De madrugada
![[Img #59613]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2022/9782_jose-manuel-dsc_0148.jpg)
“Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.”
(José Ángel Buesa)
“Te quiero”. Lo he escuchado esta mañana, de madrugada, al sentir la primera luz, tan limpia, tan pura, hiriéndome en los ojos, apenas abiertos. Ese “te quiero” me llegó precedido de unas caricias, de un beso tibio. Aun así, llegó sin esperarlo, como un regalo.
Un “te quiero” no abstracto, ni ficticio, ni de literatura, como los “te quiero” que encontramos en los cuentos, en las novelas, en la poesía, o también en el cine, sino concreto, dicho –quizá solo susurrado– para mí solo.
Un “te quiero” imperfecto, sí. Seguro que sí. Podría faltarle esto, sobrarle aquello, o no estar bien rematado. Incluso, podría estar cuarteado, resquebrajado, medio roto. Pero tenía materia, contornos, perfiles, profundidad, altura. Se podía tocar, oler, saborear. Lo vi. Estaba hecho de aire, de luz. De átomos de luz. De luz de verano. Era claro, blanco, con tonos azulados, como de cielo. En la última bruma del sueño vi cada una de sus letras. Las toqué con los dedos de la mano, y me dieron calor. Me abrigaron.
Un “te quiero” que traspasa la piel, que se marca en la carne, que llega a las entretelas, al fondo, y ahí se queda, latiendo por siempre, hasta el final del todo.
Es un “te quiero” que hace soñar, y la vida sin los sueños no es nada, nada de nada. Un “te quiero” que nutre. Del que se puede vivir toda la mañana, muchos días, años, la vida entera.
“Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.”
(José Ángel Buesa)
“Te quiero”. Lo he escuchado esta mañana, de madrugada, al sentir la primera luz, tan limpia, tan pura, hiriéndome en los ojos, apenas abiertos. Ese “te quiero” me llegó precedido de unas caricias, de un beso tibio. Aun así, llegó sin esperarlo, como un regalo.
Un “te quiero” no abstracto, ni ficticio, ni de literatura, como los “te quiero” que encontramos en los cuentos, en las novelas, en la poesía, o también en el cine, sino concreto, dicho –quizá solo susurrado– para mí solo.
Un “te quiero” imperfecto, sí. Seguro que sí. Podría faltarle esto, sobrarle aquello, o no estar bien rematado. Incluso, podría estar cuarteado, resquebrajado, medio roto. Pero tenía materia, contornos, perfiles, profundidad, altura. Se podía tocar, oler, saborear. Lo vi. Estaba hecho de aire, de luz. De átomos de luz. De luz de verano. Era claro, blanco, con tonos azulados, como de cielo. En la última bruma del sueño vi cada una de sus letras. Las toqué con los dedos de la mano, y me dieron calor. Me abrigaron.
Un “te quiero” que traspasa la piel, que se marca en la carne, que llega a las entretelas, al fondo, y ahí se queda, latiendo por siempre, hasta el final del todo.
Es un “te quiero” que hace soñar, y la vida sin los sueños no es nada, nada de nada. Un “te quiero” que nutre. Del que se puede vivir toda la mañana, muchos días, años, la vida entera.