Max Alonso
Sábado, 20 de Agosto de 2022

Las modernas casas de citas y la inteligencia artificial

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Puede que uno no sepa muy bien lo que eran aquellas instituciones decimonónicas, pero sabe lo que son las modernas casas de citas. En lo que se han convertido los organismosoficiales, que si quieres acudir a ellos para solventar algún asunto no lo conseguirás si previamente no tienes una imprescindible cita. Ya sea en el ambulatorio, en el Valle de los Caídos de León, como se le llama a la delegación territorial por su ineficacia laboral, o a cualquier otro centro oficial. Años ha, decía El Brujo en su sátira: “El que tiene pase pasa. El que no tienen pase no pasa” Ahora el que lo tiene tampoco pasa, si no tiene cita.

 

Un ciudadano, en estos tiempos de la posmodernidad, se propuso, dócil a la propaganda, estar al día y ágil en los trámites burocráticos. Así se lo creía él cuando inició la aventura por los vericuetos de la Inteligencia Artificial. Como primer paso debía disponer de un DNI electrónico y el suyo no lo era. Acudió a la comisaría y le sacaron de dudas: Sí que lo era, pero correspondía a una partida que había salido mala y no valía.

 

Con amabilidad, la funcionaria le proporcionó uno nuevo y válido, al que no le podría cambiar el PIN que le daban “porque la máquina no funcionaba”. “Funcionará en unos días” ¿Cuántos? “Indeterminados”. Ya se sabe que la Administración es precisa en lo que demanda, pero nunca en lo que a ella le corresponde.

 

La intención del ciudadano era obtener un certificado. Acudió al ordenador y se adentró en la faena. La máquina, con du voz imperiosa y falsamente amable, pues solo lo es cuando haces lo que ella quiere, pero si no puedes se cierra en banda y te deja plantado, mostrándose como una perfecta grosera. Tenía que volver a empezar y responderle de nuevo a todas las preguntas que las repetía como si fuera un recién llegado, sin importarle el tiempo que llevara a su servicio, entregado a ella.

 

Cuando repitió el proceso por tres veces la máquina le informó de que en esos momentos no podía atenderle y que lo intentara más tarde. Es la primera ley exculpatoria de la Inteligencia Artificial. No hacerse nunca responsable de un fallo, que siempre es del usuario. Es decir que, aparte de imperiosa, maleducada y grosera era mandona como un sargento chusquero. Después de varios intentos durante cuarenta y ocho horas y sin resultados, sin advertir el ciudadano que se encontraba en un nuevo mundo, el de la Inteligencia Artificial. Ante la imposibilidad de su empeño, acudió a una gestoría.

 

Le informaron que le hacía falta un lector para su flamante DNI electrónico. Ellos tampoco lo tenían y le sugirieron una panoplia de posibilidades para seguir adelante: acudir a Hacienda o al INSS de la Seguridad Social. Eligió este último por su rostro más familiar y menos hosco y llegó el momento de la verdad: le gestionaron una cita, por aquello tan posmoderno de que el que no la tiene no pasa. Con el fin de semana por medio, la cita para el lunes. Allí tenía que presentarse a la hora señalada con un código, le avisaron en la gestoría, que le sería facilitado por un SMS por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre o Real Casa de la Moneda, FNMT- RCM, amén.

 

Acudió a la casa de citas del INSS con su cita, un SMS con su código y una cierta cara de satisfacción, pues iba a conseguir su empeño. A pesar de estar administrativamente citado, la puerta estaba cerrada. Llamó varias veces hasta que un funcionario, enfadado, abrió la puerta, con un papel en la mano para entregárselo con las indicaciones de como había que pedir cita, bajo el lema: Lo importante no es la gestión, lo es la cita. El ciudadano llegó a pensar que era más importante tener cita que el certificado, aunque ese fuera de penales, y se hizo fuerte. Recordó su espíritu conformado en la Edad Media cuando en el asalto a un castillo alcanzaba la almena y saltaba o se quedaba fuera. Con coraje experimentado le impuso al funcionario que tenía cita y a ella acudía.

 

El funcionario, contrariado, le dejo pasar, dándole la espalda para que le siguiera. Sin respeto ninguno, a las más elementales formas de educación, se sentó en su poltrona para atender al ciudadano, tan amansado por su propia manera de ser y por los pares de banderillas que sumaba. Le exigió su código. Se lo dio. Tecleó en su ordenador y le dijo que ya estaba. Que fuera a su ordenador y siguiera el proceso.

 

El funcionario ya había acabado, pero el ciudadano todavía no. Se vio en el derecho de invocar sus inexistentes derechos y para una vez que hablaba con una persona y no con una máquina grosera, manifestarle su repulsa a eso que llamaban Inteligencia Artificial y que no era más que un atropello para los ciudadanos. El funcionario le espetó que él no le contaba su vida, ni sus frustraciones, que no le contara las suyas a él. El ciudadano no se aplacó, sino que reivindicó, más tajante, que a alguien tenía que cántaselo, que llevaba cinco días en los trámites de cosnseugur su certificado y todavía no lo tenía. El funcionario, que para eso era lo único para lo que debía estar entrenado, le replicó que eso no era responsabilidad suya. El ciudadano, ya casi totalmente en la calle argumentó: Ya sé que no es suya. Dígaselo a su jefe, que yo es con usted con el que hablo. El funcionario aprovechó que ya había cruzado la puerta, la cerró y allí paz y gloria al tiempo.

 

El ciudadano en su ordenador tampoco pudo conseguir el certificado. Solo un nuevo código para llevarlo a la gestoría. Allí sí. Pagó las tasas, que eran como una propina por los muchos malos ratos que a él le habían causado, y al sexto día consiguió su certificado. Pagó los emolumentos de la gestoría y se dispuso a usarlo, después de seis días de deambular por administraciones y negociados, sufrir las groserías y los abusos de las máquinas inteligentes, enfrentarse a un funcionario negativita y perder la paciencia por la nueva falta de inteligencia.

 

Se quedó preocupado. Si a la falta de inteligencia de las administraciones pretendían sumarle la Inteligencia artificial, lo que no se iba a arreglar era el problema de la inteligencia, pues menos cero, más menos cero es todavía más menos cero.

 

Luego queda lo de los bancos. El ciudadano airado clamó: Que paguen los créditos que se embolsaron y, den ejemplo de que los créditos se pagan. Sólo después que hablen. Irremediablemente, ya clamaba en el desierto, porque qué más quieren los bancos que clientes sin voz, ni derechos, que les paguen, sin rechistar, lo que ellos quieran. Para eso cuentan con la Inteligencia Artificial.

 

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