Enriqueta y sus teorías
![[Img #60464]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2022/689__670dsc0006.jpg)
Me siento omnipotente y eterna cuando digo “te quiero” ¡Qué generoso es el acto de querer! ¡Y qué egoísta también!
Así encabeza Enriqueta una de sus entradas en uno de sus diarios, y continua desarrollando sus teorías.
Amor es generosidad y también es egoísmo. Me siento presionada por la necesidad de ser como quieren que sea y yo no puedo ser de otra manera. Quizás todos presionamos. Quizás, sin saberlo, sin quererlo, todos incidimos en la persona que queremos y la usamos de una manera egoísta. Quizás todos esperamos una respuesta a nuestra medida y si no la conseguimos hay varias versiones de respuesta: a) enfrentamiento con cabreo exigente; b) acomodarse a lo que se te ofrece con el gusto de saborear lo que te dan; c) aguantarse con lo que se te ofrece con el disgusto de no tener nada para saborear; d) abrirse, buscar otra respuesta en otro lugar.
Yo he pasado por tres de las respuestas y en este tramo del camino me quedo con la cuarta. Al principio de los tiempos opté por la segunda y la practiqué a ultranza; creo que va en mi naturaleza, en mi genética, la No exigencia de nada, ni tampoco de respuesta. Pero no vi un resultado adecuado a mis expectativas y opté por pasarme a la primera respuesta. Tampoco me fue bien esta opción porque era muy desagradable y cansador. Finalmente hace tiempo que me he pasado a la cuarta, mucho más ligera y resolutiva.
Ahora, después de todo lo aprendido he llegado a la sabiduría de ser un poco egoísta y darme prioridad. Aunque tarde, por fin he encontrado que ha llegado mi momento de ser ‘la reina de los mares’ ¿lo conseguiré?
Cuando me dejo arrastrar por las circunstancias (que es más a menudo de lo que quisiera) me siento fatal, no controlo mi dirección como si condujera un coche que me llevara dando bandanzos, o, más bien, en distintas direcciones descontroladamente, y yo me siento perdida y débil. Pero cuando controlo la dirección del coche y soy yo la que llevo las riendas de mi destino me siento fuerte y feliz.
Eso se traduce en que es importantísimo tomar las decisiones que uno siente que tiene que tomar, o que quiere tomar, sin tener en cuenta situaciones u opiniones ajenas; sin tener en cuenta la mochila adherida a la espalda que hemos ido llenando de todo tipo de cosas dulces y amargas, pero también de muchas piedras grandes y pequeñas que han ido cargando de peso innecesario nuestra espalda. Esa mochila que creemos que nos es imprescindible en nuestro camino porque va con nosotros siempre ‘desde siempre’, como una segunda piel, resulta que es prescindible, y en cuanto seamos conscientes de que sólo hay que soltar los anclajes que la sujetan a nuestros hombros sentiremos una gran liberación, una sensación de ligereza, de libertad y sin duda de felicidad de vuelo.
En muchísimas ocasiones los sentidos defraudan a la imaginación porque solamente reciben una porción fragmentada de la realidad.
Tengo que procurar guardar siempre por encima de mi vida un buen espacio de cielo, creo que es absolutamente necesario para la naturaleza de mi alma insaciable y mi espíritu artista.
Mi pensamiento es el refugio más cómodo y libre que he encontrado desde donde asisto al espectáculo de mi vida. Y mi vida se resume en una palabra ‘sucedáneo’. Es como si buscara desesperadamente un sorbo de café y me dieran siempre achicoria. Y por más que me afane en cultivar café para luego poder disfrutar del placer de beberlo hay algo en el transcurso del proceso que se me escapa; o es cuestión de la naturaleza (enfermedades) o es el elemento humano (incompatibilidades) que intervienen y convierten el futurible café en achicoria. Un sucedáneo. Un sí es, pero no es. Tiene algo de sabor, pero le falta sabor.
Teoría del espacio de crecimiento. El crecimiento de una persona (no el exterior sino el interior) depende del espacio en el que se desarrolla, como las plantas. Si tiene un buen espacio donde pueda alimentarse de una rica savia vital, la persona crecerá armónica, equilibrada, feliz y por supuesto interesante y vistosa, como un árbol haciendo buena copa. Si por el contrario a causa de la estrechez del entorno una persona no puede nutrirse adecuadamente de una buena y abundante savia, el crecimiento será rumiajo, la mediocridad reinará en su espíritu, no habrá ni equilibrio ni armonía como esos árboles de ramas desangeladas. Por desgracia los espacios de crecimiento suelen ser muy estrechos y eso explica la abundancia de mediocridad que hay en el mundo.
Nuestro espacio es lo que nos da fuerza. Somos un tronco con ramas, un árbol completo. Si se nos pone al lado un árbol con ramas más fuertes este casi siempre llega a anular la fuerza de nuestras ramas. La distancia entre un árbol y otro es fundamental. El espacio individual es fundamental para el desarrollo. “Somos un espacio con una frontera permeable”, dice el Premio Nobel de literatura Elias Canetti. “Hay que conseguir que la frontera no pierda sus límites”, digo yo.
O témpora o mores.
Me siento omnipotente y eterna cuando digo “te quiero” ¡Qué generoso es el acto de querer! ¡Y qué egoísta también!
Así encabeza Enriqueta una de sus entradas en uno de sus diarios, y continua desarrollando sus teorías.
Amor es generosidad y también es egoísmo. Me siento presionada por la necesidad de ser como quieren que sea y yo no puedo ser de otra manera. Quizás todos presionamos. Quizás, sin saberlo, sin quererlo, todos incidimos en la persona que queremos y la usamos de una manera egoísta. Quizás todos esperamos una respuesta a nuestra medida y si no la conseguimos hay varias versiones de respuesta: a) enfrentamiento con cabreo exigente; b) acomodarse a lo que se te ofrece con el gusto de saborear lo que te dan; c) aguantarse con lo que se te ofrece con el disgusto de no tener nada para saborear; d) abrirse, buscar otra respuesta en otro lugar.
Yo he pasado por tres de las respuestas y en este tramo del camino me quedo con la cuarta. Al principio de los tiempos opté por la segunda y la practiqué a ultranza; creo que va en mi naturaleza, en mi genética, la No exigencia de nada, ni tampoco de respuesta. Pero no vi un resultado adecuado a mis expectativas y opté por pasarme a la primera respuesta. Tampoco me fue bien esta opción porque era muy desagradable y cansador. Finalmente hace tiempo que me he pasado a la cuarta, mucho más ligera y resolutiva.
Ahora, después de todo lo aprendido he llegado a la sabiduría de ser un poco egoísta y darme prioridad. Aunque tarde, por fin he encontrado que ha llegado mi momento de ser ‘la reina de los mares’ ¿lo conseguiré?
Cuando me dejo arrastrar por las circunstancias (que es más a menudo de lo que quisiera) me siento fatal, no controlo mi dirección como si condujera un coche que me llevara dando bandanzos, o, más bien, en distintas direcciones descontroladamente, y yo me siento perdida y débil. Pero cuando controlo la dirección del coche y soy yo la que llevo las riendas de mi destino me siento fuerte y feliz.
Eso se traduce en que es importantísimo tomar las decisiones que uno siente que tiene que tomar, o que quiere tomar, sin tener en cuenta situaciones u opiniones ajenas; sin tener en cuenta la mochila adherida a la espalda que hemos ido llenando de todo tipo de cosas dulces y amargas, pero también de muchas piedras grandes y pequeñas que han ido cargando de peso innecesario nuestra espalda. Esa mochila que creemos que nos es imprescindible en nuestro camino porque va con nosotros siempre ‘desde siempre’, como una segunda piel, resulta que es prescindible, y en cuanto seamos conscientes de que sólo hay que soltar los anclajes que la sujetan a nuestros hombros sentiremos una gran liberación, una sensación de ligereza, de libertad y sin duda de felicidad de vuelo.
En muchísimas ocasiones los sentidos defraudan a la imaginación porque solamente reciben una porción fragmentada de la realidad.
Tengo que procurar guardar siempre por encima de mi vida un buen espacio de cielo, creo que es absolutamente necesario para la naturaleza de mi alma insaciable y mi espíritu artista.
Mi pensamiento es el refugio más cómodo y libre que he encontrado desde donde asisto al espectáculo de mi vida. Y mi vida se resume en una palabra ‘sucedáneo’. Es como si buscara desesperadamente un sorbo de café y me dieran siempre achicoria. Y por más que me afane en cultivar café para luego poder disfrutar del placer de beberlo hay algo en el transcurso del proceso que se me escapa; o es cuestión de la naturaleza (enfermedades) o es el elemento humano (incompatibilidades) que intervienen y convierten el futurible café en achicoria. Un sucedáneo. Un sí es, pero no es. Tiene algo de sabor, pero le falta sabor.
Teoría del espacio de crecimiento. El crecimiento de una persona (no el exterior sino el interior) depende del espacio en el que se desarrolla, como las plantas. Si tiene un buen espacio donde pueda alimentarse de una rica savia vital, la persona crecerá armónica, equilibrada, feliz y por supuesto interesante y vistosa, como un árbol haciendo buena copa. Si por el contrario a causa de la estrechez del entorno una persona no puede nutrirse adecuadamente de una buena y abundante savia, el crecimiento será rumiajo, la mediocridad reinará en su espíritu, no habrá ni equilibrio ni armonía como esos árboles de ramas desangeladas. Por desgracia los espacios de crecimiento suelen ser muy estrechos y eso explica la abundancia de mediocridad que hay en el mundo.
Nuestro espacio es lo que nos da fuerza. Somos un tronco con ramas, un árbol completo. Si se nos pone al lado un árbol con ramas más fuertes este casi siempre llega a anular la fuerza de nuestras ramas. La distancia entre un árbol y otro es fundamental. El espacio individual es fundamental para el desarrollo. “Somos un espacio con una frontera permeable”, dice el Premio Nobel de literatura Elias Canetti. “Hay que conseguir que la frontera no pierda sus límites”, digo yo.
O témpora o mores.