Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 03 de Septiembre de 2022

Blanquita Gavela nos dejó en las Fiestas

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Para aquellos que me leen y me echaron en falta la semana pasada, mis disculpas. Las intensas actividades sociales de la semana me impidieron sacarle tiempo al tiempo.

“Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.

 

Acaban de acabar las fiestas de Astorga. Esas fiestas veraniegas que concentran en la ciudad a una gran cantidad de gente, personas que viven a lo ancho y largo de la península y más allá, y que aprovechan estas fechas para encontrarse en la ciudad familiar con su pandilla de antaño, sus parientes, los amigos de sus padres, los amigos de los amigos, los familiares de los amigos… El “¿Y tú de quién eres?” se da con frecuencia en estas circunstancias en las que el paso de los años, en muchas ocasiones, ha borrado los rasgos familiares; y es que es imprescindible recolocar a cada uno en el grupo familiar al que pertenece para tener una idea global de la situación social de la ciudad. Importante intuir, más que ver, si en el desarrollo de su vida la persona en cuestión ha prosperado, se ha estancado, o ha retrocedido en lo que se esperaba de ella teniendo en cuenta el contexto familiar/social al que pertenece.

 

En las calles se sucede todo un análisis sociológico importante a la vez que antropológico. “Este chico cómo se ha estropeado con lo guapito que era de joven”, “Esta chica es un poco antipática ¿no encuentras? no se parece en nada a su madre que siempre fue una mujer muy simpática” “Este que acabamos de saludar ¿no es el hijo de Carmencita? Uff cómo ha cambiado no le reconozco, y su mujer ha engordado una barbaridad, qué pena que no se cuide porque no era fea, pero ahora… casi no se la puede mirar” “Pobre Loreto si viviera y viera a sus nietos tan mal educados, se volvería a morir” “Y ¿sabes a qué se dedica este chico? Ah, mira, pues su padre estaría contento de ver que ha triunfado en la vida porque no daba un duro por él”. “Hay si Purita levantara la cabeza y viera cómo se pelean sus hijos por las cuatro cosas de herencia. Porque no tenía más que cuatro cosas, que yo sepa, y ahora todos peleados, ni se hablan ¡qué barbaridad! ¡quién lo iba a decir! ¡con la familia tan unida que parecía!” “¿sabes quién me han dicho que está arruinada? Margarita, si hombre, la de la familia de los Pérez. Imagínate con la buena boda que creíamos que había hecho. La pobre, por eso se la ve tan estropeada. Ni apenas saluda. Será por vergüenza”. “¿Has visto a Lola? La hija de Pedro. El otro día me la crucé, iba toda elegante. La vi muy guapa. Yo creo que se ha hecho algo en la cara. Estuvo cariñosa. A esa sí que le va bien” “Este año no han venido los Fernández ¿les habrá pasado algo?...

 

Y así. Todo el mundo se pone al corriente de todo el mundo dentro del circuito astorgano. Las terrazas de la plaza mayor son los mayores miradores y expositores para este tipo de análisis sociológico. No hay mejor diversión veraniega que estar sentado en una mesa con vistas al  tendido de la plaza, y con una copa de verdejo para ir animando el paladar y la cabeza. Esas horas son muy bien empleadas porque ves y te dejas ver y recoges información a la vez que la trasmites, y la red social va cuajando y adornando sus raíces. Y estos encuentros y desencuentros dan pie a reuniones y comidas colectivas para afianzar los lazos familiares y de amistad. Sucede una actividad social insaciable en estas fechas aprovechando la concentración festiva justo antes de que se acabe el mes y haya que volver a los ritmos productivos.

 

Pero Las fiestas de este año se han visto ensombrecidas en la mitad de su recorrido por la desaparición de una de las personas más astorgana, más simpática y más cariñosa. Blanquita la llamábamos todos. No sé porqué los menos cercanos también utilizábamos el diminutivo, pero así era. Blanquita Gavela se fue dulcemente una mañana de la semana pasada, sin avisar de que iba a irse. Se empezó a marchar a lo largo de la noche y cuando llegó la mañana su marido, Alberto Delgado, ya la encontró más allá que acá y no la pudo hacer volver. Había recorrido más camino hacia el otro lado de esta vida del que podía retroceder. Una gran sorpresa para Alberto porque no le había dado señales de que iba a irse. Sorpresa para el marido, para sus hijos, su familia y para toda Astorga que enmudeció ante la noticia. “¿Que se ha muerto Blaquita?” “¿Pero qué Blanca?” “No, no puede ser, ¡si ayer estuve hablando con ella en la calle! ¡Cómo va a ser!” Y esa noticia fue corriendo de boca en boca asombrando a todo aquel que la oía porque ¡todos! la habíamos visto zascandileando por las calles de la ciudad del brazo de su marido, o sola en el mercado. Todos habíamos cruzado unas palabras con ella porque ella siempre saludaba con una sonrisa y una atención personalizada. No era aquello de soltar el formulismo “Hola qué tal” “Pues bien, ya lo ves” “Hasta luego”. No. Blanquita se paraba y te dirigía la mirada y las palabras cariñosas con plena intención porque era una mujer muy simpática, muy atenta, respetuosa, amable, delicada y obsequiosa, y no hablaba por hablar.

 

Ha supuesto para todos un dolor su marcha; naturalmente para su marido, el astorgano de adopción Alberto Delgado, ha sido un superdolor porque, como él nos contaba en el tanatorio, llevaban juntos desde que tenían 17 años, o sea, cerca de setenta años juntos ¡Toda su vida! nos contaba Alberto, todavía en estado de shock que Blanca había sido para él ¡todo! en la vida. Recordaba  su magnífica labor como madre, como ama de casa, como esposa, como amiga…, y reconocía que sin ella él no hubiera podido ser lo que es; que gracias a ella él es el Alberto Delgado que hoy todos conocemos.

 

Me emocionó. Qué cabal Alberto. Qué importante y qué bonito es reconocer una labor callada y que grande el estar agradecido a esa labor en la sombra que han ejercido la generación de nuestras madres. Entonces no se daban las separaciones matrimoniales ni existía el  divorcio, pero si llega a existir no estoy segura de que lo fueran a utilizar la mayoría de ellas. Frente a lo poco que duran los matrimonios hoy en día estos amores eternos de antes son asombrosamente admirables y envidiables. Pero Alberto, ahora, se ha quedado muy desamparado.

 

Aquellos matrimonios requieren otro análisis. Son la generación de los  matrimonios de postguerra. La mujer, entonces, estaba poco o nada preparada para vivir independiente. Los hombres eran escasos porque la guerra había menguado la población masculina. El trabajo también era escaso. Había que empezar de cero en muchos campos. Y también estaba la Iglesia, que mandaba mucho, y mandaba a las mujeres ser las geishas de sus maridos, combinándolo con las cacerolas, el mandil y la escoba. Las mujeres de esa época tenían poca escapatoria, pero la mayoría tampoco la buscaba porque la vida ordenada y feliz de familia le proporcionaba la seguridad vital que necesitaba, y esa era su felicidad. No conocían ni necesitaban otra cosa. Eran mujeres con mucha suerte porque eran felices con lo que tenían, y por supuesto con su marido, único hombre al que habían conocido. Y ¿para qué más? Desde luego mis padres como Blanquita y  Alberto estaban en este lado de la felicidad. Qué suerte ser feliz con lo que se tiene y no estar en la ansiedad constante de querer siempre lo que no se tiene.

 

Blanca Gavela y Alberto Delgado, una pareja tan unida que ahora le va a ser difícil a Alberto volar con una sola ala, aunque con su inteligencia seguro que aprende.

 

O témpora o mores

 

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