Las luces y las sombras de la vida
Andrés Martínez Oria, Luces en la sombra II, Astorga, Akrón, 2022, 101 pp.
![[Img #59669]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2022/5550_am_portada_luces_en_la_sombra_ii2.jpg)
No es muy usual que un escritor cultive con similar solvencia los más diversos géneros. Sin embargo, Andrés Martínez Oria ha dado muestra de su buen tino literario en la narrativa, los libros de viaje, la poesía y el teatro. Su producción dramática se inició en 2014 con El peso del mundo, una pieza breve en la que se recreaba la última noche de la vida de Leopoldo Panero. Ya en ella brillaban sus cualidades de dramaturgo: dominio técnico, cuidado de todos los detalles escénicos y creación de atmósferas dramática sugestivas. En 2020 El peso del mundo se reeditaba junto a otras dos obras, Una noche, un viajero —en la que en el marco de la noche se asistía al desenlace de una historia triste y se sugería el planteamiento de una nueva más esperanzada con la llegada del alba— y Jardines en mar, un drama en el que se enfrentaban el egoísmo y la generosidad de los distintos integrantes de una familia. El título común de esta trilogía era Luces en la sombra.
Luces en la sombra II, su último libro, constituye, pues, una continuación de aquel volumen. Se agrupan aquí también tres piezas breves de distinta índole. La primera, La casa vacía, es una tragedia que trata un tema desgraciadamente muy actual, el de la violencia de género. Es sin duda la obra más sombría del conjunto. Basta leer el índice de personajes que la abre para advertir el cariz de la tragedia: “Juan, padre, de unos sesenta años, melancólico. Rosa, madre, de unos cincuenta y ocho años, ida, desesperada. Miguel hijo, lleno de ira y de remordimientos. Inés, novia del hijo, reflexiva, apenada” (p. 9). Remordimiento, sentimiento de culpa, desesperación, dolor y vacío son los sentimientos que prevalecen en una familia destrozada por la desaparición de una hija, con la que ha desaparecido también “la luz de esta casa” (p. 13), como dirá su padre.
Sueños de cristal, el segundo título, es un pequeño drama asimismo actual, en el que, sin embargo, alienta la esperanza y la voluntad de superar las dificultades sobrevenidas en tiempos de pandemia y de crisis. Basta con leer de nuevo la relación de personajes para advertir un matiz distinto: “Doña Vale, la abuela, maravillosa, 80 años. Venancio, el padre frustrado, 55 años. Victoria, la madre laboriosa, 50 años, hija de doña Valeriana. Valeria, la hija fantasiosa, 20 años. Valentín, el hijo tarambana, 18 años. Ventura, joven vividor, 25 años” (p. 39). Si la adjetivación es suficientemente descriptiva, y hasta sonora en las rimas femeninas, tampoco deja de resultar curiosa la onomástica, con esa coincidencia en la letra inicial. Un primer indicio de que el drama planteado no estará exento de humor. E igualmente del cuidado que pone el Martínez Oria en todos los detalles. En fin, entre los componentes de esta familia, en la que la que la preocupación de los adultos contrasta con la actitud infantil y despreocupada de los jóvenes, sobresale la figura de la abuela, plena de vitalidad, que adquiere el carácter, según se señalará explícitamente en algún momento (p. 68), casi de un hada madrina.
Muy distinta de las dos anteriores es El aliento del dragón, denominada “fantasía infantil” (p. 69) y luego “farsa” (p. 71). Aunque también se sugiere la posibilidad de convertirla en un retablo de marionetas o en juego de sombras chinescas (p. 73). En cualquier caso, como dice el autor, lo que se busca en último término es “divertir a la gente menuda y a ser posible no aburrir demasiado a los grandes” (p. 73). Y, sin duda, la farsa resulta apta para todos los públicos. Porque aquí los personajes son Gaiferos, caballerizo del señor del castillo; la bella Melisenda; los condes de Sansueña; Guarinos, junto con el dragón el malo del cuento, y, por último, y como urdidor de todo, Toribio, un trasgo del bosque. El título y el género constituyen un guiño a Valle-Inclán. Y la onomástica, otro guiño al romancero y a Cervantes y su retablo de Maese Pedro. Aunque, ciertamente, se ha subvertido la traza de los personajes de la tradición literaria y predominan ahora el humor y la ironía.
No es necesario ponderar las virtudes literarias del autor, evidentes incluso en las acotaciones escénicas, impecables desde el punto de vista técnico, y dotadas, además, de abundantes elementos líricos, que contrastan, cuando resulta pertinente, con otros de índole humorística. Así pues, se recoge en este pequeño volumen un conjunto de piezas diversas en los temas, los enfoques y los géneros, pero que dan cuenta de las luces y las sombras de la vida. O de otro modo que aspiran a que la literatura aporte un poco luz en tiempos sombríos.
Andrés Martínez Oria, Luces en la sombra II, Astorga, Akrón, 2022, 101 pp.
![[Img #59669]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2022/5550_am_portada_luces_en_la_sombra_ii2.jpg)
No es muy usual que un escritor cultive con similar solvencia los más diversos géneros. Sin embargo, Andrés Martínez Oria ha dado muestra de su buen tino literario en la narrativa, los libros de viaje, la poesía y el teatro. Su producción dramática se inició en 2014 con El peso del mundo, una pieza breve en la que se recreaba la última noche de la vida de Leopoldo Panero. Ya en ella brillaban sus cualidades de dramaturgo: dominio técnico, cuidado de todos los detalles escénicos y creación de atmósferas dramática sugestivas. En 2020 El peso del mundo se reeditaba junto a otras dos obras, Una noche, un viajero —en la que en el marco de la noche se asistía al desenlace de una historia triste y se sugería el planteamiento de una nueva más esperanzada con la llegada del alba— y Jardines en mar, un drama en el que se enfrentaban el egoísmo y la generosidad de los distintos integrantes de una familia. El título común de esta trilogía era Luces en la sombra.
Luces en la sombra II, su último libro, constituye, pues, una continuación de aquel volumen. Se agrupan aquí también tres piezas breves de distinta índole. La primera, La casa vacía, es una tragedia que trata un tema desgraciadamente muy actual, el de la violencia de género. Es sin duda la obra más sombría del conjunto. Basta leer el índice de personajes que la abre para advertir el cariz de la tragedia: “Juan, padre, de unos sesenta años, melancólico. Rosa, madre, de unos cincuenta y ocho años, ida, desesperada. Miguel hijo, lleno de ira y de remordimientos. Inés, novia del hijo, reflexiva, apenada” (p. 9). Remordimiento, sentimiento de culpa, desesperación, dolor y vacío son los sentimientos que prevalecen en una familia destrozada por la desaparición de una hija, con la que ha desaparecido también “la luz de esta casa” (p. 13), como dirá su padre.
Sueños de cristal, el segundo título, es un pequeño drama asimismo actual, en el que, sin embargo, alienta la esperanza y la voluntad de superar las dificultades sobrevenidas en tiempos de pandemia y de crisis. Basta con leer de nuevo la relación de personajes para advertir un matiz distinto: “Doña Vale, la abuela, maravillosa, 80 años. Venancio, el padre frustrado, 55 años. Victoria, la madre laboriosa, 50 años, hija de doña Valeriana. Valeria, la hija fantasiosa, 20 años. Valentín, el hijo tarambana, 18 años. Ventura, joven vividor, 25 años” (p. 39). Si la adjetivación es suficientemente descriptiva, y hasta sonora en las rimas femeninas, tampoco deja de resultar curiosa la onomástica, con esa coincidencia en la letra inicial. Un primer indicio de que el drama planteado no estará exento de humor. E igualmente del cuidado que pone el Martínez Oria en todos los detalles. En fin, entre los componentes de esta familia, en la que la que la preocupación de los adultos contrasta con la actitud infantil y despreocupada de los jóvenes, sobresale la figura de la abuela, plena de vitalidad, que adquiere el carácter, según se señalará explícitamente en algún momento (p. 68), casi de un hada madrina.
Muy distinta de las dos anteriores es El aliento del dragón, denominada “fantasía infantil” (p. 69) y luego “farsa” (p. 71). Aunque también se sugiere la posibilidad de convertirla en un retablo de marionetas o en juego de sombras chinescas (p. 73). En cualquier caso, como dice el autor, lo que se busca en último término es “divertir a la gente menuda y a ser posible no aburrir demasiado a los grandes” (p. 73). Y, sin duda, la farsa resulta apta para todos los públicos. Porque aquí los personajes son Gaiferos, caballerizo del señor del castillo; la bella Melisenda; los condes de Sansueña; Guarinos, junto con el dragón el malo del cuento, y, por último, y como urdidor de todo, Toribio, un trasgo del bosque. El título y el género constituyen un guiño a Valle-Inclán. Y la onomástica, otro guiño al romancero y a Cervantes y su retablo de Maese Pedro. Aunque, ciertamente, se ha subvertido la traza de los personajes de la tradición literaria y predominan ahora el humor y la ironía.
No es necesario ponderar las virtudes literarias del autor, evidentes incluso en las acotaciones escénicas, impecables desde el punto de vista técnico, y dotadas, además, de abundantes elementos líricos, que contrastan, cuando resulta pertinente, con otros de índole humorística. Así pues, se recoge en este pequeño volumen un conjunto de piezas diversas en los temas, los enfoques y los géneros, pero que dan cuenta de las luces y las sombras de la vida. O de otro modo que aspiran a que la literatura aporte un poco luz en tiempos sombríos.






