La princesa y el guisante
![[Img #60305]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2022/9368_mercedes-dsc_0274.jpg)
Hoy voy a contar un cuento. Pero antes quiero aclarar algo que parece que ha suscitado cierta controversia. La semana pasada hice un cuadro costumbrista de ‘conversaciones en la Plaza de Astorga’ en el que ponía al azar apellidos y nombres genéricos. Que nadie se dé por aludido con alguno de los nombres o que nadie intente averiguar de quien hablo, porque en absoluto se hace referencia a nadie en particular. Cualquier coincidencia es pura casualidad. He querido reflejar tan sólo conversaciones ‘clásicas’ de una sociedad pequeña. Quiero que quede claro que no hay ninguna personalización. Y ahora el cuento.
El cuento de La princesa y el guisante fue escrito por el danés Christian Andersen y publicado por primera vez en 1835. El cuento es el siguiente.
Había una vez un joven príncipe, de un rico país lejano, en edad de casarse. Sus padres querían para él lo mejor por eso querían que encontrara una linda y dulce princesa para hacerla su esposa.
El joven príncipe, impulsado por sus padres, montó en su ligero corcel blanco, engalanado de ricos ropajes, y se fue a recorrer distintos reinos con la intención de encontrar a la esposa adecuada a su dignidad. Pero, por unas cosas o por otras, ninguna de las nobles princesas que conoció en sus viajes le pudo proporcionar la satisfacción que buscaba. Así que se volvió a su palacio triste y compungido. Sus padres se preocuparon. Era importante que el hijo se casara y tuviera descendencia para su felicidad y, además, había que asegurar el reino.
Un buen día, a media noche, alguien llamó a la puerta del palacio. Con sorpresa y curiosidad el rey mandó a sus lacayos abrir la puerta y bajo una lluvia torrencial apareció una joven completamente empapada por la lluvia pidiendo asilo para la noche. Los reyes la miraron con desconfianza. Ella, entonces dijo, para tranquilizar a los moradores del castillo, que era una princesa. Asombrados nadie la creía, pero la joven insistía. A la reina se le ocurrió una buena idea para probar si decía la verdad. La idea fue la siguiente. Ordenó a los criados poner un guisante debajo de una pila de diez colchones (naturalmente los colchones de esa época no eran de muelles sino de lana), con la intención de que la supuesta princesa durmiera en la cama de los diez colchones y si en verdad era una noble princesa de fina piel y exquisita sensibilidad notaría, durante la noche, la prominencia de aquel pequeño guisante escondido bajo los colchones. Si no lo llegara a notar es que no era una verdadera princesa.
A la mañana siguiente la joven amaneció con molestias y se quejó a los reyes de que no había podido dormir porque había notado una dureza en los colchones que se le clavaba en la espalda. Así se descubrió entonces que decía la verdad y que definitivamente era una verdadera princesa. Todos se pusieron muy contentos y el joven príncipe pudo casarse con la princesa y se casaron y comieron perdices y fueron muy felices.
Que ¿a qué viene este cuento?
Pues se me ocurre que todos dormimos no con uno sino con varios guisantes, incluso con garbanzos, o nueces, o cocos, debajo de nuestros colchones y, aunque los notamos, los vamos acomodando a nuestro cuerpo hasta acostumbrarnos a sus durezas.
¿De qué hablo? Pongamos que hablo de los políticos. Nos hemos acostumbrado a que nos mientan, a que se muevan habitualmente por intereses propios y no generales, a que no sean gestores sino escaladores. Estas actitudes son nueces, cocos o piedras debajo de nuestros colchones vitales a los que nos hemos acostumbrado a acomodarlos a nuestros días y nuestras noches.
También podemos hablar de la distribución de la riqueza. La enorme desigualdad de sueldos entre, por ejemplo, un joven diputado (alrededor de 5.000€) y un joven arquitecto (alrededor de 1.300€), con una diferencia abismal de estudios; un joven diputado puede no tener estudios superiores, tan sólo estar en un partido político y un arquitecto tiene una dura carrera de estudio de mínimo 5 años). Entre un directivo de telefónica o Iberdrola (aprox.7.200€) y un ingeniero (aprox. 2.700€); o entre el gerente de un Hospital y un médico a tiempo completo. Entre un médico y un futbolista. Piedras de una sociedad que se dice democrática y esa democracia queda tan sólo en el bla, bla, bla.
Más guisantes, más piedras. La desigualdad en la carga de los impuestos. Si debes 40.000€ porque has tenido que cerrar la empresa y pasan los años sin poder pagar esa deuda va creciendo con el 20% de interés y en diez años debes 247.669,45€. Y Hacienda te trata como un delincuente y te persigue con acoso y derribo hasta asfixiarte. Ahora bien, si se trata de una deuda 400.000€ Hacienda, por el contrario, te va a tratar con toda galantería, como si fueras un príncipe, y te va a proponer drásticas deducciones de deuda que podrían llegar a quedar hasta en 40.000€. Ahí tenemos otra piedra, siempre en la espalda de quien la tiene que sufrir y acomodar.
Otro guisante grande como un melón es la acaparación de poder. Los lobbys que gobiernan el mundo. Cada vez son más pocos y con más poder. Controlan la economía, controlan los países bajo su visión de ‘democracia’, controlan la salud y ahora han decidido controlar la alimentación; hablo del control mundial. La población mundial está a expensas de unos pocos. Dormimos y vivimos con ello y nos acomodamos a las fluctuaciones de sus intereses. No nos queda otra, este es un grandísimo guisante que tenemos bajo nuestro colchón vital. Lo acomodamos para que nos moleste lo menos posible, para poder vivir bajo esas premisas sin amargarnos.
Podría poner miles de ejemplos de guisantes gordos y duros como piedras, que tenemos debajo de nuestra ‘acolchada’ vida y que poco a poco nos los van aumentando, y siempre acabamos asumiendo su incomodidad. Los bancos y las eléctricas, con sus extraordinarios beneficios mientras nos suben las tarifas a los usuarios; los impresionantes sueldos de directivos mientras echan a la calle al trabajador… Y cuela. Todo cuela. Y como, aunque con irritación, admitimos bajo nuestros colchones ese fastidioso malestar, nunca llegamos a la categoría principesca. La cuestión está en las callosidades generales a las que nos hemos acostumbrado viviendo y durmiendo del lado que menos duele para no sentir demasiado las durezas.
No protestamos por esos inconvenientes, o protestamos bajito. Vamos acomodando nuestra vida a lo que tenemos debajo del colchón, aunque sean piedras grandes. Nuestra piel se ha endurecido y eso hace difícil que consigamos nuestro reconocimiento de príncipes y princesas, que es lo que nos corresponde a cada uno de los mortales.
O témpora o mores
![[Img #60305]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2022/9368_mercedes-dsc_0274.jpg)
Hoy voy a contar un cuento. Pero antes quiero aclarar algo que parece que ha suscitado cierta controversia. La semana pasada hice un cuadro costumbrista de ‘conversaciones en la Plaza de Astorga’ en el que ponía al azar apellidos y nombres genéricos. Que nadie se dé por aludido con alguno de los nombres o que nadie intente averiguar de quien hablo, porque en absoluto se hace referencia a nadie en particular. Cualquier coincidencia es pura casualidad. He querido reflejar tan sólo conversaciones ‘clásicas’ de una sociedad pequeña. Quiero que quede claro que no hay ninguna personalización. Y ahora el cuento.
El cuento de La princesa y el guisante fue escrito por el danés Christian Andersen y publicado por primera vez en 1835. El cuento es el siguiente.
Había una vez un joven príncipe, de un rico país lejano, en edad de casarse. Sus padres querían para él lo mejor por eso querían que encontrara una linda y dulce princesa para hacerla su esposa.
El joven príncipe, impulsado por sus padres, montó en su ligero corcel blanco, engalanado de ricos ropajes, y se fue a recorrer distintos reinos con la intención de encontrar a la esposa adecuada a su dignidad. Pero, por unas cosas o por otras, ninguna de las nobles princesas que conoció en sus viajes le pudo proporcionar la satisfacción que buscaba. Así que se volvió a su palacio triste y compungido. Sus padres se preocuparon. Era importante que el hijo se casara y tuviera descendencia para su felicidad y, además, había que asegurar el reino.
Un buen día, a media noche, alguien llamó a la puerta del palacio. Con sorpresa y curiosidad el rey mandó a sus lacayos abrir la puerta y bajo una lluvia torrencial apareció una joven completamente empapada por la lluvia pidiendo asilo para la noche. Los reyes la miraron con desconfianza. Ella, entonces dijo, para tranquilizar a los moradores del castillo, que era una princesa. Asombrados nadie la creía, pero la joven insistía. A la reina se le ocurrió una buena idea para probar si decía la verdad. La idea fue la siguiente. Ordenó a los criados poner un guisante debajo de una pila de diez colchones (naturalmente los colchones de esa época no eran de muelles sino de lana), con la intención de que la supuesta princesa durmiera en la cama de los diez colchones y si en verdad era una noble princesa de fina piel y exquisita sensibilidad notaría, durante la noche, la prominencia de aquel pequeño guisante escondido bajo los colchones. Si no lo llegara a notar es que no era una verdadera princesa.
A la mañana siguiente la joven amaneció con molestias y se quejó a los reyes de que no había podido dormir porque había notado una dureza en los colchones que se le clavaba en la espalda. Así se descubrió entonces que decía la verdad y que definitivamente era una verdadera princesa. Todos se pusieron muy contentos y el joven príncipe pudo casarse con la princesa y se casaron y comieron perdices y fueron muy felices.
Que ¿a qué viene este cuento?
Pues se me ocurre que todos dormimos no con uno sino con varios guisantes, incluso con garbanzos, o nueces, o cocos, debajo de nuestros colchones y, aunque los notamos, los vamos acomodando a nuestro cuerpo hasta acostumbrarnos a sus durezas.
¿De qué hablo? Pongamos que hablo de los políticos. Nos hemos acostumbrado a que nos mientan, a que se muevan habitualmente por intereses propios y no generales, a que no sean gestores sino escaladores. Estas actitudes son nueces, cocos o piedras debajo de nuestros colchones vitales a los que nos hemos acostumbrado a acomodarlos a nuestros días y nuestras noches.
También podemos hablar de la distribución de la riqueza. La enorme desigualdad de sueldos entre, por ejemplo, un joven diputado (alrededor de 5.000€) y un joven arquitecto (alrededor de 1.300€), con una diferencia abismal de estudios; un joven diputado puede no tener estudios superiores, tan sólo estar en un partido político y un arquitecto tiene una dura carrera de estudio de mínimo 5 años). Entre un directivo de telefónica o Iberdrola (aprox.7.200€) y un ingeniero (aprox. 2.700€); o entre el gerente de un Hospital y un médico a tiempo completo. Entre un médico y un futbolista. Piedras de una sociedad que se dice democrática y esa democracia queda tan sólo en el bla, bla, bla.
Más guisantes, más piedras. La desigualdad en la carga de los impuestos. Si debes 40.000€ porque has tenido que cerrar la empresa y pasan los años sin poder pagar esa deuda va creciendo con el 20% de interés y en diez años debes 247.669,45€. Y Hacienda te trata como un delincuente y te persigue con acoso y derribo hasta asfixiarte. Ahora bien, si se trata de una deuda 400.000€ Hacienda, por el contrario, te va a tratar con toda galantería, como si fueras un príncipe, y te va a proponer drásticas deducciones de deuda que podrían llegar a quedar hasta en 40.000€. Ahí tenemos otra piedra, siempre en la espalda de quien la tiene que sufrir y acomodar.
Otro guisante grande como un melón es la acaparación de poder. Los lobbys que gobiernan el mundo. Cada vez son más pocos y con más poder. Controlan la economía, controlan los países bajo su visión de ‘democracia’, controlan la salud y ahora han decidido controlar la alimentación; hablo del control mundial. La población mundial está a expensas de unos pocos. Dormimos y vivimos con ello y nos acomodamos a las fluctuaciones de sus intereses. No nos queda otra, este es un grandísimo guisante que tenemos bajo nuestro colchón vital. Lo acomodamos para que nos moleste lo menos posible, para poder vivir bajo esas premisas sin amargarnos.
Podría poner miles de ejemplos de guisantes gordos y duros como piedras, que tenemos debajo de nuestra ‘acolchada’ vida y que poco a poco nos los van aumentando, y siempre acabamos asumiendo su incomodidad. Los bancos y las eléctricas, con sus extraordinarios beneficios mientras nos suben las tarifas a los usuarios; los impresionantes sueldos de directivos mientras echan a la calle al trabajador… Y cuela. Todo cuela. Y como, aunque con irritación, admitimos bajo nuestros colchones ese fastidioso malestar, nunca llegamos a la categoría principesca. La cuestión está en las callosidades generales a las que nos hemos acostumbrado viviendo y durmiendo del lado que menos duele para no sentir demasiado las durezas.
No protestamos por esos inconvenientes, o protestamos bajito. Vamos acomodando nuestra vida a lo que tenemos debajo del colchón, aunque sean piedras grandes. Nuestra piel se ha endurecido y eso hace difícil que consigamos nuestro reconocimiento de príncipes y princesas, que es lo que nos corresponde a cada uno de los mortales.
O témpora o mores






