El cuarto vacío
![[Img #59883]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2022/3295_mercedes-dsc_0525.jpg)
Sentía el cuarto vacío, le faltaba una sonrisa de mujer y piensa en su sonrisa, en sus ojos, en el calor de sus brazos y en la ternura que adivina tras sus pestañas, y piensa que le gustaría tener todo eso junto a su soledad.
Quisiera decirle todas esas cosas que le dice en silencio cuando ella le sonríe, cuando observa su cuerpo delgado, cuando pasa la mano por su nuca y le acerca la cabeza a su hombro. Pero en su soledad la besa con un verso y le abraza con un poema.
La guitarra descansa en silencio junto a la puerta del armario, dibujos cuelgan de la pared, y la cámara de fotos, esa con la que capta su sonrisa, está sobre la mesa junto a un cenicero lleno de cenizas. Las palabras de Jacques Brel le resuenan como suyas: “Je ne vais plus parler, je me cacherai là à te regarder” y le hubiera gustado ofrecérselas a ella. Él piensa con tristeza que quizás mañana esas mismas palabras sean dichas por ella a otro hombre, a otras barbas, a otros ojos tristes.
Sobre la mesa un desorden de papeles, algún poema suyo, algún poema de otros, poemas escritos quizás desde siempre, desde que alguien descubrió que amaba a alguien. Resto de velas cuya existencia se ha consumido para alumbrarle, libros, lápices…, en el suelo, junto a sus pies descalzos, esas botas de piel que en invierno y en verano le han llevado a su lado y también le han alejado de ella.
Chopin le ha dedicado esta noche su Nocturno. Él concentra su mirada en un cartón blanco donde ella escribió un día los versos de Neruda.
Un cigarrillo humea entre los dedos de su mano derecha mientras piensa en lo que va a escribir sobre ella mañana, y…, sobre ¿Quién después?
Sabe que lo que hay es sólo lo que hay. Pero se la imagina leyendo sus escritos, sus ojos deteniéndose levemente en cada línea, una sonrisa ligera, una inclinación de cabeza y un poco de calor hacia su lado, mientras él permanece callado, sin saber qué hará, sin saber qué le van a decir esos ojos cuando dejen de entretenerse en las palabras escritas y caigan directamente sobre él que permanece callado, quieto, expectante. La mira y piensa en todo lo que dicen en silencio los espacios en blanco que dejó en ese papel que se mueve levemente entre sus manos. No puede dejar de mirarla. No puede dejar de sentirla.
A lo lejos sigue Chopin con su Nocturno, porque la soledad de su ausencia necesita una leve melodía de fondo. Sus ojos y sus manos no están para retener las palabras de amor.
O témpora o mores
Sentía el cuarto vacío, le faltaba una sonrisa de mujer y piensa en su sonrisa, en sus ojos, en el calor de sus brazos y en la ternura que adivina tras sus pestañas, y piensa que le gustaría tener todo eso junto a su soledad.
Quisiera decirle todas esas cosas que le dice en silencio cuando ella le sonríe, cuando observa su cuerpo delgado, cuando pasa la mano por su nuca y le acerca la cabeza a su hombro. Pero en su soledad la besa con un verso y le abraza con un poema.
La guitarra descansa en silencio junto a la puerta del armario, dibujos cuelgan de la pared, y la cámara de fotos, esa con la que capta su sonrisa, está sobre la mesa junto a un cenicero lleno de cenizas. Las palabras de Jacques Brel le resuenan como suyas: “Je ne vais plus parler, je me cacherai là à te regarder” y le hubiera gustado ofrecérselas a ella. Él piensa con tristeza que quizás mañana esas mismas palabras sean dichas por ella a otro hombre, a otras barbas, a otros ojos tristes.
Sobre la mesa un desorden de papeles, algún poema suyo, algún poema de otros, poemas escritos quizás desde siempre, desde que alguien descubrió que amaba a alguien. Resto de velas cuya existencia se ha consumido para alumbrarle, libros, lápices…, en el suelo, junto a sus pies descalzos, esas botas de piel que en invierno y en verano le han llevado a su lado y también le han alejado de ella.
Chopin le ha dedicado esta noche su Nocturno. Él concentra su mirada en un cartón blanco donde ella escribió un día los versos de Neruda.
Un cigarrillo humea entre los dedos de su mano derecha mientras piensa en lo que va a escribir sobre ella mañana, y…, sobre ¿Quién después?
Sabe que lo que hay es sólo lo que hay. Pero se la imagina leyendo sus escritos, sus ojos deteniéndose levemente en cada línea, una sonrisa ligera, una inclinación de cabeza y un poco de calor hacia su lado, mientras él permanece callado, sin saber qué hará, sin saber qué le van a decir esos ojos cuando dejen de entretenerse en las palabras escritas y caigan directamente sobre él que permanece callado, quieto, expectante. La mira y piensa en todo lo que dicen en silencio los espacios en blanco que dejó en ese papel que se mueve levemente entre sus manos. No puede dejar de mirarla. No puede dejar de sentirla.
A lo lejos sigue Chopin con su Nocturno, porque la soledad de su ausencia necesita una leve melodía de fondo. Sus ojos y sus manos no están para retener las palabras de amor.
O témpora o mores