” (‘El que no espera’, de Hilos invisibles). Un tejido con recuerdos, tantas veces deshilado, pues ha sido vivido; tapiz de la memoria y de un tiempo redivivo; tiempo, que por mucho que se intente detener su marcha, no se frena; como trabajo subsidiario, y tal vez cruel, recubre su paso con capas de olvido, aunque aún ¿desconoce? que “salva la memoria el recuerdo”; tal vez permanezca cuanto fue fundamental y necesario; lo prescindible lléveselo como sobrecarga el soplido del viento.
¿Hasta dónde alcanza el contenido de las palabras?, ¿responden a nuestras preguntas? “Soy amante de las palabras / pero aprendí que sirven de poco, / no se acercan jamás / a la verdad que las mueve, / no saben explicarse” (‘Respuestas’, de Hilos invisibles). Tal vez queden estancadas y silenciosas, ¿o ya vaciadas?, ante momentos en que no puedan dar más de sí mismas -“Hay…/…/…ruido de palabras, palabras y más palabras / que no dicen nada” (‘Hilos invisibles’)-; serán consecuencia del agotamiento, de un uso alocado que las abandona en la cuneta del lenguaje y, ya inservibles, merodean para cubrir espacios nada significativos. Al final, si las palabras no alivian nuestras dudas y preguntas “se responden con la vida”.
Los poemas de Sara Zapata mantienen una puerta entreabierta; tras ella se asoman instantes para la reflexión: “…torpe y ridícula / corro el riesgo de olvidar / que lo único seguro / es la duda”, hilo invisible que nos detiene y obliga a hacer un alto en el camino para plantearnos interrogantes de difícil respuesta. Y piensa, también entre dudas, de qué manera la vida del ser humano está sometida a la esclavitud del tiempo, ese tiempo dado que “solo existe / en relojes polvorientos / colgados de nuestros sueños”; sin embargo, el hombre se obceca en considerarlo inagotable hasta que la vida decide improvisar por cada uno de nosotros.
La voz poética de Sara Zapata invita a dejarse llevar y escucharla; recorre tantos rincones de la vida, de la cotidianeidad, se adentra calmada y consciente en tantos recovecos del ser y del sentir que nada le es desconocido; salta por encima de los algoritmos, pues la vida le ha propuesto otra mirada, ajena al griterío interesado y a fórmulas de laboratorio. Desde las pequeñas cosas, desde la rutina ensalzada, desde cualquier punto limpio sabe cómo trascender la precariedad que acosa estos tiempos incendiados.