E. S. D.
Lunes, 22 de Agosto de 2022

Terminantemente prohibido (XIX)

[Img #60035]

 

 

(...)

 

El cartero era coleccionista de sellos, de sellos españoles principalmente. Aprovechaba la euforia de la carta recién recibida para pedir:

-¿Te importa darme este sello?

-No. Cógelo.

-Es que hago colección ¿sabes?

 

El cartero tenía una buena colección de sellos y se dedicaba a cambiar los repetidos durante los paseos. Hernández también tenía muchos y siempre estaban con la misma cantinela: "te cambio repes". Sus hermanas mayores le mimaban demasiado, le traían caramelos, sellos americanos y le habían regalado unos guantes forrados con piel de oveja, le visitaban cada semana y le escribían cartas. Era el que más cartas recibía y eso que era de la ciudad. Tenía la manía de soñar en alto y con frecuencia se veía amenazado de sonambulismo. Había dejado en la palangana un puñado de sellos para que se fueran desprendiendo del recorte del sobre. A las tres de la mañana se levantó, colocó cuidadosamente la sotana sobre el pijama, se puso el fajín azul en la cintura, abrió su paraguas y comenzó a despegar sellos que después secaba con la toalla.

-¿Qué haces Hernández?

-Despegando sellos.

-¿Pero no sabes qué hora es?

-Enseguida voy. Me quedan pocos ya.

-Acuéstate hombre que hace frío.

-Es verdad. Además llueve, me estoy mojando.

 

Alejandro dialogaba mucho con él en estas circunstancias. Daba miedo verle con el paraguas abierto aunque la escena parecía más divertida que otras. Y al día siguiente:

-¿Tù qué hacías de noche con el paraguas?

-¿Yo? Nada.

 

No había forma humana de convencer a Hernández para que se creyera él mismo lo que había representado en la madrugada.

 

Después de la clase de latín tuvimos español. Fue una clase estupenda. El profesor nos leyó lo más interesante de 'Miguel Strogoff' (el incendio del río de nafta y cuando le caían las escamas de los ojos al protagonista). Al día siguiente había que llevar una redacción resumiendo la lectura. El que sabía leer los libros era Don Eliseo que nos dejaba sin pestañear cuando leía 'Macbeth'. Nadie leía como él. Todos atentos y pendientes y sin pitorreo, ni siquiera cuando nos leyó 'Trafalgar' sin cortarle las páginas al libro. Don Eliseo nos daba noticias de actualidad:

-Don Eliseo cuéntenos lo que pasa por el mundo.

Sonreía, cubría la pluma con el capuchón y sin querer nos decía: "Esto de Suez anda muy mal".

-Cuente, cuente.

 

Y nos lo explicaba todo. Ahora ya nos leían algunas noticias en el comedor. Debía ser cosa del nuevo rector porque antes las únicas fuentes informativas eran Don Eliseo y los peluqueros. En la semana de misiones nos leían noticias extraídas de la revista 'Catolicismo'. Era cuando colocaban una vitrina donde encerraban los premios de la rifa. Resultaba una sucursal de 'El apostolado' aunque había siempre premios mayores, un transistor, un balón, unas botas de fútbol con tacones de suela. Lo importante era el dinero. Como era para las misiones no se ponían cortapisas. El transistor le tocó a uno de cuarto pero se lo requisaron; al poco tiempo tuvo que dejarlo en la habitación del superior de los latinos. "Hasta navidades", le había dicho. Entonces hay vacaciones de Navidad en casa, concluimos todos. Era la interpretación lógica. Todos los años hacían lo mismo. En el mes de noviembre circulaban rumores contradictorios sobre las vacaciones de Navidad. Las habría en casa pero siempre se decía que no las iba a haber y siempre nos tragábamos el bulo.

 

El año anterior el rector llegó al comedor un día allá por el 12 de diciembre. Exigió silencio.

-Chisssst, chisssst.

-Un momento.

-Chisssst.

-Atended.

-Chisst, chiiiiisssssttttt.

 

El rector estaba muy serio. Llevaba bien estudiado el discurso. Se expresó con una voz parsimoniosa y potente.

-Por orden del señor obispo este año no habrá vacaciones de Navidad…

-Oooooohhhhhh.

 

El rector sostenía el aullido de clamor pidiendo calma y como muestras de continuar su discurso, pero lo acabó rápidamente.

-... aquí en el seminario.

 

La explosión de gritos y aplausos fue de campeonato.

 

Así hacían siempre. Variaba la forma de la comunicación. Al principio de diciembre la tensión de nervios se confundía con las vaharadas de niebla que cercaban los muros del seminario. Quedaba siempre pendiente la amenaza de unas vacaciones sin el calor de casa. "Hasta navidades". La frase del superior circulaba como moneda que apoya la imaginación. Cierto que habría vacaciones. Se había ido de la lengua, pero no tenía remedio.

 

La campana tocó locamente el final de la clase. La campana del claustro no se podía voltear porque estaba apoyada en una de las columnas centrales y mordisqueaba la piedra. Salimos en filas al claustro, dos filas ceñidas una a las puertas de las clases otra a las cristaleras del patio del laurel. Sobre los dinteles de las puertas unos dísticos latinos recordaban las aulas donde se explicaron en otro tiempo las disciplinas de retórica, moral o matemáticas. La capilla tenía su inscripción grabada en la piedra "Domim tuam decet sanctitudo". La puerta de la capilla engullía las filas. A derecha e izquierda dos pilas de agua bendita para mojar los dedos de la mano derecha y santiguarse. Al llegar a la altura del banco todos hacíamos genuflexión. Genuflexión bien hecha. La rodilla había de llegar hasta el suelo. Resultaba un gesto maquinal, desprovisto de significación religiosa.

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