La fiesta de las Nieves de Valdespino de Somoza, entre Piqueras y la sombra del Árbol
Valdespino de Somoza celebra este fin de semana la fiesta de la Virgen de las Nieves donde se entrelaza la diversión con la tradición. Como ya hicimos en la fiesta de San Gregorio, utilizamos un texto del libro 'Valdespino de Somoza. Maragatería. Regreso al pasado', de Antonio Pacios Alonso, para recordar y tal vez comparar los festejos de antaño y actuales.
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![[Img #59803]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/8415_3_dsc7100.jpg)
En cuanto a las fiestas en el pasado no muy lejano de nuestro pueblo, podemos señalar —además de las obligadas de forma generalizada por la iglesia—, San Gregorio y el domingo de Corpus, fiestas a las que, por su importancia, les hemos dedicado capítulo aparte; la Magdalena, el 22 de julio, que, por ser titular de la parroquia, tenía muy buena celebración: Misa de asistencia, baile en Piqueras con tambor y vino pagado por el cura,en correspondencia al cuartal, que además de esta compensación, suponía un descuento en los bautizos y demás servicios religiosos; Las Nieves y, en cierto modo, aunque no era fiesta de guardar, yo recuerdo la de Santo Tomás de Villanueva, el 22 de septiembre, santo de Tomás Ares, el presbítero fundador de la preceptoría, que además fue fundador de becas en el Seminario de Astorga para seminaristas de su pueblo, con el compromiso, por parte del Rector de ese centro, de venir a predicar a Valdespino en esa fecha.
No sé cuándo fue la última celebración de esta fiesta con participación del pueblo, pero sí recuerdo una, en torno al 1949, en la que vino a predicar el rector don Sixto Garrido Saldaña. En realidad esta celebración se reducía a misa por la mañana y nada más.
De todas las mencionadas, la Magdalena y Santo Tomás han desaparecido; San Gregorio y el Corpus se siguen celebrando, aunque no con tanta solemnidad; y Las Nieves ha adquirido tanta importancia que, en la actualidad, se considera como la fiesta del pueblo.
En mi regreso, no veo a Las Nieves como fiesta de la categoría del Corpus que tiraba de los hijos de Valdespino que residían fuera. Era más bien un alto en los trabajos de las eras, y llegado el caso no completo, pues si al viento le daba por soplar por la tarde, y había alguna parva pendiente, era obligado cambiar la ropa de fiesta por la de trabajo y, bien afeitado o con los labios pintados, aprovechar el regalo del dios Eolo.
El día 4 de agosto, al anochecer, el ti Martín y su tambor recorrían el pueblo anunciando la fiesta, y la solitaria campana de la ermita de Las Nieves y los cohetes se unían al pregón llamando a la novena y a vísperas. La fiesta comenzaba, iba a durar sólo un día, y la Virgen se lo agradecía, pues sabía lo atareada que andaba la gente trillando el pan conseguido con el esfuerzo del hombre y la tierra unidos.
El día 5, siempre el día 5 de agosto, fecha marcada para esta celebración, ni las personas ni los animales trabajaban, las eras quedaban desiertas y los trillos reposaban de su arrastrada vida tumbados al sol o a la sombra de las medas: era el día de Las Nieves.
El tambor iba pasando por las calles recogiendo gente mudada. Viejos, jóvenes y niños, algunos con castañuelas, le seguían hacia las casas del presidente, del mayordomo y del cura que uniéndose a la comitiva adornados con sus símbolos de distinción, se dirigían a la ermita, donde comenzaría la procesión.
Allí, delante de la ermita, a las doce treinta, más o menos, a la sombra de la casita de la señora Manuela, conocida como la ‘Cañona’, que murió atollada en la Cuesta —no estaba bien de la cabeza, se dice, salió al atardecer a ver una finca, se metió dentro, y ya no salió—, animadas conversaciones, saludos y palmadas en la espalda entre los que hacía algún tiempo que no se veían, eran interrumpidos por el conocido aviso del tambor seguido del himno nacional, que anunciaba que la Virgen, la Señora del Pueblo, con su niño en brazos, vestida de fiesta, estaba saliendo de su mansión para pasar la revista anual por algunas calles adornadas en su honor.
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Como siempre, el pendón en cabeza, seguido de la Cruz Procesional, el estandarte de las Hijas de María, el tamboritero, la imagen de la Virgen de las Nieves portada por mujeres; los sacerdotes, autoridades y fieles, cantado el “Salve, Madre”, “Tomad, Virgen pura”, “Ave, ave, María”, etc., avanzaban lentos calle Real abajo; giro a la izquierda, por la calle donde vivía el Chispo, La Masica…; vuelta por la de Voluntario el Viejo, entrada triunfal en la iglesia con honores de Jefe de Estado, la ermita se quedaba pequeña; campanas al vuelo, misa solemne con sermón de campanillas, entrega del cetro al mayordomo del año que viene al finalizar esta; vuelta a la ermita, bendición y despedida con el “Dios te salve, reina y madre”.
Aquí, puede decirse, terminaba la celebración religiosa, aunque la ermita permanecía abierta todo el día, por si a alguien se le ocurría ir a contarle algo a la Virgen.
Al llegar a este punto, irrumpe en mi memoria, sería por los años 1955 o 56, aquella disposición dictada por el obispo Mérida Pérez que regía el Obispado de Astorga, en el sentido de que en estas fiestas, si había baile no había ni misa ni procesión. Generalmente, el pueblo, que no veía tanto pecado en el baile, aunque le dolía la supresión de la misa, se decidía por aquél. Lo que, por otra parte, no gustaba nada al cura, pues si no había misa ni procesión, no había estipendio, con lo que se le privaba de unos ingresos sustanciosos con los que él contaba para ir tirando.
Aquel año no hubo ni misa ni procesión, pero, por la tarde, a la hora del baile que, como veremos, tenía lugar en Piqueras, y el paso por delante de la ermita era obligado, fue emocionante ver como la mayoría de los vecinos entraba a ver a la Virgen. Me imagino la disculpa: “Lo siento, Virgen de las Nieves, pero esto no va contigo. El culpable es el obispo”.
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![[Img #59807]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/9399_5_dsc7121.jpg)
No sé si en 1918, con motivo de la mal llamada gripe española, la puerta de la Virgen permaneció cerrada el día de su fiesta. Me duele el corazón tener que añadir que esto sí ocurrió en 2020, con motivo de la pandemia provocada por el coronavirus chino. Valdespino estaba muerto. Por la tarde de ese triste 8 de agosto, al dar un paseo hasta la ermita para intentar elevar una mirada de súplica a la Virgen, encontré al pueblo desierto y la puerta del santuario cerrada. Fue triste, muy triste.
Algo de baile de vermut, comida extraordinaria, pero generalmente sin invitados; juego de bolos, y baile en la pradera de Piqueras, como en la fiesta de la Magdalena, tal vez porque en agosto las medas y las parvas ocupaban el campo.
Lejos de mí pensar que en alguno de esos años de o misa o baile, a la hora de bailar, Eolo mandase los vientos, pues algún creyente hubiese visto en ello la venganza de la Virgen: No quieres misa, pues ¡toma!, tampoco baile. ¡A limpiar!
Al caer de la tarde, no había luz en Piqueras, bueno ni en Piqueras ni en ninguna parte del pueblo, la fiesta se daba prácticamente por terminada. Al día siguiente, 6 de agosto, había que seguir trillando.
En la actualidad, Las Nieves, como designamos a esta fiesta los de Valdespino, es el acontecimiento religioso y social generalizado más importante del año, como antes lo era el Corpus.
Ocasión de reunión de familiares y amigos, en el calendario de los hijos y amantes del pueblo esta fecha está enmarcada en un círculo rojo.
Al generalizarse el sábado como día no laborable, atendiendo la petición de infinidad de hijos, descendientes y veraneantes del pueblo, a finales de la década de los setenta, el Presidente de la Junta, Pedro Blas y los concejales José A. San Martín y Jesús Pérez, decidieron cambiar la fecha, establecida desde tiempo inmemorial en el 5 de agosto, al sábado siguiente, salvo que el cinco cayera en sábado, en cuyo caso se respetaría la tradición.
De los años finales de la década de los setenta del pasado siglo XX, a la de los primeros del siglo XXI, se desarrollaron paralelamente dos movimientos decisivos en la comarca maragata.
![[Img #59808]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/5444_6_dsc7123.jpg)
Por una parte, el envejecimiento de la población, con el total abandono de la agricultura y ganadería, quedando esta última reducida a un pequeño número de vacas de un solo propietario y a un rebaño, de los más de ocho de otros tiempos, el último de Valdespino, con unas quinientas ovejas.
Y por otra, la llegada de familias, emparentadas o no con el pueblo, que, atraídas por los ocultos encantos de esta tierra, decidieron comprar y restaurar viejas casas, que habitan ocasionalmente durante el año y en las vacaciones navideñas y estivales.
Estas gentes no sólo dieron vida al pueblo desde el punto de vista económico —tres cuadrillas de albañiles trabajaban en estas restauraciones— sino que, lo que es más admirable, supieron integrarse y participar en las tradiciones.
Las trillas ya no imponen sus exigencias, no existen; los días dedicados a la Virgen pueden ser dos o más, y, por tanto, con nuevas ayudas y renovado entusiasmo, el programa más amplio y más variado.
![[Img #59809]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/3593_7_dsc7127.jpg)
Unos días antes de la celebración, la comisión de fiestas, una mezcla de jóvenes nativos y residentes temporales, pasan de casa en casa, provistos de hucha, papel y bolígrafo, recogiendo los donativos que, sumados a la cantidad, siempre escasa, aportada por la Junta Vecinal, sufragarán los gastos de orquesta, premios de los juegos, chuches para los niños, etc.
Evidentemente, en nuestros días, año tras año, se repite lo esencial de la celebración, que viene a ser lo expresado líneas arriba: novenario, ronda, vísperas, procesión, misa, despedida, a excepción del baile en Piqueras hasta el anochecer, que en la actualidad tiene lugar debajo del Árbol, al lado del salón del pueblo, donde temporalmente se instala un bar con toda clase de refrescos y bebidas.
Las diferencias con el pasado estriban, en la víspera, en una sardinada o paella ofrecida, por la misma comisión, la primera, y por un catering de Astorga, la segunda. En un ambiente agradable y festivo, por una mínima cantidad, cualquiera del pueblo o forastero puede disfrutar de una noche, siempre espléndida, para después tomarse algo y bailar.
Este tiempo, en ocasiones, antes del baile, ha estado ocupado por un concurso de tortillas, o una velada poético-musical, en el 2018, a cargo del poeta astorgano Adolfo Alonso, descendiente de Valdespino, y de un tenor, también astorgano, y una soprano valenciana; o en otra, una muy especial, en el 2011, por la inauguración de una exposición de fotos de antes y concurso de tortillas. De esta última hablaremos más tarde, pues fue realmente algo especial.
![[Img #59810]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/5918_8_dsc7130.jpg)
Siguiendo con las diferencias, señalar que en la actualidad la Virgen es portada por hombres y mujeres, y no sólo por mujeres, y que la despedida final, la Virgen sobre sus andas en el suelo, a la entrada de su capilla, es realmente emocionante. Tal vez el momento más mágico de las fiestas.
En cuanto a las fiestas en el pasado no muy lejano de nuestro pueblo, podemos señalar —además de las obligadas de forma generalizada por la iglesia—, San Gregorio y el domingo de Corpus, fiestas a las que, por su importancia, les hemos dedicado capítulo aparte; la Magdalena, el 22 de julio, que, por ser titular de la parroquia, tenía muy buena celebración: Misa de asistencia, baile en Piqueras con tambor y vino pagado por el cura,en correspondencia al cuartal, que además de esta compensación, suponía un descuento en los bautizos y demás servicios religiosos; Las Nieves y, en cierto modo, aunque no era fiesta de guardar, yo recuerdo la de Santo Tomás de Villanueva, el 22 de septiembre, santo de Tomás Ares, el presbítero fundador de la preceptoría, que además fue fundador de becas en el Seminario de Astorga para seminaristas de su pueblo, con el compromiso, por parte del Rector de ese centro, de venir a predicar a Valdespino en esa fecha.
No sé cuándo fue la última celebración de esta fiesta con participación del pueblo, pero sí recuerdo una, en torno al 1949, en la que vino a predicar el rector don Sixto Garrido Saldaña. En realidad esta celebración se reducía a misa por la mañana y nada más.
De todas las mencionadas, la Magdalena y Santo Tomás han desaparecido; San Gregorio y el Corpus se siguen celebrando, aunque no con tanta solemnidad; y Las Nieves ha adquirido tanta importancia que, en la actualidad, se considera como la fiesta del pueblo.
En mi regreso, no veo a Las Nieves como fiesta de la categoría del Corpus que tiraba de los hijos de Valdespino que residían fuera. Era más bien un alto en los trabajos de las eras, y llegado el caso no completo, pues si al viento le daba por soplar por la tarde, y había alguna parva pendiente, era obligado cambiar la ropa de fiesta por la de trabajo y, bien afeitado o con los labios pintados, aprovechar el regalo del dios Eolo.
El día 4 de agosto, al anochecer, el ti Martín y su tambor recorrían el pueblo anunciando la fiesta, y la solitaria campana de la ermita de Las Nieves y los cohetes se unían al pregón llamando a la novena y a vísperas. La fiesta comenzaba, iba a durar sólo un día, y la Virgen se lo agradecía, pues sabía lo atareada que andaba la gente trillando el pan conseguido con el esfuerzo del hombre y la tierra unidos.
El día 5, siempre el día 5 de agosto, fecha marcada para esta celebración, ni las personas ni los animales trabajaban, las eras quedaban desiertas y los trillos reposaban de su arrastrada vida tumbados al sol o a la sombra de las medas: era el día de Las Nieves.
El tambor iba pasando por las calles recogiendo gente mudada. Viejos, jóvenes y niños, algunos con castañuelas, le seguían hacia las casas del presidente, del mayordomo y del cura que uniéndose a la comitiva adornados con sus símbolos de distinción, se dirigían a la ermita, donde comenzaría la procesión.
Allí, delante de la ermita, a las doce treinta, más o menos, a la sombra de la casita de la señora Manuela, conocida como la ‘Cañona’, que murió atollada en la Cuesta —no estaba bien de la cabeza, se dice, salió al atardecer a ver una finca, se metió dentro, y ya no salió—, animadas conversaciones, saludos y palmadas en la espalda entre los que hacía algún tiempo que no se veían, eran interrumpidos por el conocido aviso del tambor seguido del himno nacional, que anunciaba que la Virgen, la Señora del Pueblo, con su niño en brazos, vestida de fiesta, estaba saliendo de su mansión para pasar la revista anual por algunas calles adornadas en su honor.
Como siempre, el pendón en cabeza, seguido de la Cruz Procesional, el estandarte de las Hijas de María, el tamboritero, la imagen de la Virgen de las Nieves portada por mujeres; los sacerdotes, autoridades y fieles, cantado el “Salve, Madre”, “Tomad, Virgen pura”, “Ave, ave, María”, etc., avanzaban lentos calle Real abajo; giro a la izquierda, por la calle donde vivía el Chispo, La Masica…; vuelta por la de Voluntario el Viejo, entrada triunfal en la iglesia con honores de Jefe de Estado, la ermita se quedaba pequeña; campanas al vuelo, misa solemne con sermón de campanillas, entrega del cetro al mayordomo del año que viene al finalizar esta; vuelta a la ermita, bendición y despedida con el “Dios te salve, reina y madre”.
Aquí, puede decirse, terminaba la celebración religiosa, aunque la ermita permanecía abierta todo el día, por si a alguien se le ocurría ir a contarle algo a la Virgen.
Al llegar a este punto, irrumpe en mi memoria, sería por los años 1955 o 56, aquella disposición dictada por el obispo Mérida Pérez que regía el Obispado de Astorga, en el sentido de que en estas fiestas, si había baile no había ni misa ni procesión. Generalmente, el pueblo, que no veía tanto pecado en el baile, aunque le dolía la supresión de la misa, se decidía por aquél. Lo que, por otra parte, no gustaba nada al cura, pues si no había misa ni procesión, no había estipendio, con lo que se le privaba de unos ingresos sustanciosos con los que él contaba para ir tirando.
Aquel año no hubo ni misa ni procesión, pero, por la tarde, a la hora del baile que, como veremos, tenía lugar en Piqueras, y el paso por delante de la ermita era obligado, fue emocionante ver como la mayoría de los vecinos entraba a ver a la Virgen. Me imagino la disculpa: “Lo siento, Virgen de las Nieves, pero esto no va contigo. El culpable es el obispo”.
No sé si en 1918, con motivo de la mal llamada gripe española, la puerta de la Virgen permaneció cerrada el día de su fiesta. Me duele el corazón tener que añadir que esto sí ocurrió en 2020, con motivo de la pandemia provocada por el coronavirus chino. Valdespino estaba muerto. Por la tarde de ese triste 8 de agosto, al dar un paseo hasta la ermita para intentar elevar una mirada de súplica a la Virgen, encontré al pueblo desierto y la puerta del santuario cerrada. Fue triste, muy triste.
Algo de baile de vermut, comida extraordinaria, pero generalmente sin invitados; juego de bolos, y baile en la pradera de Piqueras, como en la fiesta de la Magdalena, tal vez porque en agosto las medas y las parvas ocupaban el campo.
Lejos de mí pensar que en alguno de esos años de o misa o baile, a la hora de bailar, Eolo mandase los vientos, pues algún creyente hubiese visto en ello la venganza de la Virgen: No quieres misa, pues ¡toma!, tampoco baile. ¡A limpiar!
Al caer de la tarde, no había luz en Piqueras, bueno ni en Piqueras ni en ninguna parte del pueblo, la fiesta se daba prácticamente por terminada. Al día siguiente, 6 de agosto, había que seguir trillando.
En la actualidad, Las Nieves, como designamos a esta fiesta los de Valdespino, es el acontecimiento religioso y social generalizado más importante del año, como antes lo era el Corpus.
Ocasión de reunión de familiares y amigos, en el calendario de los hijos y amantes del pueblo esta fecha está enmarcada en un círculo rojo.
Al generalizarse el sábado como día no laborable, atendiendo la petición de infinidad de hijos, descendientes y veraneantes del pueblo, a finales de la década de los setenta, el Presidente de la Junta, Pedro Blas y los concejales José A. San Martín y Jesús Pérez, decidieron cambiar la fecha, establecida desde tiempo inmemorial en el 5 de agosto, al sábado siguiente, salvo que el cinco cayera en sábado, en cuyo caso se respetaría la tradición.
De los años finales de la década de los setenta del pasado siglo XX, a la de los primeros del siglo XXI, se desarrollaron paralelamente dos movimientos decisivos en la comarca maragata.
Por una parte, el envejecimiento de la población, con el total abandono de la agricultura y ganadería, quedando esta última reducida a un pequeño número de vacas de un solo propietario y a un rebaño, de los más de ocho de otros tiempos, el último de Valdespino, con unas quinientas ovejas.
Y por otra, la llegada de familias, emparentadas o no con el pueblo, que, atraídas por los ocultos encantos de esta tierra, decidieron comprar y restaurar viejas casas, que habitan ocasionalmente durante el año y en las vacaciones navideñas y estivales.
Estas gentes no sólo dieron vida al pueblo desde el punto de vista económico —tres cuadrillas de albañiles trabajaban en estas restauraciones— sino que, lo que es más admirable, supieron integrarse y participar en las tradiciones.
Las trillas ya no imponen sus exigencias, no existen; los días dedicados a la Virgen pueden ser dos o más, y, por tanto, con nuevas ayudas y renovado entusiasmo, el programa más amplio y más variado.
Unos días antes de la celebración, la comisión de fiestas, una mezcla de jóvenes nativos y residentes temporales, pasan de casa en casa, provistos de hucha, papel y bolígrafo, recogiendo los donativos que, sumados a la cantidad, siempre escasa, aportada por la Junta Vecinal, sufragarán los gastos de orquesta, premios de los juegos, chuches para los niños, etc.
Evidentemente, en nuestros días, año tras año, se repite lo esencial de la celebración, que viene a ser lo expresado líneas arriba: novenario, ronda, vísperas, procesión, misa, despedida, a excepción del baile en Piqueras hasta el anochecer, que en la actualidad tiene lugar debajo del Árbol, al lado del salón del pueblo, donde temporalmente se instala un bar con toda clase de refrescos y bebidas.
Las diferencias con el pasado estriban, en la víspera, en una sardinada o paella ofrecida, por la misma comisión, la primera, y por un catering de Astorga, la segunda. En un ambiente agradable y festivo, por una mínima cantidad, cualquiera del pueblo o forastero puede disfrutar de una noche, siempre espléndida, para después tomarse algo y bailar.
Este tiempo, en ocasiones, antes del baile, ha estado ocupado por un concurso de tortillas, o una velada poético-musical, en el 2018, a cargo del poeta astorgano Adolfo Alonso, descendiente de Valdespino, y de un tenor, también astorgano, y una soprano valenciana; o en otra, una muy especial, en el 2011, por la inauguración de una exposición de fotos de antes y concurso de tortillas. De esta última hablaremos más tarde, pues fue realmente algo especial.
Siguiendo con las diferencias, señalar que en la actualidad la Virgen es portada por hombres y mujeres, y no sólo por mujeres, y que la despedida final, la Virgen sobre sus andas en el suelo, a la entrada de su capilla, es realmente emocionante. Tal vez el momento más mágico de las fiestas.