E. S. D.
Domingo, 31 de Julio de 2022

Terminantemente prohibido (XVI)

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(...)

 

Aquella noche Abad se metió en la cama muy pronto. El día había sido de una tensión horrible. Su madre había llorado durante la cena. Él se encontraba incapaz de calmarla. Extrañaba la cama acostumbrado como estaba a dormir con mucha gente en el dormitorio. La cama de hierro tenía unos remates de metal y un rosario grande de madera de palo santo colgado de la cabecera. Cuando despertó por la mañana se sentía liberado. Quiso recordar sus sueños y se le reproducía a trozos con grandes lagunas: "Estaban todos con las cabezas juntas, respirando un aire verde y azul. Yo subido al púlpito. El tornavoz devolvía mis palabras desparramadas. ¿Estáis todos?, ¡Qué nadie me mire con mal ojo!. Y el superior del coro. ¡Abajo! ¡Abajo! ¡Qué baje el superior!, ¡Qué se vaya a la cama que ya es hora! ¡La chica esa que salga también! La chica traía una blusa a cuadros rojos y blancos. ¡No! ¡Qué se quede si no que marche Carvajal!.

 

Atendedme de una vez. Me miraban. Yo pensaba las palabras y no quitaba el ojo del coro. ¡Qué se marche ese, o que se quite la sotana. Aquí no queremos a nadie con sotana! ¡Empieza enseguida! Sonaba el fuelle del órgano. Subía en oleadas como un viento. En la cúpula alguien golpeaba los cristales. Se rompió uno. Cayó muy cerca del grupo. ¡Empieza de una vez si no nos vamos! Carraspeé. El viento o el ruido del órgano seguía. No creáis que me habéis fastidiado. Os doy las gracias. Aplaudían todos y alentaban aire azul. He venido para hablaros ahora que están todos cenando. ¡Qué les aprovechen las habas!. 'Agimus Tibi gratias'. Mi madre no sabe ni gota de latín pero canta el 'tantum ergo'. Y tú a dormir que ya encendieron los pilotos. Vivo libre, sin torturas, sin policías. ¿Cuántos policías viven aquí? El pasante, el superior, el rector y vosotros. El que está en el confesonario que salga. ¡Fuera de aquí! Lucharon dos horas seguidas contra los policías pero no llegaron al púlpito. No tengáis miedo. Estáis llenos de miedo. A las siete, miedo y frío. A las diez, miedo. Clase de miedo. ¡Ay! ¿Quién me hizo la zancadilla? Sois unos cobardes por acusarme. Yo no fui. Sí yo no fui, mamá, fueron estos. ¡El miedo es libre! -gritó uno-. Contestaron todos: ¡No es libre!, ¡No es libre!, ¡No es libre! Qué bien lo estamos pasando aquí. ¿A que sí? ¡Silencio! ¡Tú a callar! Abad tiene la palabra. Que suba uno a tapar la gotera. A nosotros nos gusta mojarnos. Era agua de miedo. Una gotera que huía de la atrocidad. La puerta se abrió de repente. El ratón no quería comer queso con el susto. ¡Qué nadie lea el libro. Todos de memoria!, "la buena comida con el miedo no aprovecha". Dilo de otra forma "no aprovecha con el miedo" ¡Abridme la jaula! Hay un murciélago volando. ¡A emborracharlo! ¡Un cigarro! ¡Necesitamos un cigarro! Puedes salir, pero rápido ¿eh? Y ahora silencio. ¡Mirad cómo vuelo! ¿No os dais cuenta cómo vuelo? Diles que se marchen al recreo. La velada es a las ocho y después de cenar, clase de latín. Tú, ¡a volar! ¿Quién está espiando en el confesionario de don Víctor? Lo perdono, os perdono a todos. ¿Quién fue el cabrón que escribió 'cabrón'? ¡Que lo diga! Yo lo perdono. ¿Veis como vuelo? Vuelo y mis alas renuevan el aire verde y azul. Vuelo sobre ellos. Les doy miedo, les infundió pavor, se agazapan bajo los bancos…" Durante varios días Abad tuvo sueños de este estilo, después cuando empezó a ayudar a su padre en el campo perdió imaginación y descansaba cada noche como un tronco, sin interior.

 

Abad llegó a pensar que todo había sido una pesadilla, un sueño más antiguo, pero de la misma índole que otros. Un sueño con claroscuros donde coexistían el rector y su bonete que parecía la lona de un circo, con los campeonatos de fútbol, las vueltas al patio en fila india los días de retiro con las tardes del jueves y los horarios para ir al servicio con las trastadas, la burla de la vigilancia y los amigos como Gutiérrez. Aunque Gutiérrez no había sido un buen amigo. Le había plantado cuando más lo necesitaba. Los ratos de tristeza y las alegrías entraban y salían en un escenario borroso que no tenía márgenes, como un sueño.

 

Se le iba apagando la viva impresión del principio, pero se veía interiormente como víctima de una injusticia incalificable. Montaba el pasado con recuerdos sueltos y personas de las que hacía tiempo no sabía nada. Carvajal se le presentaba como un conspirador, el líder indiscutible del curso. También él lo había admirado, pero después le pareció fanfarrón y peligroso para los compañeros cuando se le vieron las verdaderas intenciones.

 

Lo más triste había sido lo de Gutiérrez a quien varias veces había querido escribir al seminario. Si no lo había hecho era porque fijo que le leían la carta como era costumbre cuando escribía un 'ex' y esto le hubiera perjudicado. Se aguantó durante el curso pero acabó por escribirla en el verano. También le había escrito a Carvajal. Reconocía que con Carvajal había estado duro, casi insultante. Una carta escrita con genio que Carvajal ni se había dignado contestar a punto seguro que le sentó mal. La de Gutiérrez había sido una carta distinta. Con Gutiérrez a pesar de lo ocurrido se podía hablar con confianza. Le había salido una carta sentimental, de las sospechosas en el seminario: "Querido amigo: supongo que te habrás olvidado de mí. Han pasado tantas cosas desde que marché que es posible que mi nombre ya no te diga nada. Me gustaría verte, estar contigo y contarte detalladamente lo mal que lo he pasado estos últimos meses, sin tener a nadie a quien confiarme. No me creerás si te digo que mi mayor tortura fue que me abandonaras como amigo. Yo de todas formas no me olvido de ti. Creo que nos entendíamos bien. Fue para mí muy doloroso que no me dijeras ni siquiera adiós el día que me fui. Espero tu carta, carta de un amigo. Si prefieres que no te conteste dímelo también. Pero me gustaría tanto seguir siendo tu amigo. Un abrazo muy fuerte."

 

Abad tampoco había tenido contestación de Gutiérrez. Quizá estas respuestas mudas influyeron más en la impresión de sueño que le producía su pasado. Nadie de los que habían vivido en aquel mundo le contestaba. Quizá es que nunca había existido todo aquello. Abad irremediablemente se olvidaba.

 

En el cuadro de la rectoral estaba puesto el horario de ejercicios, dos horarios, uno para filósofos y teólogos, y otro para latinos. Los latinos empezaban el martes por la noche con la plática preparatoria. Había venido un padre jesuita muy simpático que luego de comienzo nos ensartó una hilera de chistes que nos dejó a tono para no perder sílaba. Después nos habló de San Ignacio. Tenía mucha chispa aquel padre y nos hacía reír en todas las meditaciones. Durante los tiempos libres leíamos con verdadero apetito desordenado, en el patio o dando vueltas en el claustro de abajo.

-Vamos a dar vueltas a la noria -decíamos-.

 

También se podía uno quedar en la capilla si es que hacía frío. Castrillo siempre se quedaba leyendo un librito parecido al Kempis pero más grueso. Lo que le ocurrió a Castrillo fue sonado porque él estaba tan tranquilo sentado en su banco, absorbido en su lectura y el superior casi encima de él, fichando, en el coro. Al superior le debió parecer que el libro de Castrillo era sospechoso, sobre todo por los dibujos. Bajó silenciosamente y silenciosamente se colocó detrás de Castrillo. El bulto de una sotana le advirtió del peligro, pero ya era tarde. Cerró precipitadamente el libro y cruzó los brazos a la vez que lo escondía bajo el guardapolvo.

-¿Qué guardas ahí?

-Nada.

-Vamos, que no soy tonto. ¿Qué guardas ahí?

-No señor, no guardo nada.

-Enséñame ese libro. No ves que te he visto desde el coro.

 

Castrillo no tuvo más remedio que sacar su libro

-Déjamelo ver.

 

El superior lo tomó entre sus manos y leyó el título. Era 'Ivanhoe', de la colección Pulga.

-¿Con esto haces tú ejercicios?

 

El superior se llevó el libro y salió de la capilla. La cosa no debió tener trascendencias. Eran los primeros días y no vivíamos aún en el rigor del pleno curso.

 

Dormíamos mucho aquellos días, mucho para lo que acostumbrábamos; después de comer se nos permitía una hora de recreo o si preferíamos su canjeo por otra correspondiente de siesta. Todos o casi todos elegíamos la siesta pues tenía las mismas posibilidades del recreo y no era cosa de despreciar esa novedad. Los ejercicios entraban en su fase más tétrica cuando el padre nos hablaba de la muerte. Era una meditación espeluznante. Nos llevaba el periódico y nos leía la página de sucesos: "Mujer arrollada por un autobús", "Incendio en Barcelona. Tres muertos", pero continuaba con historias de su cosecha, verdaderos relatos de terror que nos estremecían. Eran sin embargo interesantes. Nadie respiraba y durante aquel día al menos vivíamos con la tensión de la muerte. La llevábamos dentro, nos decía. Nuestra vitalidad se apagaba y, en efecto, experimentábamos que la muerte podía sorprendernos en cualquier lugar, bajando las escaleras como en plena noche, sin un grito, sin dejarnos tiempo para una confesión. Por eso había que estar preparados como San Luis Gonzaga cuando le hicieron la pregunta de "¿qué harías tú si te quedara una hora de vida?" Y poder responder como él: "Seguiría cumpliendo con mi deber".

 

A pesar de que estas muertes repentinas que nos contaban nos impresionaban, tenían más fuerza las que nos leían en el periódico, yo creo que por la novedad del periódico. Por la mesa de la meditación habían pasado muchos libros como cuartillas, ‘el reglamento’, ‘las prácticas de piedad’, era la primera vez que veíamos un periódico y aquello lo hacía más real, como lo de fuera. Era la muerte de los hombres, no la predicación de una muerte anecdótica que nos predisponía al arrepentimiento.

 

La penúltima tarde de ejercicio era tarde de confesiones. Venían lo menos diez confesores de fuera y dos padres redentoristas. Antes nos hablaban de la conveniencia de hacer una confesión general. Y qué difícil era hacer una confesión general, buscar en el fondo del tiempo, desde los últimos ejercicios, indagar en los pecados desde el año anterior.

-Pasa tú delante.

 

Gutiérrez se quedó algún tiempo más en la cola ante el reclinatorio donde confesaba un padre redentorista, le gustaba confesarse de tú a tú, sin confesionario, sin vallas de separación. No estaba contento de sí mismo, de su comportamiento pasado. Le preocupaba su actitud en todo lo de Abad. No le había ayudado lo más mínimo cuando todo el curso le arrinconó.

 

Después de las confesiones se notó una alegría y una paz distintas en toda la comunidad. Era más difícil frenar las ganas de hablar, de correr. 

 

Los pasantes que hacían sus ejercicios en la comunidad de mayores y no se habían dejado ver el pelo entre nosotros nos acompañaban en los tiempos libres.

 

El punto final de los ejercicios era la bendición papal y el desayuno en que nos daban benedicamus y comíamos chocolate.

 

 

(CONTINUARÁ)

 

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