M.A. Reinares
Jueves, 18 de Agosto de 2022

"Empezó el barro a desarmarse y a correrse hasta que la muralla cayó"

En el 70º aniversario del derrumbe de la muralla de Puerta Sol de Astorga, hemos hablado con dos testigos de la tragedia, con los hermanos Benito y Julián Martínez Alonso. Este mediodía el Ayuntamiento descubre una placa en memoria de los cinco fallecidos: Hortensia Mantecón (65 años), José Dás (27 años), Eudosia Fraile Mantecón (27 años), Francisco Fraile Mantecón (20 años) y José Evaristo Dás Fraile (10 meses).

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En la madrugada del 19 de agosto de 1952, los hermanos Benito (90 años) y Julián Martínez Alonso (76 años) estaban durmiendo en su casa de la calle Minerva de Astorga cuando la muralla de Puerta Sol comenzaba a correrse por la base. Instantes después, el barro y las piedras empezaron a llevarse por delante todo lo que encontraban a su paso, hasta llegar a la fachada de su vivienda, situada justo enfrente de la cuesta de Puerta Sol. Los restos de la muralla borraron la calle Minerva y taparon la puerta de la casa hasta llegar al balcón, que es por donde la familia de Benito Martínez Cordero y Manuela Alonso Alonso pudo salir.

 

Benito y Julián no perdieron la casa, ni la vida. Corrieron mejor suerte que las familias que habitaban las viviendas pegadas a la muralla. La única casa que el derrumbe no destruyó fue "la de Pobladura", de manera que las damnificadas fueron "siete familias", recuerda Benito que con ayuda de Julián se acuerda del nombre de seis: "los Morteros, que fueron los que murieron; los de Vicente ‘El Chisquero’, que se dedicaba a comprar chatarra; los Villafañe; los de Miguel el labrador; los de la ti Castellana y el ti Juanillo; y la ti Fermina y el ti Pedro, que era de Santiago Millas, tuvieron un hijo que era cura, Fermín, que tenía un hermano que le llamaban ‘el ladrón goloso’ porque robó un saco de azúcar", rememora Benito con su prodigiosa memoria llena de anécdotas del vecindario.

 

 

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La tragedia vivida en el barrio de San Andrés hace hoy 70 años conmocionó más allá de los límites de Astorga y de la provincia, incluso tuvo "resonancia internacional", como escribió Javier Tomé en el artículo 'Una tragedia bajo la historia', publicado en el Diario de León. Una tragedia que a los ojos de un niño de seis años, como era Julián Martínez, supuso la pérdida del gran letrero que ponía 'Sanatorio'. Benito cuenta que en el momento del derrumbe, "cuando íbamos a salir dije yo, '¡pero si el niño está durmiendo!' [por Julián]" y fue corriendo a recoger a su hermano pequeño..., "estaba dormido como un lirón, cuando lo saqué le llamó la atención que las letras grandes que ponían ‘Sanatorio’ ya no estaban. Se había caído todo".

 

El sanatorio era el de 'Nuestra Señora de los Remedios', un edificio donde en la actualidad se encuentra el Centro Social 'Las Cinco Llagas'. En 1952, estaba regentado por monjas. Benito sostiene que la muralla no se desplomó sino que cayó corriéndose desde la base, "los vecinos notaban grietas. Las monjas tenían dos estanques por los que iba saliendo agua", que se fue filtrando; "el agua que caía para la calle San Marcos ya teníamos nosotros, por la orilla, una zanja hecha" para desviarla y que no entrara en su casa. Benito dice que "empezó el barro a desarmarse y a correrse hasta que cayó [la muralla]. Fue un abandono", lamenta el hermano mayor. 

 

 

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"Murieron abrazados"

 

De la siete familias cuyas viviendas se apoyaban en el muro histórico, seis salieron con vida de sus casas, la séptima, la de 'los Morteros', perdió a cinco miembros, "el que salvó fue el viejín que era zapatero, lo sacaron por una chimenea, de esas anchas, de ladrillo macizo. Porque ahí, los demás se asfixiaron", asegura Julián, mientras Benito apostilla: "la madre y la hija, con lo que madrugaba aquella paisana para vender churros, quedaron agarradas la una a la otra, quedaron muertas ahí. Murieron agarrados los unos a los otros, asfixiaos". "Yo había oído que el matrimonio que tenía un niñín murieron abrazados", cuenta Julián. Y la memoria de Benito va un paso más allá: "recuerdo al pequeño" de la familia Fraile Mantecón, "que le llamaban ‘Tamborila’ porque tenía la pierna mal y andaba, el hombre, ayudando a los labradores".

 

En los primeros instantes tras el derrumbe "los vecinos acudimos enseguida, estuvimos 'descombrando' unos cuantos días porque a 'El Chisquero' se le había quedado dentro la chatarra, nos estuvo ayudando Paulino, el que había estado en África", narra Benito que haciendo un repaso a los vecinos que vivían en su calle recuerda a "Magdalena y Margarita, y a los ferroviarios".

 

Quienes acudieron de inmediato fueron militares del entonces Regimiento de Artillería número 27, que, siempre que podían, mantenían lejos a los vecinos que querían ayudar para evitar posibles desgracias, "los del Ejército no nos dejaron entrar ni en nuestra calle hasta nueva orden. Fue cuando tuvimos que tirar de carro con los bueyes y ‘descombrar’ para entrar a casa, porque el Ejército no echó mano, lo hicimos nosotros ‘a puro huevo’, trabajamos como animales, dejamos las ruedas del carro desechas" de pujar piedras, "teníamos que dar la vuelta con el carro por Puerta Rey". Meses después, la familia de labradores, tuvo que encargar un carro nuevo, "allí donde el ti Miranda, en Rectivía", puntualiza Julián, y nuevamente en la memoria de Benito acude el recuerdo de "cuando vine licenciado [de la mili], me estaban guardando el carro para que lo estrenara yo", se emociona al revivirlo en su cabeza.

 

 

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En el desescombro también hubo sorpresas, "fue cuando encontramos la piedra aquella con letras", cuenta Julián. Aquella piedra fue analizada por una historiadora en Santa María de la Isla concluyendo que se trataba de una estela funeraria de una sirvienta romana. No es raro encontrar piedras con inscripciones en las murallas construidas con posterioridad a los romanos, nuestros antepasados ya sabían lo que era reciclar materiales. 

 

Las semanas comenzaron a pasar y mientras las familias que salieron con vida fueron acogidas por el vecindario y la familia de Benito y Julián desescombraba su calle, "fue entonces cuando vinieron aquellos ‘burreros’ de Extremadura, traían un montón de burros con las cestas, rompían las piedras y las llevaban para la carretera de Nistal. Esa carretera, no toda, pero una parte tiene la base de las piedras de la muralla", asegura Julián mirando con atención a su hermano.

 

 

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En las memorias de los dos hermanos están registradas las fases hasta que del paisaje urbano de Astorga fue borrada esta parte del lienzo norte de la muralla. Primero fue el derrumbe, después el rescate de los muertos, le siguió el desescombro de las toneladas de piedras y barro, y meses después "fue cuando dinamitaron la muralla que quedó, la que pegaba a los frailes [los Padres Redentoristas] y a un transformador que preparaba la luz", detalla Julián; era la parte del lienzo que conservaba la puerta de entrada a la ciudad. Y finalmente, tiempo después, "vinieron unos de San Justo a hacer los arcos que no quería hacerlos nadie" por la poca confianza que daba trabajar en la zona derruida. Hoy los arcos están cegados pero son perfectamente visibles entre la maleza que inunda la ladera de la cuesta, la misma pendiente de tierra por la que subía "la gente de los pueblos que venían en tren a comprar a Astorga, si la muralla llega a caer más tarde los mata a todos", dice Benito.

 

Y poco a poco Astorga recobró el aliento tras la tragedia, los hermanos Benito y Julián pudieron volver a entrar a su casa por la puerta "y después la vida siguió…, a trillar", afirma el mayor de los cinco hermanos de la familia de labradores, que durante su larga vida no ha podido olvidar la madrugada de aquel 19 de agosto de hace 70 años.

 

 

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